23-09-2015
Se abre
la discusión sobre el supuesto “fin de ciclo” de los llamados gobiernos
progresistas o posneoliberales en América Latina y el Caribe. Ya varios
pecadores lanzaron sus piedras: Ángel Guerra, Katu Arkonada, Raúl Zibechi,
Maristella Svampa, Gustavo Codas, Emir Sader, Aram Aharonian y Alfredo Serrano
[1]. Para participar en la discusión quiero exponer lo que considero son los
principales nudos problemáticos de la misma, así como delinear algunas tesis
propositivas para continuar el debate más allá de esta primera ronda de
discusión. Espero nadie quiera arrojar la última pedrada.
La construcción histórica del actual “ciclo
progresista”
Lo que conocemos como “gobiernos progresistas”, de
“nueva izquierda” o “posneoliberales”, configuran una serie de procesos
nacionales que han sido historiados bajo una misma narrativa que los ubica en
una totalidad geohistorica. Dicha construcción parte de la constatación
empírica del ciclo de luchas que abrió la Revolución Cubana desde 1959, que
permitió una renovación del movimiento de la izquierda continental entroncando,
luego, con diversos procesos nacionalistas, como el de Omar Torrijos en Panamá
y Velazco Alvarado en Perú. Particularmente, las luchas populares toman vigor
en Centroamérica con el Sandinismo nicaragüense, el Frente Farabundo Martí de
Liberación Nacional salvadoreño, y la Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca. Asimismo, en Suramérica, se renueva la guerrilla colombiana (FARC
y ELN) y venezolana; y avanza la Unidad Popular chilena con Salvador Allende a
la cabeza.
Este ciclo cerraría hacia finales de la década de
los ochenta con la entrada del periodo especial en Cuba (previsto por Fidel
antes del mismo derrumbe de la URSS), la invasiones estadounidenses en Panamá
en el 1989 y Haití en el 1994, la derrota electoral del Frente Sandinista en
1990, la firma de los acuerdos de Paz en Centroamérica (1992), la
desmovilización de buena parte del movimiento guerrillero colombiano (1990-91)
y el declive de los partidos tradicionales de izquierda en el continente.
Las luchas anti-neoliberales en la región son
consideradas como el punto de partida para el “nuevo ciclo progresista”. Estas
se fechan comúnmente con el estallido popular en Venezuela conocido como
“Caracazo” en 1989, continuando con el levantamiento zapatista en México de
1994, la oposición social contra el ALCA, y el triunfo de la Revolución
Bolivariana en 1998, que habría de ser secundada con diversos ascensos
electorales de la llamada “nueva izquierda” en el siglo XXI. Estos gobiernos de
izquierda se sostienen sobre amplios procesos de movilización popular contra
los ajustes neoliberales en países como Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay,
Ecuador y Nicaragua. El nuevo ciclo vendría de una incubación de resistencias
populares, primero, frente a las dictaduras de seguridad nacional, y segundo,
frente a la instauración de las democracias representativas acompañadas de la imposición
del neoliberalismo, lo cual acentuó la destrucción del tejido social
latinoamericano y caribeño.
Algunos/as autores/as enfatizan cierta continuidad
entre este nuevo ciclo y las luchas anteriores, constatando la permanencia de
diversos actores, como por ejemplo el Sandinismo, el PT y el Frente Amplio, así
como la permanencia de la Revolución Cubana, que tomará nuevas fuerzas por sus
relaciones con los gobiernos de izquierda que ascendían electoralmente en la
región (iniciando con Venezuela, pero extendiéndose a Brasil, Ecuador, Bolivia,
etc.). Otros/as autores/as hacen una escisión basándose en la emergencia de
“nuevos” actores políticos englobados bajo el término de movimientos
sociales o nuevos movimientos sociales que vendrían a llenar el vacío
dejado por la izquierda tradicional partidista. Ciertos analistas
observan una renovación del populismo histórico en base a nuevos líderes que
estarían llevando a cabo procesos de modernización nacional, aún incompletos.
Pero, en definitiva, el grueso de las posturas -con diversos matices de los que
no me puedo ocupar aquí- parten de aquella construcción histórica, atendiendo a
uno y otro elementos de acuerdo a las categorías interpretativas utilizadas.
Todo este proceso se enmarca en el tránsito del
mundo bipolar y el auge del Tercer Mundo, hacia el mundo unipolar y la
hegemonía del neoliberalismo a nivel planetario.
Ahora bien, ¿es válida esta construcción? Considero
que sí es válida como una primera aproximación, en la medida en que permite
obtener un panorama general que nos ubica en la historia reciente. Sin embargo,
esta narrativa tiene límites claros cuando se olvida que se trata de una
construcción epistemológica de interpretación histórica sobre la sinergia
de diversos procesos nacionales y su vinculación con los mecanismos de
acumulación y la dinámica de poder a escala global. He allí, considero, el
principal nudo problemático de la discusión actual. ¿Cómo se relacionan
estos procesos políticos, historiados bajo aquella visión, con los mecanismos
de acumulación global, la dinámica de poder internacional y las resistencias
populares ante la exclusión capitalista? Dejando de lado las pseudo tesis
de la derecha, existen, grosso modo, dos tesis principales.
La primera asegura que los gobiernos progresistas
actuales constituyen un nuevo ciclo de luchas que habrían superado o al menos
tienen una dirección que apunta hacia el establecimiento de modelos
posneoliberales. Esta tesis se acompaña con la afirmación de la pérdida de
hegemonía por parte de Estados Unidos, y la entrada a un mundo multipolar con el
surgimiento de otras potencias de alcance mundial (Rusia y China
principalmente) y el impulso de procesos de regionalización autónomos. Entre
estos últimos, el énfasis en América Latina y el Caribe recae sobre la derrota
del proyecto continental del ALCA, el fortalecimiento del Mercosur, y el
establecimiento de nuevos esquemas como el ALBA-TCP, PetroCaribe, UNASUR, y la
CELAC.
La segunda tesis establece que los actuales
gobiernos llamados progresistas habrían alcanzado las instituciones del Estado
a partir de una amplia movilización social pero que, luego del establecimiento
de dichos gobiernos, estos no han trascendido cierto nacionalismo y defensa de
los recursos naturales y capitales nacionales frente al capital transnacional,
pero también en detrimento de las mismas luchas populares y clases trabajadoras
explotadas por las burguesías de la región. Cuando no, estos gobiernos habrían
creado las condiciones óptimas (garantías de infraestructura, energía, mano de
obra, etc.) para la acumulación transnacional vía inversión privada.
Ambas posiciones aceptan que en la base económica
de dichos gobiernos se encontraría el aumento de las rentas nacionales a causa
de los elevados precios de las materias primas exportadas por la región. Para
unos, estas rentas habrían servido -y continúan sirviendo- para cancelar parte
de la inmensa deuda social acumulada en la región, aumentando los niveles de
vida de las capas más empobrecidas; en los casos de Brasil, Argentina y
Uruguay, se constata un fortalecimiento de los modelos de acumulación
nacionales y sus procesos industriales. Esto bajo esquemas de recuperación de
la soberanía nacional en la toma de decisiones acordes a los proyectos de
desarrollo particulares. Para otros, aquel auge de los precios de materias
primas, al implicar una reprimarización de las economías, conlleva a la
acentuación de la dependencia y la desigualdad, ocultadas momentáneamente por
el alto ingreso nacional. El fortalecimiento de algunas burguesías nacionales
permitiría la acentuación individual del modelo de acumulación nacional-burgués
de algunos países (particularmente Brasil) en detrimento de los demás. En
algunos análisis este auge formaría parte de los nuevos mecanismos de
acumulación capitalista a nivel global.
A nivel geopolítico, las diversas posturas también
aceptan la existencia de un conflicto permanente con los Estados Unidos y sus
pretensiones imperialistas que lo llevarían a sostener una constante
desestabilización a los gobiernos de la “nueva izquierda”, buscando en todo
momento mantener su dominio sobre la región. El acompañamiento de gobiernos
conservadores, como los de Colombia, México, Chile, Perú o Costa Rica, y de las
oposiciones nacionales a los gobiernos progresistas, conformarían un eje que
impide el avance de la izquierda en la región, participando muchas veces en la
desestabilización nacional y saboteo de los procesos de integración autónomos.
Para unos, esto configura una de las dificultades principales que impide el
avance de los gobiernos de nueva izquierda, obstaculizando con ayuda de las
oposiciones nacionales el desarrollo de los proyectos de transformación
propuestos. Para otros, este conflicto, en vez de ser configurado como la base
para avanzar en la radicalización de los procesos políticos -algunos
denominados revolucionarios-, ha servido, más bien, como excusa para retrazar
las transformaciones e incluso posponer el horizonte poscapitalista para cuando
existan las condiciones.
Considero que una revisión de algunos elementos de
la construcción histórica sobre la cual se piensa las relaciones (su historicidad)
de los actuales procesos políticos con los mecanismos de acumulación
capitalista, la dinámica de dominación imperialista y los procesos de
lucha/resistencia de las clases populares, permitiría arrojar luces para
renovar la discusión cargada de muchas dicotomías que responden más a
concepciones teóricas que al movimiento de la realidad.
La expansión del neoliberalismo y las fuerzas en
pugna
Si revisamos la dinámica del poder de finales del
siglo XX y comienzos del siglo XXI, podemos evidenciar que la resistencia al
neoliberalismo es tan antigua como su imposición a sangre y fuego en la
periferia; los intentos de aplicación de paquetes de ajuste estructural en
Bolivia en 1956 y la India en 1964, fallaron por la resistencia interna y la
correlación de fuerzas contraria a los designios del BM y el FMI. Sin embargo,
con la desarticulación del Tercer Mundo emprendida por Estados Unidos y el
sometimiento de muchos de sus procesos revolucionario (por ej. en el Congo,
Chile o Indonesia) se abrió el paso para que, al inicio de la crisis de los
setenta, se impulsara un nuevo proceso de acumulación basado en la
liberalización acelerada de la economía y la protección de los capitales de las
economías del centro. Este ciclo que abre con el golpe de Estado en Chile
(1973) como primer experimento neoliberal en sentido estricto, se extiende
luego en el mismo centro del sistema (EEUU e Inglaterra principalmente) y a
partir de la década de los ochenta en todo el continente latinoamericano. Sin
embargo, la hegemonía mundial (en sentido geohistórico) de dicha forma de
acumulación se establece sólo hacia la década de los noventa con el ingreso del
antiguo bloque de la URSS al sistema histórico capitalista hegemonizado por
Estados Unidos. Para la fecha, el sureste asiático, África y América Latina (la
periferia) se encontraban bajo la égida neoliberal, y ya se empezaban a sentir
sus efectos adversos, particularmente en América Latina con el desastre
económico en Chile, y las crisis en México y Brasil.
Es decir, el establecimiento mundial del
neoliberalismo coincide con los hitos que son tomados como antecedentes del
actual ciclo de luchas. En este sentido, si observamos la historicidad de
expansión del neoliberalismo, habríamos de comprender que el auge de los
movimientos de resistencia en América Latina y el Caribe implican un proceso de
confrontación de fuerzas que va a extenderse entrado el siglo XXI. Esto,
que podría parecer obvio, sostiene una consecuencia inmediata, a saber, que el
proceso de consolidación del neoliberalismo, como forma actual del
capitalismo, está lejos de haberse disipado en el horizonte. Antes bien, los
primeros lustros del siglo XXI significan una acentuación de aquella
confrontación de fuerzas, por lo que los gobiernos llamados de nueva izquierda
o posneoliberlaes, estarían más bien inmersos en una confrontación donde el
neoliberalismo avanza y se consolida, ejerciendo una clara presión de atracción
sobre los ejes de acumulación de la región, independientemente de los discursos
o retóricas. Bajo diversos mecanismos de regionalización, el grueso de los
países de la región estarían inmersos en procesos de liberalización económica;
no solamente los países con gobiernos conservadores (México, Colombia, Chile y
Perú), el Caribe y Centro América; también países como Ecuador (con la firma de
un TLC con Europa, aún no vigente) Brasil y Argentina (con la intensión de los
BRICS de eliminar el proteccionismo a las economías y su llamado a apoyar a la
OMC), y Uruguay (con su participación en las negociaciones del TISA). Además,
Venezuela y Bolivia, que aún mantienen relaciones comerciales con dirección
solidaria bajo el esquema del ALBA, ingresaron recientemente al esquema de
Mercosur, que si bien ha establecido mecanismos de participación social y
mantiene una estructura de regionalismo estratégico (protección de empresas
básicas), tiene como fin en su esquema escalonado el establecimiento de un
Mercado Común en la eliminación progresiva de diversas barreras al comercio,
constituyendo en la actualidad una especie unión aduanera imperfecta. Con la
construcción del Gran Canal en Nicaragua se prevé el establecimiento de una
Zona de Libre comercio la cual afectará, sin duda, las economías del
continente; igualmente, aún están por verse los efectos de subordinación
sobre la economía cubana que tendrá la apertura al capital estadounidense, alto
precio que pagará la Revolución para ganar la normalización de sus relaciones
internacionales y un eventual cese del bloqueo económico que padece.
En síntesis, considero que la dinámica de
confrontación a la que el neoliberalismo ha sumergido a la región, supone una
disputa en la que cada caso nacional da la medida de la dinámica de correlación
de fuerzas, los poderes que entran en tensión, así como los procesos de
resistencia interna, no siempre conocidos y reflejados fuera de las fronteras
locales. Estos procesos nacionales se van configurando de acuerdo a las
necesidades particulares, pero también de acuerdo a la dirección que tomen sus
dirigentes respecto a las relaciones con los mecanismos de acumulación global.
Hacer cumplir la ley frente a la inversión extranjera, como ejercicio de
soberanía formal, no exime de las implicaciones que conlleva la acumulación
signada por el capital, a saber, la concentración de riqueza en un polo, y de
pobreza en el otro; no hay ley en el derecho burgués que revierta esta realidad
material del sistema. La consolidación del neoliberalismo ha permitido su
extensión apegado a las leyes, cambiándolas a su antojo y, cuando no,
escondiendo su dominación bajo diversas fachadas ideológicas. En definitiva,
los elementos que constituyen el neoliberalismo (eliminación de barreras al
comercio, privatización de servicios, financierización del consumo, etc.)
representan medidas que pueden ser tomadas en determinados casos y momentos,
para determinados fines y por un país en particular; cuando estas medidas se
aplican en bloque y de forma extrema es lo que conocemos como “paquete” de
ajuste estructural; sin embargo, que no se tomen en bloque no significa que no
están presente, en algún nivel de la cadena de relaciones económicas y
políticas, y en alguna articulación con el sistema internacional. Con ello
también quiero llamar la atención en que es difícil calificar a un país de
netamente neoliberal o netamente posneoliberal, puesto que no existen estas
condiciones como “estados puros” (más allá de algunos experimentos fracasados).
Se trata, en todo momento, de una dinámica compleja modelada por la confrontación
de fuerzas en la que están implicados los actores políticos que detentan
poder en los gobiernos, las bases populares que pueden o no apoyarlos, las
clases burguesas nacionales (que continúan siendo hegemónicas, con excepción de
Cuba), las burguesías transnacionales y el imperialismo; esclarecer las
particularidades en cada caso, cómo se expresan, entrelazan y confrontan estos
actores y la correlación de fuerzas que van configurando, es imperativo para
poder comprender la dinámica de estos procesos y su dimensión geohistórica
común. Este estudio, más allá de las opiniones y discusiones coyunturales, aún
está por hacerse.
Renovación del pensamiento conservador.
Con el auge de los procesos de lucha contra el
neoliberalismo en la región también se produjo una reconfiguración del
pensamiento conservador que impulsara dicho esquema de acumulación. En este
sentido, para comienzos de la década de los 90 (un año luego del llamado
“consenso de Washington”) se establece un cambio de gramática desde los núcleos
de pensamiento neoconservador para hacer frente al desprestigio ideológico
neoliberal, pero también para apuntalar una reestructuración del capitalismo con
base a una dominación que buscaba hacer funcional al metabolismo del capital
las fuerzas de presión anti-neoliberales que se alzaban, en lo profundo, contra
las relaciones capitalista de reproducción social. Quien mejor ha estudiado
estos “giros” del pensamiento conservador ha sido Betraiz Stolowicz[2]. Según
ella, para América Latina y el Caribe con esta reestructuración
neoconservadora, formulada por Marcelo Selowsky, se establecieron en tres
etapas consecutivas:
1) inicio del ajuste y la estabilización,
2) profundización de las reformas estructurales y
3) consolidación de reformas y recuperación de los
niveles de inversión.
En buena parte de la región la primera etapa, que
buscó la destrucción del patrón anterior de acumulación y las instituciones que
estructuralmente lo sustentaban, se consolidó bajo la égida del fascismo
totalitario que significaron las dictaduras militares como expresión política
clara de la totalización totalitaria del capital. Las siguientes dos etapas
debían implementarse ahora bajo la democracia liberal representativa, en
proceso de extensión y consolidación en toda la región luego de la caída de los
autoritarismos dictatoriales. La gobernabilidad como instrumento para el
control social de las fuerzas que pugnaban por mejorar las condiciones de las
clases trabajadoras, se expresaba en la defensa de la democracia
representativa liberal y su institucionalización para la mediación política
necesaria -la única admitida por el capital- en el mantenimiento del orden
social y la consiguiente estabilización para la recuperación económica de los
países de la región de acuerdo al plan establecido.
Bajo esta renovada égida política neoconservadora
se apuntaló una crítica a las políticas neoliberales de años anteriores con el
posicionamiento ideológico de un llamado a ir más allá del neoliberalismo y
avanzar a una nueva fase “pos-neoliberal”. “Debe aclararse, una vez más -dice
Stolowicz-, que el término “posneoliberal” fue acuñado por el sistema... Lo
interesante es que el término “posneoliberalismo” fue siendo socializado en el
seno de la “izquierda moderna” o “nueva izquierda”. Abonando a la confusión, en
el último lustro, el término “posneoliberalismo” es utilizado para denominar
los proyectos de los gobiernos de izquierda y centroinzquierda, como un camino
que apenas se estaría recorriendo.”
Esta nueva fase ve en la progresiva democratización
de los gobiernos de la región una oportunidad para la consolidación normativa
de consensos a favor de las reformas económicas enmarcadas en la
reestructuración capitalista, con lo cual, el campo político fue nuevamente
reducido, esta vez a su instrumentalización democrática liberal como mecanismo
para la “gobernabilidad”, incluyendo la institucionalización de cierta
izquierda partidista que avanzaba electoralmente a nivel local en los noventa,
y en la década siguiente a nivel nacional. El gasto social volvió a
recobrar fuerza en la gramática de los discursos hegemónicos, y era asumido por
el capital privado para proveer ciertos “servicios sociales” y ocupar la
resolución de aquellas necesidades que el Estado no puede atender. El punto de
llegada era claro: convertir al continente Latinoamericano y caribeño en una
zona de mayor estabilidad política y económica para la reproducción de la
acumulación, asediada por las contradicción entre la producción/extracción de
plusvalor y la realización del valor, y las crisis de acumulación que esta
contradicción conlleva.
Esta constatación del giro neoconservador es
fundamental si recordamos que el neoliberalismo es la forma que
actualmente adquiere el modo de producción material capitalista y que,
en definitiva, implica una estabilización del capitalismo en la región para
mantener la acumulación de valor, si la oposición al neoliberalismo no va en
dirección opuesta a esta estabilización, se mantiene dentro de los marcos
establecidos por el sistema bajo la forma conservadora neoliberal. Mantener la
estabilidad y la gobernabilidad puede ser una necesidad para avanzar en los
procesos de transformación, pero sin la dirección adecuada también puede
significar un “favor” al capitalismo, al mantener las condiciones de
acumulación. El ¿cómo hacer? (más que el “qué hacer”) retoma
aquí una prioridad estratégica, puesto que implica la discusión sobre la
instrumentación de las mediaciones necesarias que permitan una
acumulación de fuerza suficiente para avanzar en dirección a un horizonte
poscapitalista. He ahí otro nudo problemático que se debe desenredar.
Notas:
[1] Véase: Hacer balance del progresismo de Raúl Zibechi; Termina la era de las promesas
andinas de
Maristella Svampa; Desafíos al ciclo progresista en América Latina de Gustavo Codas; El presunto “fin del ciclo
progresista” y Otra vez sobre “el fin del ciclo
progresista” de Ángel
Guerra Cabrera; ¿Fin del ciclo progresista o reflujo del cambio de
época en América Latina? 7 tesis para el debate, de Katu Arkonada; Diagnosticadores de la
capitulación de Aram
Aharonian; ¿El final del ciclo (que no hubo)? de Emir Sader; Geopolítica de América latina:
entre la esperanza y la restauración del desencanto de Alfredo Serrano Mancilla.
[2] Véase su antología: A contracorriente del
pensamiento conservador, Espacio Crítico Ediciones, Bogotá, 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario