En la muerte de John Berger (5/11/1926-2/01/2017)
08/01/2017
| Antonio Crespo Massieu
Romper el silencio de los hechos, hablar de la
experiencia, por amarga o dolorosa que sea, poner en forma de palabras es
descubrir la esperanza de que esas palabras quizá sean oídas y luego, una vez
oídas, juzgados los hechos.
(De Páginas de la herida)
Una vez en un cine
Jonás que cumplirá los 25 en el año 2000 es una película de Alain Tanner
de 1976 que debió estrenarse en España poco tiempo después, imagino que es así
pues la vi, si no recuerdo mal, en el cine Bellas Artes de Madrid que por
aquellos años era lo que se llamaba un “cine de Arte y Ensayo” (así, con esas
mayúsculas tan pomposas, como una reserva acotada para un público “selecto”,
como para desalentar a una audiencia más popular) que exhibía las películas en
versión original subtitulada. No sé si mucha gente reparó en el nombre del
guionista; yo no y eso que permanecí, como casi todos, atento a los carteles de
crédito hasta que estos desaparecieron y se encendieron las luces de la sala…
costumbre que tiene que ver con una generación educada en los cine clubs; un
tiempo pre palomitas y coca cola, que nos hacía contemplar el cine con un
sentido reverencial que creo nos acompañará siempre. Esa película nos deslumbró
-a gran parte de mi generación- y nos hizo amar el cine de Alain Tanner y
seguir con avidez los sucesivos estrenos de sus películas. En Jonás nos
reconocimos: el desengaño, la búsqueda de sentido en un mundo que parecía haber
enterrado el sueño revolucionario de mayo del 68 y, sin embargo, la
perseverancia en la crítica del capitalismo y del orden existente, la ironía,
el humor y, frente a tanta decepción, la esperanza depositada en ese niño Jonás
que en el 2000 tendría 25 años. Y sobre todo la libertad que empapaba cada
secuencia. Una libertad que atenuaba la amarga sensación con la que terminaba
la película pues se intuía que el pobre Jonás lo iba a tener muy crudo en el
año 2000 y, no digamos, en el 2016 o 2017. Esa tarde me enamoré del cine Alain
Tanner pero lo que no supe entonces es que John Berger, el guionista, acababa
de entrar en mi vida y, poco a poco, se iba a hacer cada vez más presente.
Otra manera de contar
El álbum está vivo. O para decirlo de otro modo,
las vidas reflejadas en el álbum siguen clamando porque se las reconozca, como
hacen los recién fallecidos cuando los sentimos más próximos a nosotros que los
vivos.
(De Un séptimo hombre)
En 1972 John Berger había publicado su novela G conla
que ganó el Booker Price, compartiendo el premio con los Panteras Negras a los
que donó lamitad de la dotación económica (en el 58 había publicado su primera
novela: Un pintor de nuestro tiempo), y su ensayo Modos de ver.
Nace aquí “otra manera de contar”, una mirada distinta sobre la realidad donde
la imagen, y la continua reflexión sobre ella, y la palabra (prosa o poesía… o
tal vez siempre poesía) iluminan vidas, fragmentos, paisajes olvidados. Llegan
a nosotros. Los clásicos de la pintura, lo que nos dejó en Modos de ver pero
también en toda su obra donde poesía y ensayo confluyen; leamos por ejemplo la
clarividente mirada sobre la pintura de Caravaggio en Páginas de la herida
: “el primer pintor de la vida tal como la siente el “populacho”, la
gente de las callejuelas, los “sans –culottes”, el lumpen proletariado, las
clases bajas, los bajos fondos”, el pintor herético capaz de pintar La
muerte de la Virgen tomando como modelo a una prostituta ahogada y, sobre
todo, que “la mujer muerta esté tendida como los pobres tienden a sus
muertos, y los acompañantes la estén llorando como los pobres lloran a sus
muertos. Como los siguen llorando.” Narrativa, crítica de arte, poesía…
transitando y confundiendo géneros desde una libertad formal y una densidad de
pensamiento al servicio de una mirada siempre otra, sorprendente, atenta a los
más mínimos matices. Y a una responsabilidad ética con el “populacho” de la que
nunca abdicó.
Esta fue la elección de John Berger, algo que
aprendió en Livorno cuando aún aspiraba a ser pintor -más tarde dejaría la
pintura por la palabra pues pensó que la urgencia del momento histórico se lo
exigía-. Paseando a finales de los años cuarenta por sus calles, todavía con
las heridas de la guerra abiertas y una extrema pobreza. “Fue allí donde
empecé a aprender algo sobre el ingenio de los desposeídos. Fue allí también
donde descubrí que no quería tener nada que ver en este mundo con los que
ejercen el poder”. Este punto de vista de los desposeídos, el que le hace
sentirse tan cercano a Caravaggio, no le abandonó nunca. En una reciente
entrevista, 2004, dice: “Hablo de los excluidos, los deshechos del sistema”.
Las excluidas, los supervivientes. Por ejemplo el
mundo campesino. El medio rural como modo de vida condenado a desaparecer está presente
de una manera constante en su obra. Habla quien vive en el campo, entre
campesinos, pues eligió vivir en un pueblecito de la Alta Saboya. Así la
trilogía narrativa De sus fatigas que es un conmovedor alegato contra la
destrucción de la vida rural, contra una idea suicida de la prosperidad y el
progreso y la salvación por la palabra de unas vidas que alientan aquí con la
fuerza y la tenacidad de los supervivientes: es decir de aquellos condenados a
la desaparición por la lógica del capital. Negación de la idea de progreso,
defensa de una posibilidad de vida que no destruya el medio natural ni nuestra
relación con los otros animales. No hay aquí idealización alguna, pues de quien
habla Berger (las historias que nos cuenta, las vidas que rescata) es de
supervivientes, de seres condenados a la inexistencia en un mundo injusto. “En
cuanto uno acepta que el campesinado es una clase de supervivientes, toda
idealización de su modo de vida resulta imposible. En un mundo justo no
existiría una clase social con estas características.” Así las admirables
historias de esta trilogía: Puerca tierra (donde la narración convive
con los poemas, las ilustraciones, los esquemas…), Una vez en Europa y Lila
y Flag.
Esta mirada al mundo rural se completa con Otra
manera de contar donde la trasgresión de géneros, su ensamblaje en forma de
collage, tan característico de John Berger, va construyendo una visión total -o
amplia como una inmensa panorámica- paradójicamente a base de fragmentos, de
aquello que se contempla. Fotografías de Jean Mohr y textos de Berger, el libro
va combinando imágenes, textos autónomos que las acompañan sin pretender
explicarlas: testimonios, pequeños diálogos, reflexiones teóricas sobre la
fotografía. Secuencias de imágenes sin texto: esas 150 fotografías sin palabras
que muestran la vida de una mujer campesina y que no quiere ser un reportaje
sino un trabajo de imaginación. Lo que se plantea en este libro es una
reflexión en el límite sobre la imagen, la ambigüedad de la fotografía, sus
posibles lecturas, la apariencia y la realidad, la posibilidad de narrar un
historia con imágenes… Está aquí el teórico: junto con Susan Sontag la
reflexión de John Berger sobre la fotografía es, enlazando con los escritos de
Walter Benjamin, quizá la aportación más significativa del pasado siglo. Pero
también el narrador y, sobre todo, el poeta que, como el fotógrafo, busca
“instantes de revelación”, oponerse al paso del tiempo, fijar el momento, lo
que estaba ahí, frente a la narrativa cinematográfica -y la narrativa en
general- que avanza siempre, que es aventura, relato, movimiento/1. La
fotografía, nos dice Berger, es la Memoria misma.
Y la memoria es un álbum familiar, las imágenes de
quienes no tienen álbum y han dejado atrás el hogar, la pertenecía, la casa, lo
habitable. Así los emigrantes en Un séptimo hombre, de nuevo con
fotografías de Jean Mohr y de nuevo alternando textos teóricos, citas y
testimonios para abarcar lo inabarcable: los millones de manos y brazos que
llegan a Europa para hacer los trabajos más humildes. Y de nuevo la imagen se
confronta con el texto sin pretender explicarla. Y estos fragmentos donde hay
citas de Marx, datos económicos, palabras de la lengua nueva y extraña que
quienes llegan a Europa tienen que aprender, una exhaustiva reflexión sobre la
emigración… dan, desde la fragilidad de su ensamblaje a modo de collage -y de
nuevo la deuda con Walter Benjamin es evidente- una sensación tal de realidad
que cada año que pasa adquieren mayor actualidad. Como si la profecía del
desastre no sólo se hubiera cumplido sino multiplicado con el paso de los años.
En el prólogo de la edición de 2002 John Berger nos confiesa que “el libro
es hoy más incisivo, más apasionado y más conmovedor que cuando se publicó por
primera vez hace 25 años”. Publicado en 1973, y con fotografías de finales
de la década del 60, el libro es de una lacerante actualidad en 2002 y, ¡no
digamos en 2017! Berger nos relata la indiferencia con que la prensa y la
crítica acogieron el libro y lo consideraron como un panfleto, un libro “no
serio” y, sin embargo, la buena acogida que tuvo en los países del Sur y fue
traducido al turco, griego, árabe, portugués, castellano, punjabi; como si
tocara una fibra íntima y se convirtiera en una especie de álbum en el que se
reconocían los que dejaban atrás tierra, hogar y familia. En cierto modo el
libro había encontrado a sus lectores y cumplía su objetivo. Hoy este texto se
tiene sólo sin actualizar los datos estadísticos – que son mucho más
desoladores - pero la reflexión teórica sigue siendo igual de sugerente y la
fotos de Jean Mohr, salvo en pequeños detalles, podrían haber sido tomadas en
estos últimos años. Nos interpela con la misma vigencia que cuando fue
publicado; o más aún pues muestra la dimensión de la catástrofe, la pesadilla en
la que se ha convertido el sueño europeo.
La vida rescatada: lo que escuchan los
desconsolados
Bajo las estrellas los desconsolados
se imaginan oír
un perro que aúlla también
en el extremo del mundo.
Este día lastimoso
nació
sordo y ciego.
(De Páginas de la herida)
Toda la obra de John Berger es un ejercicio tenaz
de Memoria. Esa capacidad de fijar lo que ya ha sucedido que él ve en la
fotografía; el rescate de un instante de vida que permanece con su extraño
fulgor intacto. Su reflexión sobre la imagen -pintura, fotografía, cine- es el
antídoto perfecto contra los tópicos -interesados, claro está- que nos invaden
en este siglo XXI que parece del todo colonizado por la tiranía de lo visual.
¿Existe la pausa, la detención del tiempo, el silencio, la meditación sobre lo
contemplado, el instante que detiene el vertiginoso suceder de imágenes? La
progresión narrativa que avanza siempre, a gran velocidad, como si fuera la
metáfora perfecta de la idea de Progreso llevada, en esta fase del capitalismo,
a una especie de paroxismo en el que es imposible detenerse; equivalente de la
constante producción y consumo de bienes innecesarios. Un mundo lleno donde el
ruido, en su acepción semiológica, anula toda posibilidad de comunicación.
Hannah Arendt nos dice que la política nace en el
espacio que hay entre los seres humanos y que “convivir en el mundo
significa que un mundo de cosas está entre quienes lo habitan” y este
espacio es, precisamente, el de la política; ese entre que permite el
diálogo, el re-conocimiento y la acción; lugar en el que se puede edificar la
polis, para “compartir perspectivas distintas". Un mundo ecológicamente
lleno/2 no sólo se encamina hacia el colapso y el desastre
medioambiental sino que elimina el espacio para que la política, la
articulación de nuestras diferencias, la posibilidad de transformar el
presente, pueda realizarse; un mundo saturado de objetos y ruido que impiden
ver al otro y habitar el espacio de la polis; y la ciudad sin espacio, “llena”,
que expulsa al ciudadano, que destruye la memoria, el patrimonio, donde el
sosiego, el diálogo, la plaza como espacio físico que pueda convertirse en
“ágora” es imposible; es casi una redundancia o un espejo, de esta destrucción
de lo político. Donde sólo hay “ruido” no existe el silencio que es la premisa
inexcusable para la escucha. La realidad de un mundo ecológicamente lleno, se
corresponde con ese vaciamiento de las prácticas democráticas y el avance hacia
formas nuevas de totalitarismo.
La mirada de John Berger reivindica la fotografía
y, aún más, la foto fija, el collage como técnica privilegiada, la
fragmentariedad frente al discurso totalizador, la pausa; la defensa del mundo
rural, la naturaleza y los otros animales. Realiza una apuesta no sólo ética
sino también formal. En toda su obra, porque lo que define a la poesía es esa
necesidad de escucha, de permanencia de lo vivido, el testimonio de la
desolación y la esperanza, dar voz a quienes viven un día sordo y ciego. Lo que
nos dice en Páginas de la herida, ese libro donde, como siempre, poesía
y ensayo, emoción y pensamiento, se dan la mano y caminan juntas. Así escribe
en el apartado “Una vez en un poema”: “Indiferentes al desenlace, los poemas
cruzan los campos de batalla, socorriendo al herido, escuchando los monólogos
delirantes del triunfo y del espanto. Procuran un tipo de paz. No por la
hipnosis o la confianza fácil, sino por el reconocimiento y la promesa de que
lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido.
Y, sin embargo, la promesa no es la de un monumento. (¿Quién quiere monumentos
en el campo de batalla?) La promesa es que el lenguaje ha reconocido, ha dado
cobijo, a la experiencia que lo necesitaba, que lo pedía a gritos.”
Esa capacidad de dar cobijo a los sin techo de la
palabra y el mundo atraviesa toda su obra y es un compromiso con la libertad
(formal, temática, ideológica) y con la verdad como si hubiera hecho suyo el
adagio gramsciano -“la verdad es siempre revolucionaria”- junto con la cortesía
que le aconsejara su madre: “haznos la cortesía de tenernos en cuenta”. Esa
novela, o conjunto de novelas cortas, que es Aquí nos vemos, termina con
estas palabras que remiten a la libertad y la verdad como exigencia:
“Escribe lo que descubras.
Nunca sabré lo que he descubierto.
No, nunca lo sabrás. Lo único que tienes que saber
es si mientes o tratas de decir la verdad, ya no te puedes permitir equivocarte
en esta distinción…”
Entre la desolación del tiempo histórico que le
tocó vivir y las desalentadoras perspectivas del presente y lo que se adivina
como futuro, John Berger no renunció nunca a aplicar “la lupa inmensa de la
esperanza”, sabiendo que estamos aquí para reparar lo dañado, para restituir,
para acoger, para volver a vivir “en el corazón de lo real”. En una reciente
entrevista contestaba, supongo que provocando un cierto estupor, “Sí, entre
muchas otras cosas, sigo siendo marxista”. En este “siglo del destierro
generalizado” levantó palabras e imágenes de duda y esperanza, nos enseñó la
necesidad de otra mirada, otra manera de contar que restituya al mundo su
sentido. Igual que cuando éramos jóvenes y desconocíamos el futuro de un niño
que cumpliría 25 en el año 2000; ahora, a pesar de todo, imaginamos otro mundo.
La lupa de la esperanza nos acompaña. A pesar de todo. Gracias por ello,
querido John Berger.
Quizás algún día se cumpla la promesa, aquella
promesa de la que Marx fue el gran profeta, y entonces el hogar no sólo
habitará en nuestros nombres sino también en nuestra presencia consciente y
colectiva en la historia, y volveremos a vivir en el corazón de lo real. Puedo
imaginarlo, a pesar de todo.
(De Páginas de la herida)
7/01/2017
Notas:
1/ En el cine tal vez sólo Jean-Luc Godard ha sido
capaz de romper con esta linealidad progresiva; pienso en su intempestiva
“Historia(s) del cine” tan cercana por la técnica del montaje, que dota de
autonomía a la mirada rompiendo el discurso justificativo de la historia, a los
planteamientos de John Berger.
2/Los trabajos de Jorge Riechmann, en particular sus
últimos ensayos, abordan este concepto de mundo ecológicamente lleno.
Para leer a John Berger.
Casi toda su obra está traducida al castellano.
Indico tan sólo las obras citadas en este artículo. No he incluido notas, pero
todas las citas remiten a las referencias que incluyo a continuación.
G, Alfaguara, Madrid, 1994.
Páginas de la herida, Visor, Madrid, 1995.
Otra manera de contar, Mestizo, Murcia, 1997.
King. Una historia de la calle, Punto de lectura, Madrid, 2001.
Puerca tierra, Punto de lectura, Madrid, 2001.
Una vez en Europa, Punto de lectura, Madrid, 2001.
Un séptimo hombre, Huerga y Fierro, Madrid, 2002.
Aquí nos vemos, Alfaguara, Madrid, 2005.
Antonio Crespo Massieu es poeta, pertenece a la Redacción
de Viento Sur
- See
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