Escribe:
Milcíades Ruiz
Los
manejadores sociales logran comportamientos inducidos con fines religiosos,
doctrinarios y comerciales. Pero también, con fines perversos de dominación
política, cultural y económica. Se utilizan tecnologías digitales y
psicológicas para lucrar mediante el fraude publicitario, pero este delito, es
legal. En política se trafica fraudulentamente con las expectativas populares,
cometiendo estafas diversas. Toda la campaña electoral es un fraude legitimado,
pero lo permitimos porque así, nos han acondicionado.
El
acondicionamiento manipulado ha hecho perder a la población su capacidad de
reacción frente a los abusos gubernamentales. Sabe que no es justo, pero lo
soporta porque se siente impotente ante una férrea estructura de poder con
fuerzas armadas de represión. Es una cuestión de poder. Si el pueblo no cuenta
con suficiente capacidad de imponer condiciones, la corrupción, el fraude y el
abuso continuarán.
No puede
haber democracia si el pueblo no tiene mandato sobre los administradores del
estado. El fraude se ha enseñoreado por encima de la voluntad popular. Un
sistema eleccionario fraudulento, necesariamente arroja gobernantes
fraudulentos. Eso es lo que hemos tenido siempre durante gran parte de la
historia de la república que, por lo mismo, es fraudulenta.
La
investigación del caso Lava Jato, llevada a cabo por fiscales que están fuera
de lo común, nos permite ver la corrupción de los presidentes y otros
gobernantes en los últimos 30 años. Pero la república siempre ha funcionado
así, en oculto. El fraude electoral no está solamente en el conteo de votos
emitidos y en las actas. Está en el régimen eleccionario, en los organismos
electorales y otros mecanismos de estafa.
Una forma
muy clara de fraude electoral está en la interferencia de poderosas empresas
que invierten millones de dólares en cada proceso electoral. Sabemos bien que
las empresas invierten donde hay rentabilidad calculada y no, por ideales
políticos. La empresa nunca invierte para perder dinero y por eso, todo aporte
de dinero a la campaña electoral de un candidato es un pago a cuenta.
Pero estas
inversiones disfrazadas como donaciones, aportes o colaboraciones, en la
práctica son fraudes electorales. El propósito inmediato es estafar al
electorado con un resultado fraudulento distorsionando el proceso. El dinero
aportado se usa para el fraude publicitario en toda forma y medio, sufragar
competencia desleal, sobornar autoridades electorales, bloquear rivales, etc.
En esta
estafa electoral, están involucrados muchos cómplices incluyendo las empresas
que financian el fraude, pero al parecer estas, están exoneradas de ser
acusadas e intervenidas. Pero el fraude toma también caminos indirectos
haciendo triangulación con instituciones como la CONFIEP y otras, que tienen
diversos métodos de estafa electoral.
Entonces,
los procesos electorales son manejados por fuerzas empresariales muy poderosas
que cometen fraude sin aparecer en el escenario político. Todos creen que se
ganan las elecciones en mérito a la campaña electoral de las figuras políticas,
pero no es así. Todos creen que gobiernan los políticos, pero estos son solo
testaferros del poder económico.
“No hay
lonche gratis” es la consigna del neoliberalismo y los millones de dólares
gastados para el fraude y el soborno, solo forman parte de los costos de
inversión. Es pago a cuenta y diferido para que finalmente sea el pueblo el que
asuma ese costo. Así, ha procedido ODEBRECHT cargando los costos al presupuesto
sobrevalorado de obras y concesiones de peajes por más de 30 años.
Con esta
modalidad delictiva, la millonada entregada a Keiko por el grupo Romero, grupo
Gloria, grupo Ferreyros, y otras grandes corporaciones, ya ha sido recuperada,
cargándola al precio de los servicios financieros, productos lácteos y otras
formas de recuperación. El dominio del mercado de estos grandes grupos de poder
económico les permite trasladar al consumidor los costos de la corrupción en
complicidad con los gobernantes sobornados.
En esta
perspectiva, siendo el pueblo el que paga esos sobrecostos con impuestos,
peajes y otros cargos, al final de la cadena resultamos siendo nosotros los que
financiamos las campañas de Keiko y demás candidatos corruptos. Por eso estalla
la gente, de pura rabia contenida por tanto abuso sin poder hacer nada. Eso
explica la prolongada protesta chilena pues las esporádicas marchas de protesta
son solo pataletas del momento.
Así se
gobierna el Perú y como hemos podido verificar, muchos políticos llegan al
poder por esta vía. Muchos congresistas son producto del fraude. Por
consiguiente, los poderes del Estado son producto del fraude. Si no fuera por
este fraude, muchos líderes políticos no hubiesen llegado a ser parlamentarios,
ni autoridades judiciales ni electorales.
Pero ahora,
con el nuevo proceso electoral ¿Será diferente? ¿Las campañas electorales no
serán fraudulentas? En las listas de candidatos aparece muchos traficantes ya
conocidos, pero los desconocidos ¿tendrán un comportamiento diferente? ¿Cambiar
a un ladrón conocido por otro desconocido evita la delincuencia?
No es
cuestión de personas. Es el sistema electoral fraudulento el que arroja una
democracia fraudulenta, con autoridades de falsa representatividad. El producto
final siempre será el mismo si no se cambia el sistema electoral en su
totalidad. Las reformas solo maquillan la apariencia. El cambio de régimen
electoral debería ser por ahora nuestra bandera para lograr una democracia más
auténtica. Salvo mejor parecer.
Noviembre
2019
Otra información en https://republicaequitativa.wordpress.com/
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