06-01-2016
El 2016
asoma para los peruanos como un año extremadamente complejo y difícil.
Elementos, sobran para indicarlo así.
La crisis económica internacional ha golpeado
fuertemente la economía del país, de modo que cuando se preveía un crecimiento
anual de un 4%, dos puntos que en el periodo anterior; los indicadores formales
nos situaron en un 2.6, uno de los más bajos de la región y el peor de los
últimos diez años.
La caída de los precios de los productos de
exportación en el mercado mundial, afectará severamente los ingresos y
debilitará de modo marcado nuestra economía.
El fenómeno del Niño, que se había virtualmente
esfumado desde fines del silgo pasado, se colocó otra vez en el escenario
nacional y amenaza con lluvias, temporales, vientos huracanados y desmedido
calor en los próximos meses, en los que se espera un alza de no menos de tres
grados en la temperatura ambiente y un peligroso incremento de la radiación
solar..
La producción agrícola se verá severamente afectada
por este fenómeno, que golpeará las tres regiones naturales. La sequía asolará
los campos y destruirá las cosechas, y el hambre azotará las regiones más
deprimidas, particularmente en los contrafuertes andinos.
Estos son fenómenos derivados de una estructura
social o de los desniveles de la naturaleza. Hay otros, sin embargo, que están
vinculados a la voluntad humana. A ellos, nos referiremos también. Y es que,
para alterar el temple de los peruanos, en los primeros meses del año que se
inicia, tendrán lugar las elecciones presidenciales y parlamentarias,
que ocurrirán en un momento decisivo para la vida del país.
Hasta el 10 de enero podrán inscribirse las
“planchas” presidenciales, que ya llegan a 20. Y el 10 de febrero, deberán
registrarse las listas parlamentarias. 2,600 candidatos asomarán postulando a
un total de 130 curules. Los nuevos “Padres de la Patria” asumirán sus
funciones el 28 de julio del 2016 cuando en el Congreso de la República se
instale también el nuevo Jefe del Estado.
Tiempo hay, entonces, para analizar la evolución,
el desarrollo y aún el fin de una contienda que se iniciará el 10 de abril,
pero que culminará –según todos los pronósticos- en una segunda ronda
eleccionaria prevista para el 5 de junio. No vale la pena, ahora, decir más de
lo que ya se ha esbozado en torno al tema.
Debe subrayarse, sin embargo, que estos comicios
serán decisivos. Habrá de definirse en ellos, el rumbo del Perú en los próximos
cinco años: o seguimos tentando tercamente un camino popular y democrático; o
caemos una vez más en manos de las mafias asesinas que se auparon en la
conducción del Estado en las últimas décadas, y pretenden aún construir una paz
de cementerios.
En verdad, en el Perú están enfrentados dos
modelos: el que busca obsesivamente un pueblo empeñado en una lucha liberadora,
y el que aspira a perpetuar el “modelo” neoliberal que fuera impuesto por la
dictadura neo nazi de Alberto Fujimori, aplicado servilmente por
administraciones que hoy buscan retomar las riendas del Poder a cualquier
precio.
Pero la lucha viene, en realidad, desde hace mucho
más tiempo. Recientemente un libro de Charles Walker, referido a la Rebelión
de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru ocurrida en 1780, ahonda en la
experiencia que estudiara a cabalidad el peruano Carlos Daniel Valcárcel.
Aunque el norteamericano desliza una cierta aversión a los rebeldes de aquella
época, no puede sino poner en evidencia que esa guerra fue la expresión de un
conflicto entre dos mundos: el de los vencedores y el de los vencidos. El
símbolo de esa contienda se graficó en las palabras del Caudillo indio
enfrentando a su verdugo: el corregidor José Antonio de Areche: “Tu y yo
somos los únicos causantes de la sangre que se está derramando en esta
contienda. Tu, por haber oprimido al reino con contribuciones excesivas y
nuevos impuestos; y yo por liberarlo…”
La derrota de Túpac Amaru y, sobre todo, su vil
ejecución, que luego se reprodujo en otros casos, como Pedro Vilca Apaza, Túpac
Katari y Diego Cristóbal Túpac Amaru, entre otros muchos; marcó un hito en la
historia que está viva, y trazó una línea imborrable, que separó a los
habitantes de nuestro continente entre opresores y oprimidos.
A partir de entonces quedaron perfilados derroteros
distintos, virtualmente irreconciliables, que se expresan hoy en nuevas
condiciones. Los colonialistas de ayer que defendían los predios del rey don
Carlos III, representan ahora los intereses de una clase envilecida y opresora
que le rinde pleitesía al dominio imperial norteamericano; en tanto que los
oprimidos de antes, asoman como los pueblos que en cada rincón de América
enarbolan banderas de justicia y dignidad.
Esa batalla, que está planteada en nuestro
continente, tiene expresiones en cada recodo del camino, sea éste pacífico o
armado, electoral o revolucionario. Aunque varíe en su forma, no cambia en su
esencia, y refleja el enfrentamiento secular entre los opresores, y los
oprimidos.
Por eso es que no hay que perder de vista nunca el
escenario de nuestro tiempo ni dejar de mirar las fuerzas que en él actúan y se
mueven. Ni es una lucha entre caudillos o partidos, el que tenemos los peruanos
planteados ante los ojos. Es una confrontación de clases en la que la
contradicción mayor se plantea entre los pueblos y el Imperio
Por eso América Latina enfrenta en la coyuntura
actual la ofensiva yanqui que acosa al proceso emancipador bolivariano en la
patria de Francisco de Miranda, y que asestó un duro golpe al pueblo argentino
el pasado 22 de noviembre. El “Gran Poder” de los monopolios, tiene en su mira
a Dilma Rouseff porque aspira a dar al traste con la experiencia brasileña,
pero también a los otros escenarios de nuestro continente.
Así, ataca a Evo Morales para debilitar la
posibilidad de una nueva gestión gubernativa; A Rafael Correa, el Presidente de
Ecuador, a la paz que se abre paso en Colombia, al proceso electoral peruano y
a los comicios nacionales que tendrán lugar en la Nicaragua Sandinista en
noviembre del 2016. Dispara fuego graneado contra todos ellos haciendo uso de
una batería que luce imbatible: “la prensa grande”
Fidel Castro dijo en alguna ocasión que no
importaba mucho lo que dijera la “prensa grande”. Lo importante era lo que
pudiéramos decir nosotros. Y el hecho que nuestra palabra corresponda a la
verdad y a la justicia. Eso, es cierto.
Al vigor de nuestra palabra hay que sumar la
acción. Es decir, el trabajo concreto, político, orientado a ganar la
conciencia de los pueblos. Sólo así, será posible hacer frente al reto que se
nos viene: el difícil año que se inicia.
Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección
de Nuestra Bandera /
http://nuestrabandera.lamula.pe
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