21/04/2018
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Son relativamente frecuentes los casos de aquellos
trabajadores a los que no les entusiasma su trabajo y que lo ven
fundamentalmente como una forma de ir tirando, como un medio para sobrevivir
aunque sea de manera precaria como habitualmente sucede. A pesar de la
alienación que impone el trabajo este tipo de casos son diferentes, pues los
trabajadores no le tienen un apego especial a la labor que desempeñan, debido a
que la llevan a cabo porque no queda más remedio. Este descontento latente, y
que cada trabajador sobrelleva de la mejor manera que puede, establece ciertos
límites al nivel de compromiso con su propio trabajo. Se trabaja sólo en la
medida en que es fuente de un sustento, pero no existe una entrega incondicional
al trabajo, ni una identificación especial con este. Debido a esto el
trabajador tiene ciertos límites en relación a lo que estaría dispuesto a hacer
por su trabajo, normalmente con vistas a mantener unos ingresos regulares. De
este modo el trabajador está alienado, no se posee a sí mismo en tanto en
cuanto permanece secuestrado por su jornada laboral y supeditado a las órdenes
y directrices de su patrón, pero con la particularidad de que no siente un
especial apego a su trabajo que es, a fin de cuentas, fuente de innumerables
tormentos.
Sin embargo, en la actualidad nos encontramos con
una forma de alienación diferente a la que históricamente ha predominado. Así,
ha emergido un nuevo discurso en el terreno laboral que enfatiza que los
trabajadores hagan lo que aman. Se trata, en definitiva, de que el trabajador
haga de sus pasiones su trabajo, o en caso de que esto no sea posible convertir
su trabajo en su pasión. Indudablemente esta nueva alienación es presentada de
una manera favorable para, de este modo, ser efectiva. En este sentido destaca
la apariencia de que un discurso de estas características únicamente puede
beneficiar al trabajador al hacerle sentirse satisfecho con el trabajo que
realiza, en vez de sentirse alienado por un trabajo con el que no se
identifica. A través de este procedimiento se desarrolla toda una manipulación
psicológica encaminada a que el trabajador obtenga satisfacción y
entretenimiento de su trabajo, de manera que las fronteras entre lo lúdico y lo
laboral son hábilmente difuminadas. Es una estrategia dirigida a convertir el
trabajo en una herramienta de realización personal que en vez de generar toda
clase de daños psíquicos e insatisfacciones genera, por el contrario, una gran
satisfacción psicológica hasta el punto de convertirse en fuente de felicidad.
Lo anterior no deja de ser una forma sofisticada y
perfeccionada de alienación en la que el trabajador es conciliado con su
condición de esclavo al hacerle amar su propia esclavitud representada por el
trabajo que desempeña. De esta manera el trabajo se convierte en un placer con
el que se establece un apasionado vínculo, al mismo tiempo que es considerado una
forma de realización personal. Esto es lo que permite que en cada vez más
sectores laborales las cotas de explotación sean mayores gracias al
consentimiento de los trabajadores, quienes resultan ser unos entusiastas de lo
que hacen hasta el punto de aceptar unas condiciones laborales completamente
deplorables. Frente a las condiciones laborales objetivas marcadas por la
incertidumbre, la precariedad y los sueldos bajos, existen una serie de
factores subjetivos que hacen que estos trabajos sigan resultando atractivos
para algunos trabajadores, sobre todo en la medida en que constituyen una
fuente de satisfacción en el terreno moral.
Distintos estudios constatan este tipo de actitudes
en diferentes sectores económicos, como ocurre, por ejemplo, en las artes al
tratarse de una industria creativa que, pese a los elevados niveles de
precariedad laboral que la caracterizan, constituye un espacio en el que muchos
trabajadores encuentran especial satisfacción al poder maximizar la
autoexpresión, además de proporcionar una atractiva justificación del estatus
personal, lo que opera como mecanismo disciplinario que facilita la tolerancia
del trabajador a la incertidumbre y la autoexplotación, algo que en numerosas
ocasiones hace que los profesionales de este sector permanezcan en él y no lo
abandonen aún cuando pierden dinero por ello. Pero este tipo de actitudes y
comportamientos también se dan en otros sectores menos creativos como la
investigación universitaria o las asociaciones culturales. El hecho de trabajar
en organismos e instituciones que detentan cierto prestigio parece constituir
una razón suficiente para conservar trabajos precarios. A esto se suma la
importancia de hacer algo con placer, de manera que el trabajo es identificado
con el placer y facilita que el propio trabajador acceda a trabajar más horas.
Naturalmente este tipo de alienación está revestida
del correspondiente discurso justificador que los empresarios, y demás
representantes del entramado capitalista, se encargan de elaborar y propagar.
En este sentido resulta bastante elocuente lo dicho por el fundador de Apple,
Steve Jobs, durante su célebre discurso en la universidad de Standford. “Tienes
que averiguar qué amas. Y eso se aplica tanto a tu trabajo como a tus parejas.
Tu trabajo va a ocupar una parte importante de tu vida, y la única manera de
estar satisfecho de verdad es hacerlo bien. La única forma de conseguirlo es
amando lo que haces”.[1]
Obviamente Jobs no hablaba nada de los sueldos, pero de sus palabras pueden
deducirse muchas cosas respecto al papel central que es asignado al trabajo en
el mundo capitalista. En este sentido la alienación consiste en fusionar una
pasión que es fuente de algún tipo de satisfacción con el trabajo, con la
explotación económica, lo que inevitablemente conduce a la persona a amar su
explotación en tanto en cuanto le reporta una satisfacción en el terreno moral
que en muchas ocasiones le permite sentirse realizado. Debido a que el
trabajador construye su imagen personal a partir de lo que hace, y
consecuentemente a partir de su trabajo, este último cobra una importancia
capital que va más allá de la función económica que históricamente se le ha
asignado como medio para satisfacer unas necesidades materiales de vida.
La identificación con el trabajo constituye una
forma de alienación cada vez más frecuente ya que implica la identificación con
la explotación que, finalmente, se convierte en autoexplotación voluntaria que,
además, es deseada y amada. Los trabajadores entusiastas y apasionados con lo
que hacen generan un contexto laboral bastante oscuro ya que están dispuestos a
hacer ciertas cosas que en las condiciones de un trabajo que no les resultase
tan atractivo o estimulante no harían. Esto se concreta en trabajar más horas
por menos salario o incluso sin recibir ninguna remuneración a cambio,
renunciar a las vacaciones, aumentar la disponibilidad más allá de la jornada
laboral hasta extremos de convertir las 24 horas del día de los 7 días de la
semana en una jornada de trabajo continuada, estar dispuesto a aceptar salarios
cada vez más bajos, menor duración de los contratos, etc. Este tipo de
actitudes son perjudiciales no sólo para quienes las tienen interiorizadas y
las manifiestan en la aceptación de unas crecientes cotas de explotación
laboral, sino que también repercuten negativamente en el resto de trabajadores
tanto del sector económico en cuestión como en el conjunto del denominado
mercado de trabajo. Esto conlleva el aumento de la precariedad, de la
inestabilidad, del control de los jefes y empresarios sobre los trabajadores, y
la conversión del trabajo en un completo tormento para un mayor número de
trabajadores.
Asimismo, las actitudes antes descritas abocan
irremediablemente a una dinámica completamente destructiva que se manifiesta en
las razones justificadoras utilizadas. En lo que a esto respecta no puede
olvidarse que en la sociedad capitalista el mercado laboral es altamente
competitivo, lo que hace que explotarse a uno mismo sea considerado en muchas
ocasiones la única manera de mejorar la empleabilidad. El resultado de esta
dinámica es bastante paradójico debido a que los trabajadores, cuanto más
intentan superar su alienación subjetiva a través de fantasías de
empleabilidad, más alienados están. La autoexplotación, tanto material como
psicológica, resulta ser la forma más habitual que muchos trabajadores tienen
de hacerse con un trabajo al ofrecerse como mano de obra más rentable. No sólo
se está dispuesto a aceptar cada vez peores condiciones de trabajo, sino que
además de esto el propio trabajador está dispuesto a adaptarse a lo que sus
jefes le exijan. Este comportamiento está respaldado por la convicción de que
de esta manera el trabajador encaja mejor en las necesidades de los
empresarios, lo que al mismo tiempo supone un aparente aumento de su poder de
autodeterminación. Lo que finalmente se consigue con todo esto es precarizar el
trabajo, aumentar la explotación, perjudicar a los demás trabajadores y
reforzar los valores capitalistas de producción de beneficios además del poder
de los empresarios. El entusiasmo y la pasión por el trabajo se convierten en
un arma letal contra el trabajador que lo que hace es impulsar la degradación
de las condiciones laborales, empobrecer a la clase trabajadora, y sobre todo
alienarle aún más si cabe al conducirle a una situación de completa desposesión
de sí mismo.
A tenor de todo lo hasta ahora expuesto puede
concluirse que en el terreno psicológico e ideológico el capitalismo ha sido
capaz de borrar la frontera entre trabajo y placer, entre trabajo y pasión,
entre trabajo y autorrealización, entre trabajo y diversión. El resultado son
trabajadores que se explotan a sí mismos de manera entusiasta, que son felices
haciéndolo, que son más rentables y productivos, que consienten mayores cotas
de explotación y dominación en el trabajo, y que renuncian completamente a sus
vidas que son sacrificadas en el altar del trabajo asalariado. Se trata, en
definitiva, de una curiosa e innovadora forma de estajanovismo que el
capitalismo de mercado ha logrado desarrollar y que en muchos casos da unos
innegables buenos resultados. En cambio, el coste de este tipo de prácticas que
cada vez más trabajadores asumen, interiorizan y reproducen en su cotidianidad
son muy elevados. Estos entusiastas del trabajo llegan a un nivel de
desposesión que produce pavor, hasta el punto de que vida y trabajo se funden
en una misma y única realidad, de tal modo que se vive para el trabajo. Vidas
vacías y seres nada que pueblan las sociedades capitalistas en las que el
trabajo asalariado sojuzga al individuo hasta pulverizarlo por completo.
Así pues, el gusto por una determinada actividad y
la pasión que eventualmente pueda derivarse de ella no tiene por sí mismo nada
de negativo en la medida en que no sea insertada en el marco del trabajo, y
consecuentemente pase a formar parte del contexto de las relaciones de
explotación y dominación que imperan en la esfera laboral y económica. De esto
se deduce el gran peligro que supone que la pasión por algo sea sometida a la
lógica del capital, y pase a estar monetizada y mercantilizada. El entusiasmo y
la pasión devienen en un combustible que alimenta y empuja con nuevos bríos la
productividad y la explotación de la maquinaria capitalista, y despoja al
trabajador de todo valor humano. La alienación feliz se manifiesta como una
amenaza incomparablemente mayor que las restantes formas de alienación hasta
ahora conocidas en el mundo del trabajo. Por esta razón cualquier aspiración
dirigida a romper el círculo vicioso y enfermizo que impone la alienación
laboral en la sociedad capitalista pasa por una resistencia activa al trabajo,
el rechazo del mismo en tanto que actividad forzada, lo que exige una labor
ideológica encaminada a despertar conciencias y a estimular entre los
trabajadores los deseos de libertad que les permitan poner fin a su alienación
a través de la revolución social.
Esteban Vidal
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