Asia
Times Online
04-09-2015
Traducido
del inglés para Rebelión por Germán Leyens
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China sigue creciendo a un no demasiado deshonroso
7 %. Y sin embargo, debido a la devaluación del yuan y la aguda caída en el
mercado bursátil, en la mayoría de las capitales occidentales la narrativa
cambió al Armagedón impuesto a un modelo económico que generó, durante años, un
crecimiento que sextuplicó el PIB chino.
Pocos son conscientes de que Pekín, al mismo
tiempo, está involucrado en una triple tarea titánica: cambiar su vector de
crecimiento de exportaciones y masiva inversión a servicios: encarar el papel
negativo y/o autosatisfecho de empresas de propiedad estatal y desinflar por lo
menos tres burbujas –deuda, especulación inmobiliaria y el mercado bursátil– en
el contexto de un virtual estancamiento global.
Y todo esto mientras no hay prácticamente ninguna
cobertura occidental del impulso de integración del comercio eurasiático
dirigido por China, que ayudará a consolidar finalmente el Reino del Medio como
la mayor economía del mundo.
Y eso nos lleva a un crucial argumento secundario
en el Gran Cuadro: Sudeste Asiático.
Dentro de cuatro meses se integrarán los 10
miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) a
través de la Comunidad Económica ASEAN (AEC).
La AEC no es poca cosa. Estamos hablando de la
integración económica de un mercado conjunto de 620 millones de personas y
de un PIB colectivo de 2,5 billones (millones de millones) de dólares.
Por supuesto, sigue siendo una ASEAN bastante
dividida. A grandes rasgos el Sudeste Asiático continental es más cercano a
China mientras el Sudeste Asiático con borde marítimo es más antagónico,
principalmente debido a la interferencia de EE.UU. que aviva el enfrentamiento.
Tardará mucho antes de que haya un código de conducta del Mar del Sur de China,
basado en reglas, firmado por todos los participantes.
No obstante, incluso si el Sudeste Asiático
continental y marítimo presenta un cuadro bastante contrastado y su integración
podría implicar más retórica que realidad –por lo menos a corto plazo– a Pekín
no parece importarle la prolongación del juego. Después de todo, China está
inextricablemente vinculada al Sudeste Asiático continental.
Consideremos Camboya, Laos, Myanmar y Tailandia. Se
trata de un mercado colectivo de 150 millones de personas y un PIB de 500.000
millones de dólares. Si se incluye a estos cuatro en el contexto de la
subregión del Gran Mekong, que incluye las provincias chinas de Guangxi y
Yunnan, tenemos un mercado de 350 millones de personas con un PIB de más de 1
billón de dólares. La conclusión, tal como se ve desde Pekín, es inevitable: el
Sudeste Asiático continental es el patio trasero del sur de China.
TPP vs. RCEP
El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica
(TPP) dirigido por EE.UU. es reconocido ampliamente en múltiples latitudes del
ASEAN como un componente clave del “giro a Asia”.
Si la propia ASEAN está dividida, el TPP aumenta la
división. Solo cuatro naciones de ASEAN –Brunei, Malasia, Singapur y Vietnam –
están involucradas en negociaciones del TPP. Las otras seis prefieren la
Asociación Económica Regional Integral (RCEP).
La RCEP es una ambiciosa idea que apunta a
convertirse en el mayor acuerdo de libre comercio del mundo: el 46 % de la
población global, con un PIB conjunto de 17 billones de dólares y un 40% del
comercio mundial. La RCEP incluye las 10 naciones de ASEAN más China, Japón,
Corea del Sur, India, Australia, y Nueva Zelanda. A diferencia del TPP,
dirigido por EE.UU., la RCEP está dirigida por China.
Aunque existe un grado sustancial de voluntad
política, será imposible que estas 16 naciones finalicen sus negociaciones en
los próximos cuatro meses y que por lo tanto anuncien la RCEP simultáneamente
con el comienzo de la AEC. Eso sería un inmenso impulso a la noción compartida
de la “centralidad” de la ASEAN.
Problemas, problemas por doquier. Para comenzar, la
seria disputa entre China y Japón por las islas Diaoyu/Senkaku. Y la riña en
permanente desarrollo entre China/Vietnam/Filipinas en el Mar del Sur de China.
Competencia y desconfianza son la norma. Muchas de esas naciones ven Australia
como un caballo de Troya. Por lo tanto es poco probable que se logre consenso
antes de 2017.
La idea de la RCEP nació en noviembre de 2012 en
una cumbre de la ASEAN en Camboya. Hasta ahora ha habido nueve vueltas de
negociaciones. Curiosamente la idea inicial provino de Japón, como un mecanismo
para combinar la plétora de acuerdos bilaterales que la ASEAN ha cerrado con
sus socios. Pero ahora China lleva la delantera.
Y como si la competencia entre TPP y RCEP no fuera
bastante, todavía existe el Área de Libre Comercio de Asia-Pacífico (FTAAP).
Fue introducida en la reunión de APEC en Pekín a fines del año pasado por –por
supuesto– China, para seducir a naciones cuyo principal socio comercial es en
todo caso China para que no sopesen nociones del TPP.
Joseph Purigannan, de Foreign Policy in Focus,
ha resumido con acierto todo este frenesí: “Si conectamos todos estos
desarrollos de 'megaFTAs' [Asociaciones de Libre Comercio], lo que vemos es en
realidad la intensificación de lo que podemos llamar una lucha territorial
entre los grandes protagonistas”. Por lo tanto, de nuevo, es una guerra por
encargo entre China y EE.UU.
La gran industria farmacéutica manda
El TPP se presenta en EE.UU. como si apuntara al
establecimiento de estándares comunes para casi la mitad de la economía
mundial.
Y a pesar de todo el TPP –negociado en medio del
máximo secreto por potentes grupos de presión si ningún escrutinio público en
absoluto– es esencialmente la OTAN en el comercio (y un cercano compañero del
TTIP, objetivo de la UE). El TPP ha sido desarrollado como el brazo
económico/comercial del “giro hacia Asia” con dos sueños húmedos incorporados:
excluir China y diluir la influencia de Japón. Y sobre todo, el TPP apunta a
impedir que la mayor parte de Asia –y en su interior las naciones de
ASEAN– llegue a algún acuerdo que no incluya a EE.UU.
La reacción de China es sutil, no frontal. Pekín
apuesta en los hechos a la multiplicación de acuerdos, de RCEP a FTAA. El objetivo
en última instancia es reducir la hegemonía del dólar estadounidense (no hay
que olvidar: el TPP se basa en el dólar).
Incluso después de obtener el pasado mes la
aprobación del Congreso de EE.UU. para un procedimiento de vía rápida que
conduzca a un acuerdo, el presidente Obama y el todopoderoso lobby empresarial
del TPP tienen muchas dificultades para convencer a los 12 –muy desiguales–
socios del TPP.
Respecto a los medicamentos biológicos de última
generación, por ejemplo, el TPP privilegia a la gran industria farmacéutica
como Pfizer y Takeda de Japón. El TPP se opone a empresas de propiedad estatal
–muy importantes en economías como Singapur, Malasia y Vietnam– en beneficio de
competidores extranjeros que luchan por contratos gubernamentales.
El TPP quiere librarse del tratamiento preferencial
de Malasia para los malayos étnicos en contratos de negocios, vivienda,
educación y gubernamentales, un elemento básico del modelo de desarrollo de
Malasia.
Utilizando el pretexto de reducir aranceles en la
ropa “problemática” grandes corporaciones textiles estadounidenses como Unifil
se proponen impedir que Vietnam venda ropa barata hecha en China en el mercado
de EE.UU.
Y EE.UU. y Japón siguen teniendo serias
discrepancias respecto a la agricultura y la industria del automóvil. Siguen
debatiendo, por ejemplo, cuándo un vehículo tiene suficiente contenido local
para considerarlo exento de derechos de aduana.
El primer ministro, el general Prayut
Chan-ocha está convencido de que el TPP puede conducir Tailandia al éxito o a
un fracaso total, con énfasis en “fracaso”. Es lo que dijo a un impresionante
grupo de visitantes del Consejo Empresarial de EE.UU.-ASEAN.
Bangkok está aterrorizada ante la posibilidad de
que sus leyes sobre medicinas patentadas –como sobre el derecho de producir
medicamentos genéricos– sean reemplazadas por leyes de patente
mega-restrictivas dictadas por los sospechosos habituales: la gran industria
farmacéutica internacional.
Un cinturón, una ruta, un banco
A fin de cuentas, todo vuelve al ahora legendario I
Tai I Lu (“Un cinturón, una ruta, un banco"), también conocido como la
estrategia de las Nueva(s) Ruta(s) de la Seda del presidente chino Xi Jinping,
en la cual uno de los componentes clave es la exportación de todo tipo de tecnología
conectiva a otras naciones de la ASEAN.
Todo comienza con el Fondo de la Ruta de la Seda
por 40.000 millones de dólares anunciado a fines del año pasado. Pero otras
formas de inversión para redes de infraestructura –carreteras, ferrocarriles,
puertos– deberían tener lugar a través del Banco Asiático de Inversión de
Infraestructura (AIIB).
Por lo tanto el AIIB también puede interpretarse
como una extensión del modelo de exportación chino. La diferencia es que en
lugar de exportar bienes y servicios China exportará experticia en
infraestructura, así como su excesiva capacidad de producción interior.
Uno de estos proyectos es un ferrocarril de la
provincia Yunnan a través de Laos y Tailandia a Malasia y Singapur e Indonesia
(donde China ya compite con Japón por el contrato para construir el primer tren
de alta velocidad de 160 km entre Yakarta y Bandung) estará a solo un pequeño
viaje de distancia. China ha construido no menos de 17.000 km de ferrocarril de
alta velocidad (un 55 % del total mundial) en solo 12 años.
Washington no está exactamente radiante ante las
relaciones cada vez más estrechas entre Pekín y Bangkok. China, por su
parte, querría que sus vínculos con Tailandia fueran el modelo para las
relaciones con otras naciones de ASEAN.
De ahí la avidez de las empresas chinas por
invertir en ASEAN utilizando Tailandia como su centro regional de inversión.
Todo tiene que ver con la inversión en naciones con excelente potencial para
convertirse en bases chinas de producción.
En el futuro inmediato la integración económica
real es inevitable en el Sudeste Asiático continental. Ya es posible ir por la
ruta de Myanmar a Vietnam. Y pronto por ferrocarril desde el sur de China a
través de Laos al Golfo de Tailandia y a través de Myanmar al Océano Índico.
El mercado laboral está cada vez más integrado. Hay
cinco millones de personas de Myanmar, Camboya y Laos que ya trabajan en
Tailandia, la mayoría legalmente. El comercio a través de la frontera prospera,
ya que las “fronteras” institucionalizadas no significan gran cosa en el
Sudeste Asiático continental (tal como no significan gran cosa entre Afganistán
y Pakistán, por ejemplo).
Sin embargo sigue siendo un juego muy abierto.
Tiene que ver con la conectividad. Tiene que ver con cadenas globales de producción.
Tiene que ver con reglas de comercio armonizadas. Pero sobre todo es una
estrategia de inmensas inversiones, quién –EE.UU. o China– fijará en última
instancia las reglas globales sobre comercio e inversión.
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Pepe Escobar es el corresponsal itinerante de Asia
Times/Hong Kong, y analista para RT y TomDispatch .
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202869
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