Entrevista con Darren Roso
01/03/2017
| Isabelle Garo
[Darren Roso, joven investigador australiano, acaba
de redactar un libro sobre Daniel Bensaïd, destinado a convertirse en obra de
referencia, que aparecerá en 2017 en las ediciones Brill (Historical
Materialism Boor Series) bajo el título Daniel Bensaïd: From the Actuality of Revolution to
the Melancholic Wager (De la acualidad de la revolución a la apuesta
melancólica). Publicamos esta entrevista con motivo de esta próxima aparición.
La versión completa de esta entrevista es accesible en la web de la revista
ContreTemps: http://www.contretemps.eu/]
ContreTemps: ¿Cómo has descubierto la obra de
Daniel Bensaïd?
Darren Roso: He descubierto la obra de Daniel Bensaïd por
casualidad en 2011, tras haber descubierto un ejemplar de Marx l’intempestif
(Daniel Bensaïd, Marx Intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura
crítica, Ediciones Herramienta, 2003, ntd) en una librería radical local.
No había contactado con Bensaïd con anterioridad, pero me he quedado intrigado
hojeando el libro y descubriendo las referencias a Spinoza y Hegel, a la lucha
de clases o al tiempo. Ignoraba el contexto de este libro, el debate francés
sobre Marx y la singular historia de la Liga Comunistea Revolucionaria, en la
que se inscribe la trayectoria de Bensaïd. El marco teórico y el lenguaje
filosófico eran diferentes –pero no incompatibles- con el que yo había sido
educado en el marxismo, lo que se podría llamar la tradición socialista
internacional, de la que las figuras más relevantes eran Tony Cliff, Duncan
Hallas y Chris Harman.
¡Había nacido mi curiosidad y ella fue
irreversible! Me he procurado todo lo que podía encontrar en inglés, ya que en
la época no hablaba ni una palabra de francés. Me han impresionado sus escritos
sobre Lenin, los ensayos reunidos en Estrategias de Resistencia y el
homenaje redactado por Sébastien Budgen en International Socialism. He
vuelto sin cesar a Marx l’ntempestif, porque me gustaba lo que leía y he
pensado que había cosas a decir más allá de las fronteras del mundo francófono
e hispanófono. Marx l’ntempestif me parecía hablar del presente por
encima de los límites de la tradición.
A continuación, durante los años 2012-2013, tuvo
lugar um importante debate en la izquierda radical australiana sobre la
cuestión de la unidad revolucionaria y sobre la organización. Ese momento fue
capital en mi exploración del pensamiento de Daniel Bensaïd. Como saben los
camaradas franceses, él ha tratado en profundidad la cuestión de la pluralidad
de las tradiciones y de las organizaciones. Pluralidad no quiere decir
confusión. Era también un partidario infatigable de una Marx político y revolucionario.
Para mí esta obra política y teórica se superponía
con el debate que tenía lugar entonces en Australia. Los partidarios de la
unidad defendían la unidad revolucionaria, sobre la base de un programa
revolucionario claro. Quienes reconocían esa necesidad eran bienvenidos, lo que
significaba que no era necesario liquidar las controversias políticas del
pasado o las tradiciones políticas anteriores. ¡Y hubo muchos desacuerdos! Pero
lo que importaba, desde el punto de vista del presente, era que todos nos
uniésemos sobre un programa común, revolucionario, marxista.
CT: ¿Por qué has decidido escribir este libro y
como lo has realizado?
D.R.: La eventualidad de redactar el libro sobre Bensaïd
no era evidente. En primer lugar contacté con Michael Löwy para someterle una
propuesta de investigación, que aceptó. A continuación he discutido con algunos
camaradas experimentados en materia de redacción y les propuse elaborar un
corto ensayo, subestimando ingenuamente la amplitud del proyecto. A
continuación, la toma de contacto con Sebastien Budgen en París fue
determinante para mi decisión de redactar un libro en su forma actual.
Un hilo rojo corría tras la decisión de escribir
este libro. Este hilo rojo era la preocupación de mantener la herencia y la
memoria de la “última generación de Octubre”. La memoria puede ser
destruida y por ello es indispensable que una nueva generación política tome en
serio a la “antigua” generación ¡La amnesia no conduce a una buena
política y conduce a una mala filosofía! La izquierda radical sufre tiempos
difíciles en la actualidad. Su crisis es el resultado de su incapacidad para
confrontarse decisivamente con la iniciativa capitalista. Parece que los
momentos de crisis producen hundimientos particularmente destructivos en el
seno de la memoria teórica, histórica y estratégica.
Para organizar mi trabajo sobre este proyecto he
dividido clásicamente mis tareas en tres partes. En primer lugar, he explorado
las investigaciones agrupadas sobre la web Daniel Bensaïd /1, un recurso
precioso. Losorganizadores de este proyecto merecen ser felicitados mil veces.
En segundo lugar, he buscado a la gente con la quería hablar, que tenían una
historia compartida con Bensaïd. En tercer lugar, he recogido, en la medida en
que he podido, los documentos históricos de la LCR, ContreTemps, los
libros de Bensaïd y las otras contribuciones al debate sobre Marx en Francia. A
continuación he empezado a escribir en mi apartamento, en Saint-Denis.
CT: ¿Que es lo que te parece más actual y más
fecundo en su pensamiento?
D.T.: ¡La lucha! Pienso que la lucha de clases es la
cuestión principal. Este punto de vista suministra un acceso al pensamiento más
amplio de Bensaïd. Era un hilo rojo en la época en que los hilos rojos eran
necesarios. La oposición de izquierda, y las afinidades electivas de Bensaïd,
constituidas de combatientes y teóricos valientes, eran gente que hacían, o
intentaban hacer, inteligible a su tiempo, mientras que los monstruos golpeaban
a la puerta. En particular, me gustaría subrayar cuatro puntos, que no solo son
fecundos en el pensamiento de Bensaïd sino que lo hacen ejemplar.
En primer lugar, en el interior de nuestra presente
historia, él era capaz de escribir teóricamente a la vez que estaba
comprometido en la acción militante. La relación entre el tiempo dedicado a la
teoría y sus responsabilidades políticas no ha permanecido constante a lo largo
de su vida, pero siempre las ha ligado y esa combinación debe ser preservada.
En segundo lugar, su afirmación de un necesario
desvío por Marx permanece nuestro. Marx nos importa, porque, aunque histórico,
el capitalismo es un sistema universal que condiciona la vida de millones de
mujeres y hombres sobre la tierra, que les domina, que rompe sus esperanzas y
sus sueños y que devasta el planeta. Este conjunto de relaciones objetivas hace
de la crítica de Marx un paso necesario para todos quienes arden de cólera
contra la opresión. La crítica quiere el combate contra el sistema. Bensaïd se
ha batido para ligar la razón estratégica con esta crítica. La política como
arte estratégico ha constituido el corazón y alma de su trabajo. Ha relacionado
la crítica con las hipótesis estratégicas, a fin que las estrategias rivales de
la izquierda radical se confronten unas con otras en el terreno de la lucha,
organizando, agrupando y educando a los militantes a fin de derrocar el poder
político burgués. Actualizar la razón estratégica, mantenerla, es un trabajo
militante que no puede darse por ya hecho. Esta unificación entre la teoría y
la práctica exige un partido revolucionario de masas, capaz de dar una forma
organizada a las ideas revolucionarias. Ello está muy alejado de lo que es la
izquierda radical en la actualidad, lo que frustra a tantos de sus partidarios.
En tercer lugar, el proyecto de Daniel Bensaïd se
ha confrontado con el marasmo del “desastre oscuro”, en términos de
Badiou a continuación de Mallarmé. Ese momento, el de hundimiento de la URSS,
constituye el final de una secuencia política y también el comienzo de algo
nuevo. La secuencia que se cierra plantea la cuestión de saber lo que se
termina: ¿se trata del corto siglo XXI o de las revoluciones inauguradas por
esos acontecimientos fundadores de la modernidad que son las revoluciones
inglesa, americana y francesa?
Confrontado con ese desastre oscuro, Bensaïd
trabajó para salvar un proyecto emancipador de los desastres del siglo, primero
luchando contra el hundimiento estalinista en el corazón del comunismo. Este
proyecto tiene un fuerte contenido filosófico. Con su trabajo sobre Benjamin,
después sobre Marx, me parece que es una de las principales figuras que han
trabajado filosóficamente este momento del desastre oscuro. Y más todavía, ha
aclarado este desafío, en lugar de contribuir a la desorientación. El problema
ligado con este desafío filosófico implica varias cuestiones: ¿de donde
venimos? ¿de donde deberemos partir? ¿y de donde deberemos recomenzar? La
principal lección que he retenido de esta obra es que mientras trabajemos en lo
incierto una política revolucionaria no puede evitar plantearse en permanencia
estas cuestiones.
En último lugar, sigue vigente la importancia
estética de su trabajo. Es una forma puesta al servicio de una idea, un mensaje
y un llamamiento a no ceder al capitalismo, a no simplemente reparar
ligeramente sus márgenes, sino a pelear por el comunismo. Su pluma estaba al
servicio de la gran cólera roja de los oprimidos, de todos quienes han
afrontado la tortura, la prisión, el asesinato, por haber escogido resistir a
lo intolerable y batirse por la libertad.
CT: Daniel Bensaïd ha dedicado una parte de su
trabajo a criticar los pensamientos contemporáneos, sean éstos originales o
mediocres ¿Puedes volver sobre su concepción de la lucha de ideas y sobre su
persistente importancia?
D.R.: Bensaïd estaba apasionado por las ideas y los
debates, oxigenando su pensamiento político. Ha mostrado que era posible
renovar las ideas y hacerlas accesibles. Se combinan varias dimensiones aquí,
como sus participaciones en Rouge [periódico de la LCR, ndt]sus
polémicas con sus adversarios de la izquierda y fuera de la izquierda.
En primer lugar, Bensaïd estuvo en el centro del
lanzamiento de Rouge, este hijo de mayo de 1968, publicando este
periódico clandestinamente después de la disolución de la Ligue en 1973 y tomó
la decisión de pasar a diario a finales de los años 1970 [el 23 de junio de
1973 la Ligue Communiste fue ilegalizada y su portavoz Alain Krivine
encarcelado durante varios meses por enfrentarse en la calle con una
manifestación fascista contra “la inmigración salvaje” convocada por Orden
Nuevo, uno de los antecedentes del Frente Nacional de Marine Le Pen; sus
militantes pasaron a la clandestinidad con el nombre de Front Communiste
Revolucionnaire hasta que en diciembre de 1974 la Ligue se reconstituyó con el
nombre de Ligue Communiste Révolutionnaire, que duró hasta la creación del
Nouveau Parti Anticapitaliste, en el que se integró, en febrero de 2009, ndt].
Lo utilizó como soporte de popularización de las ideas y los argumentos
radicales. Quiero decir que la energía que puso en ese periódico -sin olvidar
los otros medios de debate y discusión con la extrema izquierda- era esencial
para el combatiente elocuente de las ideas en que se había convertido,
plenamente comprometido con los debates de su tiempo. Ello implicaba traducir
las posiciones políticas y las ideas matizadas en un lenguaje esclarecedor, con
la esperanza de alcanzar una amplia audiencia entre los trabajadores, los
estudiantes, los intelectuales, entre todos quienes estaban comprometidos en la
lucha. Demasiado a menudo, la transmisión de las ideas radicales se deforma por
los filtros de la universidad y sus diplomados, como si ese fuese la cuestión
principal, mientras que importa más aún crear una cultura accesible para una
audiencia asalariada radical.
Ese es sin duda un desafío permanente para la
izquierda radical, y Bensaïd sin duda ha afrontado ese desafío haciendo
coexistir dos estilos diferentes en su obra: un estilo inmediatamente accesible
y un estilo más elaborado filosóficamente. El primero permite debatir con
figuras contemporáneas, de Michel Rocard y Lionel Jospin hasta Benny Levy,
permite popularizar a Marx, intervenir en el espacio público y es utilizado en
los cursos de formación y en los discursos dirigidos a la izquierda radical. El
segundo solo es accesible a un público más restringido, lo que no disminuye su
importancia. Es el de las críticas amigables dirigidas a Alain Badiou, Antonio
Negri, Jacques Derrida y Louis Althusser. No hay muro entre los dos estilos y
los dos desempeñan su respectivo papel en la batalla de ideas.
En los años sombríos del decenio 1980, mientras que
se proclamaba la muerte de Marx, Bensaïd no ha pensado nunca que se trataba de
un simple efecto de los medios que denunciaban a Marx con ocasión de un período
de derrota y que bastaría esperar con que mejorasen las condiciones. Las luchas
obreras estructuran el terreno de la batalla de las ideas y, de forma general,
el movimiento obrero no ha llegado a romper la espiral de la derrota desde los
años 1980. Lo que quiere decir que, en esos momentos de retroceso, era
necesaria una fuerte armadura teórica.
En tanto que intelectual revolucionario Bensaïd no
era un “profesor rojo”, a la cabeza de un saber experto para decir a los
oprimidos lo que es verdadero. No fue tampoco uno de esos intelectuales oficiales,
tan extendidos en Francia. Es importante señalarlo, ya que Daniel Bensaïd
quería sobrepasar esa historia francesa problemática que es la de las
relaciones entre movimiento obrero e intelectuales. Frecuentemente el
intelectual ha sido un compañero de ruta, siendo Sartre el ejemplo más célebre.
Cuando no eran de tipo sartriano, los intelectuales eran intelectuales de
partido, sometidos a la fuerza de gravedad del Partido Comunista y de todos sus
virajes estratégicos, que suscitaban la vieja desconfianza obrera respecto a
los intelectuales [sobre los diferentes tipo de intelectuales radicales en
Francia puede verse el artículo de Ludivien Bontigny publicado
en Viento Sur, ntd].
Pero como hemos dicho más arriba, el movimiento
obrero tiene necesidad de teoría. Es la primera clase de la historia que es
llevada a tomar el poder de forma consciente, porque ella es dominada
ideológicamente, económicamente y políticamente. Sobre este plano, la batalla
de las ideas es inseparable de la batalla por la hegemonía. La sociedad
capitalista fragmenta la conciencia, induce la fragilidad, la obediencia y la
idea recibida de que ella constituye el mejor de los mundos posibles. Para
sobrepasar ello es necesaria la teoría. La cuestión de la hegemonía nos obliga
a reconocer que los intelectuales revolucionarios están en posición subalterna
en relación con los intelectuales orgánicos de las clases dominantes que actúan
en el interior del gobierno y de las instituciones implicadas en la
reproducción social. Los intelectuales revolucionarios están así obligados a
apoyarse sobre apoyos sociales subalternos con el objetivo de forjar un
contrapoder intelectual, siendo aquí la clave el movimiento obrero, al menos
mientras consiga escapar del obrerismo.
Como tomaba en serio la unidad de la teoría y la
práctica, Bensaïd podía mantener el horizonte abierto sobre la teoría. Esta era
su idea de una “lenta impaciencia” en el objetivo de reconstruir cuadros
intelectuales y políticos para la izquierda del nuevo siglo. Se confrontaba
verdaderamente con otras corrientes radicales de pensamiento, las de Foucault,
Déleuze o Bourdieu, intelectuales que han marcado a una generación radical
posterior a la de Bensaïd.
CT: Según tú, ¿cuáles son los momentos principales
de la reflexión de Daniel Bensaïd?
D.R.: Desgraciadamente, toda delimitación implica una
periodización. Todas las periodizaciones simplifican cuestiones que son siempre
más complicadas, marcadas por las bifurcaciones y reencuentros más arriesgados.
Estoy de acuerdo con Fredric Jameson cuando afirma que “no podemos no
periodizar” y debo decir que no creo en la existencia de rupturas absolutas
en la obra de Daniel Bensaïd, sin incluso hablar de ruptura epistemológica.
Querría señalar tres momentos principales.
El primer momento es el de su exclusión del PCF y
de la construcción de la Juventud Comunista Revolucionaria. Por razones
evidentes, eso le concedió una libertad de pensamiento a distancia de los diktats
del PCF. El segundo momento corresponde a los años del “leninismo
apresurado”, desde mayo de 1968 a la fundación de la LCR a mediados de los
años 1970. Ese momento consiste en una reorientación que se aleja de ese
leninismo, impregnado de un sustitutismo guevarista discutible, en dirección de
una visión más madura del marxismo, que insiste sobre el desarrollo de la
conciencia de clase y sobre el frente unido. En tercer lugar, desde mediados a
finales de los años 1980 tuvo lugar lo que se puede llamar su “giro
literario”.Esta época fue para Daniel Bensaïd la ocasión de combinar los
cursos destinados a la escuela de cuadros de la IVª Internacional, la
implicación en México y en Brasil, la relectura de Marx (y de Hegel), el
descubrimiento del pensamiento mesiánico y el reconocimiento del momento
siniestro que fue el de los años 1980 en Europa.
A finales de los años 1980, la LCR tuvo que
reafirmar su proyecto revolucionario frente a la debacle del miterrandismo.
Pienso que Daniel Bensaïd había tomado consciencia del hecho que era necesario
el rearme histórico y estratégico para mantener esta corriente unida a largo
plazo. A continuación tuvo lugar un doble proceso, a la vez personal y
político, sumando sus desarrollos en los años 1980. El primero fue la caída del
Muro de Berlín y el segundo su enfermedad. El primero atestiguaba el
entrelazamiento entre sus escritos sobre Walter Benjamin y A izquierda de lo
posible, el manifiesto de la LCR a la redacción del que contribuyó
ampliamente.
Una cuestión clave es la de la transición entre lo
antiguo y lo nuevo, mientras que la izquierda experimentaba una transición,
incierta pero necesaria, en el momento en que se hundían los regímenes
estalinistas de los países del Este. El trabajo del negativo cumplía su obra
feroz. Ello constituía una parte de la nueva perspectiva, cuyos contornos se
dibujaban a iniciativa del NPA, encarnándose en el eslogan de un nuevo partido
para un nuevo período. En segundo lugar, su enfermedad le condujo a alejarse
progresivamente de la dirección diaria de la LCR y a concentrar más energía en
el trabajo teórico y literario. Su trilogía sobre Marx fue el fruto de este
trabajo, realizado en paralelo con las huelgas del sector público de 1995. No
veo cambio significativo en el interior del trabajo teórico fundador que ha
cumplido entre 1989 y 1995.
C.T: ¿Cómo valoras el cuestionamiento de las
iniciales opciones leninistas?
D.R.: Me gustaría invertir la cuestión, con el objetivo
de explicar lo que fue Lenin para el Bensaïd de la madurez. Es importante hacerlo,
ya que la figura de Lenin está rodeada de muchos contrasentidos, lo que
acompaño a Bensaïd a lo largo de su existencia.
Lenin era un partidario de la especificidad de la
política, o dicho de otra forma, afirmaba el saber político de la clase obrera.
Esto se ha esbozado en muchos lugares, en particular en ¿Qué hacer?, un
texto poco leído y todavía menos entendido. El eje principal de este documento
es la aspiración de la clase obrera a conocerse a sí misma y a comprender las
actividades de todas las clases de la sociedad contemporánea. Se trata de un
saber político, que destruye los espejismos de la mercancía a través de la
lucha. Este saber no es libresco, es un saber práctico, que surge de forma
inmanente de la experiencia misma de la lucha política, politizando
duraderamente a los combatientes sociales.
Bensaïd prestaba igualmente una extrema atención al
militante de partido, como tribuno del pueblo, capaz de responder a toda
manifestación de opresión y dispuesto a hacer frente a lo imprevisible, a todo
acontecimiento inédito, a fin de construir la hegemonía necesaria para la lucha
revolucionaria. Por ello, para Bensaïd, Lenin representaba una figura que
combinaba un trabajo paciente a largo plazo y las crisis imprevisibles de
dominación.
Dicho esto, el joven Bensaïd -el que redactó en
1968 La noción de crisis revolucionaria en Lenin, su memoria de máster-
prestaba atención a la lucha política y a la abolición de la dominación
burguesa. Pero estaba impregnado por una temporalidad urgente, apresurada, que
dejaba de lado a todo lo que concierne a la lógica de la hegemonía en su
apreciación de Lenin. Ello cambió a partir de mediados de los años 1970. A
partir de entonces prestó más atención a las formas de la dominación social y a
la centralidad de la batalla por la hegemonía.
A continuación, en el curso de finales de los años
1980, con el hundimiento del tiempo histórico –en Estrategia y Partido-
Lenin se encuentra relacionado con el tiempo roto de la política, ligado a una
crítica del tiempo vacío y homogéneo. A continuación de estas lecturas, diría
que Bensaïd ha cambiado poco su actitud hacia Lenin. Lo que es central es la
idea de que el partido es un operador estratégico, enraizado en la realidad
social sin confundirse con ella, apto para tomar la iniciativa y capaz de
replegarse en buen orden, dispuesto a afrontar y a resolver una crisis
revolucionaria.
CT: ¿Piensas que esta reflexión sobre la política como
arte estratégico es indisociable de la historia de la LCR, o le atribuyes una
importancia más amplia?
D.R.: En el seno de las contradicciones del momento
histórico, prestaba una gran atención a la estrategia. Sin estrategia, no puede
haber sobrepasamiento del reino de la burguesía. La estrategia, como se sabe,
está estrechamente ligada con su relación con Marx. La historia se desarrolla
de forma inmanente y apoderarse de las posibilidades es el factor decisivo en
este despliegue de la historia, estando roto el tiempo de la política. Para
Bensaïd una organización política debe ser capaz de combinar continuidad y
discontinuidad, ahí donde los acontecimientos pueden ser asociados a un trabajo
de construcción a largo plazo.
Sea justa o no, esta visión presenta diferencias
con la de Marx (y con la de Ernest Mandel). Se opone radicalmente a lo que
Bensaïd definía como la apuesta sociológica, es decir la idea de que el
desarrollo industrial guía la masificación del proletariado y este crecimiento
numérico y la concentración de clases trabajadoras les conduce a la progresión de
su organización y de su conciencia. Es la lógica del mismo capital a la que se
atribuye que conducirá a “la constitución del proletariado en clase
dominante”. Se trata también de una ruptura con el dogma trotskista de un
programa de transición, que tiende a hacer madurar las condiciones de la
revolución mientras que el factor subjetivo se hace esperar, tarda a la cita y
el programa se debe encargar de resolver ese desfase.
La estrategia, en tanto que ella es la base sobre
la que de los revolucionarios agrupan, organizan y educan a los militantes,
tiende a derrocar el poder político burgués. Lo que implica dos cosas: la
inmanencia radical y la memoria. El desarrollo inmanente de la experiencia y de
la lucha histórica, en la que las hipótesis estratégicas pueden ser
contrastadas y la memoria de los más grandes momentos de la historia del
movimiento obrero, como los debates en el seno de la Internacional Comunista.
Esta es una lección universal. Pero la política como arte estratégico es
igualmente importante en el combate contra las ilusiones sociales, la creencia
de que solo las luchas sociales son importantes para la emancipación, sin
plantear la cuestión de la dominación política y de sus formas. Esta también es
una cuestión universal, como lo muestran las discusiones respecto a la
capitulación de Syriza. Ello no es nuevo ni original.
CT: Daniel Bensaïd ha revisitado el mesianismo
judío, especialmente a través de la figura de Walter Benjamin ¿No es
contradictorio con la afirmación de una “política profana”? ¿A tu
parecer, en qué medida se trata de una continuidad de su reflexión estratégica?
D.R.:En primer lugar, Bensaïd querría revelar un
Benjamin marxista, político, revolucionario. Paradójicamente, esta vuelta a
Benjamin tendía a suprimir la religiosidad persistente en algunas
interpretaciones dogmáticas de la obra de Marx en el sentido común de la
izquierda. Por medio de la publicación de un trabajo sobre Benjamin, probó que
era posible leer a Marx vía Benjamin. La religiosidad persistente consistía en
una mitología fijada, que presentaba la revolución como históricamente
inevitable, funcionando como una teología terrestre, estructurando el horizonte
de los militantes radicales. Para decirlo brevemente, Benjamin pide tres cosas
al materialismo histórico: la discontinuidad del tiempo histórico, el papel de
la clase obrera y la tradición de los oprimidos. Estos tres puntos forman un
todo, a partir del cual la política obtiene la primacía sobre la historia.
CT: ¿Puedes volver sobre la noción de apuesta y
sobre su sentido a la vez teórico y político?
D.R.: Querría responder a esta cuestión por una
referencia a Hegel y a Lenin. Pascal había ligado la dialéctica a los
comienzos. En la Ciencia de la lógica, Hegel se pregunta porque debe
comenzar la ciencia. La cuestión de los fundamentos era un problema central
para la filosofía alemana y para el pensamiento dialéctico.
Es necesaria la lucidez para responder la cuestión
“¿por donde empezar?” (o recomenzar) en política y sobre este plano yo
pienso que la apuesta melancólica desempeña un papel central. La apuesta tiene
una larga historia, de Pascal a Lucien Goldman y a Ernest Mandel. Para Mandel,
que había leído a Goldman, se trata de movilizar la apuesta, en una especie de “optimismo
de la voluntad y de optimismo de la inteligencia”. El optimismo de la
voluntad es excelente, pero cuando se combina con el optimismo del intelecto,
se puede a la vez construir castillos en España y perder la lucidez. Eso es
algo que Bensaïd quería resueltamente evitar, incluso si ello significa que
actuemos para lo incierto desde el lado de la política radical. Cuando actuamos
para lo incierto, actuamos con razón.
Bensaïd ha innovado introduciendo el lado
melancólico de la apuesta, señalando la naturaleza trágica del combate por la
libertad. En efecto, en algunos momentos del presente, lo necesario y lo
posible están como desequilibrados. Pero sigue siendo necesario batirse,
trabajar de forma precisa sobre el largo plazo.
CT: ¿Puedes precisar la cuestión de los ritmos y
las temporalidades, que es uno de los aspectos más originales de Daniel
Bensaïd?
D.R.: De hecho, pienso que Daniel Bensaïd ha sido
innovador sobre este punto. La cuestión del tiempo había sido central para el
proyecto hegeliano, que temporalizaba los conceptos. En el “canon” marxista, el
tiempo desempeñaba un papel en figuras tan diferentes como Paul Levi (en sus
escritos sobre el fracaso de la huelga insurreccional de marzo de 1921 en
Alemania), Georg Lukacs (en su artículo “Dialéctica y espontaneidad” de 1926),
Henrik Grossman, Walter Benjamin, León Trotski (en lo referente al “desarrollo
desigual y combinado”), Ernst Bloch, Ernest Mandel y Louis Althusser.
¡He aquí una lista muy ecléctica y sin embargo solo hemos esbozado la cuestión!
No hay que olvidar tampoco que Bensaïd se relacionaba con la investigación de
Stavros Tombazos sobre la categoría de tiempo en Marx, de forma que acordarle
toda la paternidad sobre este plano sería un poco injusto.
Lo que ha explorado con fuerza era una visión de
Marx que ya no concebía el tiempo como una especie de curador político. Ya que
el tiempo no resuelve ningún problema político por el mero hecho de su
transcurso.
Marx redefine el tiempo como inmanente a las
relaciones sociales. El capitalismo forma una discordancia de los tiempos, cada
volumen del Capital representa diferentes temporalidades en la práctica
en el seno del proceso económico. Está el tiempo de la producción, que es
lineal, el tiempo de la circulación, que es “químico” y el tiempo
orgánico de la reproducción en tanto que totalidad. Todos están “enrollados
e imbricados el uno en el otro, como círculos en el interior de círculos,
determinando el modelo enigmático del tiempo histórico, que es el tiempo de la
política”.
Estos tiempos son dislocados y discordantes. El
tiempo está “tenso y desgarrado, tiempo concentrado, espasmódico, roto; el
peor de los tiempos, el mejor de los tiempos”. Dos ejemplos bastan para
demostrar la pertinencia de esta comprensión del tiempo.En primer lugar, la
catástrofe ambiental que afronta la especie humana y la discordancia entre la
inmediatez de la búsqueda ilimitada del beneficio y los inmanentes, naturales,
de la biosfera: se trata de un caso de este tipo. En segundo lugar,
políticamente hablando, en el objetivo de sobrepasar las pruebas y los traumatismos
del último siglo, creo que existe una contradicción entre el tiempo largo
necesario para la acumulación de la experiencia, para reflexionar, para
discutir pacientemente, y la urgencia inmediata de la acción para resolver las
situaciones de impasse político y la acción es cruelmente requerida.
CT: El tiempo no va nunca sin el espacio: ¿qué hay
de esta dimensión espacial, que delimita a la vez la globalización capitalista
y el internacionalismo anticapitalista?
D.R.: ¡Exactamente! El espacio y el tiempo son dos
condiciones de la práctica política. En lo referente a la cuestión del espacio,
Bensaïd se ha tomado el tiempo de leer a figuras como Harvey, pero también
Henry Lefebvre y Guy Debord. En muchos de sus trabajos, como La apuesta
melancólica [Fayard, 1997, ndt] y Elogio de la política profana [Península,
2009, ndt], ha explorado el desarrollo espacial, desigual y combinado,
que es el de la globalización capitalista. Quiero decir con ello que sus
investigaciones han sido muy ricas, pero que finalmente ha permanecido bastante
clásico (y pienso que ha tenido razón haciéndolo).
La problemática me parece que es la siguiente: ¿Qué
papel puede desempeñar el internacionalismo en la actualidad? ¿Puede mantener
las relaciones de solidaridad por encima de las relaciones de fuerza y los
conflictos planetarios engendrados por el imperialismo? Frente al auge de las
comunidades imaginarias del nacionalismo, la única respuesta racional es el
internacionalismo de la clase obrera. ¿Qué debe heredar del legado de la concepción
revolucionaria de la ciudadanía universal, producida por Las Luces? Ello nos
conduce a una cuestión importante: Bensaïd mantenía la tesis de que el
movimiento obrero –en su particularidad- puede llevar y encarnar lo universal.
El primer proyecto comunista había intentado iniciar un cambio de escala del
horizonte terrestre. Contra el desencadenamiento de los nacionalismos
ficticios, cuya amenaza es muy real, no hay “otro medio de hacerle frente
que una internacionalización efectiva de las luchas, una reconstrucción de las
solidaridades, una fraternización de abajo, en las antípocas de todas las
hipóstasis de la razón de estado” /2.
CT: Marx es un autor trabajado y retrabajado por
Daniel Bensaïd ¿Puedes volver sobre esa relación con Marx, sobre su originalidad
en relación con otros marxistas contemporáneos?
D.R.: A partir de finales de los años 1980, Bensaïd ha
acumulado una cantidad enorme de notas, consecuencia de su retrabajo de Marx.
Pensaba que, mientras el capitalismo nos mantenga presos en su horizonte
cerrado, será necesario leer y releer a Marx para descubrir las vías de la
emancipación. Bensaïd ha descubierto un Marx que creo importante –quizá todavía
más que el original- en relación con tres aspectos.
En primer lugar, Bensaïd toma en serio la lógica
hegeliana. En segundo lugar, y a continuación de Manuel Sacristán, Bensaïd ha
descubierto un Marx que se esforzaba en articular tres momentos, las ciencias
duras, la crítica y la ciencia alemana. Sin los hechos empíricos, la ciencia
alemana no es nada. Todo esto fue integrado en el interior de un saber de un
tercer tipo, una teoría destinada a perseguir tenazmente los posibles y a
transformarse en estrategia. Esta cuestión es central, ya que Bensaïd era un partidario
de un Marx político, brillante analista de las coyunturas y virtuoso de la
política como arte de las mediaciones.
En fin, pienso que Bensaïd era uno de los marxistas
más creativos en su presentación pedagógica de Marx. Su presentación del Capital
como la novela negra del capitalismo en Marx ha vuelto [Edhasa,
Barcelona, 2011, ndt]es pertinente y creativa. Es difícil sobrepasar su
brillante cuadro del trabajo de Marx en tanto que elucidación dialéctica de los
misterios del capital en la forma del Dupin de Edgar Allan Poe o de Sherlock
Holmes: “se ha cometido un crimen, se roba la plusvalía. El botín pasa de
mano en mano y se pierde en el anonimato y la bruma de la gran ciudad” /3.
CT: ¿Si el comunismo no es solamente una idea, qué
es?
D.R.: El comunismo es el auge de la esperanza de abolir
el orden presente de las cosas. Es una forma política de la emancipación
humana. No es una vaga idea de justicia sino “la forma específica de la
emancipación en la época de la dominación capitalista”. Bensaïd ha pensado
así hasta su muerte. El comunismo no es el estalinismo. No es un aparato
burocrático. Su visión del comunismo era radicalmente libertaria, a la manera
de Charles Péguy. La revolución social, que ponga en movimiento los mecanismos
de la emancipación, es un punto de partida, la base para establecer un control
radicalmente democrático sobre la economía. Es la base sobre la cual la especie
humana podrá experimentar un auténtico progreso, en el que cada mujer y cada
hombre serán parte activa única del “enriquecimiento de la especie”. El
comunismo, esperemos, será la supresión alegre de todas las formas de
dominación de la minoría.
CT: Según tú, ¿qué tareas heredamos de Daniel
Bensaïd, si se quiere hacer fructificar este pensamiento tan alejado del
academicismo, si se quiere, como tú dices, abrir el futuro? ¿Y a quien diriges
tu libro?
D.E.: Pienso que debemos batirnos por una razón
estratégica verdadera. Bensaïd quería asociar a los que resisten de forma
incondicional a lo intolerable con los que afrontan las posiciones del poder
político. A partir de esta fusión, se puede esperar poder cambiar el mundo. A
fin que el espíritu de Bensaïd continúe viviendo, creo que es necesario
continuar con su audacia teórica sin compromiso y su energía resuelta para
derrocar el capitalismo. Yo no he escrito este libro para los quieren
establecer compromisos con el capitalismo. He escrito este libro para los que
arden de indignación, de rabia. He escrito este libro para los que quieren
romper con “la mediocridad y la decepción de una época de compromiso”, como
decía Pierre Naville. Más fundamentalmente, me gustaría que este trabajo sea
visto como un paso de testigo, a través de las culturas y las generaciones, de
forma que los jóvenes militantes de hoy puedan concebir la esperanza de
libertad llevada por Bensaïd, desde el interior de nuestro propio presente
roto.
1/2017
Traducción: VIENTO SUR
Notas
2/ Daniel Bensaïd, “Les nations entre cosmopolitisme
et internationalisme”, Politis, nº 2, enero de 1993, http://www.danielBensaid.org/Les-nations-entre-cosmopolitise?lang=fr>
3/ Daniel Bensaïd, Passion Karl Marx-les
hieroglyphs de la modernité, París, Textuel, 2001, p. 106.
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