12-09-2015
Dentro de
pocos días (el 20 de septiembre) se realizarán en Grecia elecciones
anticipadas. Syriza se presenta debilitado por la salida de la izquierda, que
formó Unidad Popular a fines de agosto y desprestigiado por haber abandonado
sus posiciones anteriores y adoptado totalmente las condiciones leoninas
impuestas por la Unión Europea y defendidas por la derecha griega tradicional.
Dada la decepción y desmoralización de la mayoría de sus votantes, se puede
prever un aumento de la abstención, un crecimiento de los nazis de Aurora
Dorada y una cantidad de votos exigua para Unidad Popular, que no ha tenido
tiempo para organizarse y difundir sus propuestas alternativas a las de
Tsipras-Syriza y la derecha y arrastra también los efectos de no haber roto
antes con Tsipras. Su participación en el nuevo Parlamento que será elegido
pienso que será por eso bastante reducida aunque espero fervientemente ser
desmentido por las urnas.
La incógnita real es si Tsipras, apoyado por la
Unión Europea, es elegido primer ministro con los votos de la derecha
tradicional y con el programa de ésta y de los bancos alemanes o si ni siquiera
logra este objetivo porque los votantes podrían preferir a la derecha
tradicional para llevar a cabo una política de sumisión a la Troika y opuesta
frontalmente a los trabajadores y no a un advenedizo que prometía oponerse a la
Troika y terminó sometiéndose a ella sin resistencia ni condiciones. Pero eso
afectará fundamentalmente el futuro personal de Alexis Tsipras, no el de los
trabajadores griegos que seguirán resistiendo a la transformación de Grecia en
una colonia del gran capital y luchando por preservar sus existencias mismas.
Lo importante es comprender la moraleja del caso
Syriza: quien cree, incluso sinceramente, poder reformar al capitalismo desde
adentro del sistema y de las instituciones estatales que lo defienden y
refuerzan, termina desnaturalizando y destruyendo su propio partido y
construyéndose una fama de tránsfuga, renegado, traidor, agente de los
capitalistas. Eso sucedió con los socialdemócratas y los “socialistas”
franceses cuyo ejemplo es Francois Hollande, que manda tropas a África y
bombardea Siria actuando como perro faldero de Washington y sin ni siquiera la
formalidad de pedir el visto bueno al Consejo de Seguridad de la ONU. También
sucedió en el caso del modelo de Tsipras-Syriza, el Partido Comunista Italiano
de Togliatti, que entró en la mayoría gubernamental creyendo orientarla hacia
el centro, terminó disolviéndose y hoy, transformado en Partido Demócrata,
gobierna Italia en nombre de la derecha constitucional y al servicio del gran
capital financiero internacional. Ni hablemos de los gobiernos capitalistas
“progresistas” que creen ser realistas cuando persiguen la utopía de construir
un capitalismo social, “bueno”- una fiera vegetariana- aceptando todas las
reglas y leyes del sistema de explotación y tratando de impedir toda
movilización independiente de los trabajadores aunque éstos los hayan apoyado.
Lo que está pasando en Brasil, con la corrupción de los dirigentes del Partido
de los Trabajadores que abre el flanco a la posibilidad de un golpe de Estado
“blando” es un ejemplo claro.
La historia muestra que los intereses de los
trabajadores se defienden fuera de las instituciones y con la fuerza de
aquéllos. El trabajo infantil era antes legal al igual que las 12, 14 o 15
horas tal como es legal en algunos países la esclavitud. La fuerza organizada
de sus víctimas y las luchas sociales impusieron al capital otra nueva
legalidad, más civilizada y más humana aunque siempre capitalista.
Sin conquistar la mente de los trabajadores, éstos
serán sumisos esclavos resignados a su miseria y opresión. De ahí la necesidad
de una minoría formada por quienes comprenden que el capitalismo domina
culturalmente a sus víctimas y que, por lo tanto, libre cotidianamente una
batalla cultural para rasgar los velos de la enseñanza, la religión, la
propaganda que esconden lo que es realmente el capitalismo. Pero ni los Flores
Magón ni los Serdán, ni Voltaire o Rousseau hicieron posibles la Revolución
Francesa o la Mexicana. Su contribución fue enorme porque sembraron semillas de
libertad pero se necesitó una tierra fértil para que millones de campesinos
iletrados antes sumisos se fueran “a la bola” en México o dejaran de esperar de
la bondad del rey para pasar a derrocarlo. Las revoluciones no las hacen los
revolucionarios; son el resultado imprevisto de una grave crisis del régimen
que impulsa a millones de personas que querrían cambios parciales que el
régimen les niega y con su lucha esperan conservar su modo de vida que está en
peligro. La acción y la represión les llevan a dar un salto en su conciencia, a
modificar su subjetividad. La revolución hace a los revolucionarios pese a su
ignorancia, a su egoísmo, a las tendencias brutales que le impone la parte reptiliana
de su cerebro. La revolución saca a primer plano el heroísmo, el sentimiento
colectivo de quienes entran en ella sólo como rebeldes, en un estallido social,
y se construyen como mujeres y hombres libres y conscientes.
El capitalismo prepara una guerra mundial y está
destruyendo el ambiente. La Humanidad está en peligro. Pero, salvo si una
guerra global hiciera volver enteras regiones a la Edad de Piedra y destruyera
las condiciones para la supervivencia de una vida civilizada, de esa guerra
podría surgir una revolución contra el capitalismo que daría origen, no al
socialismo pues éste requiere cultura y abundancia, sino a un nuevo
colectivismo con tendencias burocráticas y jefaturas locales campesinas por la
escasez y la subsistencia de trabas culturales.
El papel de quienes saben que el capitalismo no es
eterno y ven lo que éste nos prepara consiste en abreviar y reducir los
posibles retrocesos futuros y en reforzar hoy los elementos de autoconfianza,
autoorganización y solidaridad presentes en las grandes luchas sociales.
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