Cuando los villanos no son los autores del crimen, sino sus denunciantes
La
Vanguardia
16-03-2017
Hay cosas que serían imposibles sin el inestimable
trabajo del periodismo objetivo. Una de ellas es la actual conversión de
cualquier mala noticia para el establishment occidental en un elemento
de la desempolvada hostilidad hacia el enemigo ruso de la guerra fría. Y eso,
cuando ya compartimos con ese enemigo sistema socioeconómico (capitalista) y
tipo (oligárquico) de régimen político, tiene su mérito.
El mensaje de que la victoria del energúmeno Trump
en Estados Unidos fue, en gran medida, resultado de la “injerencias” de Rusia
en sus elecciones, ha calado hondo. Por si accidentes parecidos se repitieran
en Europa, ya se lanzan advertencias sobre el intervencionismo de la
ciberpotencia rusa en las elecciones alemanas o francesas. Y lo mismo ocurre
con las sensacionales revelaciones de WikiLeaks o del heroico Edward Snowden.
“Con Julian Assange WikiLeaks se ha convertido en
una máquina de propaganda que con gran fervor y en los momentos más
interesantes publica filtraciones útiles a Donald Trump y Vladimir Putin”,
explica el semanario alemán Der Spiegel, histórico luchador de la guerra
fría (cold warrior) desde su misma fundación en 1947. “Piratas rusos
proveen de contenido a la plataforma de Assange para desestabilizar Estados
Unidos”, informaba hace unos días nuestro diario, que, siguiendo la estela de
los grandes medios de Estados Unidos, considera “probado por 17 agencias de
inteligencia estadounidenses” que, “Rusia ha sido la gran provedora de
contenido a WikiLeaks”. La red de Assange, “forma parte de una campaña que
manipula las redes sociales para diseminar falsedades y noticias favorables a
Trump”. El milagro se ha realizado: los criminales no son los responsables de
las enormidades documentadas, sino sus denunciantes.
Le Monde, que publica estos días páginas enteras sobre la
ciberpotencia rusa y sus ingerencias en el mundo -como si se tratara de algo
específico ruso- ha ido mucho más lejos: ha puesto en marcha un “detector de fake news” (noticias falsas), llamado Décodex, para,
“localizar los sitios poco fiables y sus informaciones falsas” en la red. ¿Se
aplicará el pintoresco detector, a cargo de periodistas objetivos y sin
ideología, a sí mismo? Seguramente no, sin embargo debería hacerlo: Según los
datos del barómetro anual sobre medios de comunicación Kantar/La Croix
divulgados en febrero, la mitad de los franceses no confían en los medios de
comunicación, el 76% de ellos opina que los periodistas no son independientes
ni resisten a las presiones del dinero. El 80% de los medios de comunicación
franceses, incluido Le Monde, pertenecen a 9 grupos empresariales. ¿Será todo
eso fake news? ¿Propaganda de Moscú? Vayamos a lo esencial.
Tres presidentes franceses (Jacques Chirac, Nicolas
Sarkozy y François Hollande) y por lo menos 51 políticos de este país han
estado sometidos a las escuchas de la agencia nacional de seguridad (NSA) de
Estados Unidos. La CIA espió a todos los grandes partidos políticos y
candidatos a la presidencia de Francia en la campaña de 2012 a lo largo de
siete meses. La principal ciberguerra y el principal intervencionismo político
en los asuntos de otros países hasta ahora documentado en Europa corre a cargo
de Estados Unidos. La hipótesis Big Brother de Orwell es hoy un hecho
americano documentado. Lo de menos es el teléfono intervenido de Merkel o de
Hollande. Eso es muy poco al lado de la dimensión global del asunto, las
complicidades de las grandes empresas y de los gobiernos europeos y de sus
servicios secretos. Todo eso ha sido documentado a lo largo de años por
WikiLeaks, Snowden, etc. Aunque es obvio que todo el mundo espía, y Rusia
también, la primera potencia es la más avanzada (la red es suya) y en ausencia
de un Snowden ruso o chino, es la única cuya labor está documentada al detalle.
Hay que agradecer a los periodistas que, pese a esa
evidencia, se consiga que el público esté tan preocupado e indignado por los
informes no demostrados sobre las manipulaciones orquestadas por Moscú para
influir en las elecciones europeas.
La última revelación de WikiLeaks documenta la
posibilidad técnica de convertir en instrumento de vigilancia y control
prácticamente cualquier aparato digital. Informa sobre la existencia de un
centro secreto de ciberguerra en el consulado de Estados Unidos en Frankfurt
que emplea a 200 hackers. Gracias al programa de la CIA “Umbrage” puede no solo
evitarse que detecten el origen de la potencia atacante, sino también atribuir
cualquier ataque a quien se desee. Es un dato que relativiza, aún más, las no
documentadas “revelaciones” sobre los ataques rusos.
Sumamente interesante resulta también la capacidad
de la CIA por interferir en los sistemas de control de vehículos, coches o
camiones, lo que permite provocar accidentes de tráfico si se quiere eliminar a
alguien. “El propósito de tal control no se especifica (en los documentos),
dice WikiLeaks, “pero permitiría a la CIA realizar asesinatos indetectables”.
Es una información reveladora si uno piensa, por ejemplo, en el caso del
periodista Michael Hastings, fallecido en 2013 en un misterioso accidente en
Los Angeles.
Conocido por su trabajo que acabó con la dimisión
del General Stanley McChrystal como comandante en jefe de las tropas de Estados
Unidos en Afganistán, Hastings estaba trabajando sobre la persona del director
de la CIA con Obama, John Brennan. Antes de su muerte comentó a sus colegas que
tenía “una gran historia (periodística) entre manos”, que estaba siendo
vigilado y que necesitaba “desaparecer del radar un rato”. También pidió prestado
el coche a un vecino porque temía que el suyo hubiera sido manipulado. Hastings
pudo haber sido una de las fuentes del actual informe WikiLeaks. Pocas horas
antes de morir mantuvo un contacto con el abogado de esa red, Jennifer
Robinson. Su mercedes aceleró anormalmente y se prendió instantes antes de
estrellarse contra una palmera e incendiarse por completo en una despejada
avenida de la ciudad, el 18 de junio de 2013…
Como en la época de los disidentes soviéticos, que
la URSS descalificaba inmediatamente como “agentes del enemigo”,
“antisoviéticos” y “traidores” (en Moscú se regresa ahora al mismo tipo de
recursos), las denuncias de estos hechos pueden ser desestimadas con argumentos
de guerra fría siempre que se olvide que afectan a derechos básicos que están
siendo escandalosamente atropellados en violación de la legislación vigente en
Estados Unidos y Europa. Y la simple realidad es que a diferencia de estos
casos documentados, no hay pruebas de las denunciadas injerencias moscovitas en
las elecciones europeas.
Esa fue, precisamente, la conclusión de un informe
de las dos principales agencias de inteligencia alemanas, el BND y el BfV,
según informó (con muy poco relieve y apenas eco) el Süddeutsche Zeitung en su edición del 7 de febrero.
Su conclusión fue tan poco favorable a las tesis deseadas, que la canciller
Merkel ha ordenado un nuevo informe que incluya específicamente, “la
información de los medios de comunicación rusos sobre Alemania”. La intención
es descubrir la sopa de ajo.
El informe de las agencias de inteligencia de
Estados Unidos sobre ese mismo tema descubrió que, “la máquina de propaganda
del estado ruso contribuyó a influir en la campaña (electoral de Estados
Unidos) sirviendo como plataforma de los mensajes del Kremlin al público ruso e
internacional”. Que los medios de comunicación de un país -y desde luego, los rusos
también- son una plataforma de sus mensajes, es algo que ya sabíamos desde el
descubrimiento de la sopa de ajo. Y lo mismo vale para los “criminales”
contactos con diplomáticos rusos que le han costado el puesto a alguno de los
siniestros personajes de la nueva administración Trump. Que el embajador ruso
en Washington, Sergei Kislyak, esté rutinariamente bajo escucha, es algo que en
el actual contexto no puede ser noticia. La verdadera primicia son los
contactos.
“En calidad de alguien que pasó 35 años de su
carrera diplomática trabajando para abrir la URSS y hacer de la comunicación de
nuestros diplomáticos y ciudadanos con ella una práctica normal, encuentro
bastante incomprensible la actitud de gran parte de nuestro establishment
político y de algunos respetados medios de comunicación”, explicaba
recientemente el ex embajador de Estados Unidos en la URSS de Gorbachov, Jack
Matlock.
“¿Qué demonios hay de malo en consultar a una
embajada extranjera sobre las vías para mejorar las relaciones? Cualquiera que
aspire a aconsejar a un presidente americano debe hacer precisamente eso”,
decía Matlock. “Cualquiera que esté interesado en mejorar las relaciones con
Rusia y en impedir otra carrera de armas nucleares, lo que es un interés vital
de Estados Unidos, debe discutir esos asuntos con el embajador Kislyak y sus
ayudantes, considerar eso “tóxico” es ridículo y no veo en ello nada malo
siempre que estuviera autorizado por el presidente electo. El escándalo que han
hecho de los contactos tiene todo el aspecto de una caza de brujas, las
filtraciones (de los contactos con Kislyak) implican que cualquier conversación
con un funcionario de la embajada rusa es sospechosa, esa es la actitud de un
estado policial y filtrar esos alegatos vulnera cualquier norma legal de una
investigación del FBI”.
Efectivamente, hay cosas que sería imposible que
parecieran sospechosas y denunciables sin el inestimable trabajo de los
periodistas objetivos y sin ideología. De ahí su creciente descrédito en
nuestra corrupta selva de propagandas.
Fuente
original: http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch
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