por Thierry
Meyssan
El presidente ruso Vladimir Putin anunció la
proclamación de un alto al fuego en Siria, acordado con Turquía,
país que hasta ahora había sido el principal respaldo operativo de los
yihadistas. ¿Cómo se explica este giro inesperado? ¿Logrará
el presidente turco Erdogan mover su país de la esfera influencia de
Estados Unidos a la de Rusia? ¿Cuáles son las causas y consecuencias de
este importante cambio de bando?
Red Voltaire | Damasco (Siria) | 3 de enero de 2017
Turquía es un país miembro de la OTAN, aliado de
Arabia Saudita, amo del yihadismo internacional desde que el príncipe saudita
Bandar ben Sultán tuvo que ser hospitalizado –en 2012– y padrino de la
Hermandad Musulmana desde el derrocamiento de Mohamed Morsi en Egipto y la
discrepancia entre Doha y Riad, en 2013 y 2014. En noviembre de 2015,
Turquía llegó incluso a atacar a Rusia, derribando un Sukhoi-24 y
provocando con ello una ruptura de relaciones diplomáticas con Moscú.
Pero esa misma Turquía acaba de apadrinar el alto
al fuego en Siria, diseñado por Rusia [1]. ¿Por qué?
Desde 2013, Washington ha dejado de ver a Recep
Tayyip Erdogan como un aliado confiable. Debido a ello, la CIA realizó
diversas operaciones no contra Turquía sino directamente
contra Erdogan. En mayo-junio de 2013, la CIA organiza y
respalda el movimiento de protesta del parque Taksim Gezi. Durante las
elecciones legislativas turcas de junio de 2015, la agencia estadounidense
financia y maneja el partido de las minorías HDP para limitar los poderes del
presidente Erdogan. Recurre a esa misma táctica en las elección de noviembre
de 2015, pero el poder turco logra “arreglarlas”. La CIA pasa
entonces de la política a la acción secreta. Organiza 4 intentos de
asesinato, de los que el más reciente –en julio de 2016– termina muy
mal, cuando la agencia estadounidense empuja un grupo de oficiales kemalistas a
tratar de dar un golpe de Estado sin ninguna preparación.
Recep Tayyip Erdogan se halla, por lo tanto, en la
misma posición que el primer ministro italiano de los años 1970, Aldo Moro:
está a la cabeza de un país miembro de la OTAN y enfrenta la hostilidad de
Estados Unidos. A Aldo Moro, la OTAN logró eliminarlo
manipulando un grupo de extrema izquierda [2]. Pero no ha logrado liquidar a Erdogan.
Por otro lado, para ganar las elecciones en
noviembre de 2015, Erdogan tuvo que captar a los supremacistas
turco-mongoles reactivando unilateralmente el conflicto con la minoría kurda.
De hecho, a su base electoral islamista del AKP le agregó los
supuestos «nacionalistas» del MHP. En cuestión de meses mató más de
3 000 ciudadanos turcos miembros de la etnia kurda y arrasó varias aldeas,
incluso barrios de grandes ciudades.
Para terminar, al servir de intermediario para la
entrega a al-Qaeda y al Emirato Islámico (Daesh) del armamento que
enviaban Arabia Saudita, Qatar y la OTAN, Erdogan estableció una estrecha
relación con las organizaciones yihadistas. No dudó en utilizar la guerra
contra Siria para echarse dinero en el bolsillo, a título personal.
Primero lo hizo apoderándose de las maquinarias de las fábricas de Alepo
–desmontadas y trasladadas a Turquía– y luego traficando con el petróleo y
las antigüedades robados por los yihadistas. Todo el clan Erdogan fue
vinculándose paulatinamente a los yihadistas. Por ejemplo, su actual
primer ministro, el mafioso Binali Yildirim, organizó talleres para la
fabricación de artículos falsificados en los territorios que administra Daesh.
Pero la intervención del Hezbollah en la segunda
guerra contra Siria –a partir de julio de 2012– y después la
intervención de la Federación Rusa –en septiembre de 2015– imprimieron un
giro al conflicto. La gigantesca coalición de los “Amigos
de Siria” ha perdido gran parte del terreno que ocupaba y está
encontrando cada vez más dificultades para reclutar nuevos mercenarios.
Miles de yihadistas han abandonado el campo de batalla y ya se han replegado
hacia Turquía.
Pero la mayoría de esos individuos son
incompatibles con la civilización turca. El problema es que los yihadistas
no fueron reclutados como un ejército coherente sino para reunir el mayor
número posible de elementos armados. Llegaron a ser al menos 250 000,
quizás incluso muchos más. Al principio eran delincuentes árabes bajo las
órdenes de miembros de la Hermandad Musulmana. Progresivamente, fueron
agregándose los sufistas naqchbandis del Cáucaso e Irak, e incluso jóvenes
occidentales sedientos de revolución.
Esta increíble mezcolanza no puede mantenerse
si se desplaza a Turquía. En primer lugar, porque los yihadistas
ahora quieren tener su propio Estado, y parece imposible que puedan proclamar
otra vez el Califato en Turquía. Y también por todo tipo de razones
de orden cultural. Por ejemplo: los yihadistas árabes han adoptado el
wahabismo de los donantes sauditas. Según esa ideología del desierto, la
Historia no existe. Por eso han destruido numerosas ruinas antiguas,
supuestamente porque el Corán prohíbe los ídolos. Si bien esa óptica
no ha encontrado problemas en Ankara, nadie concibe que
los dejen tocar el patrimonio turco-mongol.
De hecho, en este momento Erdogan tiene –además
de Siria– otros 3 enemigos:
1 Estados Unidos y sus aliados turcos –el FETO, organización del islamista burgués Fethullah Gulen;
2 los kurdos independentistas, sobre todo el PKK;
3 las pretensiones de los yihadistas, principalmente los de Daesh, de crear un Estado sunnita.
El interés de Turquía sería aplacar
prioritariamente sus conflictos internos con el PKK y con el FETO. Pero el
interés personal de Erdogan es encontrar un nuevo aliado. Después de haber sido
aliado de Estados Unidos, durante el ascenso estadounidense, ahora quiere
convertirse en aliado de Rusia, que ya es la primera potencia militar del mundo
en materia de guerra convencional.
Operar este cambio de bando parece particularmente
difícil en la medida en que Turquía es miembro de la OTAN, organización de
la que nadie ha logrado salir. Quizás pudiera, en un primer momento, salir del
mando militar integrado, como hizo Francia en 1966. Y hay que
recordar que en aquella época Charles De Gaulle tuvo enfrentar
un intento de golpe de Estado y fue objeto de numerosos intentos de
asesinato por parte de la OAS, organización financiada… por la CIA [3].
Suponiendo que Turquía lograse manejar ese cambio,
todavía tendría que hacer frente a otros dos grandes problemas.
En primer lugar, aunque no se conoce con precisión
la cantidad de yihadistas desplegados en Siria e Irak,
es posible estimar que ya queden sólo entre 50 000 y 200 000.
Sabiendo que esos mercenarios son masivamente irrecuperables,
¿qué se puede hacer con ellos? El acuerdo de alto
al fuego, redactado de manera voluntariamente imprecisa, deja abierta la
posibilidad de atacarlos en Idlib. Esa gobernación siria se halla
bajo la ocupación de una serie de grupos armados, sin vínculos
entre sí pero bajo la coordinación de la OTAN, desde el LandCom,
instalado en Esmirna (Izmir) –precisamente en Turquía–, a través de ONGs
«humanitarias». Contrariamente a Daesh, esos yihadistas no han
sabido organizarse correctamente y siguen dependiendo de la ayuda de
la OTAN. Esa ayuda les llega a través de la frontera turca, que
podría cerrarse de un momento a otro. Sin embargo, si bien resulta
fácil controlar los camiones que siguen rutas bien definidas, no es
posible cortar el paso a los hombres que se mueven a
campo traviesa. Miles, quizás decenas de miles de yihadistas, podrían huir
próximamente hacia Turquía y desestabilizar ese país.
Turquía ya inició su cambio de retórica. El
presidente Erdogan acusó a Estados Unidos de seguir apoyando a los
yihadistas en general y a Daesh en particular, dando a entender que
si él mismo lo hizo en el pasado fue bajo la mala influencia de
Washington. Ankara espera ganar dinero poniendo la reconstrucción de Homs
y Alepo en manos de su empresa constructora. Pero es difícil imaginar que,
después de haber pagado a cientos de miles de sirios para que abandonaran
su país, después de haber saqueado el norte de Siria y de haber
respaldado a los yihadistas que han destruido el país y asesinado a
cientos de miles de sirios, Turquía logre evadir todas sus responsabilidades.
El cambio de bando de Turquía –si se confirma en
los próximos meses– traerá todo una cadena de consecuencias. Comenzando por el
hecho que el presidente Erdogan se presenta ahora no sólo como
aliado de Rusia sino también como socio del Hezbollah y de la República
Islámica de Irán, o sea de los héroes del mundo chiita. Termina
con ello el sueño de una Turquía líder del mundo sunnita, que lucha
contra los «herejes» con el dinero de Arabia Saudita. Pero el conflicto
artificial entre musulmanes, desatado por Washington, no terminará hasta
que Arabia Saudita también renuncie a la ilusión.
El extraordinario giro de Turquía resulta
probablemente difícil de entender para los occidentales, que creen que la
política es siempre pública. Sin entrar a mencionar el arresto de varios
oficiales turcos en un bunker de la OTAN en el este de Alepo,
hace 2 semanas, es más fácil de interpretar para quienes recuerdan,
por ejemplo, el papel personal de Recep Tayyip Erdogan durante la primera
guerra de Chechenia, cuando él mismo dirigía la Milli Gorus, papel del que
Moscú nunca habló pero que está ampliamente documentado en los archivos de
los servicios de inteligencia de la Federación.
Vladimir Putin ha preferido convertir un enemigo en
aliado, en vez de hacerlo caer y tener que seguir batallando contra el
Estado que hoy dirige. El presidente Bachar al-Assad, sayyed Hassan
Nasrallah y el ayatola Alí Khamenei han comprendido que es mejor hacer
lo mismo.
Elementos a recordar:
Después de haberse ilusionado con la conquista de Siria, el presidente Erdogan ahora se halla en dificultades –únicamente por causa de su propia política– en 3 frentes a la vez: tiene problemas con Estados Unidos y con el FETO –la organización de Fethullah Gulen–; con los kurdos independentistas del PKK; y con Daesh.
A esos tres adversarios podría agregarse nuevamente Rusia, que posee abundante información sobre la trayectoria personal de Erdogan. Eso ha llevado al presidente Erdogan a optar por aliarse con Moscú y pudiera llegar a salir del mando integrado de la OTAN.
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