14-09-2015
Cuanto más se informa y se conciencia uno más claro
tiene que es imprescindible superar el sistema capitalista. La
progresiva pauperización de amplias capas sociales, las desigualdades
crecientes, las guerras, el desastre ecológico,…, son consecuencia directa del
actual sistema que rige la sociedad humana. Un sistema basado en la feroz
competencia, en el sálvese quien pueda, en la guerra permanente de unos contra
otros, en la explotación de la mayoría por unas minorías, en el egoísmo, no
puede tener mucho futuro. Un sistema altamente contradictorio donde el
desarrollo tecnológico contrasta con el subdesarrollo social, donde una
economía cada vez más social entra en conflicto con la propiedad privada de los
medios de producción,…, es inherentemente inestable. Superar el capitalismo
implicará, entre otras muchas cosas, tarde o pronto, la expropiación de los
expropiadores. La democracia es el enemigo público número uno del capitalismo,
la dictadura económica ejercida por los grandes propietarios de la economía
parapetada tras una falsa democracia política. La democracia será siempre
incompleta, estará viciada, más o menos vacía de contenido, mientras no llegue
al núcleo de la sociedad: la economía. Mientras las “máquinas” generadoras de
riqueza pertenezcan a unos pocos, y por tanto, sean gestionadas en sus líneas
maestras por unos pocos, no puede esperarse un reparto suficientemente
equitativo de la riqueza social, un mundo justo y seguro. No puede haber
libertad en la vida en sociedad sin la igualdad de oportunidades, mientras unos
pocos dominen al resto. El destino de la humanidad debe estar en manos de toda
ella. Y esto sólo es posible con la democracia real.
Una vez aclarado todo esto, de una manera muy
sucinta, remito a mis diversos escritos
donde desarrollo todas estas ideas más en profundidad, una de las cuestiones
principales que se nos plantea es cómo superar este sistema teniendo en
cuenta la realidad actual, tal como es, no tal como nos gustaría que fuese. Es
evidente que superar el actual estado de cosas llevará bastante tiempo, que los
enemigos del pueblo, la oligarquía y sus lacayos, nunca se quedan de brazos
cruzados. Trabajan día a día para que en verdad nada cambie, incluso para
afianzar su dictadura cada vez menos disimulada. Quienes luchamos contra este
sistema nunca debemos perder de vista que nos enfrentamos a enemigos muy poderosos
que controlan en cierta medida, todo lo posible, incluso la manera de pensar de
la gente. Tienen todos los medios a su disposición: el poder político, el poder
judicial, el Estado (diseñado especialmente para favorecer a los capitalistas),
el ejército, la policía, el sistema educativo, los grandes medios de
comunicación,.., y sobre todo el poder económico. Pero tienen en contra una
poderosa idea: no tienen razón y lo saben. El mayor enemigo, por ahora, del
capitalismo es el propio capitalismo, cuyas profundas e irresolubles
contradicciones hacen acto de presencia recurrentemente.
El pensamiento único es el gran enemigo a combatir
en las mentes de las personas. Han conseguido hacerle creer a mucha gente que lo
que es sólo puede ser así. Toda persona que combata al sistema establecido,
ineludiblemente, debe combatir dicho pensamiento. Con palabras y sobre todo con
hechos. Un gobierno transformador deberá establecer como prioridad número
uno combatir la idea de que no hay alternativas. Ese pensamiento único
deberá ser extinguido para siempre y esto llevará mucho tiempo, pero para ello
desde el principio toda revolución debe combatirlo y poner toda la carne en el
asador para seguir combatiéndolo hasta que la gente sea plenamente consciente
de que casi siempre hay alternativas. Y la única manera de hacerlo es
posibilitando que la ciudadanía conozca en igualdad de condiciones otras ideas
y sobre todo poniendo en práctica políticas que demuestren con hechos que otro
mundo es posible.
Pero para ello es imprescindible que alcance el
poder político algún partido o frente dispuesto a empezar el largo camino del
cambio social profundo. No es posible cambiar la sociedad sin alcanzar el poder
político, pero tampoco sin la colaboración activa de la mayoría social. Como la
historia nos ha demostrado, de nada sirve (a la larga) una dictadura ejercida
por una vanguardia, por muy bienintencionada que fuese ésta. La única manera
de alcanzar una sociedad estable, libre y justa es mediante el máximo
desarrollo posible de la democracia. Entendida ésta en su acepción
original: el poder del pueblo, el gobierno del pueblo. La democracia auténtica
no puede prescindir del pluripartidismo, de la libertad de asociación, de la
libertad de reunión, de la libertad de expresión,… Ahora bien, la democracia
formal es condición necesaria pero no suficiente, las libertades formales deben
ser reales, deben llevarse a la práctica. La democracia es mucho más que poder
votar, es, entre otras cosas, poder hacerlo bien informado (para lo cual es imperativo
conocer todas las opciones en igualdad de condiciones), es poder revocar a
quienes traicionan el mandato popular, es obligar a los representantes
políticos a rendir cuentas y cumplir sus programas electorales (los cuales
deben ser “contratos” sagrados), etc., etc., etc. El desarrollo de la
democracia es primordial y será también un largo camino. A medida que se
desarrolle la democracia se irá poco a poco extinguiendo el capitalismo.
Podemos decir que el desarrollo de la democracia es sinónimo del proceso de
extinción del capitalismo. Porque en dicho desarrollo será ineludible que la
democracia llegue tarde o pronto a todos los rincones de la sociedad, y muy
especialmente a su centro de gravedad: la economía. La democracia económica
es la antítesis del capitalismo.
Para alcanzar el poder político mediante las urnas
no queda más remedio, por ahora, que prescindir de ciertas ideas que espantan a
las masas intoxicadas de pensamiento burgués. Si no se quiere predicar en el
desierto y permanecer en la marginalidad hay que acudir a donde están las masas
en vez de esperar a que éstas acudan a nosotros. Hay que tener en cuenta sus
prejuicios. Pero las élites no pueden controlar por completo el pensamiento
humano. El sistema no funciona, tiene tales contradicciones, que
recurrentemente la necesaria revolución entra en la agenda política de la
sociedad humana. A nuestro favor tenemos las contradicciones capitalistas, que
sabemos que la razón y la más elemental ética están de nuestro lado. Una de
las grandes contradicciones del capitalismo es que necesita evitar la auténtica
democracia pero, al mismo tiempo, aparentarla. Si usamos la coherencia
podemos vencerles. Y ellos lo saben. Debemos explotar al máximo esa
contradicción en la guerra ideológica.
Y todo esto quiere decir que debemos alcanzar el
poder político con las urnas, aun sabiendo que jugamos con mucha desventaja,
que los grandes medios de comunicación están de su lado, que juegan con
trampas, con leyes electorales especialmente hechas para perjudicarnos, que
sólo tenemos alguna opción en cada gran crisis del sistema,... ¡Pero debemos
explotar al máximo los pocos resquicios que no tienen más remedio que dejar
para mantener el disfraz de democracia! La estrategia revolucionaria en este
siglo XXI debe ser mucho más elaborada. No podemos repetir los mismos errores
que llevaron al fracaso de la URSS. Debemos tener muy claro que es
imprescindible tarde o pronto expropiar a los expropiadores, poner la economía
al servicio de la sociedad entera, sin olvidar que la mera posesión formal de
los medios de producción por parte del Estado no es sinónima de gestión social,
como ya advertía Engels. Entre otras cosas, el Estado debe ser a su mismo
democratizado al máximo, “expropiado” por la ciudadanía. Pero también debemos tener
claro que esto sólo podremos hacerlo (con ciertas garantías de que a largo
plazo no se revierta la situación, véase lo ocurrido en el llamado “socialismo
real” del siglo XX) cuando sea el propio pueblo el que esté mayoritariamente
convencido de ello. Y esto sólo ocurrirá cuando la mayor parte de la gente se
desprenda del pensamiento único, cuando la idea de que hay alternativas se abra
paso y se lleve hasta las últimas consecuencias. Cuando la gente vea que es
posible superar el neoliberalismo, con una labor constante por parte del
gobierno transformador (el cual deberá a su vez estar presionado desde abajo,
necesitará una ciudadanía muy activa y combativa), se abrirá paso la idea de
que también es posible superar al propio capitalismo. Si la dinámica del
cambio se realimenta a sí misma, por un gobierno que se vaya radicalizando con
el paso del tiempo a medida que se radicalice también el pueblo y viceversa,
entonces la guerra ideológica podrá ganarse y realmente las puertas de un
sistema nuevo se empezarán a abrir.
Por consiguiente, se necesita un sujeto político
que cumpla una serie de condiciones para acceder al poder y usarlo para
empezar a transformar el sistema. En primer lugar, debe organizarse de la
manera más democrática posible, dando el máximo protagonismo a las bases, a
los ciudadanos, los cuales deben tener todo el poder posible. Debe tender hacia
liderazgos mínimos, cada vez más rotatorios, colectivos. No podrá, tal vez al
principio, prescindir de liderazgos demasiado personales pero debe proveerse de
mecanismos concretos que impidan que sus líderes traicionen los principios
básicos por los cuales nació. Hay que sentar las bases, desde el principio,
para disminuir los liderazgos personales progresivamente. Los líderes deben ser
siempre, desde el principio, meros portavoces, coordinadores, ejecutores de las
grandes decisiones tomadas colectivamente.
Debe proveerse de un programa político de
transformación con etapas claramente diferenciadas. Debe partir de un programa mínimo
alrededor del cual se consiga la unidad popular y a partir del cual se pueda
dar un salto (no demasiado grande para poder empezar, pero tampoco demasiado
pequeño para que dicho salto sea suficiente) que permita iniciar una dinámica
de cambio, la cual deberá ser realimentada en el tiempo. En dicho programa
mínimo no quedará más remedio, por ahora, que prescindir de ciertos objetivos
más ambiciosos, los cuales se retomarán a medida que la correlación de fuerzas
sea más favorable y sobre todo a medida que se ejerza el poder y la sociedad
empiece a convencerse de que hay alternativas, de que incluso otro sistema es
posible. Una vez conseguidos ciertos objetivos menos ambiciosos a corto
plazo habrá que plantearse nuevos objetivos más ambiciosos en las siguientes
etapas del proceso. Dicho programa deberá ser riguroso y no prometerse nada
que no pueda cumplirse, o por lo menos deberá advertirse de las enormes
dificultades que habrá para llevarlo a la práctica y plantear diversas
alternativas frente a los posibles movimientos de los enemigos. Sin nunca
olvidar que tan erróneo es no partir de un programa mínimo (pues si no
se pospondría eternamente la revolución) como conformarse definitivamente con
él, convertirlo en máximo (pues si no se incumpliría el principal
objetivo, superar el actual sistema).
Dicho programa mínimo debe pivotar alrededor de dos
grandes ejes: rescate ciudadano y desarrollo de la democracia. Superar el neoliberalismo implica
tomar medidas concretas para llevar a la práctica los derechos humanos y redistribuir
la riqueza como, por ejemplo, impuestos más progresivos, luchar contra el gran
fraude fiscal, renacionalizar empresas de sectores estratégicos, recuperar lo
público, es decir, el Estado de bienestar, derogar reformas regresivas
implementadas por gobiernos anteriores, prohibir desahucios de familias que por
causas ajenas a su voluntad no puedan pagar sus hipotecas, prohibir las horas
extras, prohibir despidos colectivos en empresas con beneficios, reducir la
jornada laboral, hacer una auditoría de la deuda y plantear el impago de la
ilegítima, implantar una renta básica universal progresivamente, o por lo menos
a corto plazo para personas con graves problemas de subsistencia, crear una
banca pública,… Evidentemente, no podrá hacerse todo a la vez, por lo que habrá
que diseñar una hoja de ruta y dejársela bien clara al pueblo para que
no se creen falsas expectativas y por consiguiente desilusiones que trunquen
prematuramente el proceso. Estas medidas, por urgentes e imprescindibles que
sean, no serán suficientes para transformar la sociedad. Además, la historia
nos ha demostrado que las victorias parciales no valen. En cuanto puede, el
enemigo, la oligarquía capitalista, contraataca para anular todas esas
conquistas sociales. Hay que vencer definitivamente al sistema capitalista. Las
conquistas parciales deben ser vistas como meras etapas, como pasos intermedios
en la larga lucha contra el capitalismo.
Desarrollar la democracia implica abrir un proceso
constituyente para que el pueblo elija su régimen político y redacte una
nueva Constitución que suponga un gran salto en la cantidad y en la calidad de
la democracia. Si la gente empieza a ver resultados prácticos en cuanto a sus
condiciones de vida básicas, con el mencionado rescate ciudadano, y se la empodera,
con el mencionado proceso constituyente, entonces se pondrán las primeras
piedras de un nuevo sistema. ¡Pero hará falta mucho, mucho más! Para empezar,
democratizar el aparato estatal, las instituciones, los grandes medios de
comunicación, comenzando por las televisiones públicas, las cuales deben
desempeñar un papel crucial para combatir el pensamiento único, potenciando la
prensa pública y abriéndola a la participación ciudadana, regulando la prensa
privada para evitar la desinformación masiva, etc. El camino es muy largo y no
podrá alcanzarse la cima de la montaña sin pasar por diversos campamentos base.
Dicho sujeto político debe proveerse de una
clara estrategia política, a corto, medio y largo plazo. Transformar el
sistema es una guerra declarada a los poderes establecidos y esto nunca hay que
perderlo de vista, se necesita una estrategia lo más calculada posible antes de
acudir al campo de batalla. Cualquier error se paga muy caro por mucho tiempo.
Las dificultades son enormes y hay siempre que advertir de ellas al pueblo y
recordárselas constantemente. Un gobierno transformador, entre otras muchas
cosas, debe incitar a su pueblo a ser cada vez más activo, a organizarse desde
abajo, a criticarlo todo (constructivamente, proponiendo soluciones), a
movilizarse en las calles,... La labor de transformación radical de la
sociedad es titánica y necesita de la colaboración activa de la mayoría de las
personas. El principal síntoma de si vamos por buen camino o no es la
actitud de las masas: si éstas son cada vez menos activas mal asunto. Un
proceso de tal calibre no debe depender de unas pocas personas.
Inevitablemente, sobre todo al principio, unas pocas personas tendrán más
protagonismo del deseado (incluso por ellas mismas), pero ese protagonismo debe
disminuir cuanto antes, por el bien del proceso revolucionario. De esto debe
ser muy consciente desde el principio todo el mundo. Si los liderazgos no
disminuyen a suficiente velocidad la revolución peligra, puede traicionarse a
sí misma. La historia ha hablado con contundencia. ¡Escuchémosla!
Un gobierno revolucionario tendrá mucho más trabajo
que cualquier otro, y lo hará con más obstáculos. Cualquier error, por pequeño
que sea, puede ser mortal. Desde el principio debe practicar la máxima
transparencia y la máxima coherencia. Debe siempre estar abierto (y promover)
la crítica constructiva, sin la cual es imposible mejorar. El camino de la
revolución social es inexplorado y se cometerán inevitablemente numerosos
errores. Por si fuera poco, nuestros enemigos harán todo lo posible, con todos
los medios de que disponen, que son muchos, para que fracasemos cuanto antes.
Pero el principal error es no permitir la crítica, es cerrarle las puertas.
Deberemos practicar la autocrítica, debemos generar confianza en la gente, con
comportamientos ejemplares, hablarle al pueblo siempre con la verdad por
delante (pero teniendo en cuenta sus prejuicios), al mismo tiempo que
escuchándolo. Deberemos combatir a nuestros enemigos de igual a igual, dándoles
incluso a ellos la oportunidad, que a nosotros no nos han dado durante mucho
tiempo, de defender públicamente sus posturas. El pueblo debe ver que no
tenemos miedo al enfrentamiento, en igualdad de condiciones, con nuestros
enemigos. Deberemos recordarle también que nosotros, al contrario que nuestros
enemigos, no huimos del enfrentamiento ideológico porque buscamos la verdad,
queremos sinceramente encontrar soluciones a los problemas crónicos de la
sociedad humana. Quien busca la verdad necesita de la autocrítica y de la crítica,
no huye de ellas.
Vencer no es lo mismo que convencer. Nosotros
venceremos cuando convenzamos mayoritariamente, cuando ya no seamos necesarios,
cuando el pueblo asuma su protagonismo. Y no podremos convencer si nuestros
enemigos no son puestos en evidencia públicamente. Deberemos defendernos de los
ataques, cada vez más desesperados, que sufriremos. Con el Estado de Derecho
(que será mucho más democrático que el actual), con la movilización popular en
las calles, con el activismo social, asegurándonos la fidelidad del ejército al
pueblo,... Pero nunca deberemos caer en el error de suprimir o restringir
libertades. Sólo la democracia auténtica nos conducirá a una sociedad mejor.
Cuanto más desarrollemos el instrumento de transformación social, la infraestructura
revolucionaria, la democracia, más probabilidades tendremos de alcanzar tal
sociedad.
No podemos olvidarnos, en un mundo tan globalizado
como el actual, de que un gobierno transformador debe luchar por la soberanía
nacional, además de por la popular, si es necesario rompiendo con aquellos
organismos internacionales, nada democráticos, dicho sea de paso, de los que se
ha provisto el capitalismo internacional para imponer sus políticas, para
reducir e incluso anular el margen de maniobra de cualquier gobierno que
pretenda no someterse a la dictadura internacional del Capital. La
Revolución será internacional o no será, pues el capitalismo es
internacional. Pero no hay que esperar a que venga de otros lares, hay que
actuar localmente y tejer redes de solidaridad internacionales con otros
países que decidan, o ya hayan decidido, iniciar el camino del cambio. Al mismo
tiempo, hay que procurar reducir las dependencias respecto de aquellos países
que no han iniciado dicho camino. O mejor aún, diversificar las dependencias
del exterior, depender poco de muchos en vez de mucho de pocos. Y al mismo
tiempo recuperar en la economía nacional aquellos sectores que han sido
abandonados por no ser rentables para el Capital internacional, en particular,
potenciar la agricultura, acometer una reindustrialización, promover las
energías renovables, ecológicas, sin descuidar las nuevas tecnologías. La
independencia económica, que no el aislacionismo, la cual se consigue con la
recuperación de lo propio, de aquello en lo que el país tiene recursos,
potencial, y también con la diversificación de las exportaciones e
importaciones, es fundamental para no perder la soberanía nacional o
recuperarla. Sin nunca perder de vista que la soberanía nacional sirve de
poco si no se ve acompañada de soberanía popular, la primera es una condición
necesaria para la segunda.
Lo peor que le puede ocurrir a una organización con
un programa transformador es alcanzar el poder político para hacer básicamente
lo mismo que hacían los viejos partidos prosistema, para gestionar el
capitalismo o el neoliberalismo. Así no se combate el pensamiento único, al
contrario. Esto atenta contra su seña de identidad y desmoraliza a la
ciudadanía. Y la moral es fundamental para luchar contra el sistema capitalista,
como en cualquier guerra. De poco le sirve a la gente votar para luego decirle
que aquello que ha decidido es imposible de llevar a cabo. Esto hace más daño a
la democracia que cualquier golpe de Estado tradicional. Así la democracia se
vacía todavía más de contenido. Es justo lo contrario que debe hacer un partido
político revolucionario, que busque el progreso. Dicho partido tiene como
prioridad absoluta hacerle ver al pueblo que hay alternativas y darle todo el
poder posible. Lógicamente, se necesitará tiempo para superar el actual
sistema, pero, desde el principio, la ciudadanía tiene que ver cambios en
las formas y en el fondo, en cómo se hace política y en qué política (sobre
todo económica) se hace. Esos cambios pueden no ser muy grandes al principio,
pero deben producirse lo antes posible y deberán ser cada vez más radicales. Lo
principal es que la gente vea cuanto antes que es posible el cambio para que
éste sea cada vez mayor. Los pequeños cambios iniciales podrán dar paso a
cambios más radicales posteriormente. Si no se producen los primeros las
puertas seguirán cerradas para los segundos. Por si todo esto fuera poco, no
hay que olvidar que el electorado de un gobierno transformador será mucho más
exigente, dará rápidamente la espalda a cualquier organización política que le
traicione.
Una organización revolucionaria no se puede
permitir el lujo de cometer grandes errores, que vayan en contra de sus ideales
más esenciales, su razón de ser. Y la lucha contra el pensamiento único así
como el empoderamiento del pueblo a través del desarrollo de la democracia son
dos objetivos irrenunciables. Desde el primer día, el gobierno transformador
debe dar pasos claros y decisivos para cumplir dichos objetivos. No podrá
vencerse al capitalismo algún día si no se empieza a vencer desde el primer día
al pensamiento único, si no se empieza a superar su versión más radical, el
neoliberalismo. Lo esencial es que la gente vea en la práctica que hay
alternativas, por pequeñas que sean al principio. Los pequeños cambios
iniciales son al mismo tiempo un pequeño pero un gran paso para cambiar el
sistema. Pequeño porque “técnicamente” se necesita mucho más para superar el
capitalismo, porque la cima de la montaña aún está lejos, pero grande porque
posibilita un cambio de mentalidad en la gente, demostrarle que el mantra
repetido hasta la saciedad de que no hay alternativas no es cierto, grande
porque significa empezar a caminar en la dirección adecuada, invertir la
tendencia de la historia. Los cambios iniciales suponen, en definitiva, un paso
cuantitativamente pequeño pero cualitativamente grande. Los pequeños cambios
iniciales son condición necesaria pero no suficiente para el cambio sistémico.
Cuando se venza al pensamiento único entonces se habrá vencido al sistema capitalista,
o por lo menos esté tendrá los días contados. El principal enemigo del pueblo
es en verdad el propio pueblo. Debemos vencer la batalla en nuestras propias
mentes contra aquellos prejuicios que nos han metido en la cabeza quienes
desean un sistema donde haya explotadores y explotados.
Otro mundo es posible. De nosotros,
fundamentalmente, ciudadanos corrientes, depende. Pues si nos falla tal o cual
líder, tal o cual sujeto político, entonces deberemos proveernos de otro y
aprender de los errores cometidos. La revolución social será colectiva o no
será. Habrá que luchar, luchar y luchar, persistir, persistir y persistir
(readaptando nuestra estrategia en función de los resultados prácticos) para
finalmente lograrlo. En esto sí que no tenemos alternativas. No hay otro camino
que la lucha constante contra un sistema absurdo e injusto que condena a la
humanidad a una existencia mucho peor de la que podría ser, que, incluso,
podemos afirmar rotundamente, pone en peligro de existencia a la humanidad y su
hábitat. La libertad se conquista, nunca es regalada. Civilización o
barbarie. Democracia o dictadura. Revolución o involución. Éste es el gran
dilema al que nos enfrentamos hoy en día.
Blog del
autor: http://joselopezsanchez.wordpress.com/
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