29-09-2015
¿Cómo se
relacionan los procesos políticos de América Latina y el Caribe con los
mecanismos de acumulación global, la dinámica de poder internacional y las resistencias
populares ante la exclusión capitalista? Comprender esta historicidad es, considero, el
núcleo en torno a la cual gira buena parte de la discusión actual [1], y que
nos debería ocupar en un tiempo prolongado.
¿La dinámica internacional actual?
La caída de la URSS no sólo produjo un vacío
geopolítico para la izquierda a nivel internacional a causa del ascenso
hegemónico de Estados Unidos, sino también teórico, al no encontrarse
categorías adecuadas que permitiesen explicar la dinámica del sistema
internacional, en primer momento, con la consolidación del neoliberalismo a
nivel planetario y el establecimiento del mundo unipolar, y luego, con el
surgimiento en los primeros lustros del siglo XXI de nuevas potencias de
alcance global, como China y Rusia, y de alcance regional, como Israel, Irán, o
Brasil, entre otras, así como de diversos procesos de regionalización. Todo
ello aparejado del auge de las luchas anti-neoliberales, que cobraron fuerza en
América Latina y el Caribe ¿Cómo entender este reajuste global? ¿Qué categorías
utilizar para comprender la complejidad internacional actual? Considero que de
este punto dependen en buena medida los análisis que se realizan sobre los
actuales procesos políticos que se adelantan en América Latina y el Caribe,
tanto los llamados de izquierda y centro izquierda, como los conservadores
(recordemos que la compresión de unos no está aislada de la compresión de los
otros).
Algo que “se cae de la mata” como diría alguna
compañera cubana, es el hecho irrefutable de que nos encontramos inmersos en el
sistema capitalista y que este, pese a la tan analizada y mentada crisis, está
lejos de estar en su ocaso como sistema de mediación del metabolismo social
mundializado. Deslocalizar la crisis actual del capitalismo, descuidando que se
trata de una crisis particular, con características definidas, pero
particular al fin, hace pensar que el capitalismo puede estar en crisis
permanente pero sin acabarse. Desde Marx sabemos que las crisis
capitalistas responden a la contradicción que se genera entre la
producción/extracción de plusvalor y su realización; sin embargo, a veces se
olvida que dicha contradicción, que tiene claras expresiones económicas cuando
se llega a un límite en los procesos de subordinación real y formal, es permanente
a nivel político, es decir, que las fuerzas en pugna están en una
confrontación sostenida que se expresa en diversos conflictos, de mayor o menor
intensidad, entre los diversos sujetos que conforman la red de relaciones
del sistema. La tematización de estos conflictos y su comprensión totalizante
es lo que conlleva a las diversas caracterizaciones de la geopolítica mundial.
Hay dos posiciones que quiero mencionar.
La primera postula que asistimos a un equilibrio
de poder en el sistema internacional. Esta tesis se sostiene, por un lado,
sobre la compresión de las potencias como actores nacionales fundamentales,
es decir, aquellos que tienen un rango de acción global. Entre estos, en
la actualidad, encontraríamos a EEUU (con su tradicional apéndice europeo), a
China (motor económico mundial) y Rusia (actor geoestratégico de primera
línea). Por el otro lado, esta tesis postula, en base a una amplia constatación
empírica, que las potencias en la actualidad no van a entrar en confrontaciones
bélicas directas, sino que están negociando, y que este proceso de
negociación supone el establecimiento de un equilibrio de fuerzas entre
dichas potencias.
La segunda tesis asume que estamos en tránsito
hacia, o inmersos de hecho en, un mundo multipolar y pluricéntrico.
Esta tesis es fundamentada en base a la constatación empírica del surgimiento
de diversos actores no-tradicionales desde la periferia y
semi-periferia, los cuales, mediante procesos de fortalecimiento económico y
político en conjunción con engranajes subregionales, estarían configurando
nuevos polos de poder relativo frente al imperialismo de la tríada
dirigido por Estados Unidos. En contraste, se apreciaría una pérdida de
hegemonía por parte de Estados Unidos, cuya decadencia económica, política
y cultural, representarían el fin de su período unipolar. Esto configura una
geopolítica de múltiples centros de poder.
¿Podemos hablar de multipolaridad o de equilibrio?
¿Dónde queda la crisis del sistema? ¿Qué otra caracterización podemos
hacer? ¿Está realmente Estados Unidos perdiendo su hegemonía? ¿Están las
potencias negociando? ¿Qué hay de los movimientos llamados anti-sistémicos
dentro de estas caracterizaciones? ¿Podemos seguir hablando de lucha de clases?
¿Qué hay de las teorías sobre el imperialismo, existe el imperialismo dentro
del equilibrio o dentro de la multipolaridad? ¿Cómo se expresa? Las preguntas
se amontonan, y en honor a la sinceridad intelectual, ninguna de las tesis
enunciadas da cuenta de la totalidad de los problemas en la proyección
geohistórica adecuada.
La tesis del equilibrio plantea acertadamente que
las grandes potencias están en proceso de negociación y que, más allá de la
retórica “agresiva” en coyunturas específicas, estamos lejos de una
confrontación bélica abierta y directa entre las grandes potencias. Sin
embargo, esta tesis no explica el porqué de dicha negociación, más allá
de la fenomenología de la diplomacia y las relaciones internacionales.
Asimismo, reduce el equilibrio del sistema al centro del mismo,
obviando la permanente desestabilización de la periferia y semi-periferia, que
se hallan en desequilibrio sostenido (pensemos en medio oriente o
Ucrania, por ejemplo). Por su parte, la tesis del multipolarismo no explica ni
define de manera uniforme qué es un polo de poder geopolítico, entrando
en dicha definición actores de talla global, como China, de talla regional
medio, como Brasil, o subregional como Israel. ¿Qué elemento o factores definen
un polo de poder global? ¿La población y producción económica (China, India),
el control financiero y armamentista (Israel, Alemania, Estados Unidos), la
capacidad de negociación internacional en base a relaciones estables (Cuba), la
ascendencia regional (Brasil), el control de monopolios internacionales
(Tríada), la articulación política continental de Estados-Nación (UNASUR) el
control de zonas geoestratégicas (Rusia)? En definitiva, el ejercicio del poder
puede tomar las expresiones más inesperadas en los momentos históricos
menos previstos. Ambas tesis relegan el poder que de hecho tienen y
ejercen los procesos de organización de las clases populares trabajadoras,
asentando como sujeto geopolítico preferente a los Estado-Nación. Igualmente,
confunden los problemas económicos de Estados Unidos y su expresión
fenomenológica (déficit fiscal y comercial, etc.) con pérdida de hegemonía y a
veces con declive del sistema capitalista, descuidando el hecho de que Estados
Unidos no es el centro del sistema por estos factores, sino por el dominio y
control (subordinación real y formal) que su metabolismo capitalista ejerce
sobre el metabolismo de los demás capitales; aquellos factores serían la
expresión fenoménica de dicha relación sustancial.
Fetichismo geopolítico mundial
Desde la -mal llamada- II Guerra Mundial, cuando se
destruyó el centro geohistórico del sistema, las grandes potencias
“aprendieron” que otra destrucción del centro capitalista era insostenible para
el mismo sistema, a menos que existiese un nuevo centro que tuviera la
capacidad de subordinar y controlar el metabolismo social mundial. En ese
sentido, a partir de dicho período se consolida en el sistema internacional la
tendencia de estabilidad relativa en el centro en base a la desestabilización
permanente en la periferia y semi-periferia. Iniciando con fuertes tensiones
entre la URSS y Estados Unidos proclives a la agresión directa, rápidamente el
llamado “mundo bipolar” se vuelca hacia conflictos en las áreas geoculturales
de influencia (prácticamente todos los conflictos se realizan al margen de los
territorios de estas dos potencias). Este proceso se afianza hacia la primera
crisis mundial del capitalismo (década de los setenta) y, progresivamente, con
la instauración hegemónica del neoliberalismo llega a ser una tendencia general
del sistema. Con ello, la periferia se convertía no sólo en el apéndice económico
para la acumulación (como ocurría desde la expansión capitalista moderno
colonial), sino también en la geografía base para la gobernabilidad global y la
estabilización del sistema en el centro. Así, la hegemonía de Estados Unidos en
el “mundo unipolar”, no hace sino consolidar una tendencia del siglo XX en el
que se perfilaba su desarrollo como potencia hegemónica del sistema
capitalista[2].
Si bien es cierto que desde su inicio el
capitalismo dominó y destruyó a las regiones geoculturales de la periferia
pre-moderna, ingresándola en el sistema como procesos civilizatorios
dependientes, es sólo con la instauración mundial del capitalismo a
finales del siglo XX (instauración definitiva de la propiedad privada y producción
mercantil en toda la geografía) en su expresión neoliberal realmente existente,
y la subordinación de la totalidad del metabolismo social mundial (control de
los procesos de reproducción de la vida), que se consolida el capitalismo como
sistema que domina la totalidad de las mediaciones de la vida de
la humanidad, controlando no sólo el proceso de trabajo y su “ejercito” de
reserva, sino también el proceso de consumo, así como la totalidad de
las dimensiones prácticas de la vida en el planeta (la producción, organización
y control de los valores de uso); uno de los últimos y más aberrantes ejemplos
es la mercantilización de los mismos genes de la vida a través de la ingeniería
genética.
El surgimiento de nuevas potencias económicas se
produjo a partir de la conjunción de, por un lado, la deslocalización de
esquemas fabriles hacia la periferia y semi-periferia, y del otro, el
establecimiento de procesos políticos autónomos dentro de diversos
Estados-Nación del Sur global. Con ello, también se le dio un re-impulso a la
misma acumulación internacional, afectada por la crisis que inicia en el
sudeste asiático en los noventa. La reciente crisis que estalla en 2008 a
partir de su detonante financiero, es vista como una crisis estructural
del sistema. Con ello se quiere significar que no se trata de una crisis más,
que afectaría la sobreproducción, sino una crisis que toca la estructura
profunda de funcionamiento del capitalismo; ¿es esto así? Precisamente, la
consolidación de nuevas potencias capitalistas, y los procesos de articulación
de todas las zonas geoculturales ya dominadas en totalidad por las condiciones
de reproducción del capital (propiedad privada, producción mercantil y división
social del trabajo) mediante amplios esquemas de sinergia económica, ponen en
cuestión que se trata de una crisis estructural. Pareciera más bien, como ha
mencionado el filósofo Franz Hinkelammert, que lo que está en crisis es la exterioridad
dominada del sistema, es decir, la vida de la humanidad y la naturaleza;
pareciera que el capitalismo, antes de acabarse como sistema, acabará primero
con las condiciones de existencia de todo el cosmos (¡por qué hasta el espacio
sideral es privatizado!).
Por su parte, las fuerzas internas: mecanismos de
producción-apropiación-realización del valor, y las fuerzas externas: la resistencia/subordinación
del trabajo vivo, que dan movimiento a todo el sistema, estarían
entrando, así, en la consolidación de una dinámica compleja cuya
expresión en la actualidad, pudiese estar apuntando a un fetichismo
geopolítico mundial radicalizado, es decir, a la emergencia de una
dinámica de poder mundial radicalmente separada (fetichizada) de las relaciones
conscientes de sus propios creadores, sobreponiéndose sobre la propia voluntad
de los mismos. La periferia geográfica pareciera seguir siendo el espacio
cuya desestabilización permite la estabilidad del sistema en el centro y su
gobernabilidad global; las grandes potencias continúan actuando como vigilantes
de los mecanismos de acumulación, los Estado-Nación como sus garantes; y los
procesos de producción (económica), organización (cultura) y control (política)
de los valores de uso en todo el mundo, están en su totalidad subordinados a la
lógica de acumulación del capital, teniendo como fin e inicio del
proceso metabólico la propia subordinación del consumo de dichos valores de uso.
Esto supone la revisión de las categorías con que pensamos la totalidad de
las relaciones del sistema-mundo actual para la compresión de sus procesos y de
los actores que en ellas intervienen con una perspectiva geohistórica que vaya
más allá de la actual coyuntura. Otro nudo que desatar.
¿Vuelve el dilema del desarrollo? Extractivismo,
Estado y organización popular
Existe un viejo y controvertido desacuerdo entre la
izquierda (como muchos otros) sobre la economía política de la transición.
Se trata de las relaciones que deben establecerse con el capital privado en la
etapa de transición, el papel del Estado, así como de la articulación de la
política y la cultura con los procesos económicos de dicho período. Para unos
es indispensable la presencia del capital privado en este período,
especialmente en forma de inversión directa, como elemento necesario que
permitiría aumentar el desarrollo de fuerzas productivas y alcanzar niveles
materiales de vida más óptimos, para avanzar, desde allí, a una transformación
más radical de los procesos de producción y apropiación de la riqueza así
producida. Para algunos, es necesario una radicalidad que elimine de lleno todo
capital privado y avance en una estatización de todos los sectores económicos
mediante su planificación centralizada, reduciendo al mínimo el funcionamiento
de la ley del valor. Otros plantean la necesidad de crear mecanismos de
organización “desde abajo” y sin relación con el Estado, que posibiliten el
establecimiento de procesos autónomos no-capitalistas bajo esquemas de
cooperación comunitarios.
La historia da muestras de la instrumentalización
de estas diversas posturas, nunca en su forma “pura”, sino plagada de
contradicciones (¡y cómo habría de ser!). La NEP instaurada por Lenin y
continuada por Stalin hasta su desvirtuación burocrática, para muchos,
significó el reconocimiento de que la ley del valor, y su personificación en
capital privado para la producción-consumo mercantil, seguía funcionando en la
etapa de transición, pero ahora bajo el control del Estado, que no la elimina,
pero la restringe y administra bajo la planificación centralizada. Ya conocemos
el desastre que significó la apertura masiva iniciada por Kruchev y la
instauración de un “socialismo de mercado” que siguió como respuesta a la
burocratización anterior. Por su parte, en Yugoslavia se instauró en los
esquemas fabriles mecanismos que buscaban un cooperativismo entre los
trabajadores mediante la planificación descentralizada y la apropiación de la
producción con autonomía del Estado; ello degeneró, más que en una
socialización de los medios de producción, en una conversión de las cooperativas
en pequeñas gestoras privadas desarticuladas entre sí. En América Latina y el
Caribe, los Estados populistas buscaron un desarrollo autónomo basado en un
“pacto” entre clases que permitiese la industrialización y modernización
económica desde un proyecto nacional propio; con sus diferencias y bemoles,
este proceso tuvo apenas resultados en Brasil, Argentina y México, pero implico
una articulación más estrecha de estos países con los centros de acumulación de
capital, con la consecuente opresión de las clases trabajadoras.
Detrás de estos ejemplos históricos se encuentra la
disyuntiva sobre la posibilidad de que los países periféricos puedan o no desarrollarse
a la manera de las economías modernas del centro. En el siglo XX, la
invención del mito del desarrollo sirvió como palanca ideológica para
“utilizar” los intereses clases dominantes (una occidentalización de las
élites) de los países del Tercer Mundo mostrándoles que había un camino
predeterminado y lineal para alcanzar los estándares de vida y consumo impuesto
por los países del centro. Esto generó una amplia discusión sobre si se podía o
no se podía salir de la dependencia mediante el desarrollo.
En la actualidad dicha discusión cobra nuevos bríos
con la instauración de los actuales gobiernos “progresistas” (aprovechemos el
término no exento de ambigüedad) que iniciaron un proceso de redistribución
social de la rentas percibidas que fue posibilitado, en un primer momento, por
el alza de los precios de las materias primas. Esto ha permitido que grandes
masas de la población accedan a mejores condiciones de vida, pero también ha
afianzado la lógica extractivista en la región. Con ello se genera una
polarización entre quienes, por un lado, buscan mantener esta redistribución
como mecanismo necesario en la actual etapa, y quienes critican esta lógica por
las consecuencias sociales, ecológicas y económicas que genera. Para unos, este
es un tránsito necesario para consolidar los procesos políticos a nivel de los
Gobiernos y su integración continental; para otros, esta lógica acentúa el
agotamiento de la naturaleza y la desigualdad social, al no trascender las
relaciones moderno-capitalistas en la región. Para aquellos, serían los Estados
en articulación con la base social organizada, la cabeza de dirección de los
procesos de transformación, constituyendo el desarrollo un camino
necesario de transitar. Para estos, son los movimientos sociales y sus procesos
de organización autónomos a los Estados el espacio principal de construcción
del horizonte poscapitalista, sin la necesidad de transitar por el desarrollo,
vista su imposibilidad en la periferia colonizada.
Estas disputas significan una confrontación de
visiones entre las concepciones del Poder, el papel del Estado en los procesos
de transformación, la relación de las organizaciones de base con dicho Estado,
y la presencia de las clases hegemónicas y los procesos privados de producción
mercantil.
Considero que estas confrontaciones se asumen desde
posturas teóricas incompletas y desde prácticas políticas fragmentadas.
Primero, se debe recordar que los gobiernos de izquierda o centro-izquierda que
han accedido electoralmente al ejercicio del poder desde el Estado, nunca
ocupan en totalidad dicho Estado. Es comprensible que la lógica de los
Estados, sumergido en el fetichismo geopolítico global, imponga y
mantenga -directa o indirectamente- relaciones de subordinación a los mismos
gobiernos que sean funcionales a la acumulación global. En este sentido, la
lucha a lo interno de las mismas instituciones es relevante por cuanto
la concentración histórica de poder que poseen los Estados-Nación es
fundamental para poder enfrentar las expresiones más agresivas del capitalismo.
Por su parte, tampoco se puede pretender ver a los “movimientos sociales” como
organizaciones monolíticas que en sí mismas ejercen un poder liberador. El
mismo metabolismo capitalista subordina también las relaciones de estos
movimientos, y no siempre sus luchas particulares avanzan más allá de los
límites impuestos por el capital, por más necesarias y loables que estas
reivindicaciones sean. Por lo demás, la alienación entre Estado (como
institucionalización moderna del poder histórico de una comunidad) y Pueblo
(entendido como el conjunto de las clases populares trabajadoras, asalariadas o
no), es impuesta y sostenida por el fetichismo del metabolismo capitalista; con
lo cual, su mantenimiento como premisa práctica, sea desde el mismo Estado o
desde las Organizaciones de Base, es, a todas luces, funcional al mismo sistema
capitalista. Igualmente, la permanencia de las condiciones de producción
mercantil, como la propiedad privada y la inversión extranjera, imposibilita la
construcción de relaciones poscapitalista, puesto que su presencia afianza la
subordinación fetichista a la lógica de acumulación y, bajo ella, no hay
decisión “autónoma” que valga. La limitación formal del sector privado por
parte del Estado no limita la acumulación capitalista y la exclusión/dominación
que le acompaña. Por ello, el proceso de construcción de un mundo poscapitalista
va más allá de las dicotomías con las que se enfrentan los diversos
sujetos políticos y la interpretación que se hacen de las coyunturas actuales,
sin ubicarlas en un proceso geohistórico que vaya más allá de las actuales
disputas.
En la última entrega de estas reflexiones espero en
base a la breve fundamentación planteada poder elaborar algunas tesis que
buscan continuar la discusión hacia espacios aún no divisados, pero en modo
alguno dar respuesta a problemas que deben ser enfrentados colectivamente.
Notas:
[1] Véase la primera parte del artículo en: La historicidad
del “ciclo progresista” actual. Sus nudos problemáticos (I) Al debate, a
parte de los artículos que menciono en la primera parte de estas reflexiones,
se han sumado: ¿Fin del ciclo o fin de la hegemonía progresista en América
Latina? de Massimo Modonesi; Latinoamérica
emergente: ¿se acaba la esperanza?, de Itzamná Ollantay; Otra vez sobre
“el fin del ciclo progresista”(con una tesis sobre el Papa Francisco)- II y
final, de Ángel Guerra y El fin del ciclo progresista: Una nueva discusión con el mismo
telón de fondo, de Manuel Azuaje Reverón.
[2] Quien ha mostrado la tesis de la historia del
siglo XX como historia de la consolidación de la hegemonía de Estados Unidos ha
sido Jorge Veraza Urtuzuástegui. Su concepto de medida geopolítica del
capital , se acerca al que expongo de fetichismo geopolítico mundial .
Véase su libro: El siglo de la hegemonía mundial de Estados Unidos, disponible
en: http://jorgeveraza.com/obras?field_archivo_display=All&page=1
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