FERNANDO ARANCÓN· 27 DIC, 2013
En 1904, el político y geógrafo inglés Halford John Mackinder elaboró una teoría generalista sobre el pasado, presente y futuro del
poder mundial. Esta teoría, llamada Teoría del Heartland venía a decir que, a
nivel histórico, quien controlase la zona de Asia Central-Rusia
Central-Siberia, tenía bastantes probabilidades de controlar tanto
el resto de Asia como el resto de Europa, pudiendo así obtener una posición
privilegiada de cara al dominio mundial. Esta especie de profecía geopolítica nunca
ha llegado a darse realmente, aunque sí es cierto que en varios momentos de la
historia ha estado cerca de cumplirse.
En los últimos tiempos se ha relacionado este poder del Heartland con el
ascenso vertiginoso de China, que regionalmente es una potencia consolidada y a
nivel global es una firme candidata a lograr el título de superpotencia en las
próximas décadas. Por tanto, aunque esta teoría de principios del siglo XX sea
simplista e inconcluyente en muchos aspectos, es interesante porque se ha
tomado repetidamente como modelo de política exterior o económica, por lo que
aquí intentaremos encajar la proyección del auge chino con las predicciones del
geógrafo inglés.
La idea de Mackinder, apoyada en la Historia
Como decimos, en 1904 John Mackinder dio una conferencia titulada “El
pivote geográfico de la historia”. En este discurso se incluía la idea de que,
históricamente, el poder se había expandido por un medio geográfico
determinado. Hasta la Edad Moderna (1453 o 1492), la expansión se había dado a
través del medio terrestre, gracias al caballo y los ejércitos
montados. Añadía también el hecho de que hasta esa época todas las grandes
invasiones que habían sufrido Europa o Asia provenían de una región en
concreto: Asia Central.
En la Edad Antigua, en los primeros siglos después de Cristo, los hunos
comenzaron una expansión desde la zona de Mongolia y Asia Central hacia el
resto de Eurasia. De
hecho, esta expansión fue uno de los motivos de construcción de la Gran Muralla
China. Por ese mismo continente llegaron a la India y a Persia, mientras que en
su expansionismo por Europa durante el siglo V d.C estuvieron a punto de
destruir el Imperio Romano de Occidente –que sólo aguantó veinte años más–.
Casi mil años después, durante el siglo XIII, los mongoles llegaron desde
Mongolia –en su etapa inicial liderados por Gengis Khan– hasta el sur de China,
Irán, Turquía o países actuales tan distantes como Ucrania o Rumanía.
Mapa: conquista del Heartland por parte del Imperio
Mongol
A partir del siglo XV, con el desarrollo de la navegación ultramarina y
la llegada a América de los europeos, el medio de expansión más
rápido y eficaz deja de ser la tierra y pasa a ser el mar, por lo
que la “ventaja” que tenía el Heartland respecto a la capacidad de expansión se pierde. Ahora son los países
europeos con amplio acceso al mar quienes se expanden de manera extraordinaria.
España, Inglaterra, Francia y Holanda llegan a conseguir extensos territorios
fuera de Europa gracias al desarrollo de sus armadas y al comercio marítimo. Es
más, con la movilidad naval ganan en penetración terrestre, por lo que el efecto del corazón continental se ve aún más reducido.
También las estructuras políticas, económicas y militares han cambiado desde
las grandes invasiones. En la zona de Asia Central siguen existiendo tribus o
pueblos desunidos y que tecnológicamente no se han desarrollado, mientras que
los pueblos europeos, que siglos atrás tenían una capacidad tecnológica similar
a la de los invasores asiáticos, han desarrollado armas de fuego potentes,
formas de gobierno eficientes, infraestructuras de calidad, poblaciones
numerosas y medianamente densas, etc.
En este punto parece que la teoría de Mckinder se
diluía en el propio devenir de la historia, pero entonces llegó un avance que
devolvió la vida al maltrecho Heartland: el ferrocarril. Gracias a este invento
se empezaba a reequilibrar la carrera entre la tierra y el mar. No cabe duda de
que el ferrocarril ha sido uno de los puntos de inflexión en la historia
mundial; acortaba el tiempo de desplazamiento de ejércitos y productos, y
aumentaba la capacidad de transporte entre un punto y otro, especialmente en
sitios alejados del mar.
Así llegamos a 1904, donde nuestro autor explica de manera más amplia
todo lo comentado anteriormente. El medio terrestre parece que de nuevo le está
ganando la partida al mar, por lo que esta teoría del Corazón Continental resucitaba. De manera más amplia,
debía haber ahora una potencia terrestre y una potencia marítima, que básicamente
pugnarían por ese control del Heartland. Quien controlase el Corazón
Continental, controlaría el “cinturón interior”, zona que comprendía el resto
de la Europa y Asia continental, y quien controlase ese cinturón interior,
probablemente acabase controlando el “cinturón exterior”, que venía a ser el
resto del mundo.
La lucha por el Heartland
Para entender este modelo también debemos verlo desde la óptica de la
época en el que Mackinder lo propuso. En 1904, Gran Bretaña era la potencia
indiscutible. Su imperio colonial era el más extenso del mundo y su poder naval
resultaba abrumador. En cambio, como potencia terrestre, había ciertas dudas.
¿Era el Imperio Ruso, ocupante efectivo del Heartland pero industrial y
militarmente atrasadísimo? ¿Sería Alemania, potencia terrestre al alza y que miraba
con cierto apetito al este de Europa?
A finales del siglo XIX casi estalla una guerra entre británicos y rusos
en Afganistán e India por el control de Asia Central, una
región geoestratégica clave según Mackinder. La
cuestión de entonces era no quién iba a controlar el corazón continental,
puesto que se sabía ya sobradamente que en su mayoría esta zona estaba bajo el
dominio del Imperio Ruso, sino si éste iba a ser capaz de desarrollar el
potencial suficiente para “cumplir la profecía geográfica”.
Mapa: conquista del Heartland por parte del Imperio
Ruso
La Primera Guerra Mundial evidenció que Rusia no era y no iba a ser ese
candidato a dominador mundial. Su ejército, pésimamente armado, apenas hizo
nada en la guerra al no haber una capacidad industrial detrás que respaldase
ese esfuerzo. Llegó la Revolución de Octubre, Rusia cambió su nombre por el de
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas con una dura guerra civil
acompañada por hambrunas, y el puesto de Potencia Terrestre se quedó otra vez
sin candidato al estar también Alemania puesta contra la lona tras el Tratado
de Versalles.
El siguiente momento en el que saltaron las alarmas fue durante la
Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña todavía mantenía el estatus de potencia
marítima aunque le quedaba un lustro para perderlo a manos de Estados Unidos, mientras
que la alianza Alemania-URSS hacía temer que se consumase la
gestación definitiva de una potencia terrestre. La ruptura de esa
alianza con la guerra entre ambos hizo que el remedio fuese peor que la
enfermedad. Si Alemania, que dominaba de manera efectiva casi toda Europa
Occidental, dominaba también la enorme extensión que suponía la URSS con su
Heartland incluido, el Mundo acabaría siendo alemán. El presidente
norteamericano Franklin D. Roosevelt ya entreveía esta posibilidad en el
célebre discurso “El arsenal de la democracia” del 29 de diciembre de 1940:
“Los líderes nazis de Alemania han dejado claro que
pretenden no sólo dominar toda forma de vida y pensamiento dentro de su propio
país, sino también esclavizar a toda Europa y entonces hacer uso de sus
recursos para dominar el resto del mundo. (…) ¿Alguien cree realmente que
necesitamos temer un ataque mientras permanezca en el Atlántico como nuestro
más poderoso vecino naval una Gran Bretaña libre? ¿Alguien cree realmente, por
otro lado, que podríamos descansar en paz si las potencias del Eje fueran
nuestro vecino ahí? Si Gran Bretaña cae, las potencias del Eje controlarán los
continentes de Europa, Asia, África, Australia y los océanos. Y entonces se
encontrarán en situación de convocar enormes recursos militares y navales
contra este hemisferio.”
Desde Estados Unidos sabían perfectamente que si la URSS y Gran Bretaña
caían, ellos acabarían haciendo lo mismo en un tiempo. Finalmente, la máquina
de guerra alemana acabó ahogándose en Rusia, teniendo que retroceder todo lo
andado hasta Berlín.
Dos potencias enfrentadas por el control global
El medio siglo posterior estaría marcado por la Guerra Fría entre
Estados Unidos y la URSS. Ahora sí había verdaderamente una potencia marítima
con una capacidad de despliegue global (EEUU) y una potencia terrestre, de
enorme extensión, con muchos recursos, una industria potente y un ejército
numeroso y bien armado que además controlaba el Heartland (la URSS). El modelo de Mackinder de esa lucha de gigantes empezaba a
cuadrar.
Mapa: dos potencias enfrentadas, OTAN vs. Pacto de
Varsovia
El inconveniente que había ahora era la amenaza nuclear, que implicaba la destrucción mutua si la situación se les iba de las
manos, así que todo acabó derivando en la llamada “doctrina de la contención”,
que trataba de impedir cualquier expansión, tanto territorial como de
influencia, por parte de las dos potencias. De hecho, para que veamos la
importancia que esta contención soviética suponía para los Estados Unidos, el
presidente Reagan llegó a decir en 1988, casi cincuenta años después de que
Roosevelt se refiriese a la contención nazi, lo siguiente:
“La primera dimensión histórica de nuestra
estrategia es relativamente simple, clara y enormemente sensata. Es la
convicción de que los intereses de seguridad nacional fundamentales de los EEUU
se pondrían en peligro si un estado o grupo de estados hostiles dominaran la
masa de tierra euroasiática. Y desde 1945 hemos procurado evitar que la URSS
sacara partido de su posición geoestratégica ventajosa para dominar a sus
vecinos de la Europa Occidental, Asia y Oriente Medio, con lo que se alteraría
el equilibrio global de poder en nuestro perjuicio.” (Geografía Política, Taylor, P y Flint, C. 2002)
La Guerra Fría acabó en 1991 con la desaparición de la URSS, y
con ella, la idea de que una superpotencia surgiese del Heartland.
Su heredera más directa, Rusia, estaba inmersa en una crisis tan profunda que
la relegaba a la segunda división geopolítica. Por otro lado, las ex-repúblicas
soviéticas de Asia Central (Kazajistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Turkmenistán
y Tayikistán) se convertían en dictaduras tremendamente corruptas, con
rivalidades étnicas. Mongolia no había sido nunca relevante como estado y no
tenía previsiones de serlo. Y finalmente, China, en 1991, acababa de despertar
del funcionamiento comunista y apenas había echado a andar por la senda
capitalista. Parece que de nuevo estaba vacante la plaza de potencia terrestre.
China, candidata a potencia terrestre
Cuando Mackinder elaboró su teoría en los primeros años del siglo XX, es
poco probable que pensase en China como un candidato aceptable para dominar el
Heartland. Mackinder sentía cierta fascinación por el Imperio Ruso, que en
aquellos años llevó a cabo reformas políticas y económicas en su interior para
impulsar la industria en un país fundamentalmente agrario. Y quizás no pensó en
China porque el ahora gigante asiático era entonces un cortijo de las potencias
europeas, y el emperador del lugar poco tenía que decir. Gobernaba – por decir
algo – el centro y norte de lo que hoy es China. El resto: factorías europeas,
influencia europea y todo dominado por europeos. Como es lógico, los chinos
acabaron rebelándose y los europeos optaron por salir de allí, no sin antes
provocar que China acabase en un mosaico de varios estados en un régimen casi
feudal. Hasta la victoria de Mao Tse-Tung en 1949, no podemos decir que China
fuera un país totalmente unificado y controlado efectivamente por un poder
central.
Siguiendo fielmente la delimitación original del
Heartland de Mackinder, las regiones del noreste
de China entran dentro del Corazón Continental. Más concretamente, podemos
incluir a la región de Xinjiang, poblada mayoritariamente por uigures musulmanes
dentro de ese espacio conquistador. Así, China tiene medio pie metido en el
Corazón. Tampoco es que eso sea lo importante, las líneas en los mapas, como
las fronteras, es algo imaginario, así que podemos extender el área del
Heartland a parte de China.
A finales de la década de 1990 y sobre todo en los primeros años del
siglo XXI, China ha conocido un desarrollo económico sin precedentes.
El tercer país más extenso del planeta y el más poblado; unas tasas de
crecimiento vertiginosas que se creían imposibles de mantener a medio plazo en
un país tan grande; un comercio exportador que poco a poco va copando el
mercado; un presupuesto en defensa que no deja de aumentar; una política exterior
ambiciosa; un poder económico apabullante al no tener apenas deuda pública ni
una moneda que fluctúe (el yuan es la única moneda potente que no está en el
sistema de cambio flexible)
En definitiva, la constatación de que en la última década no ha habido
tal crecimiento de poder en ningún país o región del mundo. Se empieza a hablar
de que China podría ocupar muy pronto, si no lo ha hecho ya, el trono de
potencia terrestre. Como bien dijo Napoleón: “Cuando China despierte, el
mundo temblará”.
¿La potencia mundial del S.XXI? ¿Acertará
Mackinder?
En el recién empezado siglo XX, todavía las armas hacían más daño que
cualquier otra herramienta a disposición de gobiernos o élites. Durante la
etapa colonial, unos cuantos cientos de hombres con armas de fuego podían
someter extensísimos territorios, igual que los hunos arrasaron con media Europa
por el simple hecho de tener caballos. La dicotomía tierra/mar duró hasta casi
el fin de la URSS, quizás complementado por el aire, aunque sin duda no como
medio independiente o comparable a la tierra o el mar.
Ahora, las cosas han cambiado. Y mucho. Las armas ligeras son
relativamente baratas y fáciles de adquirir donde no hay un control estatal
fuerte – véase África – ; el sistema internacional está organizado mínimamente
gracias a la ONU y al Derecho Internacional, y las armas, afortunadamente, no son
sacadas tan alegremente como hasta hace setenta años. Pero no por esto vivimos
en un mundo más seguro o menos agresivo. El poder mundial es como la
energía: ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Cambia
de manos o de manera de ejecutarse, pero siempre hay poder.
Estados Unidos nunca ha parecido comprender el poder “blando” o
económico –al menos su gobierno, porque su sector privado lo ha entendido a la
perfección–. Siempre han optado por la fórmula clásica, la guerra.
Ya sea a través de guerras con ejércitos profesionales, como en el caso de Irak
o Afganistán, o mediante guerras encubiertas,
como los golpes de estado en América Latina o la lucha de los talibanes contra
los soviéticos en Afganistán en los años ochenta.
En cambio China, en su reconversión del comunismo al capitalismo, ha
entendido a la perfección que este mundo ya no lo dominan las armas sino el
dinero. Dar una orden económica puede ser infinitamente más efectivo que
guerrear contra un país o usar las armas. El dinero es el arma del siglo
XXI. ¿El medio? El ciberespacio. Tierra y mar se ven cada vez más
eclipsados por lo que supone lo virtual.
Quien piense que Estados Unidos o China no pueden hacer quebrar un país
y hundirlo en la miseria en unas horas, tecleando cuatro cosas y levantando un
par de veces el teléfono, vive en un paraíso feliz. A punto ha estado Alemania
de hacerlo con Grecia, no iba a ser capaz entonces de hacerlo Estados Unidos
con cualquier otro…
China y Estados Unidos van a combatir. Van a acabar peleando la influencia hasta en el islote más perdido del
Pacífico si hace falta. Estados Unidos languidece como potencia marítima
mientras China crece como la terrestre. La influencia china en Asia es enorme y
eso pone nerviosos a muchos, especialmente a los vecinos. Porque todas las
potencias, antes o después, se sienten encerradas y apretadas en el territorio
que tienen por grande que sea. No es el hecho de expandirse territorialmente,
sino de aumentar su influencia. Y si los vecinos son reticentes a ello, mal
asunto; empiezan los nervios.
Que desde Pekín hayan querido vallar para ellos los islotes del Mar de
China ha hecho que más de uno tenga
la mosca detrás de la oreja. De momento el marcador
está ‘Potencia terrestre 0 – Potencia marítima 4′. Para el próximo partido
queda poco.
Las apuestas están a que una posible Tercera Guerra Mundial sería
principalmente entre Estados Unidos y China, en un futuro inexacto. ¿Quién se proclamaría vencedor en la disputa por el control
mundial? ¿Será China, una potencia del Heartland, del interior del
gran continente Euroasiático, como profetizaba Mackinder? ¿O será por el
contrario Estados Unidos, una potencia del exterior del Corazón Continental?
Hagan sus apuestas. Ha empezado la conquista del mundo.
.
Nacido en Madrid, en 1992. Graduado en Relaciones Internacionales en la
UCM. Máster en Inteligencia Económica en la UAM. Analista de Inteligencia.
Especialista en geopolítica y entornos estratégicos.
Fuente: Wikipedia
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COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
26 de octubre de 2015
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