09/11/2016
La victoria de Donald Trump (como el ‘Brexit’ en el
Reino Unido, o la victoria del ‘no’ en Colombia) significa, primero, una nueva
estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes y de los institutos de
sondeo y de las encuestas de opinión. Pero significa también que toda la
arquitectura mundial, establecida al final de la Segunda Guerra Mundial, se ve
ahora trastocada y se derrumba. Los naipes de la geopolítica se van a barajar
de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante
es ‘lo desconocido’. Ahora todo puede ocurrir.
¿Cómo consiguió Trump invertir una tendencia que lo
daba perdedor y lograr imponerse en la recta final de la campaña? Este
personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas
sensacionalistas, ya había desbaratado hasta ahora todos los pronósticos.
Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban
además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy
pocos lo veían imponerse en las primarias del Partido Republicano, y sin
embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.
Hay que entender que desde la crisis financiera de
2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los
ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como
modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos
hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos
electorales (entre ellos, el Brexit). Los grandes partidos tradicionales
están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema
derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos
antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece
radicalmente transformado.
Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país
que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por
el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la Casa
Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún
analista supo prever. Aunque pervive, en apariencias, la vieja bicefalia entre
demócratas y republicanos, la victoria de un candidato tan heterodoxo como
Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su
mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos
sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos
estadounidenses, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector
más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos electores irritados
por lo «políticamente correcto », que creen que ya no se puede decir lo
que se piensa so pena de ser acusado de racista, la « palabra libre »
de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como
un auténtico desahogo.
A ese respecto, el candidato republicano ha sabido
interpretar lo que podríamos llamar la «rebelión de las bases». Mejor que
nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las élites políticas,
económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado
conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall
Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos, y
empobrecidos por los efectos de la globalización económica.
Hay que precisar que el mensaje de Trump no es
semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista
convencional. Él mismo se define como un «conservador con sentido común»
y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la
derecha de la derecha. Empresario multimillonario y estrella archipopular de la
telerealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No
censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado
piloteando. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las
tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo
estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento.
Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la «casta». Y
promete inyectar honestidad en el sistema; renovar nombres, rostros y
actitudes.
Los medios han dado gran difusión a algunas de sus
declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o ubuescas. Recordemos, por
ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son
"corruptos, delincuentes y violadores". O su proyecto de
expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere
meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta,
inspirada en «Juego de Tronos», de construir un muro fronterizo de 3.145
kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada
de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21 mil millones de
dólares sería financiado por el gobierno de México. En ese mismo orden de
ideas: también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes
musulmanes...Y atacó con vehemencia a los padres de un militar estadounidense
de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en 2004, en Irak.
También su afirmación de que el matrimonio
tradicional, formado por un hombre y una mujer, es "la base de una
sociedad libre", y su crítica de la decisión del Tribunal Supremo
de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho
constitucional. Trump apoya las llamadas "leyes de libertad religiosa",
impulsadas por los conservadores en varios Estados, para denegar servicios a
las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el "engaño"
del cambio climático que, según Trump, es un concepto "creado por y
para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda
competitividad".
Este catálogo de necedades horripilantes y
detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios dominantes no
solo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que
mucha gente se hacía era: ¿cómo es posible que un personaje con tan lamentables
ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores
estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados? Algo no
cuadraba.
Para responder a esa pregunta tuvimos que hendir la
muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del
candidato republicano y descubrir los siete puntos fundamentales que defiende,
silenciados por los grandes medios.
1) Los periodistas no le perdonan, en primer lugar,
que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente
anime al público en sus mítines a abuchear a los “deshonestos” medios.
Trump suele afirmar: «No estoy compitiendo contra Hillary Clinton,
estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación[i]». En un tweet reciente,
por ejemplo, escribió: «Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran
de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo,
estaría ganando a Hillary por un 20%».
Por considerar injusta o sesgada la cobertura
mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de
prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre
otros: The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed.
Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del
derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato
favorito...
2) Otra razón por la que los grandes medios
atacaron con saña a Trump es porque denuncia la globalización económica,
convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía
globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos
quince años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y
casi cinco millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron.
3) Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar
las tasas sobre todos los productos importados. «Vamos a recuperar el
control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país»,
suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.
Partidario del Brexit, Donald Trump ha
desvelado que, una vez elegido presidente, tratará de sacar a EE.UU. del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en
inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP
por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al
país del mismo: «El TPP sería un golpe mortal para la industria
manufacturera de Estados Unidos».
En regiones como el rust belt, el
«cinturón del óxido» del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de
fábricas manufactureras dejaron altos niveles de desempleo y de pobreza, este
mensaje de Trump está calando hondo.
4) Así como su rechazo de los recortes neoliberales
en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la
crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse
de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro de salud)
que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos
desean suprimir. Tump ha prometido no tocar a estos avances sociales,
bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los
«sin techo», reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y
suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.
5) Contra la arrogancia de Wall Street, Trump
propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge
funds que ganan fortunas, y apoya el restablecimiento de la Ley
Glass-Steagall. Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la
banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que
la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector
financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.
6) En política internacional, Trump quiere
establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la organización
Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington
tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú.
7) Trump estima que con su enorme deuda soberana,
los Estados Unidos ya no disponen de los recursos necesarios para conducir una
política extranjera intervencionista indiscriminada. Ya no pueden imponen la
paz a cualquier precio. En contradicción con varios caciques de su partido, y
como consecuencia lógica del final de la guerra fría, quiere cambiar la OTAN: «No
habrá nunca más garantía de una protección automática de los Estados
Unidos para los países de la OTAN».
Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las
inaceptables, odiosas y a veces nauseabundas declaraciones del candidato
republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios dominantes.
Pero sí explican mejor el porqué de su éxito.
En 1980, la inesperada victoria de Ronald Reagan a
la presidencia de Estados Unidos había hecho entrar el planeta en un Ciclo de
cuarenta años de neoliberalismo y de globalización financiera. La victoria hoy
de Donald Trump puede hacernos entrar en un nuevo Ciclo geopolítico cuya
peligrosa característica ideológica principal –que vemos surgir por todas
partes y en particular en Francia con Marine Le Pen– es el ‘autoritarismo
identitario’. Un mundo se derrumba pues, y da vértigo...
Nota
[i] En su mitin del 13 de agosto,
en Fairfield (Connecticut).
Ignacio Ramonet
Director de "Le Monde diplomatique en español"
Director de "Le Monde diplomatique en español"
http://www.alainet.org/es/articulo/181549
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