09-09-2015
A medida
que China se adentra en el siglo XXI y compite como potencial mundial en el
capitalismo global, asistimos como la mayor de sus paradojas al hecho de que
todo este cambio se haya producido bajo la supervisión del Partido Comunista
Chino, en otro tiempo un enemigo radical de la empresa mercantil y la propiedad
privada. Sin embargo, hay que reconocerle a la antigua burocracia comunista
china, que sus reformas más relevantes han sido de cosecha propia, no viniendo
dictadas desde el exterior por gobiernos extranjeros u organismos
internacionales.
La
historia de la República Popular China debe dividirse en dos etapas
notablemente diferenciadas. La primera estuvo dominada por la figura del Mao
Zedong, quien desde una visión derivada de la ortodoxia ideológica comunista
implementó su catecismo en todos los ámbitos de la sociedad; mientras la
segunda, tras su muerte en 1976 y una corta sucesión por parte de Hua Guofeng,
que desembocó en el ascenso de Den Xiaoping al poder en 1981, marcó el punto de
inflexión a partir del cual se pondrá fin a las políticas implementadas bajo el
“socialismo real” maoísta, e iniciará una serie de reformas que desembocaron en
un proceso de intenso crecimiento económico que convertiría a la República
Popular China en una gran potencial económica inmersa en el capitalismo global.
Antecedentes
históricos
A lo largo
de las décadas de 1930 y 1940, durante la ocupación japonesa y la guerra civil
china, el ejército de campesino de Mao Zedong soportó graves penurias,
incluyendo la Larga Marcha de 12.400 kilómetros. Sus fuerzas sufrieron diversas
derrotas como la de Yan´an, hasta que a partir de 1947 comenzaron a ganar
territorio, apoderándose posteriormente de Manchuria y la toma de Peking,
actual Beijing.
El
triunfo revolucionario campesino comunista de 1949 puso fin a décadas de
guerras internas, teniendo que enfrentar el nuevo gobierno la reconstrucción
del país. El nuevo Estado quedó bajo en total control del Partido Comunista
Chino a través de sus organizaciones regionales coordinadas por un Comité
Central establecido bajo las pautas de un “centralismo democrático” de corte
leninista. Al nacimiento de la República Popular -octubre de 1949-, el Partido
Comunista contaba con 4.5 millones de miembros, de los cuales nueve de cada
diez tenían antecedentes campesinos. En la búsqueda de las verdaderas fuentes
del socialismo, Mao Zedong creía en “las ventajas del atraso” –cuanto más
atrasada la economía, más fácil es la transición-, lo que le llevó a buscar sus
bases en aquellos sectores de la sociedad menos influenciados por el
capitalismo, es decir, un campesinado mayormente al margen de las relaciones
capitalistas y una intelligentsia no corrompida por la ideología
burguesa.
Los
primeros años del gobierno de Mao Zedong vinieron marcados por la
reconstrucción masiva de China, donde la nueva prosperidad y estabilidad del
país contrastaba con los tumultos y calamidades de las décadas anteriores.
Desde los
primeros años de comunismo, el gobierno chino se convirtió de una forma u otra
en el propietario de toda la tierra en China. La revolución puso fin a un
sistema de propiedad de la tierra que se remontaba a muchos siglos atrás y que
se conformó bajo una lógica feudal y esclavista.
La
reforma agraria llegó en 1950, lo que abolió el derecho individual a poseer
tierras. Lo primero y principal fue proceder con la incautación de tierras a
los viejos terratenientes chinos, los cuales poseían gigantescas extensiones de
terreno, otorgándose el usufructo de dichas parcelas a quienes anteriormente
eran sus arrendatarios. La reforma sirvió para poner la tierra en manos de los campesinos
que la trabajaban, aunque paralelamente se les arrebató la propiedad a millones
de pequeños agricultores que eran propietarios de pequeños terrenos rurales. Se
estima que antes de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria en China, el
60% de su población rural -por lo general familias muy empobrecidas-, poseían
algo de tierra aunque con escasez de medios y condiciones apropiadas para su
explotación.
Tras el
final de la Guerra de Corea (1950-1953) la colaboración con la Unión Soviética
se vio muy reforzada, decidiendo el Comité Central del Partido Comunista Chino
apostar por el modelo soviético de desarrollo: economía planificada, centrada
en la industria pesada y en la producción agrícola. La ruptura y el conflicto
con la extinta URSS llegaría unos años después con el declive del estalinismo.
La
apuesta se concretó en un plan quinquenal que estableció objetivos de
crecimiento para los años comprendidos entre 1953 y 1957, aunque la falta de
expertise por parte de la nueva burocracia china retrasaría su aplicación hasta
febrero de 1955. Es a partir de entonces cuando se pasa del uso individual de
la tierra al modelo soviético de colectivización.
Durante
el primer plan quinquenal se introdujo el sistema de cooperativas en el mundo
rural, mediante el cual extensiones de cultivo hasta entonces divididas en
pequeñas parcelas pasaban a estar agrupadas para compartir recursos. El cambio
más radical se produjo en 1956, cuando se colectivizó toda la tierra y todas
las propiedades, incluyendo los animales y las herramientas agrícolas. Las
medidas más extremas desplazaron a la población fuera de sus hogares y
territorios, en búsqueda de la eficiencia productiva, conformándose grupos
compuestos por centenares de familias que pasaron a trabajar en común la
tierra. La fuerza de trabajo agrario en China se mantuvo junto a las tierras en
donde pudiera ejercer su función de “ejército de reserva”, al que el partido
pudiera llamar a la acción para sus proyectos de industrialización cuando fuera
necesario. Se trataba de usar el excedente agrícola y parte de la mano de obra
agraria para financiar y empujar un programa de industrialización patrocinado
desde el mismo Estado.
El
triunfo de la revolución trajo consigo también el control de la propiedad
privada por parte del Estado, eliminándose millares de pequeños negocios que
servían al comercio cotidiano en las zonas rurales del país. Las familias que
poseían estos pequeños comercios los perdieron, viéndose obligados a volcarse
sobre el trabajo agrario a tiempo completo. En 1956, el gobierno promulgó un
edicto que prohibía que las fábricas, las minas, las empresas de construcción y
los medios de transporte contrataran a nadie que procediera de las
explotaciones agrarias salvo autorización expresa del Estado.
Los importantes
cambios sociales y culturales impulsados por el gobierno revolucionario de Mao
Zedong fueron acompañados en un primer momento por una economía en continuo
crecimiento. El éxito del primer plan quinquenal llevó a la burocracia
comunista china a implementar un segundo plan, mucho más ambicioso para el
período comprendido entre 1958 y 1962, el cual se convertiría a la postre en el
mayor fracaso económico de la época maoísta.
Durante
un breve período de tiempo en 1959 y 1960, a través de la implementación de un
plan de industrialización adscrito al Gran Salto Adelante, se permitió que los
agricultores abandonaran el campo y se incorporaran a explotaciones urbanas,
transformando a parte del campesinado en clase obrera. Según Mao Zedong, había
llegado el turno de una gran revolución tecnológica, en la que el esfuerzo de
la población debía dedicarse al incremento de la producción agrícola e
industrial. Se reclutó para las ciudades a 19 millones de campesinos, pero
emigraron en torno a 50 millones fruto de la falta de perspectivas existentes
en el ámbito rural. En aquel momento el crecimiento estaba concentrado en la
costa del este alrededor de los centros de negocios importantes como Sanghai,
Beijing y Guangzhou.
El
Partido Comunista Chino se vio obligado a tomar medidas de protección a sus
trabajadores urbanos, deportando a gran parte de la población de emigrantes
rurales nuevamente hacia el campo. El sistema hukou fue concebido
inicialmente como un medio para controlar el aumento de los inmigrantes provenientes
de las zonas rurales a las urbanas, y aquellos cuyo pasaporte delataba su
origen rural y viajaban a las ciudades sin las autorizaciones correspondientes
eran deportados de nuevo a sus granjas. Así el Estado predestinaba a los hijos
de los agricultores a que se quedaran en las granjas en base a la planificación
productiva realizada por el Estado.
Para
impulsar el crecimiento de la producción agrícola el régimen consideró la
creación del sistema de “comunas populares”, fusionando las 740.000 cooperativas
entonces existentes en las zonas rurales en tan solo 26.000 comunas. El sistema
de comunas conllevó la incorporación de la mujer al trabajo agrario, cubriendo
las vacantes dejadas por la población masculina movilizada para trabajar en
fábricas y proyectos de infraestructuras. En resumen, bajo un criterio que
busca la eficiencia en la explotación agraria y el desarrollo industrial y
tecnológico del país, se alteró la formas de vida tradicional en el medio rural
y se desestructuró a gran parte de las familias. Los resultados finales fueron
nefastos.
La
exigencia de que las explotaciones colectivas cumplieran con determinados
objetivos de producción sin incentivo alguno, el enorme tamaño de las comunas en
las cuales se diluían responsabilidades y una serie de desastres naturales que
se concadenaron en esa época, desembocó en el hecho de que los agricultores
campesinos que cultivaban el alimento del país pasaran hambre. Aunque existe
mucha discrepancia respecto a los datos, se estima alrededor de 30 millones de
muertes por hambruna entre 1958 y 1962.
Como
resultado del desastre ocasionado por el Gran Salto Adelante, Mao Zedong
abandonaría la jefatura del Estado, aunque que conservaría su puesto como presidente
del Partido Comunista Chino y de máximo referente ideológico. Algo más tarde,
través de la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria y el IX Congreso del
Partido Comunista Chino, Mao Zedong reconfirmaría su liderazgo absoluto.
Pero el
maoísmo, aunque tuvo éxito como una ideología revolucionaria, eventualmente
resultó ser desastroso en la era posrevolucionaria. La tragedia del Gran Salto
Adelante y el caos de la Revolución Cultural fueron el resultado del intento
por revivir el maoísmo de los años revolucionarios. Esta expresión política fue
precisamente la que más radicalmente se apartó de la tradición marxista:
rechazo al capitalismo basado en la simpleza de considerarlo simplemente
malvado, ignorándolo como una etapa progresiva en el desarrollo histórico de un
país atrasado; la asunción del campesinado como el sujeto revolucionario y
motor de la “transición al comunismo” –durante la Revolución Cultural los
trabajadores urbanos eran enviados al campo para aprender virtudes proletarias
por parte del campesinado-; y una visión exaltada de las “ventajas del atraso”,
donde la “pobreza y desnudez” fue considerado positivo. En palabras del propio
Mao Zedong, “en una hoja de papel en blanco, desnuda, se pueden escribir las
palabras más nuevas y más hermosas y pintar los cuadros más originales y
bellos”.
La
escasez que vivió China en su ámbito rural durante las décadas de 1960 y 1970 y
la desacreditación, fruto del fracaso, de la misma idea de socialismo en las
mentes de muchos chinos, estimuló clandestinas tentativas reformadoras por
parte de sectores del campesinado. Algunos agricultores practicaron pequeños
sobornos para ganarse el privilegio de poder vender sus cosechas. Los
funcionarios provinciales permitieron pequeños experimentos ilegales, los cuales
fueron posteriormente autorizados por Deng Xiaoping aludiendo al pacto de
Xiaogang –punto de partida de la reforma rural de 1978, que nace a raíz de un
acuerdo de campesinos locales que decidieron dividir voluntariamente las
tierras garantizando el tributo agrícola al Estado- como “un sistema de
contratos responsable con beneficios vinculados a la producción”. La aldea de
Xiaogang, conocida en toda la provincia por su elevado nivel de pobreza, generó
en ese mismo año una producción local equivalente a la cosecha global de los
últimos 20 años.
China:
nueva potencia capitalista
Para la
transición hacia la segunda etapa, en este caso capitalista, en que hoy se
enmarca el desarrollo chino, ha sido fundamental la transformación en la visión
del Estado respecto a la propiedad privada y las empresas.
De esta
manera y con Deng Xiaoping como administrador económico de China y en la cúpula
del Partido Comunista Chino, se inauguró la era más pragmática del país. Al
cabo de un año del pacto de Xiaogang la mayor parte de los agricultores de
Anhui, una provincia rural de 50 millones de habitantes, estaban ya actuando
bajo una versión de lo que acabaría conociéndose como el Sistema de
Responsabilidad Familiar. Dicho sistema autorizaba a las familias a lucrarse
con el cultivo y la venta de sus cosechas, siempre que cumplieran con sus
responsabilidades alícuotas con el Estado. La economía de mercado actualmente
existente en China despegó, de hecho, gracias a aquellos agricultores
conceptualizados por el maoísmo como motor revolucionario para la
transformación social y la transición hacia el socialismo.
Una vez
que los agricultores empezaron a ganar algún dinero buscaron nuevas formas de
rentabilizar sus pequeños capitales, lo cual ha derivado en muchas pequeñas empresas
posteriores que se configuraron a partir de los ahorros acumulados en zonas
atrasadas. Entre ellas se encuentran las cooperativas y empresas colectivas que
no son propiedad del gobierno central, sino de miembros de las comunidades
locales o de los gobierno locales bajo la modalidad de inversiones privadas,
las llamadas en terminología académica estadounidense “township and village
enterprises”.
Paradójicamente,
las campañas de colectivización maoísta realizadas en el campo y la ciudad
forjaron una masa trabajadora dócil y maleable que posteriormente fueron
utilizadas por transnacionales extranjeras para la ampliación barata de sus
procesos de producción. Fueron esas mismas empresas estadounidenses y europeas
quienes enseñaron al nuevo capitalismo chino cómo utilizar esa misma fuerza de
trabajo para obtener ventajas competitivas frente a ellos en el mercado global.
La frase
mas citada de Deng Xiaoping, “gato negro, gato blanco… lo importante es que
cace ratones”, fue acuñada durante los debates políticos de la década de 1960,
pero se invocó posteriormente para referirse al fracaso de la antigua economía
comunista, que “no cazaba ratones”, y a la que se conformó después, según la
cual la población recibió autorización para centrarse en los fines sin dedicar
ni un segundo a pensar en los medios.
La
burocracia del Partido Comunista Chino supo desde el inicio que las primeras
etapas de acumulación de capital en una economía de mercado incipiente estaban
destinadas a ser desordenadas. Un ejemplo de eso habían sido las economías de
su entorno regional, Japón y Corea con sus zaibatsus y chaebols,
el acogedor conglomerado entrelazado de bancos, industria, políticos y
militares, todos ellos deseando coordinarse entre ellos y esconder
conjuntamente sus pecados. El trenzado de intereses del empresario privado y el
funcionario en el poder se convirtió en un lugar común en China.
Este
proceso contribuyó a vincular a grupos de China cuyos intereses no estaban
alineados históricamente en el mismo bando. De un lado estaba una clase media y
empresarial con aspiraciones que necesitaba dinero y derechos de propiedad para
dirigir negocios. De otro estaba el Estado y los funcionarios del partido que
tenían una predisposición ideológica negativa hacia los negocios y la propiedad
privada. Hoy en día ya es inexistente la separación entre ambos.
Una de
las facetas más sorprendentes del desarrollo económico de China fue el
surgimiento de tantos recursos financieros por todo el país. Con el paso del
tiempo parece como si una multitud de empresarios imitadores en China se
hubieran hecho cargo de casi cualquier sector industrial del
mundo, aprovechando de una mano de obra barata y casi ilimitada destinada
a ponerse a trabajar en cualquier tipo de fábrica productiva. El inicial desarrollo
de una rápida producción de baja calidad desbordó a la competencia mundial.
En 1987,
ante una delegación de la extinta Yugoslavia, Deng Xiaoping diría: “Nuestras
reformas rurales han avanzado muy deprisa, y los agricultores se han mostrado
entusiasmados. El desarrollo de las empresas de poblados y aldeas nos pilló
completamente por sorpresa. Fue como si en el campo apareciera un ejército
extraño fabricando y vendiendo una inmensa diversidad de artículos. Este no es
un logro de nuestro gobierno central (…), fue una sorpresa.”
Entre la
década de 1950 y 1970 dos terceras partes de las provincias de China dependían
de sus redes industriales para abastecer a sus ciudades de casi todo lo que
consumían. Se esperaba que las industrias produjeran artículos a bajo precio
asequibles para la población. Sin embargo, en la práctica la diseminación de la
industria estatal china agravaba su ineficiencia y cuando llegaron las reformas
del mercado estas se debilitaron, volviéndose muy vulnerables ante el empuje de
las nuevas empresas que se afincaban en el país. Cuando la inversión comenzó a
llegar a las ciudades del litoral chino, la industria comenzó a concentrarse de
nuevo allí, obligando a las anticuadas y ya ineficientes empresas estatales a
abandonar sus mercados locales a favor de los mejores productos del este del
país. La economía de mercado introdujo una cuña entre el pasado y el presente,
que convirtió en aún más ricas y seductoras a las ciudades orientales.
El nuevo
capitalismo chino ha vivido una era de Goldilocks economy o “economía de
hadas” similar a la que disfrutó EEUU en la década de 1990, aunque con un
crecimiento mucho más rápido y a escala planetaria. Aunque se intentó aplicar medidas
de corrección en diferentes momentos, la burocracia china entonó el cántico del
éxito veloz y duradero con un optimismo indiscriminado. Pero el espejismo
comienza a caer en base a las leyes básicas de la gravedad económica, lo cual
está devolviendo a la tierra a China y a otros tantos grandes mercados
emergentes.
La
República Popular China sigue un modelo de crecimiento basado en las
exportaciones similar al adoptado por Japón, Corea del Sur y Taiwán después de
la Segunda Guerra Mundial. Todas estas economías de alza bajaron del 9 o 10% a
alrededor del 5 o 6% cuando sus rentas per cápita alcanzaron un nivel
medio-alto. Japón tocó ese máximo a mediados de la década de 1970; Taiwán y
Corea del Sur lo hicieron en las dos décadas subsiguientes.
Después
de que Deng Xiaoping empezara a implementar sus reformas de libre mercado a
principios de la década de 1980, China se preparó para lanzar una reforma tipo
“Big Bang” cada cinco años, y cada nueva medida aperturista –primero la
privatización de la agricultura, luego de los negocios, después franquear la
entrada de empresas extranjeras- precipitó una nueva racha de crecimiento. Pero
este ciclo ya toca a su fin.
Es un
hecho bajo las leyes del capitalismo global que a lo largo de cualquier década
desde 1950, sólo una tercera parte de los mercados emergentes han logrado
crecer a una tasa anual del 5% o superior. Menos de un cuarto han mantenido ese
ritmo durante dos décadas y la décima parte durante tres. Sólo seis países
–Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong- han mantenido
esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos –Corea del Sur y
Taiwán- durante cinco. De hecho, en la última década, con excepción de China e
India, todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento
del 5%, desde Angola y Tanzania a Armenia y Tayikistán, era la primera vez que
lo hacían. Es de suponer entonces que en los años venideros la nueva normalidad
en mercados emergentes sea muy parecida a la vieja normalidad existente en las
décadas de 1950 y 1960, cuando el crecimiento rondaba el 5% y la carrera por
los primeros puestos siempre era apretada.
China
empieza una nueva etapa en la que los costes de proyectos y la opinión pública
importan, y en la que el alcance de experimentos faraónicos multimillonarios se
reduce. Ya en 2008 el entonces primer ministro Wen Jiabao calificó el
crecimiento chino de “desequilibrado, descoordinado e insostenible” y desde
entonces la situación no ha hecho más que empeorar. Su deuda en relación al PIB
crece con rapidez y la ventaja que suponía la mano de obra barata en años
anteriores, clave en el crecimiento chino, se está esfumando dado que la
demanda supera a la oferta, motivo por el cual los trabajadores se han dotado
de mecanismos sindicales para negociar mejoras en las condiciones de
contratación.
La China
capitalista de hoy prosperó a la manera antigua, construyendo carreteras para
unir las fábricas a los puertos, desarrollando redes de telecomunicaciones para
conectar unos negocios con otros y ofreciendo a los campesinos desempleados
puestos de trabajo con mayor capacidad adquisitiva en fábricas urbanas. Ahora
todas estas medidas llegan a su fase de madurez, a medida que la oferta de mano
de obra procedente de zonas rurales se agota el empleo en las fábricas alcanza
su máxima capacidad y la red de autopistas ya llegó a los 75.000 kilómetros, la
segunda más larga del mundo después de EEUU. La tendencia demográfica que en
décadas recientes ha inclinado la balanza de población hacia los trabajadores
jóvenes y en activo pertenece ya al pasado y una cada vez mayor clase social de
pensionistas pronto empezará a hacer mella sobre el presupuesto público,
fenómeno novedoso para el gobierno chino. En paralelo, la afluencia de
campesinos a las ciudades en busca de empleos mejor pagados está disminuyendo
de forma acelerado. Según un estudio realizado hace pocos años, de los
habitantes de la China rural que ya no son necesarios para las tareas
agrícolas, 150 millones ya habían emigrado a las grandes ciudades, 84 millones
habían encontrado trabajos no agrícolas en el sector rural y tan sólo 15
millones permanecían como “ejército de reserva” o mano de obra excedente. Las
migraciones internas a los núcleos urbanos está descendiendo de manera anual en
unos cinco millones de personas.
En
paralelo, la brecha existente entre los salarios de la mano de obra migrada al
sector industrial que realizan tareas manuales y los de titulados
universitarios se han acortado, mientras que los salarios agrícolas han crecido
más rápido que los ingresos que perciben los inmigrantes rurales en las
ciudades. Así pues, la afluencia a las ciudades y la matriculación en la
universidad –puesto que se supone que un título universitario se traduce en
mayores ingresos- han caído.
Cuanto
más rico es un país, más duro es el reto de crecer y es posible que en el marco
del capitalismo global, hasta haya demasiados países grandes para hacerlo. En
1998 China, para que su economía de un billón de dólares creciera en un 10%,
tuvo que expandir sus actividades económicas en 100.000 millones de dólares y
consumir sólo el 10% de las materias primas industriales mundiales. Ya en 2011,
para que su economía de seis billones de dólares creciera igual de rápido,
necesitó expandirse en 600.000 millones de dólares al año y absorber más del
30% de la producción global de materias primas. Evidentemente China ahora está
sufriendo el problema de insostenibilidad en su modelo de crecimiento
económico.
Decio Machado / Director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA)
http://www.deciomachado.blogspot.mx/2015/09/china-del-comunismo-rural-al.html
Decio Machado / Director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (ALDHEA)
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