OnCuba
16-03-2017
La primera vez que escuché el pedido de
incondicionalidad estaba yo en la Universidad de La Habana, como estudiante de
Derecho.
Todas las organizaciones políticas y sociales
repetían este verso extraño, los dirigentes juveniles y los más maduros
voceaban a todos los vientos que debíamos ser incondicionales.
Más difícil les era explicar a qué o a quién
debíamos la incondicionalidad, si a la Revolución, si a los líderes, si al
Socialismo. En este caso hubiera hecho falta un largo debate sobre qué se
entendía por Revolución y Socialismo.
Yo, por el camino, había aprendido todo lo
contrario. Que las revoluciones son pasionales pero racionales, que sin ideas
no llegan más que a fanatismos destructivos, que los líderes no son más
importantes que el pueblo, que el socialismo debía ser el lugar donde la
cultura humana se sintiera más a gusto porque el pensamiento se podría poner al
servicio de los humildes.
La propia tradición democrática socialista me había
enseñado que el dogmatismo y la irracionalidad son enemigos de la verdad y de
una república de libertad. Una de las primeras leyes de la Revolución cubana
prohibió publicar carteles e imágenes de todo tipo con las figuras de los
líderes vivos.
Fidel dijo que los jóvenes debían leer y no creer,
por lo tanto el pedido de incondicionalidad se burlaba hasta de su pensamiento.
En aquellos días en que se debía ser incondicional, también se coreaba un lema
espeluznante: “Que lo sepan los nacidos y los que están por nacer, nacimos para
vencer y no para ser vencidos”.
Esta consigna demostraba, según mis criterios sobre
la humildad y el valor de los derrotados, que yo no era incondicional, que mis
condiciones eran muchas al sistema donde quería vivir y ser feliz.
El trauma de la victoria a toda costa ha afectado
al equipo nacional de béisbol, que ha visto su decadencia llegar en un entorno
donde los perdedores no tienen cabida y hemos sido testigos del uso de un
epíteto divino para nombrar a Fidel de Invicto, como si una derrota pudiera
afectar las obras buenas de la vida.
¿De dónde ha salido esta hiperbólica manera de
conducirnos en política, con alaridos espartanos que señalan a cualquiera de
traidor, lo mismo da si es trompetista que pasador de un equipo de voleibol,
por el simple hecho de no querer vivir en Cuba?
¿De dónde salió ese otro lema, contrario a la
república de Martí, aquella que debía ser con todos y para el bien de todos, y
que es ley constitucional en Cuba, que mandaba: “la universidad es para los
revolucionarios”?
En el mismo país que hemos defendido como justo
porque solo interpone un examen de ingreso –cada vez más fácil– entre los
jóvenes y sus estudios universitarios, a alguien se le ocurrió decir semejante
idea convertida en lema de incondicionalidad, pero faltó la valentía para decir
a toda voz que la universidad debía ser para todos porque la discriminación por
motivos de ideas políticas está prohibida en Cuba por la Constitución
socialista de 1976, en su capítulo 6, llamado Igualdad.
Yo aprendí de la historia de la Revolución cubana
que los revolucionarios más serenos y puros son condicionales, porque no siguen
a un líder por su nombre sino por sus acciones, mientras sean justas. También
aprendí que el socialismo debía ser más humano, inclusivo y bondadoso que el
capitalismo y que estas condiciones debían cumplirse todo el tiempo, no solo a
veces.
El socialismo tiene más condiciones que cumplir que
el capitalismo, porque no puede dejar abandonados a los pobres, porque no puede
convivir con la discriminación, porque no puede permitir que los más ricos
aplasten a los más pobres, porque no puede hablarle al pueblo como si el Estado
fuera un padre que da y quita en dependencia de su ánimo cambiante.
Cada día se me ocurre una condición más a cumplir
por el socialismo para que sea un sistema social, económico y político digno de
ser vivido y defendido. Estas condiciones deben renovarse para que las nuevas
generaciones se sientan parte de este proyecto, para que no se vean obligadas a
seguir consignas pétreas de otras épocas.
Más justicia, más libertad, más derechos, más
democracia, más educación, más servicios sociales, más espacios de
participación popular, más respeto al sacrificio duradero del pueblo. El
socialismo no es nada sin estas condiciones y se salvará si se nos ocurren cada
día más.
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