CONSTRUCCIÓN,
PEDAGOGÍA Y JUVENTUD: LAS CLAVES PARA CIMENTAR UN PARTIDO NUEVO.
(LO QUE SE NECESITA ES UNA ORGANIZACIÓN REVOLUCIONARIA)
Por: Martin Guerra.
Por: Martin Guerra.
Introducción.
La intención de este texto es hacer un llamado de atención, a los que usan actualmente el nombre de Partido (muchas veces sin delimitar conceptual y prácticamente sus funciones y formas organizativas o confundiéndolas con Frente o Movimiento), a las organizaciones reformistas de izquierda y a las de ultra izquierda. A los que aún no congregan y a los que no son socialistas, pero que se reclaman revolucionarios y hablan o suponen que tienen un Partido o participan de un Frente o Movimiento, con la perspectiva de llegar a tal. También a los que creen que pueden cambiar el destino del país sólo con ganar las elecciones en el 2011. No pretende ser un texto de aclaración teórica sobre lo que es y no es un Partido, ni acerca de las definiciones de las diferentes formas de organización mencionadas arriba, sino una convocatoria para trabajar en impulsar y pulir ciertos aspectos importantes para el desarrollo de una organización revolucionaria. Por ello, lo expresado no va tanto por el lado de la definición teórica sino por el del –si se quiere- espíritu subjetivo que debe animar a un Partido revolucionario.
Superar el viejo error: Organizarse sólo para las elecciones.
Es cierto, muy cierto que las elecciones del 2010 (regionales) y del 2011 (presidenciales) nos obligan a encarar una realidad y a tomar una postura al respecto. Porque el tema electoral es un asunto tan importante como cualquiera que signifique una recomposición en la política nacional y su relación con la internacional, dentro de la lucha global contra el sistema capitalista y su estructura estatal. Pertenece sólo a mentes dogmáticas o diversionistas el observar lo electoral como algo ajeno a la labor revolucionaria. Así como sostener que la vía insurreccional nunca ya será una opción. Ambos momentos de lucha, la cuestión electoral y la insurrección no son formas de lucha, son extensiones de la lucha política, por ello no son antagónicas o adversarias, sino complementarias o de opción histórica. Diciéndolo de otro modo, no se trata sólo de “no dejarle ningún espacio a la burguesía”, sino que es el deber de la revolución dar la lucha en todos los espacios. Y es muy necesario.
Sin embargo, no por esto se va a burlar el trabajo de base, el desarrollo de la conciencia de clase, el debate teórico, el avance en el poder alternativo, por fundamentar una organización que signifique tan sólo un escenario para que un individuo o un grupo de individuos se lancen a las elecciones con el único objetivo de copar cargos, sin ningún plan de trabajo revolucionario. Dicho más directamente, no se puede crear un Partido teniendo como meta el triunfo de un candidato. Hacer todo un Partido, priorizando lo legal y artificiosamente estructural, pero ignorando la conformación de la organización a partir de las unidades de base que necesariamente se encuentran ligadas a un sector en lucha. Eso no sería crear ninguna organización revolucionaria, sino utilizar al pueblo y pasar encima de él una vez más. Eso sería no superar los errores del pasado, hacer la unidad sólo para las elecciones, sin desarrollar el trabajo de las organizaciones de base ligadas a su entorno productivo, laboral o gremial, y sin ningún horizonte de construcción de un Estado diferente.
Construcción, Pedagogía y Juventud: Un Partido nuevo.
Una organización revolucionaria, en esta época tan especial para el Perú, en donde este se coloca como la punta de lanza del imperialismo expoliador en esta parte del mundo, cumpliendo el rol de divisor de la unidad latinoamericana, es fundamental. Debe ser la encargada de centralizar las luchas bajo una dirección transformadora. Esta formación de vanguardia sólo se concretará si se realiza una profunda autocrítica del pasado. Si se confronta los errores del reformismo y la ultraizquierda, ese intervalo por el que transitó la izquierda peruana por décadas. Sin entender esa contradicción ningún Programa que se considere revolucionario tendrá alternativas de triunfo. Además de que no será nuevo, porque la novedad no se mide por lo cronológico, sino por la superación de lo caduco, de lo errado, por el ajuste de las estructuras revolucionarias al momento actual, sí, pero sin perder jamás de vista la caracterización científica del proceso.
Pensamos que en esa organización deben sobresalir tres cualidades fundamentales:
1. La práctica de la construcción sobre la acción diaria, y sin sometimiento a esta, teniendo como objetivo fundamental la edificación de la nueva sociedad y nunca dejando de pensar que todas las acciones están orientadas hacia la destrucción del viejo sistema y la implementación del nuevo. Pero esto no debe significar que el Partido deba sumergirse en el carrusel de acciones que transcurren en todo proceso revolucionario. Caer en el activismo es propio de mentes que aún no han roto con las viejas costumbres, que aún no se han desclasado por completo o que se encuentran altamente enajenadas y nos muestra un Partido sin norte, sin guía, en realidad sin línea política revolucionaria, ya que no se puede construir la estrategia y mucho menos implementar la táctica en base a los giros diarios de la política menuda, sino a razón de agudos análisis de los cambios en el sistema, de los mandobles económicos, de la correlación de fuerzas. El maestro Lenin apuntaba que: “Sería un gravísimo error montar la organización del partido cifrando las esperanzas sólo en las explosiones y lucha de las calles o sólo en la “marcha progresiva de la lucha cotidiana y monótona”. Debemos desplegar siempre nuestra labor cotidiana dispuesta a todo, porque muchas veces es casi imposible prever por anticipado como alternarán los períodos de explosiones con los de calma y, aun cuando fuera posible preverlo, no se podría aprovechar la previsión para reconstruir la organización.[1]” Lo cual significa que el Partido debe estar preparado para cambiar de giro en su política pero no en sustento a los espontaneismos o acciones improvisadas de sectores del pueblo, sino en base al contraste del Programa con la realidad, de las fuerzas orgánicas con el poder represor, de la influencia en las masas con el capital. Esa es la táctica, la que se erige a partir de la realidad pero sin burlar el profundo análisis de los procesos. Por ello Lenin señalaba que: “Si no sabemos elaborar una táctica política y un plan de organización orientados sin falta hacia una labor muy larga y que al mismo tiempo aseguren, por el propio proceso de este trabajo, la disposición de nuestro partido a ocupar su puesto y cumplir con su deber en cualquier circunstancia imprevista, por más que se precipiten los acontecimientos, seremos simplemente unos deplorables aventureros políticos[2]” Además, la construcción como forma política implica relacionar al Partido con la arquitectura económica de la nación, no sólo en el importante tema de la industrialización y los agentes sumergidos en ella, sino en desenvolver un plan para la defensa de los recursos naturales que pertenecen al pueblo, para extraerlos de las garras del capitalismo usurpador. La toma de conciencia por sus militantes de que urge la protección del saqueo imperialista, permite al Partido edificar una estrategia de trabajo político hacia los pobladores y los trabajadores que están relacionados con cada uno de los procesos de explotación y hurto de los recursos. Esta relación convierte al Partido en una organización efectiva que representa de verdad los intereses del pueblo. Ya que en estos momentos históricos las masas en nuestro país no hacen más que seguir deseando lo mismo que planteaba Túpac Amaru en el siglo XVIII respecto a los exploradores de entonces y sus formas de robo: “que este género de jefes se suprima enteramente: que cesen sus repartimientos: que en cada provincia haya un alcalde mayor de la misma nación[3]”, es decir que se termine con la actual situación de miseria y con quienes la representan y que el pueblo gobierne con sus dirigentes naturales.
2. El despliegue de pedagogía hacia las masas. La sistematización de las luchas populares y su elevación teórica en forma de propuestas, propaganda y agitación deben ser utilizadas por la nueva organización. Despertar conciencias, esclarecerlas, determinarlas para la acción, organizarlas. Los militantes de una organización revolucionaria no deberán ser burócratas que piensen que todo se resuelve con resoluciones o estatutos solamente, descuidando la labor de captación, capacitación, entrenamiento y trabajo de masas. La nueva organización es el motor del cambio, es el impulso de las clases explotadas. Y sus militantes deben ser concientes de su papel y hacer que las bases tomen también conciencia. O como diría Ernesto Che Guevara: “Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma. Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas.[4]” Pero esa labor no es fácil. No se trata de pensar por la clase obrera y los sectores burlados por los capitalistas, sino de impulsar su toma de decisiones y de enriquecer el Programa no en base a construcciones abstractas derivadas de la discusión teórica, sino de la lucha concreta de los trabajadores y demás sectores. De sus reivindicaciones históricas. Al igual que para encarar la organización del Partido no se puede caer en los viejos errores, del mismo modo debe hacerse para educar al pueblo: “Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (…) Los hombres del partido deben tomar esa entre las manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.[5]” La educación del pueblo deberá ser pues, una preparación para la revolución. Una educación de transición, ya que la escuela nueva vendrá como diría Mariátegui: “con el orden nuevo.[6]” Y este hay que construirlo luchando, por lo tanto la labor de educar, es concientizar para la lucha y para el triunfo. Esa gesta alternativa al sistema de explotación requiere organización, y hacia eso debe apuntar el Partido en cuanto a la pedagogía de las masas. La mayor enseñanza revolucionaria hacia el pueblo, es la que impulsa el espíritu orgánico, la que armoniza estructuralmente sus intereses.
3. La juventud, la novedad, la síntesis revolucionaria. El Partido debe ser joven, nuevo, por su forma de trabajo y no porque invente o descubra una nueva concepción del mundo, sino que tan sólo la enriquezca, la reformule, la construya de verdad. Esta juventud deberá elevar el nivel de combatividad del pueblo hasta grandes niveles de heroicidad y entrega. Aquí se conjugan los niveles ético y biológico. De nada sirven jóvenes que piensen y actúen como los formó el viejo orden. La juventud que se requiere debe pensar en renovar a la nación, en darle nuevo impulso a los mitos de libertad subyacentes en nuestras tradiciones, en nuestros sueños y frustraciones, en nuestras conciencias. José Carlos Mariátegui decía a los veinticinco años refiriéndose al Partido: “Un partido de renovación nacional tendrá que ser un partido formado por hombres nuevos[7]”. Esos hombres nuevos, deben ser los portadores del nuevo orden, deben constituir el momento de transición hacia el mundo nuevo, no pueden ser los hombres y mujeres completos, del futuro triunfante, sino aquellos que estén encargados, los días y las noches en organizar y levantar el nuevo Estado, en destruir el régimen caduco, en enterrarlo. Son hombres nuevos en la medida en que se saben constructores y están dispuestos a pasar por todas las pruebas y superar todos los obstáculos para vencer. En concreto, hombres nuevos llenos de la fe conductora, guías hacia el mundo nuevo, honestos, trabajadores, solidarios. Y esta juventud creadora debe estar en la capacidad de entender que en un país como en una región como la nuestra, la nación atraviesa por un proceso de formación y que el racismo y la marginación que han sufrido y sufren muchos de sus componentes son consecuencia del sistema social y económico que nos oprime. Es decir que esta juventud sólo será tal si concibe que nuestra nación es también joven como proceso mestizo de diversos espacios socios culturales. Interpretar las formas más diversas de sentir la vida social y sus disputas diarias por sobrevivir es un deber de la juventud revolucionaria, es un deber y debe considerarse una característica de la nueva juventud y sus nuevas formas de trabajo. Lo nacional vendrá de la integración de los sectores nacionales y sustentará un proceso de construcción de una nueva sociedad, ya que como expresara José María Arguedas: “la afirmación de la vida, y sus formas de expresión más plenas en el Perú moderno, insurgente, vienen no paradójicamente, sino legítimamente, de las canteras de lo mágico, de la forma más laboriosa y densamente creada por el hombre para interpretar su regocijo o temor (…) De allí surge lo plenamente nacional y luego se propaga a otros mundos (…) como acerado material galvanizador de la nación que se integra y se yergue[8]” La magia ancestral (experiencia práctica y amor a la naturaleza) expresada en creatividad debe ser la mejor cualidad de un revolucionario en estas latitudes y en estos momentos históricos, allí radicará su juventud.
Una unión de voluntades con un método de trabajo joven, con la tarea de educar al pueblo en todos sus actos y todo el tiempo y con el objetivo importantísimo de construir la nueva sociedad en base a los intereses de la nación y sus clases explotadas, es lo que se necesita en estos momentos decisivos de lucha contra la derecha más recalcitrante, fascistoide y entreguista de todos los tiempos en nuestra patria. Y lo que se necesita es una organización revolucionaria. Es necesaria para nuestro pueblo, y es nuestro deber constituirla.
[1] LENIN, V.I. ¿Qué hacer? En: Obras Escogidas en Doce Tomos. Tomo II (1902 – 1905) Editorial Progreso Moscú. URSS, 1975. Pág. 173.
[2] Ídem.
[3] TÚPAC AMARU II, José Gabriel Condorcanqui. Oficio al Cabildo del Cuzco (03 de enero de 1781). En: Túpac Amaru. Serie Histórica N° 3. Biblioteca Popular Expreso – Extra. Lima – Perú, 1977. Pág. 14.
[4] CHE GUEVARA, Ernesto. El socialismo y el hombre en Cuba. En: El socialismo y el hombre en Cuba. Editorial Grijalbo, S.A. México D.F. – México, 1971. Pág. 110 -111.
[5] CHE GUEVARA, Ernesto. El socialismo y el hombre en Cuba. En: El socialismo y el hombre en Cuba. Editorial Grijalbo, S.A. México D.F. – México, 1971. Pág. 116.
[6] MARIÁTEGUI, José Carlos. La Libertad de enseñanza (22 de mayo de 1925) En: Temas de Educación. Empresa Editora Amauta S. A. Lima – Perú, 1970. Pág. 31.
[7] MARIÁTEGUI, José Carlos. Diez Años Después ( La Razón N ° 25, Lima 11 de junio de 1919). En: Escritos Juveniles. La Edad de Piedra. Tomo III (Entrevistas, Crónicas y otros textos). Prólogo, compilación y notas de Alberto Tauro. Empresa Editora Amauta S. A. Lima – Perú, 1991. Pág. 348.
[8] ARGUEDAS, José María. Navidad y Huaylas, de lo mágico a lo nacional (El Comercio, Lima 22 de enero de 1967. Pág. 27). En: ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo Siendo! José María Arguedas. Textos Esenciales. Recopilación y notas: Carmen María Pinilla. Fondo Editorial del Congreso del Perú. Lima – Perú, 2004. Pág. 569.
Publicado
por Martin Guerra en 10:52:00
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