Franck Gaudichaud
Sábado 17 de octubre de 2015
A más de 40 años del golpe de Estado que derrotó a
la vía chilena al socialismo y a 30 años de la fundación del mayor movimiento
social del continente, el Movimiento de trabajadores rurales sin tierra (mst)
de Brasil; a 20 años del grito zapatista ¡Ya basta! en Chiapas en contra del
neoliberalismo y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan) y a
más de 15 años de la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela (y
transcurridos más de dos años desde su muerte), los pueblos
indo-afro-nuestroamericanos y sus tentativas de construcción de gramáticas
emancipadoras parecen encontrarse en un nuevo punto de inflexión. Un ciclo de
mediana duración, social, político y económico parece agotarse paulatinamente,
aunque de manera no uniforme, ni para nada lineal. Con sus avances reales (pero
relativos), sus dificultades e importantes limitaciones, las experiencias de
los diferentes y muy variados gobiernos “progresistas” de la región, sean
procesos meramente de centro-izquierda, social-liberales, o -al contrario-
nacional-populares más radicales, que se reclamen anti-imperialistas o se
descalifiquen en los medios conservadores como “populistas”, sean revoluciones
bolivarianas, ando-amazónicas o “ciudadanas” o simples recambios
institucionales hacia el progresismo, estos procesos políticos parecen topar
ante grandes problemáticas endógenas, fuertes poderes fácticos conservadores
(nacionales como también globales) y no pocas indefiniciones o dilemas
estratégicos no resueltos.
Sin lugar a duda, en los países donde se han
consolidado varias y aplastantes victorias electorales de fuerzas de izquierda
o antineoliberales, en particular en las naciones donde esas victorias son
producto de años de luchas sociales y populares (como en Bolivia) o de una
rápida politización-movilización de los de abajo (como en Venezuela), el Estado
y sus regulaciones, el crecimiento económico interno, el combate a la pobreza
extrema a través de programas específicos de redistribución y la
institucionalización de nuevos servicios públicos han ido ganando terreno: una
diferencia notable y ningún caso menospreciable con el ciclo infernal de las
privatizaciones, fragmentación y la violencia de la desregulación capitalista
neoliberal de los años 90. Allí, apareció de nuevo la fuerza pública como ente
regulador del mercado nacional, redistribuidor parcial de las rentas
extractivas y de las riquezas del subsuelo hacia las y los más empobrecidos,
con efectos directos e inmediatos para millones de ciudadanos y ciudadanas, un
proceso que explica en parte la solidez de la base social y electoral de estas
experiencias hasta el día de hoy (y en algunos casos después de más de más de
10 años de gobierno). Por primera vez –desde hace décadas– varios gobiernos
“posneoliberales”, comenzando por Bolivia, Ecuador y Venezuela, demostraron que
sí es posible comenzar a retomar el control de los recursos naturales y, al
mismo tiempo, hacer retroceder pobreza extrema y desigualdades sociales con
reformas de inclusión política de amplios sectores populares, hasta el momento
marginados del derecho de decidir, opinar y sobre todo participar. También
volvió a surgir en los imaginarios geopolíticos continentales el sueño de
Bolívar y las iniciativas de integración regional alternativa y cooperación
entre los pueblos (como el ALBA-TCP), intentando recobrar espacio de soberanía
nacional frente a las grandes potencias del Norte, al imperialismo militar y a
las nuevas carabelas que son las firmas transnacionales o las órdenes
unilaterales de las instituciones financieras mundiales.
En un momento en que el viejo mundo y los pueblos
de la Unión Europea están sometidos a la dictadura financiera de la Troika
(FMI, Comisión Europea y Banco Central Europeo) y en una profunda crisis
económica, política e incluso moral, es importante subrayar la capacidad que
han tenido varios movimientos populares y líderes de Nuestra América de
resistir y comenzar a reconstruir multilateralismo, democratizar la democracia
e incluso reinventar la política, con proyectos que se pensaron como
alternativas para el siglo XXI. Cuando un país como Grecia intenta asomar la
cabeza frente a los embates de la deuda y de las clases dominantes europeas,
cuando muchos trabajadores, jóvenes y colectivos de esta parte del mundo buscan
derroteros emancipadores, mucho se podría aprender de América Latina, de su
traumática experiencia con el fundamentalismo capitalista neoliberal y de sus
ensayos heroicas de contrarrestarlo desde el sur del sistema-mundo.
No obstante, como lo declaraba a principios del
2015 el teólogo y sociólogo François Houtart, secretario ejecutivo del Foro
Mundial de Alternativas, el desafío fundamental –en particular para países que
más despertaron expectativas de cambio– sigue siendo la definición de caminos
de transición profunda hacia un nuevo paradigma civilizatorio poscapitalista. Es
decir se trata de no sólo quedar atrapado en un objetivo de modernización
posneoliberal y menos aún dentro de un neodesarrollismo asistencialista o un
intento de reacomodo entre crecimiento nacional, burguesías regionales y
capitales extranjeros: significa apuntar a una transformación de las relaciones
sociales de producción y de las formas de propiedad. Sin duda, la tarea es
gigantesca y ardua. En esta perspectiva y en este momento histórico, a pesar de
los avances democráticos conquistados/1 con
sangre y sudor, afloran las múltiples tensiones y límites de los diversos
progresismos latinoamericanos o, más bien, del periodo abierto a principios de
los años 2000 en la lucha contra la hegemonía neoliberal. Un intelectual -hoy
estadista- como Álvaro García Linera presenta estas tensiones (en particular
entre movimientos y gobiernos) como potencialmente “creativas” y
“revolucionarias”, como experiencias necesarias para avanzar gradualmente en
dirección de un “socialismo comunitario”/2,
tomando en cuenta la relación de fuerzas geopolíticas, políticas y sociales
realmente existentes (y, de paso, despreciando sin mucho argumentos como
“infantiles” a todas críticas que provengan de su izquierda…). Dentro de esta
orientación, la conquista electoral del gobierno por fuerzas nacional-populares
es pensada como una respuesta democrática – y “concreta”- a la emergencia
plebeya de los años 90-2000, y el Estado es considerado como instrumento
esencial de “administración de lo común” frente al reino de la ley del valor y
la disolución anómica neoliberal. En esta defensa de lo conquistado desde los
diferentes progresismos gubernamentales, muy a menudo analizados como un todo
homogéneo, encontramos también la pluma de intelectuales de renombre como Emir
Sader o de la educadora popular y socióloga chilena Marta Harnecker/3.
No obstante, no pocos militantes de terreno,
algunos movimientos y analistas críticos de horizontes políticos plurales (como
Alberto Acosta y Natalia Sierra en Ecuador, Hugo Blanco en Perú, Edgardo Lander
en Venezuela, Maristella Svampa en Argentina o Massimo Modenesi en México,
entre otros) insisten en la dimensión cada vez más “conservadora” de las
políticas estatales del progresismo o nacionalismo posneoliberal (desde Uruguay
hasta Nicaragua pasando por Argentina/4) e
incluso en su carácter de “revolución pasiva” (en el sentido de Gramsci): o sea
una transformación “en las alturas” que modificaría efectivamente los espacios
políticos, las políticas públicas y la relación Estado-sociedad, pero que va
integrando -e in fine neutralizando- la irrupción de las y los de abajo
en las redes de la institucionalidad, organizando un brusco reacomodo en el
seno de las clases dominantes y del sistema de dominación, frenando la
capacidad de autoorganización y control desde debajo de los pueblos movilizados/5.
Visto así la “captura” del Estado por fuerza progresistas puede significar la
captura de la izquierda… por las fuerzas del Estado profundo, su burocracia y
los intereses capitalistas que representa; visto así la estrategia de la toma
del poder para cambiar el mundo puede terminar en una izquierda tomada por
el poder, cambiándolo todo para conservar lo principal del mundo actual
como tal. Para el escritor uruguayo Raúl Zibechi:
En la medida que el ciclo progresista
latinoamericano se está terminando, parece el momento adecuado para comenzar a
trazar balances de largo aliento, que no se detengan en las coyunturas o en
datos secundarios, para irnos acercando a diseñar un panorama de conjunto. De
más está decir que este fin de ciclo está siendo desastroso para los sectores
populares y las personas de izquierda, nos llena de incertidumbres y zozobras
por el futuro inmediato, por el corte derechista y represivo que deberemos
afrontar/6.
En las últimas semanas una avalancha de artículos
de opinión –varios de los cuales ya hemos publicados en Rebelion.org- debaten
de la existencia o no de un “fin de ciclo” progresista, incluso de la
existencia de tal “ciclo”, este debate llegando a tal nivel de polarización que
unos autores acusan a los otros de hacerle el juego al imperio por ser
“diagnosticadores de la capitulación” e “izquierdistas de cafetín” (dixit
Garcia Linera), cuando los segundos tildan los primeros de haberse convertidos
en intelectuales por encargo y acríticos al servicio de los Estados de la
región y de gobiernos ya no progresivos si no que regresivos… Este
diálogo de sordos poco aporta para desentrañar el momento político actual.
Seguramente, las ideas en torno a posible “reflujo del cambio de época”/7 o, desde una óptica contraria, la idea de un
paulatino “fin de la hegemonía progresista”/8 son
seguramente más exactas y complejizadas para comenzar a dar esta discusión de
manera constructiva aunque conflictiva. Todo eso reconociendo que este fenómeno
se da en condiciones territoriales-nacionales altamente diferenciadas:
Este deslizamiento es más perceptible en algunos
países (por ejemplo Argentina, Brasil y Ecuador) que en otros (Venezuela,
Bolivia y Uruguay) ya que en estos últimos se mantienen relativamente compactos
los bloques de poder progresistas y no se abrieron fuertes clivajes hacia la
izquierda. En particular, Venezuela fue el único país en donde se impulsó la
participación generalizada de las clases subalternas con la conformación de las
Comunas a partir de 2009…/9
Más allá de la polémica acerca de la dimensión del
agotamiento, inflexión o reflujo del periodo en curso, y subrayando la variedad
de los procesos analizados, surge que en muchos planos los progresismos gubernamentales
parecen haber optado definitivamente, bajo la presión de actores globales como
endógenos, por un “realismo modernizador” y la política de la “medida de lo
posible”, lo que es a menudo el mejor derrotero para justificar la renuncia a
cambios estructurales en una dirección anticapitalista: una dinámica que podría
ser simbolizada por el encuentro (julio 2015) “fraternal” entre la presidenta
brasilera Dilma Roussef –militante del Partido de los Trabajadores–y el
criminal de lesa humanidad Henri Kissinger (ex secretario de Estado de EE UU),
en un momento en que Dilma buscaba un respaldo político imperial frente a una
oposición en alza en el seno de la sociedad civil y a una derecha revitalizada
por la amplitud de los casos de corrupción en filas oficialistas. Por cierto,
el objetivo del ejecutivo de la principal potencia latinoamericana con este
tipo de gestos diplomáticos es, ante todo, dar un respaldo a “sus” sectores
dominantes y otorgar más “seguridad” para los negocios en Brasil. Desde otra
trinchera y otra latitud, el tratado de libre comercio encubierto firmado en
2014 por Ecuador con la Unión Europea recuerda los límites de los anuncios
sobre el “fin de la noche neoliberal”, incluso por parte de uno de los
gobiernos paragones de esta perspectiva en un plano discursivo. Hoy, el
gobierno Correa enfrentado con la derecha y denunciando los peligros de un
“golpe blando” se muestra también enfrentado con movimientos sociales e
indígenas (y con una aun débil izquierda), hasta tal punto que se podría hablar
de una situación de “impasse político”, en el sentido desarrollado por el
marxista Agustín Cueva, donde la figura cesarista del presidente juega un papel
de estabilizador funcional al capital:
Ha habido momentos recurrentes en la historia de
Ecuador donde la intensidad de los conflictos horizontales, intercapitalistas,
en combinación con las luchas verticales entre las clases dominantes y
populares, resultaban demasiado como para ser soportadas por las formas
existentes de dominación. Entre medias, mientras los políticos buscaban nuevas
formas más estables de dominación, reinaba la inestabilidad hasta alcanzar un
impasse/10.
De manera más general, es necesario mencionar,
aunque no sea el único problema, la permanencia en todos los países
progresistas de un modelo productivo y de acumulación donde se entrelazan,
siguiendo varios grados e intensidades, capitalismo de Estado, neodesarrollismo
y extractivismo de recursos primarios o energéticos, con sus efectos
depredadores sobre comunidades indígenas, trabajadores y ecosistemas… Esa
tensión endógena se articula, de manera desigual y combinada, con un contexto
financiero globalizado feroz y el hecho central de la actual coyuntura:
la crisis económica que ya golpea fuertemente a la región, provocando una
brusca caída del precio de las materias primas y en particular del barril de
petróleo (que pasó de casi 150 dólares a menos de 50), terminando así con el
periodo anterior de bonanzas y desnudando de nuevo la matriz productiva
dependiente y neo-colonial de América latina, herencia maldita de siglos de
sometimiento imperialista. Este contexto corresponde a la vez a una clara
ofensiva del capital transnacional, de Estados del Norte y de algunos gigantes del
Sur (comenzando por China) para acaparar más tierras agrícolas, energía,
minerales, agua, biodiversidad, mano de obra, en una vorágine que pareciera sin
fin… hasta las últimas gotas de vida. En países como Bolivia o Ecuador donde
hay más conciencia política de estos peligros, se defiende desde el gobierno y
sus apoyos políticos la táctica –bastante sensata- de pasar por un necesario
momento industrializador-extractivista para construir la transición con algo de
fuerza económica: eso es algo como un “extractivismo transitorio posneoliberal”
que permitiría desarrollar pequeños países con pocos recursos, crear riquezas
de acumulación originaria para responder a la inmensa urgencia social que
conocen esas naciones empobrecidas y a la vez debutar un lento proceso
cambio del modelo de acumulación. No obstante, según Eduardo Gudynas,
secretario ejecutivo del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES):
No hay ninguna evidencia de que eso esté ocurriendo
por varias razones: la primera es que la forma en que se usa la riqueza
generada por el extractivismo en buena parte se destina a programas que
profundizan más el extractivismo, por ejemplo, aumentar las reservas de
hidrocarburos o alentar la exploración minera. Segundo, los extractivismos
tienen derrames económicos que inhiben procesos de autonomía en otros sectores
productivos, tanto en la agricultura como en la industria. El Gobierno tendría
que tomar medidas de precaución para evitar esa deformación y eso no está
ocurriendo, de hecho hay una deriva agrícola a promover cultivos de exportación
mientras se aumenta la importación de alimentos. Tercero, como los proyectos
extractivos generan tanta resistencia social (ejemplos recientes son el de los
Guaranís de Yategrenda, Santa Cruz, o la reserva Yasuni en Ecuador), los
gobiernos tienen que defenderlos de forma tan intensa que refuerzan la cultura
extractivista en amplios sectores de la sociedad y por tanto inhiben la
búsqueda de alternativas/11.
De hecho, no es una casualidad que el ciclo de
luchas populares y movilizaciones que está emergiendo en el corazón de América,
anunciando –tal vez– un nuevo periodo histórico de luchas de clases, esté
directamente ligado a estas depredaciones, represiones y sus consiguientes
resistencias socio-territoriales:
La resistencia está centrada en la minería y los
monocultivos, en particular la soja, así como en la especulación urbana, o sea
en los diversos modos que asume el extractivismo. Según el Observatorio de
Conflictos Mineros en la región hay 197 conflictos activos por la minería que
afectan a 296 comunidades. Perú y Chile, con 34 conflictos cada uno, seguidos
de Brasil, México y Argentina, son los países más afectados/12.
Esta tendencia se manifiesta en el contexto ya
descrito de fuertes sombras en relación al crecimiento económico de los últimos
años, la profunda crisis del capitalismo mundial que sigue su curso y la
permanencia de inmensas desigualdades sociales y asimetrías regionales en todo
el continente. Por otra parte, es menester subrayar la importante ofensiva de las
diversas derechas empresariales y mediáticas como también de las oligarquías de
la región que aprovechan el fin de la hegemonía progresista para retomar el
terreno perdido desde hace 15 años frente a los diferentes líderes carismáticos
y dirigentes progresistas. Esas derechas conservadoras y neoliberales siguen
controlando –en el plano político– ciudades, regiones y países claves (como
México y Colombia), amenazando de manera constante los derechos arrancados en
la última década y el proceso de nueva integración regional más autónoma de
Washington. Sabemos que estas fuerzas regresivas se mostraron, y se muestran,
listas para organizar múltiples formas de desestabilización, e incluso golpes
de Estado (como lo fue en la última década en Paraguay, Honduras, Venezuela),
con el apoyo explícito o indirecto de la agenda imperial de EE UU/13.
Sin embargo, desde abajo, protestas populares
multisectoriales, pueblos originarios, estudiantes y trabajadores ponen también
en el tapete su propias agendas y reivindicaciones, realzando los límites de
las transformaciones de fondo realizadas en países donde gobiernan fuerzas
“posneoliberales” y su absoluta ausencia donde todavía dominan las derechas
neoliberales, denunciando las diversas formas de represión, intimidación o cooptación
en ambos casos: oposición colectiva a la soja transgénica o huelgas obreras en
Argentina; grandes movilizaciones callejeras de la juventud en las principales
ciudades brasileñas demandando el derecho a la ciudad y contra la corrupción;
crisis profunda del proyecto bolivariano, violencia de la oposición y
reorganización del movimiento popular en Venezuela; en Perú, luchas campesinas
e indígenas en contra de megaproyectos mineros (como el proyecto Conga); en
Chile, Mapuche, asalariados y estudiantes denunciando con fuerza la herencia
maldita de la dictadura de Pinochet; en Bolivia, críticas de la Central Obrera
Boliviana y de sectores del movimiento indígena hacia la política de
“modernización” de Evo Morales; en Ecuador, abandono por parte del presidente
Correa del proyecto Yasuní que debía dejar el petróleo bajo tierra y
enfrentamiento entre el ejecutivo, la Confederación de Nacionalidades Indígenas
del Ecuador (Conaie) y franjas significativas de la sociedad civil organizada;
en Colombia, una larga búsqueda de una paz verdadera, es decir una paz con
transformación social, económica y reforma agraria, etc.
El escenario es tenso y movedizo. Pero, a pesar de
todo el “viejo topo de la historia” (en el sentido que lo entendía Marx) sigue
cavando y junto con él se despliegan una gran variedad de experiencias de
luchas sociales, conflictos de clases y debates políticos acompañados de
múltiples ejercicios de poder popular, alternativas radicales y utopías en
construcción/14. Si algunos intelectuales críticos pudieron creer –y
hacer creer–, durante un tiempo, que América Latina –o mejor dicho Abya Yala–
alcanzaría el nuevo El Dorado del “socialismo del siglo xxi” gracias a un “giro
a la izquierda” gubernamental y victorias electorales democráticas, sabemos que
los caminos de la emancipación son más complejos, profundamente sinuosos y que
los aparatos de poder (militares, mediáticos, económicos) de las oligarquías
latinoamericanas e imperiales son sólidos, resilientes, enquistados, e incluso
feroces cuando es necesario. Transformar las relaciones sociales de producción
y desbaratar las dominaciones de “raza” y de género en las sociedades de
Nuestra América es una dialéctica que tendrá que partir, sin duda y de nuevo,
desde abajo y a la izquierda, desde la autonomía y la independencia de clase,
pero siempre en clave política, y no desde un ilusorio cambio sin tomar el
poder. Eso es sin negar que estos intentos colectivos de poder popular deban
continuar apoyándose en avances electorales parciales o puedan considerar la
importancia de conquistar espacios institucionales y partidarios dentro del
Estado, si -y solo si- el desarrollo de tales nuevas políticas públicas se
ponen al servicio de los “comunes” y de los subalternos. ¿Se puede utilizar el
Estado para terminar con el Estado… capitalista, usándolo un tiempo como
barrera de contención de colosales fuerzas hostiles ajenas? ¿o, como lo
constató Marx, el Estado por ser fundamentalmente criatura de los dominantes no
puede ser herramienta nuestra sin arriesgar colonizarnos, mente, alma y
practicas? Es evidente que el control del ejecutivo representa “sólo” la
conquista de un poder parcial, y aún más limitado si no se posee mayoría
parlamentaria y una base social movilizada/15:
recordemos las lecciones de Chile y de cómo se derrotó en 1973 a Salvador
Allende y la vía institucional al socialismo de la Unidad Popular… Por eso un
gobierno de izquierda y de los pueblos, muestra su verdadero carácter
alternativo cuando sirve de palanca y estímulo para las luchas auto-organizadas
de los trabajadores y de los movimientos populares o indígenas, favoreciendo
dinámicas de empoderamiento real, transformación de la relaciones sociales de
producción, construcción de autogestión y caminos emancipatorios desde y
para el “bien vivir”. En el caso contrario, las fuerzas políticas de
izquierda están condenadas a gestionar el orden existente, e incluso en momento
de inestabilidad a elevarse por encima de la clases sociales de manera
bonapartista para perpetuar el leviatán estatal, administrando la dominación de
manera más o menos “progresista”, con más o menos roces con las elites locales.
Sin duda, la inflexión y dudas actuales representan
peligros y oportunidades; es también el momento de volver a discutir lo nuevo
sin olvidar lo “viejo” y debatir sobre las estrategias anticapitalistas y sus
herramientas políticas para construir lo que proponemos llamar un ecosocialimo
nuestroamericano del siglo xxi: un proyecto que no sea calco ni copia, que
rechace dejar agobiarse por las tácticas electorales cortoplacistas, por las
luchas de caudillos y de aparatos burocráticos, pero sin tampoco aceptar el
arrastre y la ilusión de la construcción de una pluralidad de autonomías
sociales sin proyecto político común, un mínimo centralizado. Con este propósito,
es fundamental abrir los ojos, el olfato, los sentidos y los corazones a los
experimentaciones colectivas en curso, a menudo existentes por debajo y por
encima de los radares mediáticos consensuales, sin duda todavía dispersas o
pocos conectadas, pero que conforman una inmenso rio de luchas en permanente
transformación, desde lo real y lo concreto, desde sus errores y aciertos.
Experiencias que permiten entender dinámicas emancipadoras, tentativas
originales colectivas y los peligros que deben enfrentar o sortear. Por cierto,
no nos permiten mostrar una forma ideal de tentativas de sublevación exitosas,
sino más bien un mosaico de praxis-saberes-accionares: algunas centradas desde
el campo-agrario y lo territorial, otras más desde lo productivo y las fábricas
recuperadas, otras desde lo barrial y comunitario urbano, otras también
iniciadas desde políticas estatales o institucionales pero controladas por sus
usuarios: luchas de las mujeres en contra de la violencia patriarcal, de los
sin techo, de los indígenas, de la clase obrera en varios países, ejemplo de la
agroecología alternativa en Colombia, de los reclamos de “buen vivir” en
Ecuador, de los consejos comunales en Venezuela, de la fábricas sin patrones en
Argentina, de los medios comunitarios en Brasil y Chile, de las rondas
comunitarias en Perú y México, etc.
Iniciativas organizativas locales de toma y
ejercicio de poder popular, virulentas protestas callejeras de rechazo a
decisiones orquestadas desde el poder nacional y transnacional; pero también, asambleas
constituyentes de refundación utópica, recuperación de las riendas de la política
por parte de los Estados: los caminos de la emancipación están lejos de ser
unívocos. En tanto experimentaciones, suponen ensayos, titubeos y repliegues.
Pero también, conquistas. Complejas, a veces contradictorias, pero profunda y
sinceramente esperanzadoras, experiencias (que) constituyen un alimento para
quienes participan en la tarea de reinventar las sociedades y la manera de
hacer política, sean estos ciudadanos de los países de la región o mujeres y
hombres que han emprendido el esforzado camino de la resistencia y la
emancipación, desde otras geografías/16.
Esa pluralidad de voces y de ejemplos posibilita
retomar el hilo de una discusión que ya recorre las venas abiertas del
continente; permite pensar más allá y más acá de proyectos progresistas
gubernamentales, asumiendo que es, al mismo tiempo, indispensable crear frentes
socio-políticos para enfrentar las amenazas del regreso masivo de las derechas
y del imperialismo en Suramérica. Sobre todo, nos obliga a pensar a
contracorriente, en contra de una “izquierda contemplativa, institucional,
administrativa, una izquierda de aspirantes a funcionarios y funcionarias, una
izquierda sin rebeldía, sin mística, una izquierda sin izquierda”/17.
Y también saber pensar en contra de nuestros propios mitos desarrollistas y
teleológicos, asumiendo la urgencia global de un planeta maltratado al borde
del colapso ecológico y climático. Por cierto, es esencial reconocer que estas
diversas experiencias y vivencias que mencionamos aquí brevemente sobre cómo
cambiar el mundo son contradictorias, incluso divergentes: algunas
aisladas, muy localizadas y otras, al contrario, institucionalizadas o
dependientes del Estado. De allí el interés de retomar los grandes debates
estratégicos del siglo XX, pero desde los tiempos actuales y con en memoria los
balances de las dolorosas derrotas pasadas: ¿Cómo emprender una transición
poscapitalista y ecosocialista en el siglo XXI? ¿Cuáles serán el papel de las
herramientas político-partidarias y de los movimientos en este tránsito? ¿Qué
papel de las fuerzas armadas, del sistema parlamentario, de los sindicatos?
Destruirlos, utilizarlos, transformarlos, evitarlos, fisurarlos… muy bien, pero
en cualquier caso: ¿cómo? ¿Y de qué manera reconstruir sentidos comunes,
hegemonía cultural y una izquierda anticapitalista desde y para el
pueblo? ¿Cómo evitar forjar ilusiones en torno a pequeños grupos de afinidades
cerrados sobre ellos mismos y, al mismo tiempo, no repetir el horror
burocrático y estadocentrico del siglo XX?
La gran Rosa Luxemburgo advertía, en 1915, “avance
al socialismo o regresión a la barbarie”. En 2015, sus palabras cobran un
sentido aún más catastrófico y premonitorio: “ecosocialismo o ecocidio global”.
Sin dudas, es desde la “osadía de lo nuevo” que podremos volver a soñar en
derribar los muros del capital, del trabajo asalariado, del neocolonialismo y
del patriarcado:
Cambiar el mundo suena muy ambicioso. Es más,
parece bastante arriesgado si se toma en cuenta todos los grupos de poder que
jamás permitirían que se desmonte la civilización capitalista. Pero en las
actuales circunstancias, no hay otra alternativa. Las condiciones de vida de
amplios segmentos de la población y de la Tierra misma, se deterioran
aceleradamente. Nos acercamos a un punto sin retorno. Y la opción de cambiar de
planeta no existe. (…) Debemos aceptar el desafío. Debemos ser rebeldes ante el
poder (y quizá hasta desear su destrucción). Debemos aceptar nuestras limitaciones
como seres humanos dentro de la Naturaleza. Debemos odiar toda forma de
explotación. Debemos ser quienes nos levantemos contra las injusticias y contra
quienes las cometan. No debemos resignarnos. Tenemos que seguir exigiendo y
construyendo lo imposible/18.
La tarea ya comenzó, es pan de hoy día y seguirá
mañana.
Santiago de Chile, invierno austral 2015.
1/ Tales como la construcción de Estados
plurinacionales, la instalación de derechos sociales más o menos
institucionalizados, la creación de asambleas constituyentes y de espacios de
participación comunitaria o el impulso integracionista regional.
2/ García Linera, Álvaro, Las tensiones
creativas de la Revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio, La
Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, 2011. En: www.rebelion.org/docs/134332.pdf.
3/ Emir Sader, “¿El final de un ciclo (que no
existió)?”, Pagina 12, Buenos Aires, 17 de septiembre de 2015 y Marta
Harnecker, “Los movimientos sociales y sus nuevos roles frente a los gobiernos
progresistas”, Rebelión, 07-09-2015, http://rebelion.org/noticia.php?id=202910.
4/ Es necesario anotar aquí que, para nosotros, el
actual gobierno chileno de Michelle Bachelet se sitúa claramente fuera de esta
categoría “progresista posneoliberal suramericana” por ser fundamentalmente una
continuidad “reformista” del neoliberalismo de los gobiernos de la Concertación
que dirigieron el país entre 1990 y 2010. Cf. F. Gaudichaud, Las fisuras del
neoliberalismo. Trabajo, “Democracia protegida” y conflictos de clases,
Buenos Aires, CLACSO, abril 2015. En: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20150306041124/EnsayoVF.pdf5/
Modenesi, Massimo, “Revoluciones pasivas en América Latina. Una
aproximación gramsciana a la caracterización de los gobiernos progresistas de
inicio de siglo”. En: Modenesi, Massimo (coord.),Horizontes gramscianos.
Estudios en torno al pensamiento de Antonio Gramsci, México, fcpys-unam,
2013.
6/ Zibechi, Raúl, “Hacer balance del progresismo”, Resumen
latinoamericano, 4 de agosto del 2015. En: www.resumenlatinoamericano.o....
7/ Katu Akornada, “¿Fin del ciclo progresista o
reflujo del cambio de época en América Latina? 7 tesis para el debate”, Rebelión,
8 de septiembre del 2015, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=203029.
8/ Massimo Modenesi, “¿Fin del ciclo o fin de la
hegemonía progresista en América Latina?”, La Jornada, 27 de septiembre
del 2015.
9/ Massimo Modenesi, “¿Fin del ciclo o fin de la
hegemonía progresista en América Latina?”, op. cit.
10/ Jeffery R. Webber, “Ecuador en el impasse
político”, Viento Sur, 20 de septiembre de 2015,http://vientosur.info/spip.php?article10496.
11/ Ricardo Aguilar Agramont, “Entrevista a Eduardo
Gudynas: La derecha y la izquierda no entienden a la naturaleza”, La Razón,
23 de agosto de 2015.
12/ Zibechi, Raúl, “Hacia un nuevo ciclo de luchas en
América Latina”, Gara, 3 de noviembre del 2013,http://gara.naiz.info/paperezkoa/20131103/430771/es/Hacia-nuevo-ciclo-luchas-America-Latina.
13/ Franck Gaudichaud, “El peso de la historia. América
Latina y la mano negra de Washington”, Le Monde Diplomatique, edición
chilena, julio de 2015.
14/ Pablo Seguel, “América Latina actual. Geopolítica
imperial, progresismos gubernamentales y estrategias de poder popular
constituyente. Conversación con Franck Gaudichaud”. En: gesp (coord), Movimientos
sociales y poder popular en Chile, Tiempo robado editoras, Santiago, 2015,
pp. 237-278.
15/ Cf. Marta Harnecker, “Los movimientos sociales y
sus nuevos roles…”, op. cit.
16/ Tamia Vercoutère, prólogo a la edición ecuatoriana
del libro América Latina. Emancipaciones en construcción (Quitogo, IEAN,
2013).
17/ Pablo Rojas Robledo, “Hay que sembrarse en las
experiencias del pueblo”. Fin de ciclo, progresismo e izquierda. Entrevista con
Miguel Mazzeo”, Contrahegemonía, septiembre 2015,http://contrahegemoniaweb.com.ar/hay-que-sembrarse-en-las-experiencias-del-pueblo-fin-de-ciclo-progresismo-e-izquierda-entrevista-con-miguel-mazzeo.
18/ Miriam Lang, Belén Cevallos y Claudia López
(comp.), La osadía de lo nuevo. Alternativas de política económica,
Quito, Fundación Rosa Luxemburg/Abya-Yala, 2015, pp. 191-192.
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