Por: Pilar
Quijada
Ni su
programa político, ni su trayectoria. Que nos parezca más o menos competente
depende de su rostro y los sentimientos que nos trasmita. Y las urnas lo
reflejan…
Así, no va, pensarán de inmediato
algunos. Pero la cosa parece creíble, porque lo publicó en 2005 la prestigiosa
revista “Science”. “En tiempos de elecciones, las
encuestas que solemos escuchar en la radio o leer en la prensa dibujan un
potencial panorama sobre quiénes serán nuestros gobernantes y sobre quienes
no lo serán. También los candidatos y los asesores de campaña recogen esa
información para acomodar discursos a los intereses de las mayorías. Pero
¿cómo surgen esos intereses?, ¿qué es lo que hace que una persona elija a
un candidato y no a otro?, ¿qué pueden aportar las neurociencias a este
aspecto crucial de los procesos sociales?
Son preguntas que se hace el
neurólogo argentino Facundo Manes en su libro “Usar el
cerebro”, editado por Paidós, precisamente analizando ese artículo de
“Science”.
Por lo visto, “inferir que algún
candidato es competente a partir de la apariencia facial puede predecir el
resultado de las elecciones”. Palabra de Science, que es casi tanto como
decir “de honor”. Lo avala una investigación de la Universidad de Princeton que
llevó a cabo el psicólogo Alexander
Todorov.
Juicio rápido e
inconsciente
A los participantes en el estudio les
iban enseñando caras de candidatos a senador o a gobernador que no conocían.
Veían dos fotos cada vez y tenían que decir cuál de ellas les parecía más
competente, sin recurrir a otro criterio que a su intuición, puesto que los
rostros eran desconocidos para ellos. Al parecer, esa intuición que
lleva a ver la competencia en el rostro, es buena en casi 3 de cada 4
corazonadas, pues acertaron a predecir a los ganadores en el 70% de
los casos.
La investigación, resalta Facundo
Manes con razón, da pie a pensar que el voto, que se asume que es – o al menos
debería serlo, por sus implicaciones- el producto de una deliberación
racional, en realidad se basa en un juicio rápido e inconsciente. Y es que,
según otra investigación publicada esta vez en “Frontiers In Human
Neuroscience”, el cerebro es capaz de detectar en un abrir y cerrar de
ojos (170 milisegundos) si un rostro nos es afín y de asignarle una
valoración positiva o negativa mucho antes de que seamos conscientes de ello.
La importancia de los
sentimientos
Y es que, según un estudio de la
Universidad de Emory, hay tres elementos que influyen en gran
medida en el voto. Y los tres son poco “racionales”, todo hay que
decirlo: los “sentimientos” hacia los candidatos, hacia el partido y hacia las
ideas que representan.
Claro que para el
neurocientífico Antonio
Damasio, galardonado con el Premio Príncipe de Asturias, esta es una forma
rápida pero fiable de tomar una decisión. Es más, sin sentimientos
(corazonadas), la toma de decisiones no llegaría a buen puerto, como pudo
comprobar en personas con alguna lesión cerebral que impedía la comunicación
entre la corteza prefrontal, la zona más evolucionada del cerebro, y otras
zonas más profundas y antiguas, evolutivamente hablando, como la amígdala,
importante en el procesamiento de emociones. A partir de ahí lanzó su hipótesis
del “marcador somático”, que sostiene que los procesos
emocionales guían e influyen en la conducta, y especialmente en los
procesos de toma de decisiones.
El precio de olvidarlo
La cosa no es banal. Olvidar todos
estos descubrimientos científicos puede costar las elecciones a los
políticos. Al parecer, según explica Manes, basándose en el estudio de
Emory, los demócratas han gobernado menos que los republicanos en
Estados Unidos precisamente porque creían que la gente vota fundamentalmente de
manera racional, fruto de una larga y argumentada decisión.
En definitiva, que pasaron por
alto las investigaciones científicas que indican todo lo contrario:
que la emoción es un aspecto clave y central de la toma de decisiones. Para
que luego digan algunos políticos, o no lo digan pero lo
piensen, que investigar es algo que puede relegarse y recortarse.
En el pecado llevan la penitencia, que solía decirse…
Fuente: ABC.es
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