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Punch
01-09-2015
Traducido
del inglés para Rebelión por J. M.
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El mundo antiguo tiene mucho que enseñarnos. Una de
las lecciones clave es que la migración masiva -motivada por la guerra, el
colapso social, y/o la extrema pobreza- es capaz de destruir incluso el más
poderoso de los imperios.
En su apogeo, el imperio romano era grande y
poderoso y funcionaba con base en la máxima: Roma locuta est. Causa finita
est (Roma ha hablado. La causa ha terminado).
Los nombres de sus figuras más poderosas son tan
familiares para nosotros como las nuestras actuales -Pompeyo, César, Augusto,
Nerón, Adriano, Vespasiano, Constantino- hombres cuyo dominio sobre el mundo
antiguo era tan preponderante que la única amenaza que enfrentaron vino desde
dentro de la misma Roma. De hecho, habría sido una apropiada definición de la
locura afirmar que un imperio que se extiende desde la península italiana,
atraviesa todo el camino de Europa occidental y hacia abajo en el norte de
África y Oriente Medio, custodiado por legiones cuya sola presencia en el campo
de batalla inducía al terror a cualquier ejército que fuera lo suficientemente
imprudente como para desafiar su mandato.
Aún así, en el año 476 de nuestra era, lo que era
entonces conocido como el Imperio Romano de Occidente llegó a su fin después de
un siglo de sucesivas invasiones bárbaras que, finalmente, tuvieron éxito en
poner a Roma de rodillas. Los símbolos de su poder -en forma de inversiones del
emperador imperial, sus diademas y su capa púrpura- fueron enviados a
Constantinopla, la sede del poder de la mitad oriental del imperio, bajando el
telón de sus 1.000 años de historia. Era la prueba de que ningún imperio,
independientemente de su poder económico y militar, dura siempre.
Se percibió la desaparición de Roma mucho tiempo
antes. Las contradicciones de un imperio funcionan sobre la base de la
esclavitud, el tributo y el saqueo, que eran tan grandes que era inevitable que
se convirtiera en insalvable a lo largo del tiempo. Bajo el gobierno de Roma,
millones de personas vivían en la pobreza y la miseria, sustentando a una élite
cuya riqueza y ostentación eran obscenas y cada vez más insostenibles.
Cualquier sistema económico que funciona sobre la
base de la coerción, la dominación y la máxima explotación, da lugar a la
resistencia. Esto a su vez conduce a más fuerza, más poder militar, teniendo
que ser desplegados para mantener el statu quo. Sin embargo, esto sólo
puede tener éxito en fomentar aún más la resistencia y con ella la
desestabilización, que a su vez actúa como un catalizador para el movimiento de
masas de personas que buscan refugio del caos resultante.
En definitiva, esto es lo que provocó la caída del
Imperio Romano. Por otra parte, se trata de un proceso cuyas primeras etapas
son evidentes hoy con la creciente crisis de migración que está empezando
a hacer mella en los cimientos de la hegemonía occidental.
Tanto en Europa como en Estados Unidos el tema de
la migración ya ha logrado producir una sensación de pánico dentro de los
gobiernos y la clase política, al punto de que las formaciones políticas, los
partidos y movimientos han traído a primer plano la situación en respuesta
directa a los acontecimientos.
En los EE.UU. el magnate multimillonario Donald
Trump es muy popular en las encuestas como el más probable ganador en la
nominación republicana para las elecciones presidenciales de Estados Unidos en
2016. Se ha comprometido a construir un muro "mayor que la Muralla
China", en la frontera entre Estados Unidos y México, si es elegido
presidente, citando a la "inmigración ilegal" como el tema más
importante que enfrenta Estados Unidos hoy.
Se podría pensar que el lenguaje que ha empleado
tan liberalmente para deshumanizar a los migrantes del sur de la frontera
-describiéndolos como violadores, criminales, asesinos, etc.- sería tan
desagradable y ofensivo como para que sus posibilidades de ganar la nominación
a cualquier cargo político, y mucho menos para presidente, se habrían terminado
mucho antes. Por el contrario, con cada discurso y entrevista que da Trump,
trepa más arriba que los demás candidatos, dejando a muchos rascándose la
cabeza con incredulidad.
En Europa, por su parte, la migración de África y
el Medio Oriente se ha traducido asimismo en una respuesta cada vez más
irracional y beligerante por parte de las principales corrientes políticas.
Gran Bretaña acaba de anunciar un acuerdo con Francia sobre el tema de los
migrantes en Calais, personas atrapadas en campamentos improvisados en un
limbo desde donde arriesgan regularmente sus vidas tratando de cruzar el Canal,
en la parte trasera de camiones o incluso, en un caso, tratando de llegar al
otro lado del túnel del Canal a pie.
Su desesperación por llegar a Europa no es de
extrañar dado el caos del cual han salido. Siria, Libia, Eritrea, Somalia,
Afganistán, Irak, y con cada año que pasa, más países en África en el Oriente
Medio caen en el caos, en la carnicería y la desestabilización.
Las personas que huyen de estas condiciones son
víctimas de una economía global en crisis, dejando al descubierto el hecho
incontrovertible de que el desarrollo y la enorme riqueza del hemisferio norte
se basan en el subdesarrollo y la pobreza agobiante del hemisferio sur. Todos
los conflictos aparentemente inconexos de la crisis que estamos viviendo están
conectados a este hecho indiscutible.
Como era de esperar, las clases políticas sentadas
en la cima de esta realidad insostenible están en la negación y rechazan
aceptar por un solo momento su rol de autores y arquitectos de un mundo que se
arrastra cada más cerca del abismo. Es un trastorno congénito que comparten con
sus antecesores romanos. Igual que ellos están unidos cada vez más para el
despliegue de la fuerza y el poder duro para hacer frente a los síntomas de
la desigualdad y la injusticia en las que se basa el sistema económico y
político mundial. Al hacerlo continúan profundizando el problema en lugar de aliviarlo.
Como nos recuerda el filósofo romano Séneca:
"Para la codicia, toda la naturaleza es demasiado poco".
Donald Trump no es Séneca. Es, en cambio, un
monstruo creado por el sistema de la codicia y el individualismo desenfrenado
que, si no se controla, conduce inexorablemente a su propia desaparición.
Las escenas de la humanidad desesperada que estamos
presenciando en el puerto del canal de Calais y en Macedonia son el producto de
un mundo para el cual la codicia y el poder están bien. No puede durar sobre
esta base. Más aún, no lo merece.
John Wight es el autor de un libro de memorias de
Hollywood políticamente incorrecto e irreverente - Dreams That Die - publicado por Zero Books. También ha escrito
cinco novelas, que están disponibles como libros electrónicos. Lo puedes seguir
en Twitter en @JohnWight1
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/08/28/learning-about-the-migration-crisis-from-ancient-rome/
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202744
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