Por Gustavo Espinoza M. |
22/02/2020 | América
Latina y Caribe
Fuentes: Rebelión
Nuevas
generaciones de peruanos no han oído hablar de Joseph McCarthy, congresista USA
nacido en 1908 y que se hiciera célebre por su trabajo en la denominada “Comisión
Investigadora de las Actividades Anti Norteamericanas”.
El
antecedente de este organismo puede situarse a fines de los años 30, luego de
la Guerra Civil Española, cuando autoridades estadounidenses crearon un Comité,
preocupados por el surgimiento, en Nueva York y otras ciudades, de un organismo
de Ayuda a los Refugiados Antifascistas españoles. Lo juzgaron como una
“herramienta soviética de penetración” en USA, Mc Carthy
-heredero de esta idea- integró primero el Partido Demócrata, desde el que
emigró al Republicano. Desde allí obtuvo el apoyo de las grandes corporaciones,
lo que le permitió ostentar el cargo de Senador por Wisconsin, que desempeñó
entre 1947 y 1957. Pero se
proyectó en el escenario mundial cuando, en febrero de 1950, y desde el
Capitolio, acusó a 250 integrantes del Departamento de Estado de los Estados
Unidos de estar afiliados al Partid Comunista de ese país, y de desarrollar, a
partir de esa condición, supuestas actividades anti norteamericanas.
Que la
acusación no tuvo la más mínima consistencia, quedó en evidencia, cuando el
acusador no pudo probar el cargo en ninguno de los 250 procesos judiciales que
se incoaron a los señalados por el Ilustre representante yanqui.
Pero la
cosa, no quedó allí. No obstante su descomunal fracaso, el cancerbero de marras
siguió en su paranoia, lo que obligó a Bertold Brecht a irse de los Estados
Unidos y a Charles Chaplin a renunciar a la posibilidad de visitar ese país.
Ambos, fueron acusados, y se pretendió forzarlos a comparecer ante este curioso
tribunal.
Pero el caso
de ellos, no fue el único. Destacados escritores, como Arthur Miller –“Las
brujas de Salem”, Howard Fast –“Mis gloriosos hermanos”– John
Steinbeck, -“Viñas de ira”- y Ernest Hemingway -“El
viejo y el mar”- fueron acusados –entre otros- por lo mismo, en
lo que asomó como una suerte de “cacería de brujas”.
La mayoría
de las víctimas de esas denuncias, permanecieron firmes en la defensa de sus
derechos; pero otras, como Elia Kazán -“Esplendor en la hierba”-, se
doblegaron, y aceptaron comparecer ante el Comité, y declarar allí en contra de
sus colegas.
El momento
cumbre de esa persecución fue, sin duda, el proceso contra Julius y
Ethel Rosenberg, ambos científicos, condenados a muerte y ejecutados en 1953
en la apoteosis de la ofensiva Macartista.
Howard Fast
diría en 1996, que aquellos fueron “malos tiempos, los peores
tiempos que yo y mi querida esposa, hemos vivido jamás. Nuestro país se parecía
más que nunca en su historia a un estado policial”. Fue en ese marco
que Fast escribió su célebre “Espartaco”, que fuera llevado al cine con el
recientemente fallecido Kirt Douglas, también perseguido por esa causa.
Joseph Mc
Carthy fue un anticomunista visceral que cayó en el mayor descrédito a partir
de 1955 cuando acusó a la alta jerarquía militar norteamericana de “trabajar
para Moscú”. Allí fue expulsado de la comisión senatorial que
integraba, por 67 votos contra 22.
En desgracia
por su fracaso, y teniendo solamente 46 años, fue ganado por el alcohol, y contrajo
una cirrosis hepática que lo llevó a la tumba dos años después, en 1957. La
dipsomanía, lo tumbó.
El
Marcartismo -como expresión de una obsesión enfermiza- sin embargo, no está
muerto. Nace y renace en uno u otro lado, según los intereses de la Clase
Dominante. Gentes como Rosa Bartra o López Aliaga, lo simbolizan en nuestro
escenario. Por eso, es indispensable siempre, estar alerta. Y cerrarle el paso,
sin hacerle concesión alguna.
Es
preocupante, entonces, que las autoridades de San Marcos guarden silencio ante
los requerimientos que les fueran formulados a partir de un Seminario Marxista.
Si Donald Trump es heredero de Mc Carthy; la Universidad Peruana no puede jugar
en ese terreno. No hay que olvidar la célebre frase. “¡Bárbaros!,
las ideas, no se degüellan” que acuñaran en su tiempo Diderot y
Voltaire y que sustentada también Domingo Faustino Sarmiento. Si las
autoridades callan, los estudiantes tienen la palabra.
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