13/03/2017
En febrero de 1848, casi coincidiendo con la
revolución que ese año conmovería a Europa, vio la luz el Manifiesto del
Partido Comunista. Redactado por Carlos Marx y Federico Engels, el Manifiesto,
constituyó la carta de presentación de una organización obrera internacional,
la Liga de los Comunistas, que luchaba por abolir el injusto sistema
capitalista y construir el socialismo.
Además de un programa, el Manifiesto es una
magnífica síntesis de la teoría social que más ha influido en la sociedad
actual, el marxismo. Desde que fue escrito, y gracias a su sencilla redacción,
este manifiesto ha sido fuente de inspiración y escuela política de
trabajadores de todo el mundo.
Su propuesta, resumida en una idea es: los
trabajadores del mundo debemos constituir nuestro propio partido para luchar
contra la burguesía (sus partidos y gobiernos), conquistar el poder político y
acabar con la miseria que nos impone el capitalismo, construyendo una sociedad
basada en el bienestar colectivo, el comunismo, sobre la base de la propiedad
social de los medios de producción.
Pese al tiempo transcurrido el Manifiesto
conserva en lo esencial de su planteamiento plena vigencia. Pero el marxismo no
es un dogma religioso, ni este manifiesto es una Biblia. Por supuesto que hay
aspectos obsoletos en él, además de fenómenos nuevos que han cobrado
importancia y que sus autores no pudieron percibir al momento de su redacción
porque la realidad aún no los había planteado con claridad. A esto nos
referiremos más adelante.
Vigencia del Manifiesto
En principio, queremos destacar cinco ideas de lo
que en el Manifiesto, a nuestro juicio, continúa siendo útil, lo que
sigue siendo un arma política para los trabajadores del mundo, y que reafirma
su vigencia 150 años después. A las ideas que mencionaremos rápidamente se
pueden agregar otras más:
1. "La historia de todas las sociedades que
han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases",
primera afirmación del manifiesto, de profunda trascendencia teórica y
práctica. Con ella se establece la base de la concepción materialista de la
historia que, como dice Trotsky, puso fin a las interpretaciones que intentaban
explicar la historia y el mundo social a partir de verdades morales absolutas y
eternas.
Este decisivo aporte metodológico hecho por Marx y
Engels, no sólo tiene utilidad teórica para interpretar el pasado, sino que es
imprescindible para comprender las vicisitudes de la sociedad contemporánea. No
podemos comprender los problemas que conmueven a nuestro mundo, si no partimos
de la lucha incesante de clases sociales, que en el sistema capitalista se
concreta en la lucha entre capitalistas y trabajadores.
Pasadala "caída del muro", y de la
propaganda de que "el socialismo murió, el capitalismo triunfó",
"fin de la historia", etc., El Manifiesto conserva toda
su vigencia en este sentido.
¿Cómo explicar los problemas que se abaten sobre Europa
occidental, como la crisis del "euro", sino nos referimos a la lucha
de clases: por ejemplo, a la huelga francesa de diciembre del 95, o a las
luchas de los obreros alemanes por preservar sus conquistas sociales? ¿Cómo
explicar que, pese a la política de burócratas como Yeltsin, el capitalismo no
termina de restaurarse en la ex URSS y el Este, si no nos referimos a la
resistencia de los trabajadores rusos el absoluto control capitalista de la
industria?
2. "Mas toda lucha de clases es una lucha
política". Esta conclusión obligada y derivada de la primera idea es
decisiva para el futuro de la lucha de clases mundial y del movimiento obrero.
Los reformistas de todo tipo tratan de negarla, limitando las luchas obreras al
plano económico, o levantando falsas esperanzas en algún sector supuestamente
"progresivo" de la burguesía, y negando que, en última instancia la
única solución a todas las reivindicaciones obreras se resume en una tarea
política: la toma del poder por el proletariado.
Esta lección elemental del Manifiesto sigue
planteada con mayor urgencia en los países atrasados, donde los dirigentes
traidores del movimiento obrero han impedido, hasta ahora, la conformación de
la "... organización del proletariado en clase y, por tanto, en
partido político...", independiente de la burguesía, peldaño
elemental para la lucha por la revolución socialista.
La lucha que opone a capitalistas y obreros, obliga
a los últimos a combatir a los patrones, sus partidos y sus gobiernos, y a
constituir partidos que representen a los trabajadores, que dirijan la lucha
por la toma del poder y el socialismo.
3. "Desde hace algunas décadas, la historia
de la industria y del comercio no es más que la rebelión de las fuerzas
productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las
relaciones de propiedad".
Si esto era cierto hace siglo y medio, ahora lo es
todavía más. No podemos entender nada de la crisis económica que conmueve a
Asia y al mundo, en 1998, sin recurrir al análisis que hacen Marx y Engels en
el Manifiesto sobre las crisis capitalistas.
Pese a todas las promesas respecto a un nuevo tipo
de sociedad, hechas por el neoliberalismo y la mundialización de la economía, y
repetidas por los renegados del marxismo, ésta no ha superado la leyes básicas
del sistema capitalista descritas por Marx y Engels.
Por esa razón, sigue estando en la base de
cualquier explicación científica de la crisis económica la caída constante de
la cuota de ganancia, por efecto del desarrollo de las fuerzas productivas que,
contradictoriamente, en el capitalismo, sólo aumentan el desempleo y la miseria
entre los trabajadores.
4. Para describir la situación que afecta al
proletariado mundial, ¿qué es más preciso que la siguiente afirmación?: "El
obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la
industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de
su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más
rápidamente todavía que la población y la riqueza".
Como dijera Trotsky en A noventa años del
Manifiesto Comunista, una pléyade de curas, profesores, ministros
socialdemócratas y periodistas han combatido la "teoría de la
pauperización" creciente de la clase obrera. Para hacerlo han intentado
hacer "pasar a la aristocracia obrera por el proletariado o tomando por
estable una tendencia pasajera".
Pero la miseria capitalista es tan evidente que un
organismo imperialista como las Naciones Unidas se ve obligado a reconocer que,
de los 5,400 millones de habitantes del planeta, al menos 1,100 millones
naufraga en la pobreza, y que el 10% de la población mundial sufre de
malnutrición.
Esta realidad, que ataca principalmente a los
llamados "países subdesarrollados", donde vive el 90% de la población
mundial, no es ajena a los grandes países capitalistas. Estados Unidos cuenta
ya con unos 40 millones de pobres, mientras que la miseria crece en Europa
occidental acompañada del alto desempleo que afecta a 18 millones de personas,
más del 10% de la fuerza laboral. Que lo digan los trabajadores de Rusia, a
quienes se les prometió el "paraíso" capitalista, y están viendo cómo
sus vidas se hunden en la miseria con la medidas de restauración capitalista.
Por eso, los trabajadores están obligados a luchar,
y tomar el poder, para poner la producción al servicio de todos. "En
este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula: abolición
de la propiedad privada", dice el Manifiesto. Y luego aclara
que se trata de la gran propiedad capitalista, no de la pequeña propiedad de
campesinos y artesanos.
5. La otra importante afirmación del Manifiesto,
que conserva su actualidad, es que "los obreros no tienen patria",
son una clase que tiene los mismos problemas en todo el mundo y luchan contra
el mismo enemigo: el capitalismo.
Si esto era cierto 1848, cuando el capitalismo aún
estaba en una fase de libre concurrencia y grandes zonas del planeta vivían
todavía bajo otros modos de producción social, lo es con mayor razón en el
siglo XX, fase imperialista del capitalismo en la que casi no hay país que se
escape a la extracción de plusvalía.
La concentración y centralización del capital es
tan grande que ha surgido un estado mayor de la burguesía imperialista, que
define la política y la explotación económica en el mundo entero, el cual se
encarna en organismos como el Grupo de los Siete, el Banco Mundial, el Fondo
Monetario Internacional, etc. Desde ellos se imponen recetas económicas
antipopulares igualitas para todos los países que condenan al hambre a millones
de seres humanos.
Para derrocar este sistema imperialista mundial se
requiere la unidad de los trabajadores a nivel internacional. De todas las
corrientes obreras, sólo el trotskismo sostiene la lucha consecuente por este
criterio internacionalista del Manifiesto, bregando por la organización
de un partido mundial de la revolución socialista, la IV Internacional, en el
que se concrete el grito en que concluye El Manifiesto: "Proletarios de
todos los países, uníos".
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Reconocer la vigencia de las ideas principales del Manifiesto
Comunista, no implica que no haya algunos pasajes que se han quedado
obsoletos, que algunas predicciones no se cumplieron en los ritmos previstos y
que hoy habría que incorporarle importantes aspectos que la realidad posterior
ha colocado y que no pudieron visualizar sus autores.
Hace 60 años León Trostky decía al respecto:
"¿Qué otro libro podría compararse, ni de
lejos, con el Manifiesto Comunista? Pero esto no significa que, después
de noventa años de desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y de
grandes luchas sociales, el Manifiesto no precise de correcciones y
adiciones. El pensamiento revolucionario no tiene nada en común con la
idolatría. Los programas y las predicciones se verifican y corrigen a la luz de
la experiencia, que es el criterio supremo de la razón humana".
En ese momento, Trotsky hizo ocho observaciones al
texto original para actualizarlo, que siguen siendo válidas:
1. En el Manifiesto se vaticinó una
declinación y estancamiento inmediato del sistema capitalista, cuando en
realidad hubo un gran desarrollo de las fuerzas productivas hasta principios de
este siglo.
2. Se sobrevaloró la madurez del movimiento obrero
previendo su triunfo revolucionario inminente.
3. El capitalismo analizado por el Manifiesto
es el de la libre concurrencia, y su tendencia a transformarse en capitalismo
monopolista la percibe Marx con posterioridad en El Capital.
4. Una visión unilateral del proceso de liquidación
de las clases intermedias por el capitalismo.
5. En el prefacio de 1872, los autores declaran que
las 10 reivindicaciones transicionales del capítulo II, eran obsoletas, lo cual
fue aprovechado por los reformistas socialdemócratas para defender su
"programa mínimo". Trotsky reivindica ese programa transicional y el verdadero
espíritu del prefacio "contra el fetichismo de la democracia
burguesa".
6. La parte "más envejecida", referente a
la crítica de la literatura socialista, a la que habría que agregar una crítica
de la degeneración de la Segunda y la Tercera Internacional.
7. El error de la previsión de que "la
revolución alemana... no será sino el preludio de una revolución proletaria que
la seguirá inmediatamente". Error debido a que Marx veía la
revolución burguesa alemana produciéndose en condiciones más maduras
(capitalistas) que la inglesa y francesa. Trotsky concluía que la madurez
capitalista conlleva la pérdida de todo vestigio revolucionario de la
burguesía, siendo incapaz (en los países atrasados) de consumar sus propias
tareas históricas. Las cuales deben ser realizadas por la clase obrera
combinadamente con las tareas socialistas, en el proceso de una revolución
ininterrumpida (permanente). "Para los partidos revolucionarios de
los países atrasados de Asia, Latinoamérica y Africa, la clara comprensión de
la conexión orgánica entre la revolución democrática y la dictadura del
proletariado -...- es una cuestión de vida o muerte", dice
Trostky.
8. "El Manifiesto no contiene ninguna
referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales".
En la medida en que creían inminente el triunfo del proletariado en los países
avanzados, dieron por resuelta por esa vía el problema de las naciones
oprimidas. A Lenin le correspondió el aporte principal en este sentido.
En el Programa de Transición, Trotsky
incorpora éstos y otros señalamientos, para realizar una puesta al día del Manifiesto.
Casi cincuenta años después, Nahuel Moreno haría lo mismo, con la redacción de Actualización
del Programa de Transición.
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Deseamos centrar nuestra reflexión final, en la
importancia del último punto señalado por Trotsky, la lucha por la
independencia nacional de los países coloniales y semicoloniales para cualquier
programa que se pretenda revolucionario.
El proceso de la revolución socialista en el siglo
XX, contra todos los vaticinios de Marx y Engels, no se inició en países
capitalistas avanzados, sino que la cadena se rompió por sus eslabones más
débiles, países atrasados, donde la lucha por la autodeterminación nacional
contra la expoliación imperialista ha tenido un papel de primer orden.
Poderosos movimientos de liberación nacional han
marcado la lucha de clases de la presente centuria. No sólo la lucha por la
independencia nacional de importantes naciones de África y Asia, sino también
en América Latina la movilización popular ha tenido un claro carácter
antiimperialista.
El derecho a constituir naciones independientes,
que decidan libremente su futuro, frente a la agresión imperialista, ha movido
revoluciones y al movimiento internacional de solidaridad que las ha apoyado,
como fue el caso de Vietnam, Cuba, Nicaragua sandinista, etc.
La lucha contra la opresión nacional y por la
autodeterminación de los pueblos, ha sido una poderosa palanca revolucionaria
del presente. Esta constituye una de las tareas democráticas, la principal, que
la burguesía de los países atrasados no puede cumplir porque se ha convertido
en socia menor de la burguesía imperialista.
La lucha por la autodeterminación de las naciones
oprimidas es tremendamente revolucionaria, ya que cuestiona directamente al
sistema capitalista imperialista, rompe sus reglas del juego para la
repartición del mundo en áreas de influencia y dominación, debilita al sistema
capitalista.
Aunque los marxistas no somos
"nacionalistas", sino que propugnamos por la unidad de la clase
obrera mundial, tal y como señala el Manifiesto Comunista, hemos
aprendido de Lenin a distinguir entre dos tipos de nacionalismo: el
nacionalismo reaccionario de los países imperialistas, y el nacionalismo
progresivo de los países oprimidos.
Como dijo el propio Marx, "cualquier
nación que oprima a otra, forja sus propias cadenas". La opresión
nacional debilita la lucha de la clase obrera de los países desarrollados y
fortalece a su burguesía. Al revés, la liberación de las naciones oprimidas
debilita a la burguesía imperialista y acerca el triunfo de los obreros de los
países avanzados.
En los países coloniales, semicoloniales y
dependientes la clase obrera, a la cabeza del pueblo, debe asumir la lucha por
la autodeterminación nacional como una tarea esencial del proceso de la
revolución socialista.
En palabras de Lenin: "Completa igualdad
de derechos de las naciones; derecho de autodeterminación de las naciones;
fusión de los obreros de todas las naciones; tal es el programa nacional que
enseña a los obreros el marxismo, que enseña la experiencia del mundo entero y
la experiencia de Rusia".
Hoy, este programa se expresa de manera muy
concreta en la lucha y la solidaridad con Cuba, contra el bloqueo y la agresión
norteamericana; en el derecho a la autodeterminación de Irak, contra la
agresión imperialista; en el derecho a la independencia nacional de pueblos
como Bosnia o Kosovo; el derecho del pueblo palestino a constituir su propio
estado; la lucha del pueblo panameño contra la presencia de bases militares
norteamericanas; en general, en la movilización de los pueblos del mundo contra
las deudas externas y los planes económicos neoliberales impuestos por el FMI.
Panamá, 17 de marzo 1998.
http://www.alainet.org/es/articulo/184081
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