16/01/2017
Nota
introductoria de la Revista Nexos
Adolfo Sánchez
Vázquez. Entre otras obras ha publicado Las ideas estéticas de Marx (Editorial
ERA. 1965, con varias reediciones), una antología en dos volúmenes: Estética y
marxismo (ERA), y Política y praxis (Ed. Grijalbo).
Ponencia
presentada en el simpósium Internacional “Del socialismo existente al nuevo
socialismo” organizado por el Movimiento al Socialismo (MAS) de Venezuela en
Caracas del 27 al 31 de mayo de 1981. Las ideas fundamentales del presente
texto fueron expuestas en el Seminario sobre “Los nuevos procesos sociales y la
teoría política contemporánea” organizado por el Instituto de Investigaciones
Sociales de la UNAM en Oaxaca del 30 de marzo al 5 de abril de 1981.
El
socialismo como ideal y como necesidad histórica
Cualesquiera que
sean las formas que haya revestido históricamente el socialismo, siempre ha
significado un modelo alternativo de sociedad y, por tanto, una meta a alcanzar
o una aspiración a cumplir. Con ello queremos decir también que es un ideal y
al decirlo no pasamos por alto lo que Marx y Engels declaran en La
ideología alemana: “Para nosotros el comunismo no es un estado que debe
implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos
comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual”.[2]
Este ideal que Marx y Engels rechazan es el que pretende sustentarse a sí
mismo, independientemente de las condiciones necesarias para su realización: un
ideal por ende que no requiere apoyarse en un conocimiento de la realidad que
ha de ser anulada y superada ni del sujeto que ha de llevar a cabo esa
transformación ni de los medios adecuados para llevarla a cabo. Como simple
blanco de una aspiración, ese ideal es una utopía: no en el sentido platónico
que hace superflua su realización, dadas su perfección y autosuficiencia, sino
en el socialista utópico de una aspiración a realizar condenada a su
irrealización. Ahora bien, para que el socialismo fuera una fuerza ideológica
movilizadora “como meta del movimiento social” -meta que los socialistas
utópicos “al criticar a la sociedad actual, describían claramente”,[3] se
requería precisamente una crítica de su utopismo. Y tal es el paso que dieron
Marx y Engels al contraponer al “ideal al que haya de ajustarse la realidad” el
que surge de lo real mismo como posibilidad no realizada todavía pero
realizable. Al socialismo ideal, utópico, no al ideal socialista, sucedió así
el socialismo científico.
La expresión
“socialismo científico” es válida si con ella se quiere subrayar que, como
movimiento real emancipador y producto histórico de ese movimiento, el
socialismo tiene un fundamento objetivo que puede y debe ser conocido
científicamente para fundar racionalmente la acción. Pero resulta estrecha si
se olvida que socialismo no sólo es un resultado posible y necesario
históricamente, sino un ideal por cuya realización vale la pena organizarse y
luchar. Y como tal requiere no sólo inteligencia sino voluntad, no sólo
conocimiento sino convencimiento de su superioridad histórica y social.
Marx y Engels
descubrieron que el socialismo podía realizarse cuando se suman las condiciones
adecuadas entre las que había que contar forzosamente la conciencia de la
posibilidad de su realización, la aspiración a realizarlo y la organización y
lucha correspondientes. El socialismo como alternativa al capitalismo resulta
así no sólo un producto histórico posible y necesario sino un ideal fundado
objetiva e históricamente. Pero en cuanto no se realiza todavía, funciona como
una hipótesis que ha de ser verificada en la práctica. Ahora bien, ¿cuál es el
contenido de esa hipótesis? O también: ¿cómo describir este producto necesario
del movimiento histórico real, a la vez deseable y deseado? Ponerse a
describirlo ¿no es ya poner de nuevo el pie en la utopía? ¿No se había sonreído
Marx de las descripciones utopistas de la sociedad futura y tal vez se había
carcajeado antes los minuciosos planes, horarios y recetas de Fourier?
Cierto es que el
esfuerzo teórico fundamental de Marx se inclina hacia la descripción del
mecanismo presente del modo de producción capitalista en el que se incuban las
posibilidades objetivas de esa sociedad futura y no -como los socialistas
utópicos- hacia la descripción de ella. Sin embargo, esto no significa que Marx
no haya tratado de caracterizar en más de una ocasión la nueva sociedad que
para él constituye la alternativa al capitalismo. Lo hizo ya, con las
limitaciones comprensibles, desde sus trabajos de juventud. Los manuscritos del
44 tienen el mérito indiscutible de haber señalado el nexo indisoluble entre la
abolición de la propiedad privada y la construcción de una nueva sociedad (o
comunismo), pero no es menor su mérito al advertir que pueda ser seguida no por
su “superación positiva” sino por un “comunismo tosco” o por un comunismo de
naturaleza política (o despótico).[4]
Por otro lado, hay
que señalar que en los Manuscritos no se hace todavía la distinción
posterior de socialismo y comunismo y que la caracterización de este último
como cancelación de toda enajenación se halla cargada de elementos utópicos.[5]
Fijemos por ello la atención, dadas esas limitaciones, en textos posteriores de
Marx como La guerra civil en Francia (1871) y Crítica del Programa
de Gotha (1875). Es innegable que en ambos textos se subrayan algunos
rasgos esenciales de la nueva sociedad, la comunista, que Marx concibe como
alternativa al capitalismo y cuya fase inferior se identifica con lo que
llamamos socialismo. En esta fase inferior encontramos: a) la propiedad común,
social, sobre los medios de producción; b) la remuneración de los productores
conforme al trabajo aportado a la sociedad; c) la supervivencia del Estado a la
vez que se inicia, desde el Estado mismo, el proceso de su propia destrucción;
d) la apertura de un espacio cada vez más amplio a la democracia al transformar
radicalmente el principio de la representatividad y e) la autogestión social al
devolverse a la sociedad las funciones que usurpaba el Estado.
Las dos primeras
características aparecen claramente expuestas en la Crítica del Programa de
Gotha;[6] las tres últimas se desprenden del análisis que hace Marx (La
guerra civil en Francia) de la Comuna de París como primer gobierno de la
clase obrera que registra la historia.[7] Lo que ocupa aquí el centro de la
atención de Marx es este nuevo Estado que inicia su propio desmantelamiento en
lugar de tratar de autoperfeccionarse, así como el conjunto de medidas (entre
ellas la revocabilidad para asegurar la unión constante entre representantes y
representados y la supresión de la burocracia en cuanto que hace de los cargos
públicos su propiedad privada) que tienden a devolver a la sociedad lo que el
Estado y la burocracia como “cuerpo extraño y parasitario” le han absorbido y
usurpado. La autodestrucción del Estado, la democracia real y la autogestión
social no son, pues, rasgos de un modelo ideal, sino rasgos que Marx extrae de
la realidad misma dada efectivamente en la Comuna de París con la
particularidad de que se han dado apenas conquistado el poder, en las
condiciones verdaderamente difíciles de una ciudad sitiada y en el breve
periodo histórico de 72 días. Ciertamente, por su limitación en el tiempo y en
el espacio se trataba de una experiencia histórica muy peculiar que
difícilmente podría identificarse con el socialismo realizado, aunque Engels
viera en ella un ejemplo de dictadura del proletariado, apreciación que
contrasta a este respecto con el silencio de Marx.[8] Pero es indudable que ese
primer Estado de la clase obrera ofrece rasgos esenciales a Marx -apreciados
igualmente por Lenin en vísperas de la Revolución de Octubre-[9] que formarán
parte de las señas de identidad de una sociedad socialista, particularmente de
su supraestructura política, a saber: tránsito a la destrucción del Estado en
cuanto tal, democracia real y autogestión social. Aunque el socialismo es para
Marx (Crítica del Programa de Gotha) una sociedad de transición o
primera fase de la sociedad comunista y, por tanto, una sociedad comunista que
no descansa sobre sus propias bases y que construye lo nuevo con materiales de
la burguesía, este carácter transitorio y contradictorio no puede borrar los
rasgos esenciales, señalados por Marx, antes expuestos.
El
socialismo real en la unión soviética
En busca del
socialismo como objetivo o ideal a realizar se han seguido después de Marx y
Engels dos vías fundamentales: a) La reformista socialdemócrata que, en sus
formulaciones clásicas, disocia lo que el socialismo tiene de ideal y de
producto histórico necesario; como ideal, se reduce a una aspiración moral o
deseo de justicia; como producto, es resultado de la necesidad histórica
(económica) que lleva inexorablemente a integrar el capitalismo en el
socialismo. En la práctica, la socialdemocracia ha ido rompiendo sus amarras
con el socialismo para convertirse, al profundizarse la crisis general
capitalista, en un puntal de la defensa de los intereses de la burguesía a
través de su control de amplias organizaciones sindicales. b) La vía
revolucionaria que conduce en 1917 a los marxistas revolucionarios al
derrocamiento del poder burgués en la Rusia zarista y a la construcción de una
nueva sociedad que, desde los años 30, se ofrece como modelo para el movimiento
comunista mundial y, después de la segunda guerra mundial, para todas las
sociedades de la Europa del Este que han abolido las relaciones capitalistas de
producción.
Esta sociedad tal
como existe hoy en la Unión Soviética es llamada socialismo real y para
distinguirla de otras actuales que se atienen al mismo modelo pero que se
encuentran a la zaga, es llamada también socialismo desarrollado. Según Boris
Ponomariov “el socialismo real es la principal fuente de inspiración y apoyo
político de todas las revoluciones liberadoras”.[10] B.S. Semionov, otro
destacado ideólogo soviético, precisa que no se trata simplemente de “la
práctica concreta del socialismo sino justamente de la concepción científica,
del proyecto científico e imagen del socialismo tal como se encarna en la
práctica, en la realidad”.[11] Y agrega que significa “la realización práctica
de las ideas fundamentales marxistas-leninistas del socialismo”. Este
socialismo -dice también- es desde mediados de la década del 30 una realidad
que la Constitución de 1936 vino a sancionar. En cuanto al socialismo
desarrollado puntualiza que ya en noviembre de 1967 Breznev proclama que el
resultado principal alcanzado en el camino recorrido desde la Revolución de
Octubre “es la construcción en nuestro país de la sociedad socialista
desarrollada”.
Los más altos
exponentes de la ideología soviética ven en este socialismo superior o maduro
el peldaño más alto de la construcción del socialismo y, a la vez, el inicio
del tránsito gradual al comunismo ya que en su seno se han creado las
condiciones para su edificación. Entre un proceso y otro -se proclama- no hay
ya separación: a medida que se perfecciona la sociedad socialista desarrollada
tiene lugar también su transformación gradual en comunista. Y en este proceso
se encontraría precisamente hoy la sociedad soviética. En cuanto a las
características del socialismo desarrollado se destaca como la principal la
orientación de todo el desarrollo social hacia los más altos valores humanos:
creatividad igualdad y justicia social, libertad, paz y fraternidad entre los
pueblos. Pero se agregan también entre sus características fundamentales: que
se crea sobre una base propia, socialista; que se apoya en un alto
desenvolvimiento de las fuerzas productivas; que rige en él la auténtica
libertad y la democracia real; que su supraestructura política, el “Estado de
todo el pueblo”, es un nuevo tipo de poder estatal en el que disminuye su
función regulativa, de clase, a la vez que aumenta su función regulativa
social; que en el terreno político se afirma la unidad política del pueblo y
crece el papel del Partido como vanguardia de todo él; que a medida que se
fortalece ese Estado se elevan la actividad y la participación de los
ciudadanos en todas las esferas y que ello forma parte del tránsito de la
administración estatal a la autogestión social comunista, etc., etc.[12]
Ciertamente, no se han perdido de vista en algunas de estas declaraciones los
rasgos esenciales de la nueva sociedad señalados por Marx. Pero puesto que se
trata de un socialismo que se considera realmente existente estamos obligados,
como marxistas, a no quedarnos en el plano de las declaraciones, de las
palabras, y a ir a la realidad misma apoyándonos en el instrumental teórico que
el propio marxismo pone en nuestras manos.
De la realidad
soviética forman parte, ciertamente inmensos logros en el terreno de la
producción material, de la ciencia y la técnica, de la enseñanza y la seguridad
social. Forman parte asimismo los enormes sacrificios del pueblo soviético en
la derrota militar del nazismo y la resistencia que el Estado soviético ha
opuesto a los planes más agresivos del imperialismo yanqui. No se puede ignorar
que una serie de lacras sociales del capitalismo (miseria, desempleo,
prostitución, etc.) han desaparecido de la vida soviética mientras que otras
-más coyunturales, como la drogadicción- apenas si son conocidas. Pero esto no
puede impedirnos reconocer, en contraste con el cuadro triunfalista, casi
idílico de sus ideólogos, otros aspectos de la vida política y social realmente
existentes, a saber: el productivismo predomina sobre los valores humanistas
proclamados; una densa red de privilegios aleja cada vez más la igualdad
social; las libertades proclamadas se han vuelto formales cerrando el paso a
las libertades reales; la inexistencia de una democracia efectiva, socialista,
bloquea el paso de la administración estatal a la autogestión social; el Estado
al reforzarse y autonomizarse cada vez más, lejos de iniciar el proceso de su
autodestrucción, usurpa más y más, las funciones de la sociedad civil hasta
hacerla casi inexistente; el Partido, como partido único, fundido con el
Estado, sigue ostentándose como vanguardia sin una verdadera legitimación
popular.
Cuestiones
de fondo
En el socialismo
desarrollado, o peldaño superior del socialismo real difícilmente podrían
reconocerse los rasgos esenciales que Marx trazó, aunque se proclame que se han
encarnado prácticamente. Ahora bien, ¿cómo caracterizar esa sociedad, y qué
criterio seguir para proceder a su caracterización? No puede aceptarse, en
primer lugar, el criterio pragmático de llamar socialista a una sociedad porque
así lo declaren la Constitución del Estado, el programa del Partido o sus
ideólogos autorizados.[13] Ello equivaldría a juzgar esa sociedad no por lo que
es en realidad, sino por lo que es idealmente. Tampoco se trata de juzgarla con
un modelo ideal al margen de las condiciones históricas concretas en que ha
tenido lugar el proceso de transición al socialismo y particularmente las
propias de un país económicamente subdesarrollado, aislado internacionalmente y
sujeto constantemente a la agresión – potencial o efectiva-, económica, militar
e ideológica del capitalismo mundial. Pero ningún marxista tratará de zafarse
de este apriorismo o idealismo cayendo en el extremo opuesto del empirismo o el
pragmatismo, sino que tratará de explicarse y de caracterizar esta nueva
sociedad acercándose a la realidad misma con el apoyo de los conceptos teóricos
y metodológicos fundamentales del materialismo histórico. Al tratar de
caracterizar el socialismo real, la cuestión de fondo es la de si lo que es
real es también socialismo. Y esta cuestión involucra una serie de preguntas
elementales para un marxista: ¿qué carácter tiene la propiedad sobre los medios
de producción? ¿Quiénes poseen, controlan y dirigen esos medios? ¿A quién
pertenece y representa el Estado? ¿Quiénes ocupan los puestos de decisión en la
economía, el Estado y el Partido? ¿Cuál es el grado de participación de los
productores al nivel de las empresas y del Estado en la toma y control de las
decisiones? ¿En qué nivel se encuentra la transformación de la administración
estatal en autogestión social? La mayor parte de los críticos marxistas del
socialismo real coincide en afirmar que: 1) la propiedad sobre los medios de
producción es directamente estatal; 2) quien posee, controla y dirige los
medios de producción es la burocracia; 3) el Estado no pertenece ni representa
a los trabajadores sino a la burocracia; 4) son precisamente los miembros de
ella quienes ocupan los puestos clave en la economía, el Estado y el Partido;
5) los trabajadores no participan ni en las empresas ni al nivel estatal en la
toma y control de las decisiones; 6) el Estado con su reforzamiento creciente
congela la creación de condiciones para la transformación de su administración
en autogestión social. Sin embargo, a la hora de caracterizar la naturaleza del
socialismo real encontramos respuestas diversas que podemos reducir a tres
fundamentales.
¿Estado
obrero degenerado?
La primera
-primera también en el tiempo- arranca de la caracterización de Lenin de 1920,
del joven Estado soviético como “Estado con deformaciones burocráticas”. Esta
respuesta, elaborada teóricamente en lo esencial por Trotsky hace cuarenta
años, es reafirmada en la actualidad particularmente en los trabajos de Ernest
Mendel.[14] La tesis acerca de la sociedad soviética como “Estado obrero
burocráticamente degenerado” se basa en el carácter social del sistema de
propiedad: los medios de producción son propiedad de la sociedad por intermedio
del Estado. De este sistema de propiedad se desprende que los obreros
constituyen la clase dominante. A ellos pertenecen tanto los medios de
producción como el Estado aunque no ejerzan efectivamente, en virtud de unas
condiciones históricas dadas, el poder económico ni el poder político. En el
ejercicio de ese poder, la burocracia suple a la clase obrera. Desde que la
burocracia -que no es una clase “sino un cáncer parasitario en el cuerpo del
proletariado”[15]– ejerce el poder, lo que existe realmente es un Estado obrero
degenerado que atasca o congela el proceso de transición del capitalismo al
socialismo. Se trata de un fenómeno históricamente transitorio que durará hasta
que la clase obrera -con una revolución política que no afectará al sistema de
propiedad ni a la naturaleza obrera del Estado- ponga fin al dominio de la
burocracia y libere al Estado y la sociedad de sus degeneraciones burocráticas.
Los críticos de esta posición (como Sweezy y Paramio)[16] objetan sobre todo la
apreciación legalista, jurídica y no real del sistema de propiedad estatal por
parte de Mandel, rechazan sus argumentos sobre el carácter obrero del Estado
soviético y su tesis de la burocracia como suplente provisional de una clase
obrera dominante.
¿Sociedad
capitalista peculiar?
Una segunda
respuesta, sostenida sobre todo por Charles Bettelheim, caracteriza a la URSS
como un capitalismo de Estado o sociedad capitalista de tipo peculiar con dos
clases fundamentales: la burguesía estatal y el proletariado. Según Bettelheim,
las leyes de la acumulación capitalista y, por tanto, las del beneficio, son
las que determinan el empleo de los medios de producción. Los planes económicos
no serían más que una cobertura para las leyes de la acumulación capitalista y
la burguesía de Estado -nueva clase dominante y explotadora que detenta la
propiedad real sobre los medios de producción- sería la que ejerce a su vez el
poder político. Apoyándose en un concienzudo estudio histórico sobre la lucha
de clases en la URSS, Bettelheim trata de apuntalar con una firma base teórica
la endeble y ligera tesis maoísta de que en la sociedad soviética se ha
restaurado el capitalismo. La posición de Bettelheim ha sido materia de
vigorosas objeciones, particularmente por Mandel.[17] Contra ella, sostiene que
las leyes del movimiento del capital no determinan la dinámica de la economía
soviética y que un rasgo esencial del sistema económico capitalista, la
producción generalizada de mercancías (entendida por tanto a los grandes medios
de producción y a la fuerza de trabajo), no se da en la sociedad soviética.
Falta igualmente la competencia generada por la pluralidad de capitales sin la
cual se extinguiría el crecimiento capitalista. Por su parte Istvan Meszaros
enumera una serie de características esenciales del capitalismo: producción
para el intercambio con carácter dominante, fuerza de trabajo tratada como
mercancía, aspiración al beneficio como fuerza reguladora fundamental de la
producción, mecanismo de la constitución de la plusvalía en forma económica,
sustracción privada por los miembros de la clase capitalista de la plusvalía
constituida y tendencia a una integración global, por intermedio del mercado
mundial, a un sistema totalmente dependiente de dominaciones y subordinación
económicas.[18] De estas características esenciales, según Meszaros sólo
subsiste en las sociedades posrevolucionarias la constitución de la plusvalía
pero con la diferencia fundamental de que se regula política, no
económicamente.[19] Por todo lo anterior, es difícil sostener que la sociedad
soviética se; una versión peculiar del capitalismo.
¿Sociedad
socialista autoritaria?
Una tercera
respuesta a la cuestión vital de la verdadera naturaleza del socialismo real
fija su atención en las relaciones peculiares, tal como se han dado
efectivamente entre la base económica y la supraestructura política. La primera
sería socialista y la segunda habría adoptado una forma autoritaria no
democrática, sin que por ello las sociedades de la Europa del Este dejaran de
ser socialistas; lo que se habría producido en ellas, a consecuencia de
determinados factores, es un; “alienación de la revolución”. Tal es la posición
sostenida e estos últimos años por Adam Schaff.[20]
Schaff parte del
concepto marxiano de “formación económica de la sociedad” (ökonomische
Gesellschaftsformation) que se refiere a la base económica y no al sistema
global de la sociedad (con su base y su supraestructura). Entendido asimismo
como “conjunto de relaciones de producción”, este concepto, aplicado ya por
Marx a la sociedad capitalista, se extiende a las sociedades del Este para
designar en ellas la “formación económica socialista de la sociedad” En pocas
palabras, en esas sociedades la base económica o el conjunto de sus relaciones
de producción y a la clase capitalista como propietaria de esos medios”. Schaff
no se detiene aquí y extiende esta caracterización al sistema global, es decir
a la sociedad entera: “toda sociedad que ha llevado a cabo esa doble abolición
es una sociedad socialista en tanto que formación económica socialista”. Para
que no haya duda acerca de su caracterización agrega: “en este sentido, sí son
socialistas las sociedades de los países de la Europa del Este”.[21]
Antes de pasar a
la segunda parte de la cuestión -el carácter de la supraestructura política que
se levanta sobre la base económica- podemos objetar a Schaff su tesis de que el
carácter socialista de las relaciones de producción, o sea de la base
económica, pueda determinarse simplemente por la abolición de la propiedad
privada sobre los medios de producción y la clase de los capitalistas. Ya el
propio Marx se había opuesto a semejante caracterización desde los Manuscritos
del 44. Pero además la propia historia real suministra ejemplos convincentes de
sociedades basadas en la propiedad colectiva que excluían por tanto la
propiedad privada de los medios de producción y la clase de los propietarios
privados de ellos, sin que por esto dejaran de ser sociedades explotadoras
(recordemos simplemente las sociedades del modo de producción asiático).
Pasando a la
segunda parte de la cuestión, Schaff reconoce que en las sociedades del Este se
da una forma supraestructural política no democrática. Por otros textos suyos
deducimos que esa forma política consiste en el poder de la burocracia estatal
y del Partido que al servir a la sociedad “se sitúa al mismo tiempo por encima
de ella y se orienta, con frecuencia harto excesiva, contra ella”.[22] ¿Cómo
puede darse una sociedad socialista que excluya de su supraestructura política
la democracia? Schaff no elude la cuestión; reconoce que el concepto socialismo
incluye la forma democrática pero agrega que es utópico exigir la perfección
del concepto; reconoce asimismo que la forma democrática sería la
“supraestructura adecuada” o “deseada” pero admite que “es posible que exista
una “formación económica socialista de la sociedad” con una supraestructura autoritaria,
antidemocrática, contraria a las libertades y a los derechos del hombre”.[23]
Sostener lo contrario -agrega- significaría caer en cierto automatismo del
papel de la base económica que negaría la relativa autonomía de la
supraestructura. (Observemos antes de seguir adelante por un lado, el papel de
la base es tan determinante, tan absoluto que se basta a sí mismo para dar un
carácter socialista a la sociedad en su conjunto, no obstante su
supraestructura política autoritaria; por otro, no sería tan determinante ya
que la supraestructura política -no democrática- podría entrar en contradicción
con la base económica socialista).
Ahora bien, ¿cómo
puede darse semejante relación entre base económica y supraestructura política
en una sociedad socialista? Schaff argumenta: una y la misma formación
económica, como demuestra históricamente el capitalismo, puede adoptar formas
supraestructurales políticas o sistemas políticos diferentes: monarquías y
repúblicas, democracias parlamentarias y dictaduras totalitarias, regímenes
pluripartistas y de partido único, etc. Schaff extiende este criterio a las
sociedades cuya supraestructura se alza sobre una base económica socialista;
resulta entonces que sin variar esta base (las relaciones socialistas de
producción) pueden darse formas políticas no democráticas, incluso
autoritarias.
A las tesis de
Schaff habría que oponer, por un lado, que la democracia no es un componente
utópico o una tendencia simplemente “deseada” del socialismo sino un elemento
efectivo, como demostraron las experiencias históricas de la Comuna de París,
en 1871, y los soviets en los primeros años de la Revolución de Octubre; por
otro lado, la tesis de la relación base económica igual-supraestructuras
políticas diferentes bajo el capitalismo no permite sacar las consecuencias que
saca Schaff para una sociedad socialista. En primer lugar, la diversidad de
formas políticas sobre una misma base económica, no significa -no obstante su
diversidad- que no sean formas de una misma dominación política de clase: la de
la burguesía. Bajo el capitalismo no puede darse, obviamente, una forma
política (democrática o despótica) que no exprese el dominio de la clase
dominante. Bajo el socialismo, la misma base económica puede admitir,
ciertamente, diversas formas políticas a través de las cuales ejercerá su
dominio la clase obrera, pero no puede admitir formas no democráticas (poder de
una élite o una nueva clase) que usurpen o excluyan ese dominio. Una
supraestructura autoritaria, antidemocrática no puede levantarse sobre una base
económica verdaderamente socialista. De existir, la contradicción entre base y
supraestructura sólo sería aparente: lo que se daría en realidad es una
correspondencia entre la supraestructura no democrática sustraída al control de
la sociedad y la clase económica con un sistema de propiedad estatal que
excluye a los productores de la posesión y control efectivos de los medios de
producción. En conclusión, las sociedades de la Europa del Este en las que se
da no ya una contradicción entre base socialista y supraestructura no
democrática sino una correspondencia entre semejante forma política y unas
relaciones de producción no socialistas (aunque se haya abolido la propiedad
privada de los medios de producción y la clase de los propietarios capitalistas
de ellas), no pueden considerarse desde el punto de vida marxista -contra lo
que sostiene Schaff- como sociedades socialistas.
Una
sociedad de nuevo tipo
Llegamos a la
conclusión de que el socialismo real no es realmente socialista; tampoco puede
considerarse como una sociedad capitalista peculiar. Se trata de una formación
social específica surgida en las condiciones históricas concretas en que se ha
desarrollado el proceso de transición -no al comunismo, como había previsto
Marx- sino al socialismo. En cuanto a las condiciones históricas que dieron
lugar a esta nueva formación social, subrayaremos que en ellas surgió la
necesidad de fortalecer al Estado y que ese fortalecimiento se tradujo en una
autonomización cada vez mayor respecto de la sociedad y, en particular, de la
clase obrera, al que quedó unido un proceso de fortalecimiento y autonomización
de la burocracia estatal. A este doble proceso contribuyó decisivamente el
régimen de partido único y la consecuente ausencia de pluralismo político.[24]
En el socialismo
real Estado y Partido se funden, con ello se funden los intereses particulares
de la burocracia estatal y la burocracia del partido. Al poder político de
ambas burocracias, que tienen respectivamente en propiedad real al Estado y al
Partido, corresponde su poder económico en cuanto que poseen efectivamente los
medios de producción aunque no detentan -ni individual ni colectivamente- la
propiedad jurídica sobre esos medios. Por el lugar que ocupa la burocracia en
las relaciones reales de producción constituye no sólo una élite política
dominante sino una nueva clase. Ciertamente, no hay precedentes históricos de
que un grupo social se constituya en clase después de haber conquistado el
poder, pero así sucede en la historia real con esta formación social. De la
apropiación colectiva de los medios de producción por la clase dominante, sí
hay precedentes históricos que no escaparon a la atención de Marx y Engels: la
Iglesia poseía en la Edad Media en casi toda la Europa Occidental un tercio de
las tierras y gracias a esta propiedad colectiva la jerarquía eclesiástica
-como observa Marx- estableció su dominio.
La posesión,
control y dirección colectivos de la economía por la burocracia, fuente a su
vez de los privilegios individuales de sus miembros, determinan las
posibilidades de evolución o involución del socialismo real de acuerdo con los
intereses particulares de la nueva clase. La transformación de la propiedad
estatal en propiedad privada sobre los medios de producción está excluida pues
ello acarrearía su autodestrucción como clase. A su vez, la transformación de
la propiedad estatal en verdadera propiedad social y la transformación de la
supraestructura política en una dirección democrática y pluralista, minaría el
status social dominante de la burocracia estatal y el Partido. Sus intereses no
están pues en una verdadera involución (restauración del capitalismo) ni en una
verdadera evolución (hacia la propiedad social y la forma política democrática)
sino en el inmovilismo político y social, en el mantenimiento del status quo
(propiedad estatal y supraestructura política autoritaria, no democrática); es
su interés, por tanto, cerrar el paso lo mismo a la vuelta al capitalismo que
al avance o tránsito al socialismo. En suma, el socialismo real es una
formación social específica postcapitalista, con su peculiar base económica y
supraestructura política específica, que bloquea hoy por hoy el tránsito al
socialismo. Tal es la conclusión a que llegamos cuando se le examina -como
nosotros hemos intentado hacerlo- con la ayuda de la teoría marxista, aunque
reconociendo de antemano y al final las limitaciones y dificultades que ofrece
la caracterización de una sociedad de nuevo tipo -ni capitalista ni socialista-
como la del socialismo real.
La crítica
del socialismo real
¿Qué implicaciones
teóricas y prácticas puede tener, en nuestros días, la crítica del socialismo
real? La primera es no olvidar que en los países capitalistas más o menos desarrollados
o en los que, por su subdesarrollo se encuentran sujetos al yugo del capital
monopolista o del imperialismo, la lucha por el socialismo pasa
prioritariamente por la lucha contra el capitalismo, el capital monopolista o
el imperialismo. Ahora bien, la prioridad de esta lucha principal no excluye la
necesidad de la crítica del socialismo real, pues esta crítica -si es marxista
y revolucionaria- forma parte de la lucha por el socialismo en cuanto
contribuye a elevar la conciencia de la necesidad, de la justeza y la
deseabilidad del objetivo socialista. Esta tarea se hace necesaria porque el
socialismo real ha minado -y en algunas conciencias profundamente o en forma
irreparable- el ideal socialista. Aunque históricamente pueda explicarse por
una serie de condiciones históricas que pueden esclarecer su necesidad pero no
su inevitabilidad, el socialismo real no constituye hoy un modelo válido de
nueva sociedad. Y ello no sólo para los países capitalistas desarrollados;
tampoco para los países del llamado Tercer Mundo si en la lucha -más próxima o
más lejana- por el socialismo se tiene presente ante todo su objetivo liberador
y no simplemente la eficacia en el incremento de las fuerzas productivas. Por
ello, no se puede admitir la idea de un socialismo auténtico (con propiedad
social y forma política democrática) que sería privativo de los países
desarrollados en tanto que el socialismo real (con propiedad estatal y formas
políticas autoritarias) constituiría la perspectiva para los países del Tercer Mundo,
condenados a prolongar su subdesarrollo de hoy con su subdesarrollo socialista
de mañana.
La cuestión no se
reduce por tanto a un cambio de modelo dentro del socialismo real (algunos así
lo creyeron al dejar el soviético por el chino). Pero no faltan quienes no sólo
quieren cambiar de caballo sino de camino. Lo que está en juego en este caso es
el camino del socialismo, o sea, la confianza que suscita, su credibilidad. La
crítica del socialismo real se hace necesaria aquí precisamente para recuperar el
ideal socialista con todo su potencial emancipador y movilizador.
Claro está que en
este terreno los marxistas revolucionarios no actúan sin perturbaciones. El
adversario de clase está empeñado en desacreditar el objetivo socialista
recurriendo a todos los medios: calumnias, tergiversaciones, pero también a las
experiencias más negativas del socialismo real. Así hemos visto cómo los
“nuevos filósofos” tratan de descalificar no sólo el socialismo real sino la
idea, la posibilidad misma del socialismo. Por ello, dicen que todo lo negativo
de ese socialismo -y para ellos todo es negativo- se encuentra ya en Marx.
Concepción, por supuesto, falsa, pues las ideas no hacen la historia y la
práctica no sólo existe por la teoría; pero -sobre todo- concepción profundamente
ideológica, reaccionaria, desmovilizadora. Tenemos también los que difunden un
pesimismo radical, paralizante, al afirmar que todo proyecto revolucionario al
realizarse se degrada inexorablemente. A la opción revolucionaria sólo le
espera la utopía o la degradación del socialismo real.
¿Cómo responder a
estas posiciones, interesadas no en realizar el socialismo sino en impedir su
realización? ¿Ignorar, ocultar o dorar todo lo que criticamos en el socialismo
real? No. Hay que reconocer los hechos, analizarlos y sacar las conclusiones
necesarias para proseguir con una conciencia más elevada la lucha por el
socialismo. Un marxista no tiene en sus manos la clave de la historia futura.
La acción puede conducir -aunque no fatalmente- a resultados negativos, pero no
por esto puede renunciar a ella. La posibilidad negativa existe, pero también
existen otras positivas, por cuya realización hay que luchar. Podemos cambiar
de caballo en el camino, dejar atrás un modelo que no consideramos válido, pero
no podemos cambiar de camino -el camino socialista- porque como ya advirtió
Marx la alternativa al capitalismo es sólo el socialismo o la barbarie (que hoy
toma la forma posible de un holocausto nuclear o un desastre ecológico).
Hay pues que
asumir críticamente el socialismo real precisamente para seguir la lucha por el
socialismo a un nivel más alto. Asumirlo críticamente quiere decir no ignorarlo
en nombre de un marxismo “puro” o de un socialismo “incontaminado”. Aunque
duela reconocerlo, el socialismo real forma parte de la historia real, compleja
y contradictoria, de la lucha por el socialismo que no es una batalla de flores
y que es compleja y contradictoria justamente porque el socialismo no es la
simple aplicación de una idea o el ideal inmaculado que para no mancharse no
debe poner nunca el pie en la realidad.
La crítica
marxista revolucionaria del socialismo real es necesaria y beneficiosa para el
socialismo ya que contribuye a reforzar su capacidad movilizadora. Por otro
lado, mientras exista la necesidad objetiva y subjetiva de transformar el
mundo, el socialismo como objetivo -el ideal socialista- subsistirá. Y esa
necesidad no podrá ser ahogada por los nuevos escuderos ideológicos de la
burguesía que difunden el pesimismo más exacerbado y ensalzan el individualismo,
el irracionalismo, el utopismo o la privacidad. Tampoco podrán acabar con el
socialismo los que, desesperanzados ante el socialismo real, se refugian en un
nihilismo o catastrófismo de nuevo cuño.
Como en tiempos de
Marx “de lo que se trata es de transformar el mundo” y para ello necesitamos no
sólo elevar la lucha contra el capitalismo y el imperialismo sino también la
lucha -con la parte crítica que nos toca- para que el socialismo sea
verdaderamente real.
[1] El presente
documento ha sido obtenido desde el sitio web de la Revista Nexos, en: http://www.nexos.com.mx/?p=3899
[2] C. Marx y F.
Engels, La ideología alemana, trad. de W. Roces, Ed. Pueblos Unidos,
Montevideo, 1959, p. 36.
[3] Marx-Engels, Werke,
t. 17, p. 557
[4] C. Marx,
Manuscritos económico-filosóficos de 1844, en: C. Marx y F. Engels, Escritos
económicos varios, trad. de W. Roces, Ed. Grijalbo, México, 1962, pp. 80-83.
[5] Cf. el
apartado “Elementos utópicos en Marx” en mi trabajo: Del socialismo científico
al socialismo utópico, Ed. Era, México D.F., 1975, pp. 51-58
[6] C. Marx,
Crítica del Programa de Gotha, en: C. Marx. y F. Engels: Obras escogidas, en
tres tomos, Ed. Progreso, Moscú, 1974, pp. 13-14.
[7] C. Marx, La
guerra civil en Francia, en: C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit.,
t.I, pp. 231-240.
[8] F. Engels,
Introducción de 1891 a La guerra civil en Francia, ed. cit., p. 200. Marx no
utiliza nunca la expresión “dictadura del proletariado” con referencia a la
Comuna, aunque dice abiertamente de ella que se trata de “un gobierno de la
clase obrera… la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de
ella la emancipación económica del trabajo” ( “La guerra civil en Francia, ed.
cit., p. 236).
[9] Lenin, El Estado
y la revolución, en: V.I. Kebub, Obras completas, t. XXV, Ed. Cartago, Buenos
Aires, 1958, pp. 408 y 416-417.
[10] Kommunist, 2,
Moscú, 1979.
[11] B. Semionov,
“La doctrina del socialismo desarrollado y de su transformación en comunismo”,
Voprosy Filosofii, 7, Moscú, 1980, p. 9.
[12] Respecto a
todas estas características del socialismo desarrollado, cf. el artículo de B.
Semionov antes citado.
[13] No estamos de
acuerdo, por esta razón, con Umberto Cerroni cuando afirma: “Son socialistas
los países que se trazan consistentemente un programa de tipo socialista”
(Cerroni, ¿Crisis del marxismo?. Ed. Riuniti. Roma, 1978, p. 76).
[14] Cf.
especialmente de Ernest Mandel: “Sobre la naturaleza social de la URSS”, El
Viejo Topo, extra 2, Barcelona, 1978 y “Por qué la burocracia soviética no es
una clase dominante” (Revista Mensual/Monthly Review, Barcelona, dic. 79) en el
que responde a un artículo de Paul Sweezy.
[15] Mandel. “Por
qué la burocracia soviética no es una clase dominante”, ed. cit., p. 33.
[16] Cf. de Paul
Sweezy: “¿Hay una clase dominante en la URSS”, Revista Mensual/Monthly Review,
vol. 2, n. 12, julio-agosto 1979 y “La naturaleza de clase de la burocracia
soviética. Respuesta de E. Mandel”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 3, n.
5. dic. 79. De Ludolfo Paramio, véanse: “Sobre la naturaleza del Estado
soviético”, Les Temps Modernes, 349/350, París, ag-sept. 1975 (en español: Zona
abierta, 9-10, Madrid, 1977) y “Sobre la naturaleza del Estado soviético:
segundo intento”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 3, 2/3, Barcelona, oct.,
1979.
[17] E. Mandel,
“Diez tesis acerca de las leyes socioeconómicas que rigen las sociedades de
transición”, en Zona abierta, n. 6, Madrid, 1976.
[18] Istvan
Meszaros, “La question du pouvoir politique et la théorie marxiste”, en: 11
Manifesto, Pouvoir et opposition dans les societés postrévolutionnaires, Seuil,
Paris, 1978, p. 136.
[19] Sobre la
economía y la política del socialismo. Cf. Roger Bartra Las redes imaginarias
del poder político, Ed. Era, México D.F., 1981. pp. 177-187.
[20] Cf.. Adam
Schaff, “Sobre la alienación de la revolución” y los comentarios a este texto
de Gabriel Vargas Lozano, Oscar del Barco y Juan Mora Rubio, en Dialéctica, n.
7, Puebla, dic. 1979. Cf., también: “Adam Schaff y la alienación de la
revolución” (entrevista de Rodrigo Vázquez-Prada con A. Schaff), en Argumentos,
n. 41, Madrid, 1981.
[21] Entrevista
citada, p. 59.
[22] Adam Schaff,
La alienación como fenómeno social, trad. de A. Venegas, Crítica, Grupo
Editorial Grijalbo, Barcelona, 1979, pp. 317-319.
[23] Entrevista en
Argumentos antes citada, p. 59.
[24] Sobre la
necesidad del pluralismo político de la clase obrera tanto en la lucha por el
poder como en el tránsito al socialismo y su construcción mañana, Cf. mi
Filosofía de la praxis, nueva edición, Col. Teoría y Praxis Grijalbo,
México D.F., 1981, pp. 374-375.
Fuente: Marxismo y
Revolución
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