Escribe:
Milcíades Ruiz
El país ha
quedado en manos de un gobierno chabacano y es nuestra la responsabilidad
política. Todos los peruanos nos lamentamos y despotricamos contra los
expresidentes corruptos y demás autoridades deshonestas, pero hemos sido
nosotros los que lo hemos puesto en sus cargos. Hasta podrían decir que ellos
no tienen la culpa de ser elegidos.
Tenemos hoy
un Congreso electo tan chabacano como el Ejecutivo, porque así, lo hemos
dispuesto con nuestro comportamiento político. Nadie puede sacar el cuerpo
diciendo yo no fui. Pero como se dice en jurisprudencia, somos autores
mediatos, porque permitimos que rija un sistema electoral corrupto, porque no
hacemos un trabajo de esclarecimiento político, porque en los partidos de
izquierda hacemos lo mismo que la derecha, etc.
No interesa
la capacidad, ni la honestidad ni la representatividad social de los
postulantes a los cargos públicos. Nunca antes hubo tan bajo nivel ideológico
de los electos. Ya no se debate posiciones doctrinarias, sino ocurrencias en la
farándula política. Entonces las plataformas giran en torno a la coyuntura
destacada por la prensa: anular la inmunidad, combatir la corrupción, empoderar
la anormalidad sexual, identificarse con el despotismo militar, etc.
Estas
prensa-banderas han desplazado a los planteamientos de justicia social, lucha
contra la pobreza, igualdad social, soberanía nacional, desarrollo nacional y
hasta la palabra socialismo ha quedado proscrita en la práctica. Así, una mujer
publicitada por haber sido ultrajada inadmisiblemente por su pareja con el que
se dio cita en un hotel de Ayacucho, tiene más valor político que el líder
aimara Walter Aduviri, preso político por liderar una causa social, aunque
aquella no sepa nada de nuestra ideología.
Vivimos pues
un momento histórico de tergiversación política. Los gobernantes generan
informalidad y desempleo, pero luego salen a combatir a sus víctimas con
represión abusiva. Se admite el derecho de protesta e insurgencia, pero se criminaliza
el ejercicio de este derecho. Hablan de derechos humanos, pero callan cuando
nuestros hermanos ancestrales son utilizados como bestias de carga en el Cápac
Ñan y son tratados como objetos turísticos de fotografía, más no, como
personas.
Muchos detestan
la espuria Constitución fujimorista de 1993 por funesta para nuestra economía,
pidiendo su eliminación, pero la enarbolan cuando les conviene amparándose en
ella para proclamar la disolución del Parlamento. La disolución del Congreso
será constitucional, pero es lesiva a los principios democráticos. Hay quienes
se ufanan de demócratas, defendiendo el Estado de Derecho antidemocrático.
Todos están
orgullosos de Machupicchu pero tratan con desprecio a los descendientes
genéticos de quienes lo construyeron. Las empresas de la prensa claman por la
libertad de expresión, pero reprimen y desalojan a sus periodistas por no
sujetarse a la línea política de los dueños. Se aboga por sacar de la
postración a las comunidades campesinas de la sierra y de la selva, pero
defienden su status para que permanezcan en el subterráneo social.
Esta
vorágine de nuestra época hace que muchos piensen como izquierdistas, pero
cuando gobiernan se comportan sin diferenciarse del común de la derecha.
Preferimos empoderar a pitucos antes que, a los líderes populares, aunque los
primeros nos decepcionen. No empoderamos a los nuestros sino a los advenedizos.
Hemos empoderado Ollanta y a su esposa gobernante, a Vizcarra, a costa de
perder poder parlamentario. Pero son muchas las paradojas que tenemos como
taras ideológicas que tergiversan la esencia doctrinaria.
Se gobierna
mediante leyes y decretos y para eso, hay que saber gobernar. Las leyes las da
el Parlamento y los decretos derivados de esas leyes los da el Ejecutivo. No
podemos esperar un gobierno de calidad si los gobernantes no la tienen. Al
igual que un equipo de futbol armado con jugadores mediocres que, nunca tendrá
los resultados de un equipo de jugadores de alto rendimiento. Por eso suele
decirse que los peruanos tenemos la clase de gobierno que nos merecemos.
En cierto
modo, eso es verdad. La derecha se ha desprestigiado políticamente pero no
hemos sabido sacar provecho de este momento estratégico. Estamos patinando
sobre lo mismo. Entonces surge ante nuestras consciencias el deber de acabar
con el círculo vicioso y eso significa asumir responsabilidades. Continuar con
el mismo afán electorero sin escrúpulos nos costará caro.
En lo
particular, para la izquierda, no es constructivo volver a la jeringonza de los
fracasos, como quien repite un rosario religioso. Remover el concho solo
enturbia las ideas. Si no trabajamos como lo requieren las circunstancias, el
fracaso se repetirá. Nos ha tocado vivir este momento histórico y tenemos que
responder a los retos de nuestro tiempo.
Pero tenemos
que hacerlo como corresponde. No es solamente hablar de unidad y de allí no
pasamos. Tenemos que plantearnos objetivos y estrategias de envergadura que
otorguen sostenibilidad a nuestros planes. No con miras a cada ocasión
electoral, sino como movimiento sostenible en el tiempo, para obtener logros de
cambio en el desarrollo nacional que signifiquen mejores condiciones de vida
para los más indefensos. No trabajar para encumbrar oportunistas, sino para
construir capacidades de crecimiento y poder.
Los nativos
andinos no pudieron hacer frente a las armas de fuego de los conquistadores
españoles con sus hondas y macanas de palo, pero ahora podemos desarrollar
armas tecnológicas para empoderar a nuestras filas. Cuando falta el dinero,
estamos obligados a desarrollar nuestro ingenio. Vietnam nos demostró que es
posible vencer a las potencias mundiales.
Si por lo
menos, pudiéramos desarrollar una estrategia de alto rendimiento, con metas
anuales a cumplir, entonces estaríamos edificando un futuro en vez de andar
perdidos en las coyunturas. Si esta nota resulta ofensiva, pido disculpas. Pero
no perdamos más tiempo en distracciones pasajeras. Todos debemos colaborar.
Ustedes que dicen.
Febrero,
2020
Otra
información en https://republicaequitativa.wordpress.com/
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