Desregulación financiera
06/03/2017
| Miguel Ángel Lorente
Esta nota no pretende crear suspense en torno
a su conclusión principal, que se desvela desde este inicio: la desregulación
financiera de Trump es un mecanismo adicional, como los demás instrumentos
(arancelarios, monetarios y de manejo de la deuda), en las guerras de la
globalización, donde la posición competitiva de EE UU tiene dos debilidades
trascendentes:
- Está mal posicionado y con una balanza comercial
atroz, en relación al cambio de sentido de la globalización,
- Se encuentra enormemente endeudado tras el
despilfarro neoliberal y el salvamento empresarial y bancario de la crisis.
Algo enérgico e inteligente había que hacer para
intentar conseguir:
- una mejora de su posición en el comercio exterior
(lo que, utilizando la desregulación financiera, afectará básicamente, como
veremos, a la UE),
- una ampliación de las posibilidades de seguir
emitiendo deuda pública (lo que implica un incremento generalizado del
crédito).
Energía sobra y probablemente no se precisa
cordialidad en estos menesteres; veremos si se acierta en la orientación,
especialmente en el arma más peligrosa: la desregulación financiera, que se
mostró incendiaria en el año ocho.
Esta conclusión se intenta sustentar sobre tres
tesis concretas:
Primera. La desregulación financiera se debe a dos
necesidades ineludibles que afronta la era Trump:
- La revitalización de la economía norteamericana
(o, más bien, como veremos, alargar una fase de crecimiento inusual),
- Lograrlo, superando dos retos difíciles y
aparentemente incompatibles:
· Avanzar en la posición comercial de EE UU entre sus
competidores.
· Colocar la deuda que generará el nuevo
crecimiento del gasto, unido a otro recorte de los impuestos, en unas
circunstancias en que será difícil que los antiguos
recepcionadores-exportadores de la globalización compren bonos norteamericanos.
Segunda. La desregulación financiera de Trump constituye un
instrumento adicional de la respuesta del poder estadounidense al actual
estadio de la globalización. Esta respuesta a los cambios globales es variada:
contiene vertientes proteccionista-arancelarias, de política de cobertura de la
deuda pública, de política de divisa y (también como instrumento de la guerra
económica que configuran las anteriores) de regulación bancaria.
Como pasó, por ejemplo, con Reagan, Teacher y las hazañas
bélicas de los Bush, Trump se adorna de fraseología y atrezzo, pero
responde de una manera que pretende ser eficaz para disminuir las debilidades
de Estados Unidos, en el momento en que la globalización ha cambiado de signo.
Para el que guste verlo del revés: desde Roosevelt no se había mostrado tanta
determinación.
Tercera. Que, del mismo modo que la crisis de 1929 no tuvo
sus raíces en una política proteccionista, el resto de las medidas de guerra
económica que emplea Trump serán regresivas, pero no letales; sin embargo, la
desregulación financiera llevará, con casi toda probabilidad, a una nueva
crisis global.
Dejemos ya la anticipación de las conclusiones y
vayamos al argumento.
Esta nota intenta, primero, una interpretación de
la desregulación financiera anunciada por Trump y su equipo. Después, contempla
su sentido en la política de EE.UU en relación con la transformación de la
globalización y de las necesidades norteamericanas de endeudamiento público.
Se añade un primer anexo (las elementalidades de
la crisis), perfectamente prescindible, para que quienes hayan resistido la
lectura anterior puedan torturarse con algunos recuerdos de la crisis del año
ocho; quizás puedan sugerir cómo pueden ir las cosas en un futuro cercano.
Para los más recalcitrantes, hay unsegundo anexo,
con un título tan pomposo como improbable será su praxis.
1. La destrucción de las bases regulatorias
Trump hace lo que ha venido propugnando el Partido
Republicano: sólo tres senadores votaron las reformas financieras post-crisis
de Obama en el Congreso; no el ala extrema: todo el Partido.
Los artífices conocen de sobre el riesgo, pero no
encuentran (o no les interesa encontrar) otra alternativa para aumentar el
poder económico de los EE UU Trump espera que la desregulación financiera le
abra dos puertas simultáneamente: la de endeudarse estatalmente (aunque China
deje de comprar sus bonos) y la de cercenar la competitividad comercial de la
U.E.
La corrección desreguladora de una normativa
financiera —ya de por si frágil e incompleta, además de asediada cotidianamente
por los poderes financieros— reproducirá otra, nueva pero no esencialmente
distinta, crisis de sobreoferta de crédito: una crisis que afectará a toda la
economía mundial. Volveremos a pagar, todos, el irracional beneficio basado en
el irracional riesgo financiero y en la inundación de crédito.
Peor: esa vuelta a la desregulación, que fue un
proceso paulatino desde Reagan a los Bush, y que Clinton fomentó, se efectuará
de una manera mucho más repentina, confusa y desorganizada. Un incendio de las
bases, más o menos timoratas, siempre alicortas, de la regulación financiera.
Veremos ahora por dónde ha empezado esa desregulación e
intentaremos, después, en los siguientes epígrafes, interpretar los
objetivos que pretende alcanzar en el contexto de competitividad económica
internacional y en el de la capacidad de emisión de deuda pública
estadounidense.
Las bases que destruye la desregulación Trump son,
básicamente, cuatro:
1. La Ley Dodd-Frank
2. La llamada Regla Volker
3. El asesoramiento independiente
del inversor
4. Los organismos de regulación
bancaria internacionales.
Ninguna de ellas ha sido, en la práctica, una
contención eficaz del funcionamiento especulador del sistema financiero
internacional.
A. La Ley Dodd-Frank (julio 2010, “Ley de Reforma
Financiera de EE.UU.”) tuvo como objetivos básicos que los bancos evitaran
riesgos excesivos y proteger a los consumidores financieros. Esta legislación
intenta:
- reducir la actividad bancaria en actividades de
alto riesgo para inversores de nivel medio,
- asegurar más capitalización bancaria para aplicar
en casos de crisis (reinvertir beneficios para cuando vengan mal dadas),
- establecer planes bancarios alternativos por si
las cosas salen generalizadamente mal, como pasó con tantos ejemplos de la
crisis financiera.
Tan pías intenciones han obtenido una escasa
plasmación práctica. Wall Street ha seguido siendo cortejado por los políticos
norteamericanos (no sólo los republicanos han seguido propugnando la
desregulación; las relaciones de la Clinton han sido abochornantes) y ha
conseguido que los hechos se sobrepusieran a una legislación e instituciones
más bien teóricas. Poco ha cambiado realmente:
a. Las agencias de rating (Moody´s, S&P,
Ficth, Best…) han continuado pontificando sobre las perspectivas de los países
y sus mayores empresas. Sus predicciones sobre cualquier economía o política,
sector o corporación, agoreras u optimistas, siempre interesadas, son noticia
nuestra de cada día. Continúan teniendo un inmerecido halo de conocimiento
técnico y, sobre todo, siguen calificando positivamente los mismos artefactos
financieros que impulsaron el desbordamiento del crédito. No habrá sido tanta
la regulación cuando esos piratas siguen actuando impunemente.
b. Los instrumentos de multiplicación del crédito
que llevaron a la crisis financiera han seguido aumentando. En junio de 2011 el
total de derivados mundial era de 707 billones, 12 ceros siempre, de dólares
(puede verse en el informe del Banco de Pagos Internacionales –la sede del
Comité de Basilea- sobre ese mes). Ya entonces, superaba ampliamente a la de
junio de 2008, inmediatamente antes del estallido de la crisis, tanto en
volumen de emisión como en proporción sobre un PIB mundial en 2011 de 63
billones (europeos) de dólares. En abril de 2016, cada día natural se
negociaron, según la fuente citada (informe de 1/9/2016) 2,7 billones de
dólares. La mayor negociación se concentró en EE UU, cuya participación pasó del
23 % mundial en abril de 2013 a 41 % en abril de 2016.
Así pues: buenas intenciones; fracaso en los
resultados.
B. Otro puntal de la reforma tras la crisis fue la
Regla Volcker, que prohíbe a los bancos invertir en actividades de alto riesgo
en su propio beneficio.
La Regla veta a los bancos respaldados por la
Reserva Federal llevar a cabo operaciones por cuenta propia con el dinero de
sus clientes e impedir que éstos puedan poseer una posición superior al
3 % en fondos especulativos (los llamados de cobertura o de capital
privado). Obliga a los bancos a demostrar que no están haciendo pasar apuestas
especulativas por transacciones legítimas.
En esencia, separa la banca comercial (los
depósitos y los créditos comerciales e hipotecarios de particulares y empresas)
de las actividades más arriesgadas de la banca de inversiones. Este tipo de
banca centra su actividad en productos exclusivamente vinculados a instrumentos
financieros sofisticados para el crecimiento de las grandes corporaciones y los
propios bancos de inversión.
Desde luego, no se trata de créditos para el
capital circulante necesario para el día el día (pagos y cobros) de esas
corporaciones, sino de operaciones de fusión, adquisición, reestructuración,
salidas u operaciones de bolsa. Igualmente, crea productos financieros para sus
clientes o invertidos por cuenta propia: toda clase de derivados,
titulizaciones, fondos de inversión complejos, etc. Esos instrumentos de
inversión por cuenta propia son los que llevaron a la catástrofe a Lehman Brothers
y otras instituciones financieras que sufrieron colosales pérdidas invirtiendo
en artificios como las hipotecas subprime, en derivados o en
titulización. En resumen, lo que se intenta (prolijamente: la Regla tiene 882
páginas) es impedir que los depósitos de los ahorros se dediquen a inversiones
especulativas.
Esta separación procede, además de las lecciones
negativas de la última crisis, de una veterana doctrina (establecida por la Ley
Glass-Steagall de 1933, que no fue derogada hasta noviembre de 1999, justo a
tiempo para la constitución de Citigroup) que se demostró apropiada,
favorecedora del crecimiento y la estabilidad. EE UU creció vigorosamente
durante más de medio siglo, hasta establecerse ampliamente como primera
economía mundial, con esta separación entre la banca comercial y la de
inversiones en vigor.
¿Ha sido realmente efectiva la Regla? Ya hemos
visto arriba que en lo que respecta a los instrumentos financieros más ligados
a la especulación, no ha servido de freno a su expansión. Otro dato significativo:
en 2015 los cinco principales bancos de inversión estadounidenses ocupaban más
de un tercio de la banca de inversión global (fuente: Dealogic) y
captaban el 49 % de las comisiones de la este tipo de banca. Así pues, ni
en términos absolutos ni en relativos, la Regla consiguió frenar a la banca de
inversiones estadounidense, principal artífice, poco antes, de la crisis
financiera.
C. Existe una tercera reforma de Obama que se está
echando a pique. Se legisló que los inversores particulares podrían recibir
asesoramiento directo de instituciones y asesores que opusieran sus consejos a
los del banco inversor. La desregulación elimina la figura del asesor
independiente para el inversor.
En la misma línea, la contrarreforma de Trump
elimina la Oficina de Protección al Consumidor Financiero (CFPB), creada
en 2010, que vigila las quejas de los consumidores y la protección de las
informaciones que se entregan a éstos sobre sus inversiones: se cierra así el
organismo para presentar protestas por los usuarios bancarios y para dictar
procedimientos medianamente entendibles de las ofertas de los bancos.
Se trata de un hecho trascendente, pero de escasa
efectividad: los grandes despachos de abogados, con clientes principales entre
los mayores bancos, se encargaron de que prácticamente ninguna demanda
prosperara. Asimismo, se organizó una especie de cártel de despachos de
abogados que, compinchados o no con los bancos, colocaron las tarifas de
asesoramiento por las nubes.
D. La primera semana de febrero. Patrick McHenry,
vicepresidente del Comité Financiero de la Cámara de Representantes, escribió
una insólita carta pública a la Presidenta de la Reserva Federal hasta 2018,
Janet Yelien, en la que exigía que la FED dejara de participar en las
reuniones de dos principales foros internacionales de regulación bancaria: el Financial
Stability Board y el Basel Committe on Banking and Supervision. En
dicha carta se acusa a esos organismos de “penalizar injustamente al sector
financiero estadounidense” y de “ralentizar el crecimiento económico de EE.UU.”
El Consejo de Estabilidad Financiera (FSB)
fue creado en 1999, una criatura más o menos tutelada después por el G-20.
Francamente, fue, hasta que las cosas se pusieron duras en el año ocho, un
paripé para que pareciera que existían controles serios donde no los había.
Tras un letargo burocrático, en los últimos años ha teorizado (que no aplicado;
entiéndase: nunca ha gozado de autoridad para imponerlos) recargos, postergados
al menos hasta 2019, de exigencias de capital en los que llama bancos
sistémicos. Éstos son los de mayor tamaño y más interconectados
internacionalmente. Son un total de 30 bancos, entre los que el único español
es el Santander. Los dos que deberían, siempre teóricamente y en un improbable
futuro, afrontar mayores recargos extra de capital son estadounidenses: JP
Morgan y Citigroup.
El Comité de Basilea se fundó en 1975 por
los presidentes de los bancos del G-10 de entonces. En 1988 se aprobó el
acuerdo de capital de Basilea I, que recomendaba unas exigencias mínimas
de capital para los bancos del 8 % de los riesgos asumidos –básicamente,
sobre el crédito-: una minucia, según se pudo ver poco después por la quiebra
de múltiples bancos que cumplían esa convención ya en los noventa. Hubo un Basilea
II en 2004, que pretendió crear unos estándares internacionales para
requerimientos de capital más afinados, muy lucidos teóricamente, pero que se
revelaron nada lúcidos en la gran crisis financiera.
Basilea continuóinasequible al desaliento y al ridículo. En
2010 publicó otra serie de recetas que empezaban a tener en cuenta los
estrafalarios volúmenes de crédito a nivel global, de productos y de
titulización piramidal que llevaron a la crisis. Elaboraron sesudos informes
(conocidos como Basilea III) a crisis pasada: los principales se
denominaron “colchón de conservación de capital” y “colchón anticíclico de alta
calidad”; vamos, que le cogieron el gusto a estar dormidos.
Resulta evidente que ni el FSB ni Basilea
hayan sido nunca centros autónomos, paladines de las regulaciones del sistema
financiero. Igual que otras prestigiosas dormilonas: como la OCDE, que el 25 de
julio de 2008, a un mes del septiembre negro financiero, declaraba que la
principal preocupación económica mundial era la inflación que provenía del
crecimiento; o como el Fondo Monetario Internacional (gerenciado por el probo
Rodrigo Rato en el momento del estallido de la crisis); o el propio Gobierno de
España (que dejó su economía y el reflotamiento de su banca a Luis de Guindos,
Presidente para España y Portugal de Lehman Brothers, el principal banco de
inversiones protagonista de esa crisis).
Acabamos de comprobar que ni la regulación
específica en EE.UU., ni las organizaciones internacionales dedicadas al tema
han cosechado triunfos memorables en lo que respecta a la regulación bancaria:
como mucho la ha moderado; pero seguían sesteando hasta que Trump desreguló.
Pero la declaración contra esos molinos de viento
no es baladí. Son fantasmas que no se han implicado en analizar seriamente los
problemas de solvencia de la banca, ni mucho menos sus orígenes; desde luego,
no se han implicado en su reflotamiento o en las alternativas a éste.
Así pues, no se trata de que Trump haya declarado
su hostilidad a instituciones sinceramente dedicadas a regular el desmadre
bancario, sino de preguntarse por qué lo ha hecho, por qué ha armado tanto
ruido y por qué la aplicará con tanta furia.
Lo relevante es que Trump rompe el consenso
alcanzado sobre la cómoda posición del laissez passer, lo que posee un
significado descomunal: precisamente porque nunca se había producido drama
alguno en torno a esas instituciones formales e internacionales de regulación
financiera (impasibles ante los hechos y significados más dramáticos de la
crisis). Dejarlas fuera, orillarlas, cuando ni siquiera hay polémicas teóricas
pendientes o posiciones seriamente enfrentadas, implica una definición
fundamental: “aquí mando yo”. Empezar por los inútiles teóricos apesebrados
sirve para marcar el terreno de manera indeleble: no hay reglas, ni siquiera
las inútiles académicas. La guerra es la guerra.
2. La globalización como campo de batalla
Se pueden establecer objetivamente varias etapas
históricas de la globalización. La primera, si prescindimos de las fases
estrictamente comerciales, se produjo en el imperialismo clásico: aumento del
comercio y movimientos de capitales (ambos ligados al control de materias
primas y de los mercados manufactureros): se creó un mercado mundial de
productos y una convergencia de precios. Se generalizó, digamos, hacia 1850-70
y colapsó con la primera guerra mundial entre imperios. La segunda
globalización se inicia tras la segunda guerra mundial: el crecimiento del
transporte y comunicaciones internacionales jugaron el papel decisivo.
La globalización moderna se materializó sobre tres
hitos y un montón de episodios: uno, el final, en 1971, del sistema de
Bretton Woods que ligaba las monedas nacionales al dólar y éste al oro: las
divisas se movieron hacia un sistema de flotación; dos, el inicio de la
relación de EE UU con China y el proceso de apertura al capitalismo de ésta
(desde 1972 hasta, aproximadamente, 1979, en que se disparó la apertura
económica de la segunda); tres, el big bang de los mercados de
valores y materias primas, que los unificó y desreguló a nivel mundial en 1986,
favoreciendo la aparición de productos financieros con acceso a todos los
mercados del mundo. Desde luego, el proceso ha tenido potentes catalizadores en
los procesos productivos basados en internet, en la robotización, en la
revolución logística de finales del XX y otros factores de desarrollo
tecnológico.
Sea cual sea la teorización de las causas por las
que se produjo, las manifestaciones básicas de esa globalización fueron tres:
- La deslocalización de empresas, básicamente por
cuestión de costes salariales y ventajas impositivas.
- La complejidad de los procesos productivos
(cadenas de producción con componentes elaborados en distintos países,
ensamblados en otros, exportados por terceros). Las maquiladoras del
norte de México son la manifestación más típica de esta desmembración de la
producción. Sin embargo, la escala mayor se encuentra en los procesos de
fabricación, ensamblaje y exportación por Alemania en su espacio fabril de los
países del sur y el este europeo.
- Los incontenibles desplazamientos de mano de obra
hacia los países mayores, en un movimiento que no tiene final y que constituye
la mayor operación de redistribución del trabajo y la riqueza de la historia.
Pues bien: ese tipo de globalización ha colapsado.
Ese colapso es el fondo de comercio del voto a Trump y de los populistas de
derecha europeos. Su eslogan es simple y efectivo: ya no se obtienen los
inmensos beneficios de la globalización y se sigue recibiendo la imparable
marea de la inmigración económica.
3. El declive de la globalización “deslocalizadora”
¿Cuáles han sido las expresiones cuantitativas y
las explicaciones de ese colapso de la globalización, tal como la entendíamos
hasta 2008?
1º. La deslocalización va encontrando sus límites. El
más obvio (caricaturizando: obreros chinos disciplinados y baratos;
informáticos indios bien cualificados a precios por hora imbatibles), por
agotamiento de la oferta en relación a una demanda que no ha dejado de crecer.
2º. Los países que recibieron masivas inversiones industriales
han dejado de destinar una parte sustancial de sus exportaciones a la compra
masiva de la deuda externa de los países inversores; han pasado a dedicar la
mayor parte de los excedentes de su balanza comercial al aumento de su propio
consumo masivo o a adquirir fuentes de materias primas.
3º. Tras la crisis, durante la que las inversiones se
ralentizaron, existen verdaderos océanos de fondos de liquidez acumulados,
ociosos por la falta de oportunidades de inversión:
- Por un lado, acabamos de ver que la
deslocalización va encontrando menores destinos.
- Los antaño países receptores de inversión
compiten ya como inversores.
- Además, la inversión en materias primas se ha
visto golpeada por unos precios en decadencia proporcional a su demanda.
- No han aparecido industrias relevantes de nuevo
cuño durante la crisis, mientras que la tecnología está destruyendo industrias
tradicionales y saturando sus propios mercados de consumo, a la espera de que
exploten temas como la biomedicina, la energías alternativas, la atención a una
población envejecida o la explotación del espacio.
- Sobre todo persiste un gran problema de fondo: la
sobrecapacidad productiva, que se ha ajustado menos (de la manera
natural: cierres a lo bestia) que en crisis anteriores. Tras la gran
deslocalización anterior a 2008, poco más podían recortarse las industrias de
los países centrales. Los recortes se produjeron en servicios sociales, en
cierres de pymes y trabajo autónomo, pero no en las industrias básicas, que
continuaron con la sobrecapacidad añadida de sus inversiones en países de mano
de obra barata.
- Además, aunque persiste un endeudamiento alto a
nivel mundial, los bajos tipos de interés desalientan la inversión en deuda.
Por lo tanto, se puede concluir que hay mucho
dinero acumulado y pocos sectores en los que invertir: la guerra entre los
grandes fondos está abierta a la caza de una rentabilidad esquiva desde los
dorados tiempos del boom de las comunicaciones, las punto com y la
construcción.
4º. Los que antes recibían deslocalización, han
acumulado tales capacidades de inversión que ahora les roban las oportunidades
a quienes invertían en sus países. El viejo juego de exportaciones chinas a EE
UU para comprar la deuda pública enorme que éstos emitían, se desbarató hace
unos años. Hoy se ve a los chinos más como inversores que como fabricantes con
capitales extranjeros.
Algunos datos incontestables que expresan esa
realidad (año 2015; miles de millones de dólares; UNCTAD):
Inversiones en USA 380 000
Inversiones desde USA 300 000
Inversiones en China 136 000
Inversiones desde China (2º inversor mundial) 128
000
Inversiones a Europa 1 762 000
Inversiones desde Europa 1 464.000
Un cuadro que, si se desglosa por países menores
(receptores de deslocalización) resaltaría aún más el daño a la supremacía de
EE.UU.
5º. La creciente debilidad competitiva de EE UU tiene
otras manifestaciones, que se van haciendo cada vez más acusadas, y más
aceleradamente conforme pasan los años (todos datos que siguen son también de
2015, en miles de millones de dólares):
A. Balanza comercial
EE UU -723 776*
China +595 000
Eurozona +246 000
* En 2015: -4,45% del PIB. En 2016: 502.300
millones (de los que, 347.000 en importaciones desde China –que cayó un 5,5% en
2016; 63.200 de México, un 4,2% más dicho año)
B. Déficit estatal sobre PIB (ídem.)
EE UU -3,72 %
China -2,74 %
Eurozona - 2,1 %
C. Deuda pública sobre PIB (ídem.)
EE UU -105,8 %
China - 42,9 %
Eurozona - 90,7 %
El mayor déficit comercial de EE UU es con China:
347 000 millones de dólares de importación (que no de saldo, según vemos en las
cifras de arriba), seguido de la UE con 146 3000 millones; luego vienen Japón
con 68 900 millones y México con 63 200 millones.
6º. Los precios de las materias primas han
tenido una evolución decreciente. Al inicio de esa etapa de la globalización
”deslocalizadora”, era natural que el desplazamiento de la producción hacia
países que ni poseían materias primas, ni tenían suficientemente alimentada a
su población, llevara a incrementos de los precios internacionales de los
productos necesarios para fabricar y dar de comer.
Partiremos de 2011, no de 2008-2009 cuando el
impacto fue mayor. La evolución es demoledora: los países donde se localizaron
las deslocalizaciones se espabilaron rápidamente: o invirtieron sus excedentes
de comercio en inversiones en países con materias primas; o adquirieron peso en
los mercados donde se negocian esos productos; o desarrollaron sus propios
recursos, especialmente en la agricultura; o, frecuentemente, casi todo a la vez.
Adicionalmente, sobre todo el proceso productivo, y
no sólo sobre las materias primas, se ha venido ejerciendo un permanente efecto
deflacionista a través de las mejoras tecnológicas de lo que ha dado en
llamarse era digital.
Índice de precios de materias primas no energéticas
(Indicadores Económicos, Banco de España. Base 2000=100. En dólares)
2011 2016
General 209,6 140,8
Alimentos 220,3 152,8
Productos industriales 198,5 128,5
Agrícolas no alimenticios 239,6 136,8
Metales 180,9 124,9
Pro memoria: Petróleo 368,4 160,0
4. La respuesta trump a los cambios en la
globalización
Resulta elemental que la economía americana tiene
cuatro retos generales, difíciles de abordar simultáneamente:
A. Recuperar su pujanza en el comercio
internacional
B. Equilibrar su balanza comercial
C. Conseguir un margen para que las cuantiosas
inversiones públicas prometidas por Trump (que son una evidencia de las
avejentadas infraestructuras de EE UU) puedan realizarse con cierto equilibrio,
teniendo en cuenta las reducciones fiscales también prometidas y sus
consecuencias sobre la inevitable emisión de deuda pública.
D. Colocar esa deuda, ahora que los “exportadores
baratos”, receptores de la deslocalización en la globalización pasada, no van a
seguir adquiriéndola.
Ese tipo sabe que, para hacerlo, tiene que recurrir
a toda la artillería, sin contemplaciones. Tiene un punto de apoyo importante,
pero del que es difícil sacar partido: EE UU es líder aparente, y probablemente
real, en las nuevas tecnologías; pero eso no provoca creación de empleo. Es
destrucción de trabajo y acortamiento de los costes y los procesos; menor
trabajo en EE UU y abaratamiento general de los procesos industriales.
Para conseguir sus fines, que son los de invertir
el declive económico de su país, Trump no será ni amable, ni aceptable a la
vista ni los oídos. Viene de un imperio económico decadente y, para hacerlo de
nuevo prepotente, no tiene otro camino que la demostración de la prepotencia.
Trump lanza una batería de medidas económicas de gran
alcance:
1. Aborda con decisión la guerra arancelaria,
para mejorar la descompensada balanza comercial de EE UU Espera que, además le
permita obtener ingresos de los propios aranceles –con los que se pagaría, por
ejemplo, el muro con México-, pero ya trataremos más adelante la política
fiscal.
EE UU se incorpora, relativamente tarde, a la pugna
entre la Unión Europea y China en la que la primera busca frenar el dumping
que realiza la segunda cuando vende sus productos a precios muchos más bajos
que los del mercado. Es una larga sucesión de escaramuzas: va desde las tablas
de planchar (a las que se ha prorrogado cinco años un arancel del 42 %) a
los paneles solares (47 %). La respuesta China ha sido terminante en
productos como el vino que importa o los productos químicos europeos (con
aranceles del 37 %).
Trump advirtió en enero de su intención de imponer
aranceles del 45 % a la importación de productos chinos (similar a los
aranceles europeos que acabamos de comentar). China respondió con una
advertencia contundente: reemplazar los aviones, material electrónico,
automóviles, soja, maíz, entre otros productos norteamericanos, por la oferta
de países distintos de EE UU. Los antecedentes revelan que en un sistema de
decisiones tan centralizado como el chino, los cambios de proveedor pueden
tomarse con mucha más rapidez que cuando existen intereses empresariales por
medio: cuando Obama impuso un arancel del 35 % a los neumáticos chinos, se
encontró inmediatamente con represalias sobre los componentes de automóviles y
los pollos norteamericanos, que supusieron mayores pérdidas norteamericanas que
las infligidas a China.
También la estrategia comercial alemana (cuyas
exportaciones batieron todos los récords históricos en 2016) está entre las
protestas. Sus acusaciones van en el sentido de debilitar a la UE: Alemania,
dice, compra poco y vende mucho, por lo que no estimula el consumo interno del
resto de países socios. Es una advertencia interesada, porque la clave de la
exportación alemana radica en la competitividad que le añade a sus productos la
enorme red de maquiladoras del Este de Europa, que monta o elabora los
componentes de productos que acaban como Made in Germany. Pero Trump no
puede pisar este huerto, porque eso estaría en contradicción con su política respecto
a las maquiladoras mexicanas.
Sobre México y países aledaños, ha dado reiteradas
muestras de querer abandonar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
con México y Canadá, NAFTA. Lo hará, o al menos desvirtuará totalmente
ese Tratado. Lo mismo pretende con el Acuerdo Transpacífico de Cooperación
Económica, TPP.
2. La guerra de divisas constituye otro de los
escenarios en que Trump pugna por imponer su hegemonía económica. Esa guerra de
divisas resulta decisiva para establecer la capacidad competitiva de las
grandes potencias económicas mundiales.
Gran parte de los países brics (las cinco
economías emergentes más importantes del mundo: Brasil, Rusia, China y
Sudáfrica), así como otras potencias emergentes como Indonesia, Turquía, México
y otros países latinoamericanos, vienen maniobrando desde 2015 contra la
depreciación de sus monedas (en 2010 tuvieron que aplicarse a la política
contraria: un dólar bajo mermaba su competitividad exportadora). Lo han
intentando básicamente elevando sus tipos de interés, pero no lo han conseguido
—con la excepción de la rupia india o el dólar taiwanés—: casi todos han
sufrido una depreciación, aunque en menor o mayor grado.
Pero el problema de los emergentes es más complejo:
son países que se han tenido que financiar muchos años en divisas distintas a
las suyas. No eran fiables por su historial de devaluaciones y de regímenes
cambiarios, así que eligieron financiarse en dólares. Ahora, con la pérdida de
valor de las monedas de los emergentes, el pago de la deuda se dispara: así,
por ejemplo, para devolver cada millón de dólares bastaban 2,36 millones de
reales brasileños; ahora debe pagar 3,20 millones de reales, más de un tercio
más.
Vista en su conjunto la evolución de las divisas
emergentes, y unida a la evolución de las materias primas, existe un riesgo
cierto de impago. La deuda pública acumulada en los mercados emergentes
asciende a 10 billones de dólares, de los que las tres cuartas partes está
nominada en dólares. Por ahora, parece que los emergentes poseen divisas
suficientes para afrontar los próximos pagos, pero eso no alcanzaría a 2018.
La principal divisa en influencia mundial, tras el
dólar y el euro es el yuan o renminbi chino, que se encuentra ligado en su
evolución al dólar. China tiene una muy baja inflación (inferior al 1 %) y
sus exportaciones cayeron en enero un 3,3 %. Naturalmente intenta
depreciar el yuan y lo ha conseguido: está en su nivel más bajo desde 2009, a
pesar de que 2014 logró depreciarlo en un 2,4 % y en 2015 otro 1,2 %.
Naturalmente, Trump acusa a China de manipular el yuan para favorecer sus
exportaciones y a Japón por mantener un yen débil.
Todo parece indicar que China adoptará una posición
más audaz y dejará de ligar el yuan al dólar: ello hará imprevisible el
potencial de las divisas respectivas, por lo que se recrudecerá la guerra de
aranceles que acabamos de comentar. Será difícil doblegar a China. No sólo por
la rapidez y la transmisión vertical de su directrices desde la cúspide, sino
porque tiene varias alternativas, además de la de debilitar el yuan frente al
dólar y reasignar sus colosales reservas de bonos del Tesoro de EE UU (que se
han intercambiado desde hace muchos años por exportaciones chinas), o bien
facilitar acuerdos comerciales regionales.
Pero la gran liga está entre el euro y el dólar,
las divisas más relevantes del mundo. El Director del Consejo Nacional de
Comercio de EE UU acusó a Alemania de explotar a sus socios de la zona euro y
al resto de sus importadores con una moneda infravalorada, el euro: si recuperara
el marco alemán, dice, su moneda sería más fuerte y sus productos menos
competitivos. La doctrina Trump es clara en esta cuestión: la UE es un juguete
en manos de Alemania.
El dólar se acerca peligrosamente al euro y 2017
contemplará un sorpasso que no se daba desde 2002. Desde 2014 el dólar
se ha revalorizado respecto al euro casi un 35 %.
3. En lo que respecta a la política de tipos de
interés, Trump subordina la ortodoxia de la Reserva Federal a las tácticas de
la guerra comercial. Intentará limitar en lo posible la subida de los tipos y
frenar la cotización de dólar, cualquiera que sea la inflación y el desarrollo
de EE.UU.
La carta dirigida, según hemos comentado arriba, a
Janet Yellen, la Presidenta de la Reserva, resulta sintomática: no habrá que
hacer más que lo que permita ganar terreno ante los adversarios económicos de
EE UU. La ortodoxia, los principios de funcionamiento, son subsidiarios. Aún
con los buenos datos de empleo actuales y unas aceptables perspectivas del PIB,
la subida de tipos probablemente no sea mayor de 50 puntos básicos a lo largo
de 2017, hasta el rango del 1 por ciento. Ese diferencial de los tipos de
interés con Europa y el aumento de la tir del T-Note hasta
niveles cercanos al 3 por ciento constituirán incentivos para la revalorización
del dólar, que Trump intentará acotar al máximo para afrontar en mejores
condiciones la guerra comercial.
Así que, el nivel de los tipos de interés dependerá
de lo ya apuntado:
- Básicamente, de que la sobreoferta de crédito que
provoque la liberalización financiera suscite una presión a la baja sobre los
tipos y un exceso de liquidez (para entendernos: como hace el BCE con sus
inyecciones masivas de dinero, pero directamente desde los bancos
norteamericanos).
- De que exista demanda para la masa de nueva deuda
a emitir, aunque no la compre China.
- De que el dólar no se dispare por la atracción de
los tipos de interés
Así pues, Trump luchará (contra las teorías e
intentando que se compre la deuda que no va a tener más remedio que emitir) por
un dólar bajo; poco dado a importar y atractivo para exportar. Cómo lo
conseguirá ni se sabe, ni lo sabe; pero tiene claro que no será la ortodoxia de
la FED quien se lo impida.
4. La primera gran razón de la desregulación: colocar
la deuda del déficit fiscal
En déficit fiscal, el mensaje se centra, por ahora,
en dos líneas:
a. Disminuir el gasto sanitario que, pese a la
resistencia de las Cámaras, ha podido ir aupándose al 21,2 % del gasto
público total. Veremos como acaba, si se completan los primeros cuatro años de
Presidencia. Desde la nueva Administración de EE UU y desde Moody´s se lanzan
mensajes de disminución del 10-12 % anual.
b. Dado el porcentaje de gasto en defensa
(14,5 %), la medida más relevante consiste en exigir airadamente el
reparto de ese gasto, especialmente de la OTAN, entre los países “defendidos”.
Termina así con la época de Reagan y sucesores: gasto unilateral en armamento a
cambio de fidelidad y de no discutir a los proveedores de armas norteamericanos.
Trump anuncia que los aliados, como tributarios, deben pagar; además, propugna
la sofisticación, y por tanto el aumento del coste, de las armas.
La entente con Putin le facilita tener las
manos libres en Oriente y presionar a la Unión Europea. Rusia no es, al menos
todavía, un enemigo principal, sobre todo en la guerra económica actual.
En lo que respecta al gasto presupuestario
principal, además del armamento, apuesta por un tema obvio: el adecentamiento
de las viejas infraestructuras (carreteras, ferrocarril, suministro
eléctrico…), que lastran la competitividad de toda la economía.
Lo que no aparece como posible es que se vuelva
atrás en su promesa de bajada de impuestos. Así que Trump lo fía todo a otros
ingresos no fiscales. Por ahí no vendrá otra novedad que lo ya sabido: la
compensación fiscal de la mayor desigualdad económica del mundo no entra en sus
planes.
Así las cosas, ¿cómo va a financiar el Presupuesto?
Pues como lo ha hecho siempre el neoliberalismo en EE UU: emitiendo toda la
deuda estatal necesaria y esperar a que el dinero ocioso esté dispuesto a
comprarla (especialmente, ahora que no serán los países exportadores a los que
se les pongan trabas para exportar a los EE UU). Esa fue la vía para pasar, ya
en 1988, de primer acreedor mundial a principal deudor.
Se volverán a emitir bonos y obligaciones esperando
que sean suscritos por bancos, empresas e inversores de todo el mundo, que a su
vez emitirán su propia deuda ¿Suena a deuda que se financia con deuda; suena a
pirámide; suena a 2008? Pues porque suena y es el único remedio que se conoce,
ya tenemos la primera causa de la desregulación, de la vuelta a lo que
fundamentó la crisis financiera.
La desregulación financiera impulsará
descontroladamente el crédito en el mercado hipotecario y en el empresarial;
dará especial impulso al mercado de bonos corporativos y préstamos titulizados.
Ello permitirá que las emisiones de deuda estatal puedan ser absorbidas sin
“secar” los mercados de deuda.
5. Además de la certidumbre de tener que emitir otra oleada
masiva de deuda pública, otra gran razón impulsa su desregulación: constituye
la esencia de su estrategia contra su mayor competidor económico, la UE.
No se trata de una suposición o interpretación: Ted
Malloch, el “embajador de facto” ante la UE apuesta públicamente por debilitar
el euro y expresa sin rubor que las elecciones en Holanda, Francia y Alemania
“podrían llevar a una sacudida de los fundamentos de la Unión”. También opina
que el TTIP, el tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión
Europea “está muerto”. Más claro no puede ser: “Algunos de los que hemos
trabajado en Wall Street o la City de Londres, sabemos que si metes a la gente
correcta en la habitación correcta, con los datos correctos y la energía
correcta, y Trump ciertamente es energético, las cosas se hacen”.
En cuanto fue nombrado Presidente exageró el tono y
el mensaje en el Wall Street Journal: la Dodd-Frank es una carga
tremenda para los bancos: “Tenemos que deshacernos de ella o hacerla más
pequeña. Los bancos son incapaces de prestar y esto ha hecho a nuestro país no
competitivo, ha ralentizado el crecimiento”.
Pese a que EE UU acumula 92 meses seguidos de
crecimiento, desde julio de 2009 (la gran recesión se prolongó entre diciembre
de 2007 y julio de 2009, 18 meses), según los datos de la Oficina Nacional de
Investigación Económica, NBER. Esos 92 meses representan el tercer ciclo
de crecimiento más largo de los últimos 162 años (tras marzo de 1991 a marzo de
2001 -120 meses -; febrero de 1961 a diciembre de 1969 -106-).
Por su parte el paro está por debajo del 5 % y
se encontraba en el 10 % a mitades del 2009. No parece, por lo tanto que
el propio Trump se crea sus propios argumentos sobre el freno al crecimiento
debido a las limitaciones a los bancos. Los objetivos esenciales para iniciar
la desregulación financiera se encuentran en:
A. La necesidad de endeudar todavía más a EE UU,
para aliviar la contradicción entre las promesas presupuestarias y la bajada de
impuestos.
B. La guerra comercial y bancaria contra el sistema
financiero europeo, contra el euro y contra la UE.
Tampoco se trata de una urgencia derivada de la
merma de competitividad bancaria de EE UU De hecho, la banca europea lleva seis
años perdiendo posiciones respecto a sus competidores norteamericanos. Sus
procesos de saneamiento y de recapitalización están todavía incompletos. Ya a
finales de 2015, los cinco principales bancos de inversión estadounidenses
ocupan un 33,5 % de la banca de inversión global, casi el doble de las
cinco mayores entidades financieras europeas, que no superaban el 17,2 %.
La banca de inversión norteamericana acapara el 49 % de las comisiones,
frente al 29 % de sus homólogos europeos. La prestigiada consultora Coalition
concluye que “el peligro de los bancos europeos es que su falta de inversiones
en los últimos cinco años les acabará pasando factura”.
Desde luego, lo bancos europeos estarían encantados
con su desregulación, con poder invertir más especulativamente; pero aún están
por sanear. En el mismo sentido que veremos a continuación, una desregulación
adicional los haría quebrar, pese a la apariencia temporal de sus cuentas de
resultados.
La principal baza individual con la que cuenta
Trump en la banca europea es Deutsche Bank. Las malas prácticas del banco
alemán, y la permisividad de su Gobierno, lo han convertido en uno de los que
acumula más activos tóxicos y derivados del mundo (dentro de una banca alemana
donde el apalancamiento y la consecuente fragilidad del balance son enormes).
Tal como hizo Goldman Sachs con Grecia, el Deutsche
mantuvo fuera de los libros préstamos a Brasil (Banco do Brasil) e Italia
(Monte di Paschi di Siena). Ya lo había hecho con Dexia Bank (el quebrado banco
franco-belga), el Hellenic Postbank de Grecia y a Al Khaliji de Qatar. Todo ese
desastre crediticio forma parte de los casi 350 mil millones de euros que el
Deutsche mantiene en préstamos prácticamente deshauciados. Si a ello unimos los
más de 50 billones de euros en derivados financieros (20 veces el PIB de
Alemania), su fragilidad es más que obvia.
De hecho, la banca europea (al igual que la
deuda pública) está por reflotar y es objeto de una desregulación, o
permisividad si se prefiere, controlada por el BCE. Vista la situación de
Deutsche, echemos una ojeada al conjunto de la banca de la UE:
-Su tamaño de balance, fruto de instrumentos
especulativos que todavía no se han podido sanear, es desmesurado: representa
cuatro veces el PIB europeo, mientras en EE UU la relación es 1/1. En Japón,
cuyo sistema financiero tiene fama de mastodóntico es 2/1.
-Mantiene 220 billones de dólares de derivados
financieros (CDO y CDS), alrededor de un tercio del total mundial
(pero metidos en balances peores, con una morosidad encubierta o disimulada que
triplica la de la banca norteamericana)
- El balance del BCE, a causa de las inyecciones
financieras a los bancos y a los estados (que no a la economía productiva)
supera los 3,5 billones de euros. Básicamente (alrededor de un 70 %) lo
dedica a comprar deuda de los Estados de la UE y el resto a la adquisición de
bonos corporativos y a créditos a la banca. De vez en cuando ofrece una “barra
libre de crédito” a la banca, que ya ha superado los 1,5 billones de euros.
- Se mantienen artificialmente, puesto que acabamos
de ver que las compras de deuda las realiza el propio BCE, los tipos al
0 %. Los depósitos de los bancos en el BCE se penalizan, de modo que
tengan que emplearlos en créditos o mantenerlos en su balance.
- El BCE no puede aumentar los tipos de interés
ante las necesidades de la deuda de los Estados miembros de la UE, al menos en
dos o tres años, en virtud de los vencimientos. Como en los malos equipos, se
pega el patadón hacia adelante, con la esperanza de refinanciaciones a largo
plazo.
- Tiene bancos comerciales fundamentales por sanear
(como se ha visto, por ejemplo, en el Monti di Paschi o se hace
necesario en el Popular). Lo que hemos visto en el Deutsche, clama; y lo de las
cajas alemanas asusta.
El reciente caso de Italia ha puesto en evidencia
la cuestión del saneamiento pendiente. Saltará también en Francia, donde se van
repitiendo episodios parciales de síntomas de quiebra. Aquí, en España (ver
Anexo 2) se han gastado ya 130 000 millones en el saneamiento bancario; y, pese
a ello, tenemos aun la patata caliente de Banco Popular y otras patatitas
menores, pero costosas.
- El BCE ha aceptado desde finales del pasado año
aceptar valores respaldados por instrumentos puramente especulativos, por falta
de activos solventes que dieran garantías a sus préstamos.
En la Europa de la austeridad oficial (la de los
presupuestos de recorte del gasto social, la centrada en espiar los gastos del
vecino), el sistema financiero ha estado siendo cebado descomunalmente y, sin
embargo, sigue estando sin sanear.
En definitiva, la U.E. tiene un sistema financiera
enfermo, una deuda estatal insostenible (en parte a causa de las ayudas,
inútiles para la economía real, para el reflotamiento bancario) y un nivel de
sostenimiento artificial. Está regulado absolutamente, no a través de reglas regulatorias,
sino en la UVI del BCE.
Una desregulación como la que va a emprender Trump
no puede sostenerse en Europa. Por compararlo: es como si las industrias de la
Alemania del este tuvieran que haber competido abiertamente en Europa. No es
sólo —que ya sería suficientemente grave en sí mismo— que el desmantelamiento
de la Ley Dodd-Frank otorgue más capital y posibilidades de negocio a los
bancos de EE UU; es mucho peor: el sistema de sostenimiento artificial de la
banca en Europa no puede permitirse una desregulación adicional. Es como si
a un delicado convaleciente se le exigiera que compitiera en una carrera libre.
Así que no parece exagerado que Fuest, el
Presidente del prestigiado IFO de Múnich, sostenga que la desregulación
bancaria que plantea Trump “desencadenará una nueva crisis financiera de
carácter inmediato y global”, añadiendo “que esas medidas llevarían a que “los
bancos de otros países quedasen en inferioridad de condiciones”. Al igual que
parece hasta contenido que Mario Draghi exclame que la iniciativa resulta
“preocupante..., potencialmente peligrosa”.
Dar rienda suelta a la libertad especulativa de la
banca en EE UU es, como se ha señalado aquí repetidamente, una medida que
llevará a repetir la crisis del año ocho. Pero, antes, se llevaría por delante
el artificial intento de sostener, a cuenta de todos, una banca europea
inoperante; a la vez, claro, que destruiría el denostado –por Trump y los
suyos– euro. Un caos incalculable.
ANEXO 1 (perfectamente prescindible)
Las elementalidades de la crisis de sobreoferta de
crédito
La crisis financiera del año ocho tuvo, en cada
país, una expresión distinta; pero en cualquiera de sus casos contó con un
fondo común: el descontrol, la desregulación, de la banca. Demos primero una
vuelta retrospectiva por los fundamentos del caos, lo que nos dará un panorama
de lo que nos aguarda.
Primero. Trocear como rentable la basura crediticia.
En la mayoría de los países desarrollados se
crearon instrumentos que permitían trocear los créditos, amparados por
una normativa irresponsable que permitía la securitización (algo así
como partir en trocitos –papelitos- muchos y variados créditos agregados en
grandes cifras): de una suma de créditos, por ejemplo hipotecarios o de
consumo concedidos (o, generalmente, ambos a la vez) sin ningún criterio de
capacidad de reembolso por quien los obtenía, se imprimían papelitos
individuales en los que invertían particulares y empresas.
El negocio no estaba en el crédito, ni en su
precio. El truco estaba en trocearlo, hacer inidentificable su origen absurdo,
sin que existiera la capacidad de reembolso. Después, había –y fue sencillo en
ese marco de desorden- que obtener una calificación de producto sin riesgo
(A+++; la famosa triple A) por una agencia de calificación, de rating,
cuya pretendida función profesional (por la que cobraba, cobra y cobrará de los
bancos emisores de esos productos) es determinar el riesgo, en ese caso el
no riesgo, de esas inversiones.
Ese producto, por ejemplo una hipoteca subprime
(a bajo precio por una propiedad que no valía lo que se prestaba), incobrable,
se convertía en un rentable título de inversión avalado por el dictamen de
agencias que se suponían profesionalmente competentes. Eso es: el timo de la
estampita en un papelito, un activo inventado, sin padre ni madre.
Esas agencias, por absurdo que pudiera parecer,
todavía duran: día sí y día también, aquellos descerebrados que convertían en
oro cualquier deuda incobrable, aparecen todavía calificando empresas y países
sin el más mínimo control: Moody´s, Fitch, S&p, Best… dicen, califican,
ponen precio a los productos financieros; otorgan o niegan su favor a las
políticas económicas de los gobiernos. Las mismas que dieron calificación de
excelencia a productos financieros que no eran más que una pirámide de estafas.
Segundo. Sacar del balance esa basura para crear más
basura.
Además de la trampa de la calificación ficticia e
interesada del producto en que invertía el particular final, había otro truco,
tan evidentemente basto como el primero, que hemos resumido como clasificar de
inversión segura lo que era un crédito inverosímil en lo que se refería a su
cobro. Los bancos necesitan, por desregulados que estén, conceder sus créditos
en base a unos depósitos. Es decir, prestan -al menos como principio elemental-
lo que les dejan como ahorro.
El malabarismo era fácil en plena desregulación. Si
se eliminaban del balance del banco los créditos, habría más espacio contable
para conceder más créditos. Fue sencillo, como lo es todo a lo que te incitan y
no te controlan:
A. El mecanismo primero, descrito unas
líneas más arriba, permitía al banco pasar de su crédito en balance a riesgos
de terceros (empresas, particulares, otros bancos; todos encontrando
rentabilidades imposibles desde el punto de vista de cualquier inversión real,
en la economía real). Otros compraban su crédito, su balance de créditos
disminuía; podían -con su nivel de depósitos de todo tipo- conceder nuevos
créditos.
B. Otro mecanismo les permitía pasar créditos a una
"banca paralela": "aparcaban" los créditos, que todos
sabían incobrables, a una serie de empresas, la mayoría no bancarias. Dominadas
por los propios grupos bancarios, que conseguían reducir la cuantía del balance
de créditos de la banca (y, por tanto, con esos “aparcamientos” hacían sitio
para dar nuevos créditos).
Tercero. Se inventaron nuevos instrumentos (los más
famosos, los derivados –seguiros o/y créditos con base a otros créditos-, pero
muchísimos más), que incrementaron los niveles de crédito exponencialmente en
relación a la realidad económica de producción y distribución. Por ejemplo, los
derivados servían para fabricar un señuelo de que esos créditos imposibles de
cobrar, estaban basados en seguros tan complicados técnicamente como ilusorios
en su función y su composición. Las cifras llegaron a ser tan portentosas como
la burbuja mundial de crédito: cuatro veces el PIB mundial a finales de 2008.
Primero + Segundo + Tercero = pirámide crediticia
descontrolada, sin ninguna conexión con el crecimiento económico
Cuarto. España: los epígonos de la desregulación
Zapatero dixit: España tiene el sistema
financiero más saneado del mundo. Rajoy y de Guindos aseguraron: ni un solo
euro del saneamiento de la banca saldrá del contribuyente.
Creyeron en su momento, y el que esto escribe lo
entendía así, aunque desde otro punto de vista, que aquí ni había
"bola", pirámide de desregulación, ni traspasos de balance y pocos
derivados. No caímos en que había algo aún más dañino para el conjunto de la
economía. Pero había algo peor: una conspiración político-empresarial para
hinchar los precios y los ladrillos de la burbuja inmobiliaria hasta que
saltaron por los aires. No fue solo lo inmobiliario: con los vientos de la
desregulación y el descontrol, todo el crédito empezó a crecer descomunalmente;
sin necesidad de artilugios como la securitización o los derivados, pasó a ser
4 veces el PIB, mientras que en Europa era 2,5 veces.
El ambiente internacional de desregulación, la
inacción del Banco de España, la corrupción política, se cebaron especialmente
en la banca semipública, en las cajas de ahorros, y produjeron un agujero
abismal, peor porcentualmente que el de Estados Unidos. Hemos demostrado euro a
euro en Mientras Tanto,hace relativamente poco tiempo, que se han
empleado 130 000 millones de fondos públicos en ayudas a la banca española, el
13 del PIB (ver http://www.mientrastanto.org/boletin-122/notas/el-coste-del-rescate-bancario-las-cifras-reales).
Entonces, nadie piaba y el Banco de España y el
FROB admitían a regañadientes entre 20 y 40 mil millones (hace unas semanas, un
afamado miembro del PSOE, repetía esta última cifra: se ve que no lee). Pues
bien, el Informe de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia
admitía en Noviembre pasado que España ha destinado ayudas a la banca por valor
aproximado a 96 000 millones de euros (de la que da por recuperado el
4,4 %). Esas ayudas no cuantifican el efecto de los avales públicos a la
banca (que podían haberse empleado en ayudas directas a las pymes y han sido
empleadas por la banca para financiarse más barato en los mercados), ni las
medidas clásicas de las ayudas anteriores (Catalana, Banesto, Rumasa): los
créditos fiscales; añadiendo lo no cuantificado en el citado Informe, cuadran
los 96 0000 con los 130 000.
ANEXO 2 (pomposo e improbable)
Un programa para que fluya el crédito productivo
Sigue un intento de sistematización de unas bases
de acuerdo entre los grupos de la izquierda de lo que queda de Europa como
reacción a las medidas de Trump y a las presiones, que sin duda se van a
recibir desde la propia banca europea, para volver al camino de la
desregulación.
1. La cuestión esencial: separación entre la banca
comercial y la banca de inversiones
Se trata de impedir que los ahorros de los muchos
se malogren, directamente o a través de las ayudas a las quiebras bancarias, en
la inversión en operaciones especulativas o de alto riesgo.
2. Involucración directa de la Banca Central y del
BCE en la calidad de los riesgos bancarios
- Auditoría de crédito/riesgo por los bancos
centrales del BCE: provisionamiento anticrisis (hacer “hucha” con lo que se va
ganando); relativización de los modelos matemáticos de evaluación de riesgos
utilizados por los auditores de los bancos supervisores centrales.
- Prohibición del "aparcamiento" de
riesgos fuera del sistema financiero.
3. Capitalización
- Reforzamiento del capital mínimo bancario y de
los fondos de inversión. Mínimo el 9% del capital en Banca; máximo el 12/1 de
apalancamiento para todos los actores financieros.
- Normas de Basilea diferenciadas, pero para todos
los agentes financieros, no sólo banco.
4. Regulación de quiebras y ayudas bancarias
- Modelo prefijado de régimen concursal para
entidades quebradas o en grave riesgo: "operaciones acordeón",
liquidación de activos, fragmentación y adjudicación, sin pérdidas para los
clientes de pasivo.
5. Regulación de los mercados
- Restricción de los derivados a quienes posean
deudas concretas que deseen asegurar.
- Impedir las operaciones "desnudas". Al
"casino" no regulado, no deberían poder acceder los agentes que
actúen en el regulado.
- Restricciones estrictas para las ventas en
descubierto.
- Limitación para las compras/ventas interdía.
- Agencias de calificación. Intervención o
participación de los bancos centrales en esas agencias; regulación del
accionariado y los conflictos de intereses.
- Impuestos especiales sobre movimientos
especulativos (objetivamente definidos).
20/2/2017
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