Es posible cambiar la lógica
industrial por una lógica de redes, asegura uno de los estrategas y pensadores
más innovadores sobre la economía colaborativa
Javier Creus está considerado uno
de los estrategas y pensadores más innovadores sobre la economía colaborativa y
la innovación ciudadana. Fundador de Ideas for Change, una empresa que se
dedica al diseño de estrategias y modelos de negocio abiertos y colaborativos,
en la siguiente entrevista nos explica las ventajas del nuevo modelo económico
que constituye el consumo colaborativo: es notablemente más eficiente (permite
hacer más con menos) y se basa en nuevas fuentes de confianza, en un contexto
en que la confianza en instituciones y empresas se debilita. Así que no hay que
resignarse sino ser optimistas, asegura. La lógica industrial no es la única
posibilidad de organización. Además, afirma, la sociedad española está
sobradamente preparada para este nuevo paradigma económico.
Escritora,
periodista, y Directora de Tendencias21.
Javier
Creus.
Javier Creus está considerado
uno de los estrategas y pensadores más innovadores sobre economía colaborativa
(sistema económico en el que se comparten y se intercambian bienes y servicios
a través de plataformas digitales), los modelos de negocio abiertos y P2P o la innovación
ciudadana. Además, es fundador de Ideas
for Change, una empresa que se dedica al diseño de estrategias y modelos de
negocio abiertos y colaborativos.
En la siguiente entrevista, Creus sostiene que la sociedad española está sobradamente preparada para el nuevo paradigma económico del consumo colaborativo, por varias razones.
“Por su plasticidad social, su capacidad de cambio y adopción de nuevas tecnologías y formas de vida”. Además, dice, “España cuenta con toda una generación joven, educada y conectada que no encuentra en el marco actual su oportunidad para aportar valor e incidir en la realidad”.
Por otra parte, Creus nos explica las dos ventajas de la economía colaborativa o “modo de producción ciudadano”: es notablemente más eficiente que la redistribución centralizada o los mercados (permite hacer más con menos); y además se fundamenta en nuevas fuentes de confianza: la confianza en la sociedad civil, la confianza en los extraños a través de indicios, la confianza en las reglas abiertas a todos.
En definitiva, se trata, nos explica, de desarrollar “un estilo de vida regido por el sentido común”; de “no resignarse a una lógica industrial que no se corresponde con la lógica de las redes”.
Usted es fundador de Ideas for Change, un think-tank o laboratorio de ideas en que las empresas pueden encontrar nuevos modelos de negocio, basados en la economía colaborativa. ¿Cómo son esas ideas?
Son ideas derivadas de la observación y el análisis de los factores de éxito de las organizaciones, que están demostrando su capacidad para redefinir las industrias en las que irrumpen, gracias a nuevos modelos de negocio y organizativos.
¿También los Estados podrían aplicar la economía colaborativa a su gestión económica? ¿De qué manera?
Por supuesto. El modo de producción ciudadano puede resolver con mayor proximidad y eficiencia algunos de los retos sociales a los que nos enfrentamos. Para ello, el estado debe colaborar con los ciudadanos como iguales, no como administrados.
En diversos medios, se pueden conocer las ventajas de la economía colaborativa. Sin embargo, también encontramos casos en los que esta choca con la economía más tradicional (por ejemplo, cuando aplicaciones para compartir viajes en coche generan competencia con el gremio de los taxistas). ¿Es ya necesaria una legislación que regule esta economía emergente?
Las reacciones de las industrias incumbentes son legítimas. Su intensidad, sin embargo, depende en muchos casos de su grado de organización interna: vemos más resistencia en sectores muy organizados (hostelería, taxis) que en aquellos más dispersos (restaurantes, trabajos personales).
Es necesario reconocer el estatus del “ciudadano productor”: aquel que pone en valor lo que sabe, lo que tiene o lo que le gusta. No podemos perder el potencial de esta capacidad productiva o empujarla a la economía informal.
Se espera que el potencial de la economía colaborativa en el mercado global alcance los 296.000 millones de euros en 2025, ¿nos encontramos ante una verdadera revolución económica?
Nos encontramos ante un nuevo modo de producción: el “modo de producción ciudadano” que tiene la capacidad de producir abundancia allá donde había escasez, hacer mucho más con mucho menos y generar nuevas fuentes de valor. Esta tercera lógica complementará a la redistribución estatal y a los mercados en todos los aspectos de la vida económica.
¿Cómo se está modificando o se modificará el concepto de “trabajo” en este contexto?
Creo que el concepto de trabajo ya se ha modificado: un porcentaje muy relevante de la población que lo busca no lo encuentra, muchos de los que lo tienen no pueden llamar trabajo al tipo de condiciones en las que son empleados, aquellos que verdaderamente trabajan no paran de aprender nuevas habilidades y asumir riesgos para evoluclionar. Lo que no tenemos aún es una alternativa.
Además de esto, usted sostiene que muchos de los actuales trabajos los harán las máquinas. Por tanto, se liberarán millones de horas de labor humana que podrán dedicarse a acciones distintas del concepto de “empleo”. ¿Nos enfrentaremos, entonces, ante un "desempleo colaborativo"?
Si solo reconocemos valor a aquello que tiene precio mantendremos un problema estructural de difícil solución. Secar la ropa al sol no aumenta el PIB, pero está claro que aporta valor. Algunas facultades de medicina empiezan a otorgar créditos a los alumnos que mejoran los artículos médicos en Wikipedia. O ampliamos el concepto o no hay cabida para todas nuestras capacidades.
Vinculada a la economía colaborativa hallamos la llamada “sociedad colaborativa”, ¿cómo la definiría?
Aquella en la que ciudadanos, empresas e instituciones públicas combinan sus capacidades de forma eficiente para generar abundancia absoluta en lo intangible (conocimiento, diseño, investigación,…) y relativa en lo material (alojamiento, transporte, alimentación…).
En la siguiente entrevista, Creus sostiene que la sociedad española está sobradamente preparada para el nuevo paradigma económico del consumo colaborativo, por varias razones.
“Por su plasticidad social, su capacidad de cambio y adopción de nuevas tecnologías y formas de vida”. Además, dice, “España cuenta con toda una generación joven, educada y conectada que no encuentra en el marco actual su oportunidad para aportar valor e incidir en la realidad”.
Por otra parte, Creus nos explica las dos ventajas de la economía colaborativa o “modo de producción ciudadano”: es notablemente más eficiente que la redistribución centralizada o los mercados (permite hacer más con menos); y además se fundamenta en nuevas fuentes de confianza: la confianza en la sociedad civil, la confianza en los extraños a través de indicios, la confianza en las reglas abiertas a todos.
En definitiva, se trata, nos explica, de desarrollar “un estilo de vida regido por el sentido común”; de “no resignarse a una lógica industrial que no se corresponde con la lógica de las redes”.
Usted es fundador de Ideas for Change, un think-tank o laboratorio de ideas en que las empresas pueden encontrar nuevos modelos de negocio, basados en la economía colaborativa. ¿Cómo son esas ideas?
Son ideas derivadas de la observación y el análisis de los factores de éxito de las organizaciones, que están demostrando su capacidad para redefinir las industrias en las que irrumpen, gracias a nuevos modelos de negocio y organizativos.
¿También los Estados podrían aplicar la economía colaborativa a su gestión económica? ¿De qué manera?
Por supuesto. El modo de producción ciudadano puede resolver con mayor proximidad y eficiencia algunos de los retos sociales a los que nos enfrentamos. Para ello, el estado debe colaborar con los ciudadanos como iguales, no como administrados.
En diversos medios, se pueden conocer las ventajas de la economía colaborativa. Sin embargo, también encontramos casos en los que esta choca con la economía más tradicional (por ejemplo, cuando aplicaciones para compartir viajes en coche generan competencia con el gremio de los taxistas). ¿Es ya necesaria una legislación que regule esta economía emergente?
Las reacciones de las industrias incumbentes son legítimas. Su intensidad, sin embargo, depende en muchos casos de su grado de organización interna: vemos más resistencia en sectores muy organizados (hostelería, taxis) que en aquellos más dispersos (restaurantes, trabajos personales).
Es necesario reconocer el estatus del “ciudadano productor”: aquel que pone en valor lo que sabe, lo que tiene o lo que le gusta. No podemos perder el potencial de esta capacidad productiva o empujarla a la economía informal.
Se espera que el potencial de la economía colaborativa en el mercado global alcance los 296.000 millones de euros en 2025, ¿nos encontramos ante una verdadera revolución económica?
Nos encontramos ante un nuevo modo de producción: el “modo de producción ciudadano” que tiene la capacidad de producir abundancia allá donde había escasez, hacer mucho más con mucho menos y generar nuevas fuentes de valor. Esta tercera lógica complementará a la redistribución estatal y a los mercados en todos los aspectos de la vida económica.
¿Cómo se está modificando o se modificará el concepto de “trabajo” en este contexto?
Creo que el concepto de trabajo ya se ha modificado: un porcentaje muy relevante de la población que lo busca no lo encuentra, muchos de los que lo tienen no pueden llamar trabajo al tipo de condiciones en las que son empleados, aquellos que verdaderamente trabajan no paran de aprender nuevas habilidades y asumir riesgos para evoluclionar. Lo que no tenemos aún es una alternativa.
Además de esto, usted sostiene que muchos de los actuales trabajos los harán las máquinas. Por tanto, se liberarán millones de horas de labor humana que podrán dedicarse a acciones distintas del concepto de “empleo”. ¿Nos enfrentaremos, entonces, ante un "desempleo colaborativo"?
Si solo reconocemos valor a aquello que tiene precio mantendremos un problema estructural de difícil solución. Secar la ropa al sol no aumenta el PIB, pero está claro que aporta valor. Algunas facultades de medicina empiezan a otorgar créditos a los alumnos que mejoran los artículos médicos en Wikipedia. O ampliamos el concepto o no hay cabida para todas nuestras capacidades.
Vinculada a la economía colaborativa hallamos la llamada “sociedad colaborativa”, ¿cómo la definiría?
Aquella en la que ciudadanos, empresas e instituciones públicas combinan sus capacidades de forma eficiente para generar abundancia absoluta en lo intangible (conocimiento, diseño, investigación,…) y relativa en lo material (alojamiento, transporte, alimentación…).
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Por lo
tanto, en un contexto de “sociedad colaborativa”, los ciudadanos deberán
implicarse más en su propia producción y consumo, ¿cree que estamos
culturalmente preparados?
Estamos sobradamente preparados. La población española se distingue por su plasticidad social, su capacidad de cambio y adopción de nuevas tecnologías y formas de vida. Tenemos a toda una generación joven, educada y conectada que no encuentra en el marco actual su oportunidad para aportar valor e incidir en la realidad.
Usted ha dicho que “nuestros cerebros aún no han asumido que estamos conectados”, ¿qué posibilidades o ventajas pueden convencernos de que lo colaborativo es un buen modelo de gestión social y económica?
Hay dos ventajas intrínsecas en el modo de producción ciudadano. La primera es que es notablemente más eficiente que la redistribución centralizada o los mercados en muchas ocasiones, si podemos hacer más con menos: ¿estará la sociedad dispuesta a no aprovechar sus ventajas? Quien prueba el ascensor no vuelve a utilizar las escaleras.
La segunda es que se fundamenta en nuevas fuentes de confianza: la confianza en la sociedad civil, la confianza en los extraños a través de indicios, la confianza en las reglas abiertas a todos. Cuando la confianza en las instituciones y empresas tradicionales decae, la experiencia de apoyarse en estas nuevas fuentes resulta energizante a nivel personal y contagiosa a nivel colectivo.
En una sociedad y una economía colaborativas juega y jugará un papel esencial la conexión a través de las redes digitales. Es de esperar que, con el tiempo, estas redes incrementen la escala de la conectividad, lo que nos sitúia ante la pregunta de quién las controlará. ¿Existe tecnología digital que permita la creación y funcionamiento de redes no controlables? ¿Nos puede hablar del papel que potencialmente jugará la llamada “blockchain"?
Cuando apareció el www en el año ’94 todos creímos que necesariamente nos encaminábamos a un mundo en el que las oportunidades y el control estarían más distribuidos. La realidad 20 años más tarde es que, efectivamente, hay un espacio real de relaciones “muchos a muchos” con capacidad de organización colectiva, pero también hay grandes organizaciones “uno a muchos” con una capacidad de control y coercitiva que no esperábamos.
La promesa del blockchain (la base de datos de transacciones en la red Bitcoin compartida por todos los ordenadores que participan en dicha red) es estructurar sistemas de autentificación e intercambio descentralizados, sin la intervención de un Estado o una empresa, en los que son los propios participantes lo que se reconocen una identidad unívoca, intercambian valor y moneda entre ellos, y albergan la base de datos distribuida.
Después de lo aprendido con la www, lo más probable es que surgan nuevos modelos de organización muy distribuidos y otros que aprovechen la misma lógica para aumentar su capacidad centralizadora. IBM acaba de lanzar su versión del blockchain en código abierto.
¿Cómo cree que sería el “mundo colaborativo” ideal?
Prefiero no pensar en lo ideal. Cada vez que se insiste demasiado en lo ideal acabamos en el infierno de una forma u otra. Hablemos de lo posible. Lo que es posible hoy es integrar todas las capacidades ciudadanas que quedan fuera de la producción de bienes y servicios. Lo que es posible hoy es hacer más con lo que ya tenemos. Lo que es posible hoy es crear reglas de colaboración que todo el mundo pueda consultar y modificar si conviene.
Estamos viendo los resultados de adoptar esta lógica en muchos aspectos de nuestra vida, pero aún no tenemos el marco mental y jurídico para encajarlo donde corresponde. Se trata, en palabras del alcalde de Seoul de “un estilo de vida regido por el sentido común”.
Entretanto, ¿qué podemos hacer los ciudadanos para ayudar a construir ese estilo de vida?
Lo que ya estamos haciendo: participar activamente en nuevos movimientos sociales, poner en valor lo que tenemos, contribuir a generar nuevos recursos disponibles para todos. No resignarse a una lógica industrial que no se corresponde con la lógica de las redes. Mantenernos activos y optimistas, porque sólo desde el optimismo se produce innovación.
Estamos sobradamente preparados. La población española se distingue por su plasticidad social, su capacidad de cambio y adopción de nuevas tecnologías y formas de vida. Tenemos a toda una generación joven, educada y conectada que no encuentra en el marco actual su oportunidad para aportar valor e incidir en la realidad.
Usted ha dicho que “nuestros cerebros aún no han asumido que estamos conectados”, ¿qué posibilidades o ventajas pueden convencernos de que lo colaborativo es un buen modelo de gestión social y económica?
Hay dos ventajas intrínsecas en el modo de producción ciudadano. La primera es que es notablemente más eficiente que la redistribución centralizada o los mercados en muchas ocasiones, si podemos hacer más con menos: ¿estará la sociedad dispuesta a no aprovechar sus ventajas? Quien prueba el ascensor no vuelve a utilizar las escaleras.
La segunda es que se fundamenta en nuevas fuentes de confianza: la confianza en la sociedad civil, la confianza en los extraños a través de indicios, la confianza en las reglas abiertas a todos. Cuando la confianza en las instituciones y empresas tradicionales decae, la experiencia de apoyarse en estas nuevas fuentes resulta energizante a nivel personal y contagiosa a nivel colectivo.
En una sociedad y una economía colaborativas juega y jugará un papel esencial la conexión a través de las redes digitales. Es de esperar que, con el tiempo, estas redes incrementen la escala de la conectividad, lo que nos sitúia ante la pregunta de quién las controlará. ¿Existe tecnología digital que permita la creación y funcionamiento de redes no controlables? ¿Nos puede hablar del papel que potencialmente jugará la llamada “blockchain"?
Cuando apareció el www en el año ’94 todos creímos que necesariamente nos encaminábamos a un mundo en el que las oportunidades y el control estarían más distribuidos. La realidad 20 años más tarde es que, efectivamente, hay un espacio real de relaciones “muchos a muchos” con capacidad de organización colectiva, pero también hay grandes organizaciones “uno a muchos” con una capacidad de control y coercitiva que no esperábamos.
La promesa del blockchain (la base de datos de transacciones en la red Bitcoin compartida por todos los ordenadores que participan en dicha red) es estructurar sistemas de autentificación e intercambio descentralizados, sin la intervención de un Estado o una empresa, en los que son los propios participantes lo que se reconocen una identidad unívoca, intercambian valor y moneda entre ellos, y albergan la base de datos distribuida.
Después de lo aprendido con la www, lo más probable es que surgan nuevos modelos de organización muy distribuidos y otros que aprovechen la misma lógica para aumentar su capacidad centralizadora. IBM acaba de lanzar su versión del blockchain en código abierto.
¿Cómo cree que sería el “mundo colaborativo” ideal?
Prefiero no pensar en lo ideal. Cada vez que se insiste demasiado en lo ideal acabamos en el infierno de una forma u otra. Hablemos de lo posible. Lo que es posible hoy es integrar todas las capacidades ciudadanas que quedan fuera de la producción de bienes y servicios. Lo que es posible hoy es hacer más con lo que ya tenemos. Lo que es posible hoy es crear reglas de colaboración que todo el mundo pueda consultar y modificar si conviene.
Estamos viendo los resultados de adoptar esta lógica en muchos aspectos de nuestra vida, pero aún no tenemos el marco mental y jurídico para encajarlo donde corresponde. Se trata, en palabras del alcalde de Seoul de “un estilo de vida regido por el sentido común”.
Entretanto, ¿qué podemos hacer los ciudadanos para ayudar a construir ese estilo de vida?
Lo que ya estamos haciendo: participar activamente en nuevos movimientos sociales, poner en valor lo que tenemos, contribuir a generar nuevos recursos disponibles para todos. No resignarse a una lógica industrial que no se corresponde con la lógica de las redes. Mantenernos activos y optimistas, porque sólo desde el optimismo se produce innovación.
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