29-03-2017
Nuestra
“democracia” se prepara para una nueva puesta en escena: la elección presidencial
y parlamentaria 2017. Los candidatos se autoproclaman servidores públicos,
privilegiando, por sobre su existencia personal, trabajar por el bien común.
Sacrificio que, evidentemente, consideran suficiente mérito para ser electos o
reelectos. En los hechos, sucede todo lo contrario.
La democracia chilena es una farsa. Una dictadura
de los partidos políticos que sólo buscan beneficiarse a costa del Estado.
Beneficio que se concreta en sus máximos dirigentes y algunos saltimbanquis del
séquito más cercano. A la masa militante sólo le toca, de vez en cuando, uno
que otro caramelo. Los electores sólo pueden votar por quienes los partidos
deciden que se debe votar.
Es decir, son los partidos, y nadie más que ellos,
quienes autorizan los nombres que irán en las papeletas el día de la elección.
La señora Juanita no puede ser candidata aunque la proclame una comuna entera.
Los partidos gobernantes, a través del parlamento -
en concomitancia con la “oposición” de turno - dictan las leyes y deciden que
es lo bueno y lo malo para los habitantes del país. A cambio de algunos
beneficios (siempre con letra chica), que no deberían ser otra cosa que
derechos fundamentales del ser humano constituido en sociedad, atrapan las
conciencias suficientes para ganar elecciones.
Una vez electos presidente y parlamento, las
promesas de prosperidad para los chilenos se esfuman como se esfuman los
dineros de la Ley Reservada del Cobre en las charreteras militares.
Por su parte, los empresarios, colonizadores de los
políticos, fortalecen con cada elección su voraz apetito por el lucro,
estrujando hasta la última gota de sudor a los trabajadores. Se han apropiado
de los fondos de pensiones, del agua, de la luz, de las comunicaciones, de la
vivienda, del mar, de la educación, de la salud, etcétera. Y aún así siguen
insatisfechos. Incluso se sienten perjudicados porque deben pagar míseros
impuestos.
Los candidatos no escatiman en gastar millonarios
montos en sus campañas, donde la mentira se enseñorea, vendiendo ilusiones y
discursos prefabricados por décadas. Se debe ganar a toda costa un podio en la
república, como en aquel chiste popular donde el candidato ofrece un puente, y
cuando le hacen ver que en la comarca no hay río, responde: “Bueno, también les
pongo un río”.
El problema de fondo, para edificar una verdadera
democracia, debe resolverse, primero, con un plebiscito donde los chilenos
decidamos qué país queremos. Por ejemplo: ¿Queremos un país con el agua en
manos de privados o del Estado? ¿Queremos un país regido por una economía
neoliberal o una economía social? Lo mismo en el caso de la salud, previsión,
educación, luz, comunicaciones y otros servicios.
Una vez decidido esto se debe realizar una Asamblea
Constituyente para darnos una Constitución acorde al país que hemos decidido
tener. Cualquier otra solución es seguir en lo mismo.
Porque los abusos se deben a la estructura
económica-política-administrativa que nos rige, que es donde la explotación
del hombre por el hombre se perpetúa. Si no se cambia la estructura actual,
que fue montada en el siglo XIX por la oligarquía y reforzada en la
Constitución de 1980 por la tiranía cívico-militar, genocida y bucanera, da lo
mismo si gobierna la Alianza, la Nueva Mayoría o el Frente Amplio, pues
gobernarán dentro de la misma estructura que tanto daño ha hecho y sigue
haciendo al pueblo, sobre todo a los sectores más pobres.
Si en Chile no existiera el crédito un segmento no
menor de la población sufriría una seria crisis de hambruna. Los endeudados son
millones. Y “una golondrina no hace verano”. Esto es una triste realidad, un
hecho de la causa que tiene a los chilenos enjaulados.
Otro asunto, que permite nuestra farsa democrática,
es que tienen tribuna pública personajes que deberían estar condenados por
complicidad y encubrimiento de las violaciones de los derechos humanos durante
la dictadura.
La inmensa mayoría de ellos se encuentran
atrincherados en la UDI y RN, cuyos dirigentes principales poseen un perfil
psicológico DINA-CNI. Si tuviéramos un sistema de elecciones realmente democrático
y representativo estos personajes no podrían acceder jamás a cargos públicos,
pues es impresentable que se erijan como representantes de la sociedad quienes
justifican a ladrones y asesinos.
Es hora de que los afectados digan basta, no puede
ser que la farsa de la democracia chilena siga siendo para siempre, y como en
el poema de Pezoa Véliz, nadie diga nada, “ni el vecino Pérez ni el vecino
Pinto”.
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