Opinión
28/11/2019
“El obrero tiene necesidad de
respeto más que de pan”.
(KARL MARX)
Lo que
ocurrió en el mall de Lo Barnechea, donde los cuicos insultaron y expulsaron a
los rotos, puede presagiar un giro dramático -clase contra clase- en el
conflicto político y social que vive Chile.
Lo Barnechea
es una comuna de Santiago en los faldeos de la cordillera. Montañas, glaciares
y el nacimiento del río Mapocho constituyen su entorno geográfico. Pero lo
distintivo de esta comuna es que en ella “convive” la clase más adinerada del
país con pobladores de ingresos medios bajos y muy bajos. Estos últimos son
descendientes de los fundadores del pueblo: campesinos y pastores de fundos
cordilleranos, mineros de La Disputada Las Condes y herederos de tomas de terrenos.
Algunos palacetes de los cuicos están separados solo por una calle de las
poblaciones de los rotos. Las mansiones más lujosas han trepado los cerros y
desde lo alto son testigos de una “convivencia” que se ha quebrado.
Hasta el 18
de octubre la dominación de los cuicos -como en el resto del país- era
indiscutible en Lo Barnechea.
El alcalde,
por supuesto, es de derecha y también casi todos los diputados del Distrito.
Pero este dique político no fue capaz de contener el alud insurreccional que
sacude al país.
Los rotos
tomaron conciencia del poder que tienen porque son la mayoría. Sobre el dominio
de los cuicos vislumbraron lo que escribió Albert Camus: “Ellos mandan hoy,
porque tu obedeces”.
El símbolo
del poder en la comuna es el Portal La Dehesa, un centro comercial de lujo
donde los ricos hacen sus compras y los pobres vitrinean cuando sus exhaustas
tarjetas de crédito les impiden participar en el festival del consumismo. El
mall pertenece a la cadena Cencosud del empresario alemán Horst Paulmann Kemna,
hijo de un oficial de las SS nazis. La cadena incluye los malls Alto Las
Condes, Costanera Center y Florida Center. Son los deslumbrantes espigones que
abastecen lo que hace años el economista y periodista Aníbal Pinto Santa Cruz
llamó “consumo conspicuo”.
Al calor
reconfortante de la protesta social, los pobres de Lo Barnechea marcharon,
tocaron cacerolas y gritaron que se las pelaban, alterando la paz bucólica del
pueblo. Además, se les ocurrió manifestarse en el Portal La Dehesa y allí ardió
Troya. Los ricos, encaramados en el segundo piso, los insultaron con gritos de
“fuera rotos concha de tu madre”, “váyanse a sus poblaciones de mierda”,
“atorrantes hijos de puta”, etc. Como los rotos eran pocos, los cuicos los agredieron
y expulsaron del mall. Un cuico borracho, que portaba dos revólveres, disparó a
unos muchachos, sin herir a ninguno.
La protesta
en el Portal La Dehesa se ha repetido y los golpes -ahora más parejos- están
dejando huellas morales en ambos bandos.
Los ricos
que “rotean” a los pobres, no tienen idea de la chichita con que se están
curando. Los rotos son protagonistas de la historia de Chile. La elite los
elogia cuando le conviene. En la Plaza Yungay levantaron un monumento al roto
chileno, carne de cañón de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana
(1839). Pero los mismos cuicos se dedicaron luego a “palomear rotos”
huelguistas en la pampa salitrera. El ejército de los ricos masacró miles de
rotos (y rotas) en la Escuela Santa María de Iquique (1907) y en las matanzas
que siguieron en el siglo pasado.
La palabra
“roto” tiene valor ambivalente. Puede ser un elogio en discursos patrioteros o
un insulto en el lenguaje diario. Marca la división entre las buenas maneras
-el guante de seda en un puño de hierro- y las costumbres incultas y groseras
de “hombrecitos” y “mujercitas” que se encargan de las tareas más pesadas y
desagradables.
La palabra
“roto” también tiene connotación racial. El chileno medio clasifica como roto
si su aspecto físico se encuentra más cercano al mestizaje predominante en la
sociedad chilena.
En estos
días insurreccionales estamos en presencia de la rebelión de los rotos. Se han
puesto de pie otra vez para reclamar sus derechos. De este levantamiento se
aprovechan bandas criminales y narcotraficantes, hijos putativos del sistema en
crisis, para cometer sus delitos. Pero rotos y rotas, que son los trabajadores,
jubilados, pobladores, estudiantes y mapuches, constituyen el eje fundamental
de esta lucha. Contra ellos apunta la feroz represión de Carabineros y contra
ellos se prepara una masacre “legal” mediante un entramado de leyes que se
tejen con complicidad del Congreso.
Los sectores
más belicosos de la elite -como los cuicos de Lo Barnechea-, hacen una apuesta
muy peligrosa al provocar la ira de los rotos. La indignación de los de abajo
pretende terminar con el sistema humillante que arrebató sus derechos. La meta
superior de esta insurrección es una democrática Asamblea Constituyente. Pero
si los cuicos les buscan el odio, los rotos se verán obligados a hacerse
respetar. Tienen la razón y la justicia de su parte.
27 de
noviembre, 2019
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