TomDispatch
18-01-2016
Traducción
del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.
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El
aspecto de un planeta completamente bañado en petróleo
Introducción de Tom Engelhardt.
Cuando se trata de las noticias sobre Arabia Saudí,
la ejecución de Nimr al-Nimr –clérigo chiíta opositor– ha encabezado
recientemente los titulares de la prensa; poco asombro ha habido. Está claro
que el avejentado rey Salman bin Abdulaziz al-Saud y su hijo favorito –de
30 años–, Mohammed bin Salman, el nuevo ministro de Defensa que ya ha
involucrado a su país en una clásica guerra-atolladero en Yemen, han hecho todo
lo posible para que la muerte del clérigo se convierta en una provocación
regional. El nuevo liderazgo saudí incluso rechazó entregar el cuerpo del
ejecutado a sus familiares para que lo sepultaran y en cambio lo enterró junto
con los más de 40 sospechosos de ser terroristas de al-Qaeda ajusticiados al
mismo tiempo. En otras palabras, después de muerto, al-Nimr fue dejado en
incómoda compañía. Esto puede ser interpretado como un insulto que va más allá
de su sepultura. El provocativo mensaje escondido en el anuncio de su ejecución
es tan obvio que Irán, donde predomina el chiísmo, muchedumbres de seguidores
de la línea dura religiosa en ese país (con sus propias políticas de horrendas
ejecuciones) se apresuraron a incendiar la embajada Saudí en Teherán. En los
días que siguieron, mientras los saudíes rompían relaciones diplomáticas con
Irán, acabó una fracasada tregua en Yemen (rápidamente, durante el bombardeo a
ciegas de una casa fue alcanzada también la embajada iraní en Saná) y Arabia
Saudí llamó a los países vecinos de profesión sunní para que también rompieran
sus vínculos con Irán o al menos los redujeran; toda la exasperada región fue
noticia a medida que crecían los temores de una guerra.
El 10 de septiembre de 2001, ¿presagiaría alguien
que el corazón petrolero del planeta se convertiría en una década y media en
una airada mezcolanza de países fallidos, feroces luchas sectarias y étnicas,
diseminación de grupos terroristas y el primer “califato” de la historia? Si en
una reunión de entendidos y expertos usted hubiese sugerido que Arabia Saudí,
uno de los países más estables del mundo, un día podía empezar a perder
cohesión, Libia colapsaría, Siria dejaría de existir e Iraq se transformaría en
una tierra partida en tres, habría hecho reír a todos. Por eso, la reciente
intensificación de tal estado de situación, que involucra a dos países con
enormes reservas de energías fósiles es sin duda una noticia importante, aunque
no quizá la más importante de la región.
Mi propio pronóstico podría ser una historia que
pasó mayormente desapercibida en Estados Unidos. Sentada encima de una de las
reservas de crudo más grandes del planeta y obteniendo el 73 por ciento de sus
ingresos de la venta de petróleo (estos ingresos han bajado un 23 por ciento
este año), la familia real saudí acaba de aumentar un 40 por ciento el precio
de la gasolina en el surtidor. A pesar de que para los estándares
internacionales continúa siendo baratísima, este hecho –que es como cobrar por el
agua salada en medio del océano – es un indicador de que está pasando
algo sorprendente. Tenga en cuenta que los gobernantes de esa monarquía están
pensando en recortar en los próximos años otros subsidios similares:
“electricidad, agua, gasóleo y kerosene”. Para decirlo de otro modo, el mayor
productor de petróleo, un país de una riqueza asombrosa (y reservas de divisas
extranjeras,) ya no se siente cómodo regalando la gasolina a su población, a
pesar incluso de que esto forma parte de un arreglo al que se llegó hace muchos
años para asegurar la paz en el reino.
El porqué de esto poco tiene que ver con Irán, Siria,
Yemen, Iraq o el Estado Islámico. El problema es más fundamental, tal como nos
lo explica Michael T. Klare, experto en energía e integrante regular de TomDispatch. El problema es el
precio del crudo, que en los últimos 18 meses ha caído en picado. En cierto
sentido, el negocio del petróleo –con su constelación de gigantescas empresas
de la energía, hasta hace poco tiempo entre las más rentables de la historia, y
sus países productores, que hasta muy recientemente marchaban muy bien– puede
acabar siendo, en relación con los recursos naturales, el equivalente a un
estado fallido; como Klare lo expone palmariamente, la cambiante economía del
petróleo transformará el rostro político de nuestro planeta. Por lo tanto, no
quite el ojo de Arabia Saudí. Ciertamente, las cosas podrían ponerse muy feas
allí.
* * *
Agitación política en un tiempo de bajos precios de
la energía
Mientras acababa 2015, muchas empresas de la
energía en el mundo estaban rezando para que el precio de crudo rebotara en el
fondo del abismo, restaurando así la normalidad de los últimos 50 años: un
mundo centrado en el petróleo. Sin embargo, todo indica que en 2016 continuará
la depreciación del “oro negro”; de hecho, esta tendencia podría mantenerse en
la segunda década del siglo y aún más allá. Dada la centralidad del petróleo (y
de los beneficios económicos que el crudo produce) en la ecuación de poder
mundial, esta situación se traducirá en una profunda reorganización del orden
político, una reorganización en la que países productores de petróleo –desde
Arabia Saudí hasta Rusia– perderán importancia y peso geopolítico.
Pongamos las cosas en perspectiva: no hace tanto
tiempo –en junio de 2014, para ser más exactos– el petróleo Brent, referencia
mundial para el crudo, se vendía a 115 dólares el barril. En ese entonces, los
analistas del ramo de la energía supusieron que en el largo plazo el precio se
mantendría bien por encima de los 100 dólares y que podía subir poco a poco a
niveles todavía más impensables. Estos presagios animaron a las empresas
petroleras más grandes para invertir miles de millones de dólares en lo que dio
en llamarse reservas “no convencionales”: el petróleo en el Ártico, las arenas
bituminosas de Canadá, las reservas marinas a gran profundidad y el petróleo en
formaciones de roca de esquisto (shale). En ese momento, parecía obvio que
cualesquiera que fuesen los problemas técnicos y los costos de extracción, más
temprano que tarde esas reservas de crudo proporcionarían excelentes
beneficios. Importaba poco que el costo de explotación de esas reservas pudiera
llegar a los 50 dólares por barril, o más.
Sin embargo, ahora el crudo Brent se está vendiendo
a 33 dólares el barril, es decir, a la tercera parte del precio que tenía hace
18 meses, el umbral de rentabilidad de cualquier emprendimiento con “petróleo
difícil”. Incluso peor, en un escenario facilitado recientemente por la Agencia
Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés), los precios
podrían no alcanzar el nivel 50 a 60 dólares hasta los años veinte de este
siglo ni regresar a los 85 dólares el barril hasta 2040. En el mundo de la
energía, esto es equivalente a un monstruoso terremoto –un preciomoto–
que no solo condena muchos proyectos de “petróleo difícil” que ya están en
marcha sino también algunos otros de empresas (y gobiernos) que se han
arriesgado más allá de sus posibilidades.
La evolución actual del precio del crudo tiene
implicaciones obvias para las mayores empresas del sector y todos los negocios
secundarios –fabricación y provisión de equipo, operadores de torres de
perforación, transporte marítimo, empresas de catering, etcétera– que dependen
de ellas para su existencia. También amenaza con un profundo giro en las
vicisitudes geopolíticas de los principales países productores de energía. Como
resultado de ello, muchos de ellos, entre ellos Nigeria, Arabia Saudí, Rusia y
Venezuela ya están viviendo problemas económicos y políticos (por ejemplo, las
sacudidas por las que está pasando Nigeria por la caída del precio del petróleo
son una ayuda para el grupo terrorista Boko Haram).
Una tormenta perfecta
Generalmente, el precio del petróleo se va para
arriba cuando la economía mundial es robusta, la demanda aumenta, los
abastecedores bombean crudo al más alto nivel y la capacidad de almacenar
excedentes es escasa. Por el contrario, tienden a bajar –como ahora– cuando la
economía mundial se estanca o decae, la demanda de energía se debilita, los
abastecedores clave no son capaces de frenar la producción en consonancia con
la caída de la demanda, los excedentes de crudo se acumulan y el abastecimiento
futuro parece garantizado.
En los alegres años del boom del ladrillo, los
primeros de este siglo XXI, la economía mundial era próspera, la demanda
aumentaba sin cesar y muchos analistas presagiaron un inminente “pico” en la
producción mundial [de petróleo] al que seguiría una significativa escasez.
Lógicamente, el precio del Brent se puso por las nubes; en julio de 2008 llegó
al record de 143 dólares por barril. Con la quiebra de Lehman Brothers, el 15
de septiembre del mismo año y el consiguiente derrumbe de la economía global,
la demanda del petróleo se evaporó y ese diciembre el precio bajó hasta los 34
dólares.
Con fábricas cerradas y millones de trabajadores en
el paro, la mayor parte de los analistas asumieron que los precios
permanecerían bajos durante cierto tiempo en el futuro. Por lo tanto, imagine
el lector la sorpresa del mundo del petrolero cuando, en octubre de 2009, el
crudo Brent subió hasta los 77 dólares el barril. Apenas dos años más tarde –febrero
de 2011–, otra vez superó el listón de los 100 dólares, donde prácticamente se
mantuvo hasta junio de 2014.
Eran varios los factores que explicaban esta
recuperación del precio del crudo, ninguno más importante que lo que pasó en
China, donde las autoridades decidieron estimular la economía y para ello
invirtieron con fuerza en infraestructura, sobre todo carreteras, puentes y
autopistas. Añádase la incitación a la posesión personal del coche en la clase
media urbana del país; el resultado fue un vigoroso aumento de la demanda de
combustibles. Según el gigante del petróleo BP, entre 2008 y 2013, el consumo
de petróleo en China dio un salto del 35 por ciento, de ocho millones de
barriles por día a los 10,8 millones. Y China no hizo más que mostrar el camino:
rápidamente, países en desarrollo como Brasil e India le siguieron justamente
en un momento en el que la extracción en muchos yacimientos de petróleo
convencional en el mundo había empezado a decaer. De ahí la carrera hacia las
reservas “no convencionales”.
Este era más o menos el panorama a comienzos de
2014 cuando de pronto el péndulo del precio del crudo empezó a oscilar en la
dirección contraria, cuando la producción en los yacimientos no convencionales
de Estados Unidos y Canadá empezaba a hacer sentir su presencia por todo lo
alto. Súbitamente, la producción de crudo en EEUU, que había caído de los 7,5
millones de barriles por día en enero de 1990 a apenas 5,5 millones en enero de
2010, empezó a aumentar hasta llegar a unos sorprendentes 9,6 millones en julio
de 2015. Casi todo el petróleo extra había sido extraído en las formaciones
“shale” de North Dakota y Texas. Canadá experimentó un salto similar en la
producción, debido a que la fuerte inversión en la explotación de la arena
bituminosa empezó a surtir efecto. Según BP la producción canadiense de
petróleo trepó desde los 3,2 millones de barriles por día en 2008 hasta los 4,3
millones en 2014. No olvidemos que la producción también se elevó en, entre
otros lugares, en las explotaciones profundas en el océano Atlántico, tanto en
Brasil como en el oeste de África, que justamente entonces entraban en liza. En
ese mismísimo momento, sorprendiendo a muchos, un Iraq destrozados por la
guerra consiguió levantar su producción en cerca de un millón de barriles
diarios.
La suma de todo esto fueron unos guarismos
asombrosos, pero la demanda ya se había quedado atrás. En buena medida, el
paquete de estímulos de China estaba agotado y la demanda de bienes
manufacturados chinos se estaba ralentizando, debido al débil o inexistente
crecimiento económico en Estados Unidos, Europa y Japón. De una impresionante
tasa de crecimiento anual del 10 por ciento en los 30 años anteriores, China
pasó a una tasa anual de un dígito. Pese a que se espera que la demanda de petróleo
de este país se mantenga en aumento, ya no será nada parecido al ritmo de los
últimos años.
Al mismo tiempo, el incremento de la eficiencia en
el uso de los combustibles en Estados Unidos –el principal consumidor del
mundo–, empezó a notarse en el panorama global de la energía. En lo más álgido
de la crisis económica de este país, cuando la administración Obama rescató a
General Motors y Chrysler, el presidente forzó un acuerdo con las principales
automotrices para establecer un conjunto de normas de eficiencia que ha
reducido notablemente la demanda de petróleo en EEUU. En el marco de un plan
anunciado por la Casa Blanca en 2012, la eficiencia media en el uso de
combustibles de los coches y vehículos ligeros fabricados en Estados Unidos
llegará en 2025 a 4,34 litros por cada 100 kilómetros recorridos [54,5 millas
por galón], lo que redundará en una reducción de la expectativa de consumo de
petróleo del orden de los 12.000 millones de barriles de aquí a entonces.
A mediados de 2014 estos factores, y otros, han
confluido para producir una “tormenta perfecta” en la contención del precio
[del crudo]. En ese momento, muchos analistas creían que, como había pasado
antes, los saudíes y sus aliados de la Organización de Países Exportadores de
Petróleo (OPEP) responderían disminuyendo la producción para sostener los
precios. Sin embargo, el 27 de noviembre de 2014 –Día de Acción de Gracias, en
EEUU– la OPEP frustró esas expectativas, aprobando el mantenimiento de los
cupos de producción de los países de la organización. Un día después, el precio
del crudo cayó otros cuatro dólares; el resto es historia.
Una perspectiva deprimente
A principios de 2015, muchos ejecutivos de las
empresas petroleras tenían la esperanza de que esos datos cambiaran pronto y
que los precios volverían a subir. Pero acontecimientos recientes han
derrumbado esas expectativas.
Además de la continuación de la desaceleración
económica de China y el repentino aumento de la extracción en América del
Norte, el factor más significativo del poco prometedor panorama del petróleo
–que ahora se extiende sombríamente a todo el 2016 y más allá– es la categórica
resistencia saudí a cualquier propuesta de reducir su producción o la de la
OPEP. El pasado 4 de diciembre, por ejemplo, los integrantes de la OPEP votaron
una vez más a favor de mantener los cupos de producción en el nivel actual y,
al mismo tiempo, bajar el precio del crudo en otro 5 por ciento. Como si esto
no fuera suficiente, en estos momentos Arabia Saudí ha aumentado su producción.
Se han dado varias razones para explicar la
resistencia de los saudíes a la reducción de la producción de crudo, entre
ellas el deseo de castigar a Irán y Rusia por su apoyo al régimen de al Assad
en Siria. Según el punto de vista de unos cuantos analistas de la industria del
petróleo, los saudíes se ven a sí mismos mejor posicionados que sus rivales
para aguantar un precio bajo en el largo plazo debido a su menor costo de
producción y a la protección dada por las enormes reservas de la OPEP. Aunque
la explicación más probable, que ya fue adelantada por los propios saudíes, es
que están tratando de mantener un contexto de precios en el que los productores
estadounidenses y otros operadores de crudo no convencional sean expulsados del
mercado. “No hay dudas sobre esto; la caída de los precios de los últimos meses
ha hecho que los inversores dejen de pensar en los combustibles de alto costo
de extracción, entre ellos el petróleo no convencional de Estados Unidos, el de
aguas profundas y los crudos pesados”, le dijo un funcionario saudí a Financial
Times la última primavera.
A pesar de los esfuerzos de los saudíes, la mayor
parte de los principales productores estadounidenses, se han adaptado a un
entorno de precios bajos, reduciendo costos de explotación y abandonando las
operaciones no redituables, aunque también muchas empresas más pequeñas se han
declarado en quiebra. Como resultado de todo esto, la producción estadounidense
de crudo, unos 9,2 millones de barriles por día, es ligeramente mayor que la de
hace un año.
En otras palabras, aun a 33 dólares el barril, la
producción continúa superando a la demanda global y parece muy poco probable
que los precios aumenten en un futuro cercano. Especialmente desde que, entre
otras cosas, tanto Iraq como Irán continúan incrementando su producción. Con el
Estado Islámico perdiendo terreno poco a poco en Iraq y la mayor parte de los
yacimientos petrolíferos más importantes todavía en manos del gobierno de
Bagdad, se espera que la producción del país continúe su espectacular
crecimiento. De hecho, algunos analistas pronostican que la producción iraquí
podría triplicarse en los próximos 10 años desde los actuales tres millones de
barriles por día hasta los nueve millones.
Durante años la producción iraní de petróleo ha
estado maniatada por las sanciones impuestas por Washington y la Unión Europea,
que le impedían tanto exportar crudo como importar del mundo occidental la más
avanzada tecnología de perforación. Ahora, gracias al acuerdo nuclear con
Washington, esas sanciones se están levantando. Según la Administración de
información sobre la Energía de Estados Unidos (USEIA, por sus siglas en
inglés), la producción iraní podría alcanzar los 600.000 barriles diarios en
2016 y aún más en los años siguientes.
Solo tres acontecimientos posibles podrían alterar
el actual contexto de precios para el petróleo: una guerra en Oriente Medio que
eliminara a uno o más de los principales abastecedores de combustibles; que
Arabia Saudí decidiera reducir su producción para aumentar los precios; que se
produjera un repentino aumento de la demanda mundial.
La perspectiva de otra guerra entre, digamos, Irán
y Arabia Saudí –dos potencias que se odian en este mismo momento– nunca se
puede descartar; aunque no se cree que ninguno de ellos tenga la capacidad ni
el deseo de arriesgarse a acometer semejante empresa. Dada la caída en picado
de los ingresos del gobierno de Teherán, que los saudíes decidan reducir la
producción para incrementar los precios es algo más probable antes que después;
sin embargo, los saudíes han expresado más de una vez su determinación respecto
de no dar un paso en ese sentido, ya que eso beneficiaría a los mismos
productores que ellos quieren eliminar, es decir, quienes explotan el crudo no
convencional en Estados Unidos.
La eventualidad de un súbito aumento de la demanda
parece ciertamente improbable. No solo que la actividad económica continúa
ralentizándose en China y en muchas otras partes del planeta; además hay un
inconveniente que debería preocupar a los saudíes al menos tanto como todo ese
crudo no convencional que se está extrayendo en América del Norte: el petróleo
está empezando a perder parte de su atractivo.
Mientras los nuevos ricos de China e India
continúan comprando coches movidos por derivados del petróleo –si bien es
cierto no al ritmo vertiginoso que se predijo alguna vez– un cada vez mayor
número de consumidores de los países industriales tradicionales está mostrando
su preferencia por los coches híbridos o eléctricos, y por los medios de
transporte alternativos. Por otra parte, a medida que crece en todo el mundo la
preocupación por el cambio climático, cada vez más jóvenes urbanitas están
optando por una vida sin coches y se mueven en bicicleta o con el transporte
público. Además, el empleo de energías renovables –solar, eólica e hidráulica–
está en aumento y lo hará aún más rápidamente en este siglo.
Estas tendencias han propiciado que algunos
analistas presagien que la demanda global de petróleo pronto llegará a un pico
al que le seguirá un periodo de descenso del consumo. Amy Miers Jaffe, director
del programa de energía y sustentabilidad de la Universidad de California, en
Davis, ha sugerido que la combinación del crecimiento de la urbanización y el
avance tecnológico en materia de renovables reducirá espectacularmente la
demanda futura de crudo. “Cada vez más, las ciudades de todo el mundo están
tratando de conseguir el sistema más inteligente de transporte público y al
mismo tiempo penalizar y restringir el uso del coche particular. Las nuevas
generaciones de Occidente ya han optado por la urbanización, la eliminación del
viaje de cada día y el interés por la propiedad del coche personal”, escribió
ella el año pasado en el Wall Street Journal.
Cambio de la ecuación mundial del poder
Muchos países cuya obtención de fondos depende en
buena parte de la exportación de petróleo y gas natural y han conseguido una
gran influencia como exportadores de petróleo ya estás experimentando una significativa
erosión en su importancia relativa. Sus gobernantes, reforzados en otros
tiempos por los altos ingresos proporcionados por el petróleo –lo que
significaba dinero para gastar y comprar popularidad–, ahora están cayendo en
desgracia.
Es el caso de Nigeria, por ejemplo, donde el 75 por
ciento de sus ingresos provienen de la exportación de crudo; de Rusia, el 50
por ciento; y de Venezuela, el 40 por ciento. Con el petróleo a un tercio del
precio que tenía hace 18 meses, los ingresos del Tesoro en los tres países se
han desplomado y, con ello, la posibilidad de acometer iniciativas ambiciosas.
En Nigeria, la disminución del gasto del Estado más
la rampante corrupción han desprestigiado al gobierno del presidente Goodluck
Jonathan y dado lugar a la feroz insurgencia de Boko Haram, haciendo que el
electorado nigeriano lo abandonara en las últimas elecciones e instalara en su
lugar a un ex jefe militar, Muhammadu Buhari. Desde que asumió su cargo, Buhari
ha prometido acabar con la corrupción, aplastar a Boko Haram y –en un claro
signo de los tiempos– diversificar la economía para reducir la dependencia del
petróleo.
Venezuela ha pasado por un shock político similar
como consecuencia de la caída del precio del crudo. Cuando los precios eran
altos, el presidente Hugo Chávez utilizó dinero proveniente de Petróleos de
Venezuela S.A., la petrolera estatal, para construir viviendas y distribuir
otros beneficios entre los pobres y los trabajadores venezolanos, consiguiendo
así un gran apoyo popular para su Partido Socialista Unido de Venezuela.
También buscó el apoyo regional ofreciendo combustibles subsidiados a países
amigos como Cuba, Nicaragua y Bolivia. Después de la muerte de Chávez, en marzo
de 2013, su elegido sucesor, Nicolás Maduro, trató de prolongar esta política,
pero el petróleo no colaboró y, lógicamente, el apoyo público para él mismo y
el PSUV empezó a flaquear. El pasado 6 de diciembre, la oposición de
centro-derecha consiguió una victoria electoral y la mayoría de los escaños de
la Asamblea Nacional; ahora intenta desmantelar la “Revolución Bolivariana” de
Chávez, aunque los seguidores de Maduro han prometido una firme resistencia a
cualquier acción en ese sentido.
La situación de Rusia sigue siendo algo más fluida.
El presidente Vladimir Putin continúa gozando de un amplio apoyo y popularidad
y, desde Ucrania a Siria, ha estado moviéndose con ambición en el frente
internacional. Aun así, la caída del precio del petróleo y las sanciones
económicas impuestas por la UE y EEUU han empezado a avivar algunas expresiones
de descontento, entre ellas una manifestación de camioneros de larga distancia
por el aumento del peaje en las autopistas. Se espera que la economía rusa
sufra una importante contracción en 2016, y que esto afecte a la calidad de
vida de la clase media rusa y dispare un aumento de las manifestaciones contra
el gobierno. De hecho, algunos analistas creen que Putin se ha arriesgado a
intervenir en el enfrentamiento sirio en parte para desviar la atención del
deterioro de la economía nacional. También puede haberlo hecho para crear una
situación en la que la ayuda rusa para llegar a una solución negociada de la
cada día más enconada e internacionalizada guerra civil siria pueda ser
intercambiada por el levantamiento de las sanciones a Ucrania. De ser así, es
una jugada muy peligrosa; nadie –menos aún Putin– puede tener una certidumbre
sobre el resultado.
Arabia Saudí, el mayor exportador mundial de
petróleo, también ha sido sacudida, pero parece estar –de momento, al menos–
algo mejor posicionada para aguantar el impacto. Cuando el precio del petróleo
estaba alto, los saudíes mantuvieron escondidas sus reservas, estimadas en 7,5
billones de dólares. Ahora, cuando el precio ha caído, han echado mano a esas
reservas para costear generosos gastos sociales destinados a conjurar el
malestar en el reino y para financiar su ambiciosa intervención en la guerra
civil en Yemen, que ya está empezando a parecerse al Vietnam de Arabia Saudí.
Sin embargo, durante el año pasado esas reservas han disminuido en unos 90.000
millones de dólares y el gobierno ya está anunciando recortes en el gasto
público, lo que ha hecho que algunos observadores se pregunten durante cuanto
tiempo podrá la familia real contener el creciente descontento popular en el
país. Incluso si los saudíes fuesen a dar marcha atrás y limitar la producción
de petróleo del reino para que vuelvan a subir los precios, es poco probable
que esa producción fuese a aumentar lo suficiente como para sufragar las
actuales y generosas prioridades de gastos.
Otros importantes países productores de crudo
también se enfrentan con la perspectiva de agitación política, entre ellos
Argelia y Angola. Los líderes de ambos países han conseguido el acostumbrado y
engañoso nivel de estabilidad de los países de producción de combustibles
mediante la típica largueza gubernamental. Esta situación se está agotando; eso
significa que ambos países pueden verse ante importantes retos internos.
Es necesario tener en cuenta que sin duda los
remezones producidos por el seísmo de los precios del petróleo todavía no han
alcanzado toda su magnitud. Por supuesto, algún día los precios volverán a
subir. Considerando la forma en que los inversores están cancelando en todo el
mundo proyectos en el rubro de la energía, eso es inevitable. Aun así, en un
planeta que está en camino de una revolución verde en relación con la energía
no hay ninguna seguridad de que alguna vez se recuperen los niveles superiores
a los 100 dólares que en otros tiempos se daban por sentado. Pase lo que pase
con el petróleo y los países que lo producen, el orden político del planeta
–que una vez descansaba sobre un precio elevado del crudo– está condenado.
Mientras esto puede significar penurias para algunos, especialmente los
ciudadanos de los países dependientes de la exportación de petróleo como Rusia
y Venezuela, es posible que ayude a allanar el camino de la transición a un
mundo movido por las energías renovables.
Michael T. Klare , integrante regular de TomDispatch , es profesor de estudios sobre paz
y seguridad mundial en el Instituto Hampshire y autor del muy reciente libro
The Race for What’s Left . Una versión
documental en vídeo de este libro, Blood and Oil, está disponible en
la Fundación Media Education.
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