Middle
East Eye
17-09-2015
Traducido
del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
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El colapso repentino o la caída de un centro urbano
importante harán que este flujo constante se transforme en un torrente
convirtiendo, de la noche a la mañana, a millones de seres en refugiados.
La situación de los desesperados refugiados que
alcanzan las costas de Europa, traspasando por miles sus fronteras, viene
encabezando últimamente las noticias. Se estima que uno de cada cuatro refugiados
es sirio, con una impactante cifra de cuatro millones de
seres fuera del país y otros siete millones de desplazados a nivel interno:
alrededor de la mitad de la población total.
Imágenes escalofriantes y terribles de cadáveres de
niños sirios arrastrados por el mar se convirtieron en virales en los
medios dominantes y redes sociales, promoviendo una avalancha de simpatía y
protestas públicas por la indiferencia ante su sufrimiento y poniendo de nuevo
el conflicto sirio en la vanguardia de la atención mundial. Pero mientras los
políticos pelean y discuten sobre qué hacer con la mayor crisis migratoria
desde la II Guerra Mundial, el flujo continuo de refugiados, desafiando todas
las posibilidades de alcanzar el santuario en lo que está ya convirtiéndose en
el gran éxodo sirio, no tiene fin.
El país se está vaciando mientras los sirios
abandonan en tropel su nación en lo que probablemente constituye la mayor
migración masiva que la nación ha contemplado en sus miles de años de historia;
un éxodo hacia la “Tierra Prometida”: la fortaleza Europa. En el camino tendrán
que enfrentarse a mares crueles y temperamentales en los que se han ahogado
miles de personas antes que ellos, a traficantes sin escrúpulos y a bandas
armadas que les roban todo a lo largo del peligroso viaje por mar y tierra a
través de los Estados del este de Europa y los Balcanes meridionales.
La mayor parte de los fugitivos sólo tiene una vaga
idea de lo que les espera cuando lleguen: los meses de limbo en atestados
centros de refugiados y los cruciales desafíos a los que tendrán que
enfrentarse para empezar una nueva vida en un nuevo país con una lengua,
cultura y tradiciones diferentes, aunque, francamente, todo esto les tiene sin
cuidado. El único objetivo es llegar allí, es decir, al sueño inalcanzable y
aparentemente imposible, todo lo demás puede esperar.
Ahmed tenía un puesto callejero de golosinas –un
síntoma visible de la economía de guerra de Alepo-, vendió lo que pudo de sus
escasas pertenencias y se puso de camino hacia el Líbano para coger un avión
que le llevara a Turquía y después, por mar, a Grecia. Como señala de forma
conmovedora: “Si nos ahogamos, habrá acabado nuestra desgracia, y si llegamos a
Europa, acabará nuestra desgracia. De una forma u otra terminará”. Esto,
queridos lectores, resume lo que pasa por la mente de cada refugiado sirio que
arriesga su vida y la de su familia en su peligroso viaje al santuario.
Para poder comprender lo que lleva a la gente a
renunciar y dejar atrás todo lo que han conocido hasta ese momento,
precipitándose a un destino incierto, tienen que saber cómo es la mentalidad de
alguien que lleva viviendo años en una zona de guerra. El miedo constante, el
estrés diario, la lucha para poder alimentar a tu familia y mantenerla en medio
de una escasez crónica y una infraestructura en ruinas, la expectativa de que
la muerte puede llegar en cualquier momento, o lo que es peor, la mutilación y
las heridas, la incertidumbre y la preocupación por el futuro y el de tus hijos
en medio del estrangulamiento económico y el creciente caos de un Estado
colapsado.
No pueden subestimar el impacto psicológico de todo
esto, que es por lo que muchos, que lo habían soportado desde el principio y
planeaban aguantar, han perdido finalmente la esperanza al comprender que la
guerra siria no acabará nunca, o que si acaba, no va a dejar nada a salvo
detrás. La caída de muchas zonas de Siria en el caos y el extremismo mientras
el Estado se colapsa y el poder del Gobierno central se desvanece ha convencido
a muchos de que aquí no hay futuro. Mientras las bombas de barril del Gobierno
arrasan barriadas enteras vaciándolas de sus habitantes, convirtiéndolas en
masas de escombros y matando a civiles inocentes, los terroristas del Estado
Islámico siguen apoderándose de nuevos territorios, decapitando académicos y
volando los tesoros históricos de la nación a medida que avanzan, obligando a
miles de personas a huir a su paso.
El impasse político y militar no da señales
de terminar y parece casi imposible encontrar una solución al conflicto.
Mientras que la oleada inicial de refugiados que
salieron de Siria cuando empezó el conflicto se componía de quienes estaban
viviendo directamente en las áreas de las zonas de batalla o de quienes se
habían empobrecido y desembocado en la indigencia por el repentino colapso de
gran parte de la economía, esta última oleada está compuesta en gran parte de
licenciados, profesionales, trabajadores especializados y pequeños empresarios,
muchos de los cuales estaban viviendo en zonas “relativamente” seguras de
Siria. El hecho de que estén vendiendo todo lo que poseen –casas, coches,
empresas e incluso animales domésticos y muebles- para poder financiar su viaje,
muestra que no se plantean volver jamás, convirtiéndose para siempre en parte
de la diáspora en el propio éxodo de características bíblicas de Siria.
Este es el tiro de gracia a la nación siria, el
hecho de que su propio pueblo la abandone; esa hemorragia de quienes más
capaces serían a la hora de reconstruirla y ponerla de nuevo en pie debería
hacer que la guerra terminara de inmediato. Ha habido campañas ,
tanto del Gobierno como de los rebeldes, desanimando a la gente de marcharse
con lemas tales como “tu país te necesita” y “¿en manos de quién estás dejando
a tu país?”, así como fatwas de clérigos y consejo religiosos
proclamando que irse es un pecado, pero todo cae en oídos sordos. Es difícil
convencer a alguien que escapa de la muerte en una guerra de la que no quieren
formar parte de que se quede atrás. Todas las acusaciones de un lado y otro
acerca de una conspiración
para conseguir un cambio demográfico y la partición de Siria vaciándola de
su pueblo nativo parecen haber tenido también escasas resonancias.
Además de los impactos obvios e inmediatos de una
guerra civil, como son las bombas, las matanzas y la violencia, hay otros
muchos factores que hacen de la vida un infierno insoportable. Los jóvenes que
viven en las zonas rebeldes huyen para evitar unirse a las milicias rebeldes y
a los grupos extremistas, que se han convertido en una de las pocas fuentes de
ingresos, mientras que quienes se encuentran en las áreas bajo control del
Gobierno escapan del reclutamiento obligatorio o del servicio de la reserva en
un ejército sirio cada vez más reducido.
Mientras el caos y el extremismo religioso campan a
sus anchas en las zonas rebeldes, el colapso económico y el aumento de la
anarquía se agudizan en muchas de las zonas bajo control del Gobierno, así como
una devastadora escasez de lo más básico y el colapso de los servicios
públicos, presionando aún más a una población acosada. Los subsidios del
Gobierno, que solían financiar salarios, alimentos, combustible y medicinas
para el ciudadano medio, se han evaporado todos, dejando a muchos en una
situación desesperada y totalmente dependientes de la ayuda humanitaria, que en
el mejor de los casos es irregular o no existe en absoluto en las zonas que
están asediadas o soportando el grueso de la lucha.
El índice de criminalidad y el saqueo en las zonas
del Gobierno son cada vez más desenfrenados. Las milicias Lijan , una colección
de voluntarios locales y reclutas que combaten junto al régimen, están
saqueando las fábricas de la zona industrial de Alepo a plena luz del día,
llevándose todo por los puestos de control que les son leales. Lo que no pueden
llevarse, como los grandes transformadores eléctricos, los desmantelan por
partes o los funden para conseguir cobre. Ha habido un firme clamor en contra
por parte del director de la cámara de industria de Alepo, ferozmente leal al
Gobierno, así como de importantes periodistas del Gobierno, pero todo ha sido
en vano.
Parece que el régimen sirio, impotente a la hora de
parar todo, o quizá corto de dinero, está haciendo la vista gorda ante el
saqueo de las milicias con tal de que sigan a su lado. Los pocos empresarios
que quedaban en lo que fue la capital industrial y comercial de Siria
ya están marchándose, al haber tenido que abandonar toda esperanza de
que sus fábricas puedan volver a funcionar mientras tienen que ver cómo las
saquean y se llevan todo descaradamente.
Ha habido también una oleada
de secuestros para pedir rescate en los puestos de control
progubernamentales. Recientemente, un famoso cantante de Alepo fue secuestrado
cerca de Salamieh, en lo que se conoce ya como el puesto de control del
“millón”, en referencia a la suma que hay que pagar allí por el rescate.
Es importante señalar que la mayoría de los sirios
que todavía quedan en el país viven en las zonas controladas por el Gobierno y
el deterioro de la situación allí, así como una serie de pérdidas recientes y
reveses en el campo de batalla, son el factor impulsor más importante en el
actual flujo de refugiados que salen del país. Esta tendencia continuará si el
Estado sigue debilitándose, mientras que un colapso repentino o la caída de un
centro urbano importante hará que este flujo constante se convierta en un
torrente mientras varios millones de personas más se convierten en refugiadas
de la noche a la mañana para escapar del caos y del baño de sangre.
Gran parte de las conversaciones y cotilleos en
cafés y entre amigos y familiares gira en torno a los traficantes y a las rutas
que siguen y a qué países hay que dirigirse. Con los relatos de los conocidos y
de los familiares que ya lo han hecho, cada hogar en Siria conoce ya a alguien
que murió en la guerra o que se ha convertido en refugiado por ese motivo.
Marcharse, para un pueblo que lo ha perdido todo y
que continúa sufriendo horrores inimaginables, es la única esperanza que queda
en estos momentos. Si no hay ningún intento serio de poner fin a la guerra,
cada vez más sirios correrán el riesgo de lanzarse hacia lo desconocido,
exacerbando lo que se ha convertido ya en la mayor crisis de refugiados en
generaciones. Parece que por ahora, mientras todo lo demás se les cierra,
seguirán golpeando las puertas de la fortaleza Europa.
Edward Dark es un columnista de MEE, vive en
Alepo y escribe bajo seudónimo.
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