10-02-2020
Desde un
inicio, fueron los pueblos -y no los gobiernos- los que perfilaron el camino de
América. Desde que el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica
atacó México y cercenó su territorio, el sentimiento antiimperialista anidó en
el corazón de millones, y fue la base para el desarrollo de una lucha infatigable.
La Revolución Mexicana, en su momento, marcó un punto crucial en esta historia.
Cuando Augusto C. Sandino, a fines de los años
veinte del siglo pasado derrotó a los Infantes de Marina del país del norte que
hollaran su suelo, se confirmó lo que bien podría denominarse una
legítima opción: expulsar a los representantes del Imperio, y forjar la
construcción de un escenario continental de progreso y paz. Mariátegui saludó
esa lucha.
Ese camino pasó por variadas experiencias en las
que se perfilaron destacadas personalidades. Jacobo Arbenz, en la Guatemala
derribada en 1954, fue una. Pero Fidel Castro y sus compañeros, triunfante en
1959, fue la otra, que dejó huella indeleble en el suelo americano.
A lo largo del siglo XX América conoció de
victorias y de contrastes, pero, como dijera el viejo Marx, la historia fue
avanzando en espiral. Y al calor de ese proceso, se fue consolidando la vida
americana.
Episodios notables fueron los pronunciamientos
armados que alumbraron estas tierras en los inicios de los años sesenta, un
tanto al influjo de la Revolución Cubana. En nuestro caso, Luis de la Puente y
quienes cayeron con él, reflejaron la poco frecuente identidad entre palabras y
acciones; pero el “Che” fue la cumbre de esa luz americana. Sembró una semilla
que fue germinando incluso en la conciencia de quienes los combatieron.
Quizá por eso ocurrieron episodios
imprevistos: la propia institución castrense, la que vivía a la sombra
del Imperio y era adiestrada en la Escuela de las Américas en el Istmo
Panameño, asomó imbuida de sentimientos nacionales y sentido patriótico; y
alumbró figuras que alarmaron a Washington.
Liber Seregni, el militar uruguayo que fundara el
Frente Amplio y que años después viviera largos años encarcelado por la
dictadura fascista entronizada en su país a partir de junio de 1973; ; fue, el
precursor de lo que los voceros de la Casa Blanca llamarían “los generales
rojos”. Hombres como él, dejaron huella
Allí estuvieron también los militares venezolanos
de Puerto Cabello y Carúpano, que se alzaron contra los regímenes reaccionarios
de Acción Democrática; y el marino Hugo Felipe Morales, que hizo historia.
Más al sur, generales como René Schneider y
Carlos Prats, corroyeron las bases de una institución fascista –el
Ejército de Chile- y pagaron con sus vidas la osadía.
Pero nuestra patria fue el lugar donde esa
experiencia rindió frutos. Fue el Proceso de Velasco, que demostró que la
Institución Armada no tenía que actuar como cancerbero del pueblo, y estaba
llamada a cumplir un compromiso de honor liberando al país del vasallaje.
Los avances del proceso peruano afirmaron una línea
que puso en jaque la estrategia del Pentágono. Y que dio lugar a que surgiera
lo que se dio en llamar “el triángulo rojo” de América Latina, cuando el
general Juan José Torres, desde la bella Bolivia sumó sus armas.
Esas acciones, maceradas al calor de los combates
populares, diseñaron mejor el Proceso Bolivariano en América Latina. Así, se
cumplió el presagio de Neruda: Bolívar despierta cada cien años, cuando despierta
el pueblo.
Y con la Espada de Bolívar fue la rica experiencia
de Hugo Chávez, que hoy desata la vesánica ira del Imperio. El más reciente
discurso de Donald Trump lo confirma, pero al mismo tiempo constituye ´la más
clara advertencia, y un llamado de alerta.
El camino de América está planteado. La dignidad y
el honor de los pueblos concitan deberes y tareas. Y ellos, nos llaman sin
demora.
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