21-01-2016
“Estados Unidos no tiene
amistades permanentes: tiene objetivos e intereses permanentes.” John Quincy
Adams.
Para los Estados Unidos la guerra es una simple
herramienta más, donde no importa que haya millones de muertos, hambre, guerras
fratricidas y eternas, conflictos religiosos o atentados terroristas. Todo es
válido para conservar e incrementar las grandes fortunas del planeta, pero
principalmente las de su país. No olvidemos que el gran Océano Pacífico pasó a
sus dominios una vez que realizaron el lanzamiento de las bombas atómicas en
Hiroshima y Nagasaki [1].
Herramienta que se potencializa más todavía después
de la dos Guerras Mundiales, ya que le permitieron a los Estados Unidos
organizar una gran zona económica y aproximarse a su sueño de una economía
capitalista a escala planetaria. Los administradores de las grandes empresas
reunidos en Washington para tomar a su cargo la gestión de la economía de
guerra aprendieron que la producción en masa de armamentos, sostenida por el
Estado podía resolver al menos provisionalmente la crisis de las instituciones
capitalistas. El conflicto ayudó al rápido crecimiento de la economía de
Estados Unidos gracias a los pedidos bélicos de los aliados. El producto
nacional bruto creció de 39.000 millones de dólares en 1913 a 77,100 millones
en 1918. El comercio exterior aumentó a ritmo acelerado. El sensible superávit
de la exportación sobre la importación condujo al aumento de las reservas de
oro de los EE.UU. desde 1.526 millones de dólares en 1914 hasta 2,873 millones
en 1918. […] La guerra posibilitó el fabuloso enriquecimiento de la oligarquía
financiera norteamericana. [2]
Recayendo el papel dirigente de la nueva relación
emergente en manos del sector gubernamental oficial y el presidente Roosevelt
profundamente popular y carismático. Éste estímulo la producción industrial y
el fomento de la investigación, cuidándose de no dañar los intereses del
capitalismo de los monopolios. Por el contrario debía favorecerlos siempre que
fuera posible. Debido a que en los años formativos del complejo
militar-industrial, el público aún desconfiaba profundamente de firmas
industriales de propiedad privada por la contribución que estás tuvieron para
la Gran Depresión. Roosevelt patrocinó las relaciones público-privadas
obteniendo su legitimidad del propósito de rearmar al país, así como a las
naciones aliadas en todo el mundo, contra las fuerzas crecientes del fascismo.
El sector privado estaba ansioso de seguir esa línea, en gran parte como una
manera de recuperar la confianza del público y de disfrazar sus beneficios en
tiempos de guerra.
Acordes con este esquema, gracias a la ayuda de
EE.UU., hubo un fuerte crecimiento de la economía militar en un amplio sector
de países como no se había dado hasta entonces, particularmente en aquellos
países capitalistas como Inglaterra, Japón e Israel donde ya los círculos
dirigentes de esa naciones estaban acostumbrados al uso de las armas para
fortalecer su dominación clasista, luchar contra movimientos revolucionarios,
conservar sus colonias y anexionarse nuevos territorios. Inglaterra ocupó el
segundo lugar en gastos militares dentro de su economía, y emplazamientos
militares fuera de su país, gracias a la alianza de este imperialismo con el
norteamericano. Japón por su parte, tuvo una escalada militar de 421 millones
de dólares en 1960 a 1.864 millones en 1971, año mismo en el que el XXV
Congreso liberal democrático de ese país aprobó una resolución donde se
disponía llevar a cabo una resolución para recuperar los territorios del norte.
Finalmente Israel, durante los años señalados, terminó por convertirse en uno
de los Estados más militarizados del mundo. Y después de haber ocupado extensos
territorios árabes, Tel-Aviv se negó a cumplir las condiciones indispensables
para la solución política de la Crisis generada en Oriente Medio por estos
actos: sacar sus tropas de las tierras ocupadas. [3]
Algunos de los beneficios de la industria bélica se
pueden observar tan solo en la producción de pertrechos de un mismo tipo,
puesto que en ello se ocupan unas cuantas empresas y en ocasiones una sola
compañía grande, donde los precios de producción se caracterizan por una gran
vaguedad de los datos de partida, lo que, indudablemente, es una condición
favorable para elevar los precios de venta de las mercancías en cuestión.
Siendo la causa principal de este hecho el cúmulo particularmente favorable de
condiciones de funcionamiento del capital industrial en la esfera militar,
determinado por la naturaleza monopolista estatal del complejo militar de hoy.
Así, en los Estados Unidos, cerca de las dos terceras partes de los pedidos de
material de guerra del Departamento de Defensa y del 80% al 90% de los
contratos para realizar investigaciones y estudios militares se los han
repartido periódicamente cien grandes compañías [4].
En la actualidad, los cinco contratistas más
importantes de la Defensa estadounidense son Lockheed Martin, Boeing, Northrop
Grumman, Raytheon y General Dynamics. Seguidos de Honeywell, Halliburton, BAE
System y miles de compañías y subcontratistas de defensa más pequeñas. Algunas,
como Lockeheed Martin en Bethesda (Maryland) y Raytheon en Waltham
(Massachussets) obtienen cerca del 100% de sus negocios de los contratos de
defensa. Otras, como Honeywell en Morristown (Nueva Jersey), tienen importantes
divisiones de productos de consumo. Y todas están preparadas para sacar
provecho en cuanto los gastos de suministros de armas aumentan. Tan solo en el
2003 los contratistas de defensa estadounidenses disfrutaron de los grandes
presupuestos del Pentágono desde el comienzo de la guerra de Iraq.
Contabilizando aumentos considerables en los rendimientos totales de sus
acciones, que fueron desde el 68% (Northrop Grumman) hasta el 164% (General
Dynamics) desde marzo de 2006 a septiembre de 2006 [5] .
Asimismo, los gastos que tuvo la Casa Blanca en la
guerra contra los pueblos de Vietnam dan una idea de la magnitud y carácter de
los desembolsos relacionados en la dirección de la actividad bélica. Tan solo
en el estudio y diseño experimental de pertrechos “antiguerrilla”, el Departamento
de Defensa estadounidense gastó en el periodo de los años de ejercicio
económico de 1963/64-1968/69 unos 3.000 millones de dólares. En tanto que la
aviación del Cuerpo intervencionista norteamericano lanzó en los territorios de
Vietnam, Laos y Camboya entre 1965 y 1970 más de cinco millones de bombas; para
lo cual los gastos generales de estadounidenses fueron de 4.000 a 5.000
millones de dólares al año. Además de los enormes gastos para dar suministros a
las tropas “expedicionarias” vituallas, uniformes, objetos personales y en
sueldos para el personal (unos 1.000 millones de dólares por cada 50.000 del
Cuerpo norteamericano de intervención). Finalmente, el gobierno estadounidense
gastó miles de millones de dólares en reponer las pérdidas de material de
guerra y equipos, que las fuerzas del Frente Nacional de Liberación de Vietnam
del Sur y de la Defensa Antiaérea de la República Democrática de Vietnam
causaron a los intervencionistas. Y desde entonces los EEUU se han colocado
como los mayores proveedores de producción de guerra en el mercado capitalista
mundial [6].
Por lo que el ejército ha venido desempeñando el
papel de cliente ideal para los negocios privados, al gastar miles de millones
de dólares anualmente en los términos más favorables para los proveedores. No
hay duda de que abastecer al ejército es considerado universalmente como un
buen negocio: todas las empresas, grandes y pequeñas, tratan de conseguir una
participación tan grande como sea posible, siendo así que los intereses privados
de la oligarquía, lejos de oponerse a los gastos militares, estimulan su
continua expansión [7].
Ante tal bonanza, el complejo militar-industrial
conocido por el presidente Dwight D. Eisenhower es una organización militar muy
lejana de la conocida por sus predecesores en tiempos de paz, o por los
combatientes en la Segunda Guerra Mundial y Corea. Ha sufrido saltos
cuantitativos y cualitativos bajo la presidencia de Ronald Reagan y
acelerándose aun más después del 11-S bajo George W. Bush y Dick Cheney, debido
a que las guerras, particularmente las guerras electrónicas modernas, son
sinónimo de grandes contratos que suponen costes altísimos, grandes beneficios
y grandes posibilidades de empleo para todos aquellos que conforman el
necesario engranaje militar.
Reagan primero lanzó una campaña para reducir el
tamaño del gobierno y ofrecer una gran parte de los gastos públicos al sector
privado con la creación en 1982 del “Estudio del sector privado sobre control
de costes.” Estudio conocido como la “Comisión Grace”. Que también utilizo Bill
Clinton profundamente en servicios que otrora eran considerados inherentemente
gubernamentales, incluyendo operaciones militares de alto riesgo y funciones de
inteligencia que estaban reservadas sólo para agencias del gobierno. De manera
tal que a fines del primer período de Clinton, más de 100.000 puestos del
Pentágono habían sido transferidos a compañías del sector privado – entre ellos
miles de puestos de trabajo en la inteligencia. Y para fines de su segundo
período en 2001, el gobierno había reducido 360.000 puestos de trabajo de la
nómina federal y el gobierno gastaba un 44% más en contratistas de lo que había
hecho en 1993.
Posteriormente en 2001, Bush y Cheney agregaron al
proceso de Clinton el traslado de gastos estadounidenses de defensa, seguridad
nacional, y programas sociales a grandes corporaciones amigas del gobierno de
Bush. Lo que derivó en un gobierno ahuecado en términos de funciones militares
y de inteligencia. La KBR Corporation, por ejemplo, suministró alimentos,
lavanderías, y otros servicios personales a los soldados en Iraq gracias a
contratos extremadamente lucrativos adjudicados sin licitación, en tanto que
Blackwater Worldwide suministró seguridad y servicios analíticos a la CIA y al
Departamento de Estado en Bagdad. Donde los costes – tanto financieros como de
personal – en la privatización en los servicios armados y en la comunidad de
inteligencia han excedido por mucho cualquier supuesto ahorro [8].
Muy por el contrario, los ataques terroristas
del 11-S de 2001 supusieron una bonanza para el complejo industrial militar
estadounidense. Fue un “Nuevo Pearl Harbor”, por el que algunos habían estado
abiertamente esperando. Porque tales ataques dieron el pretexto perfecto para
desarrollar gastos militares, que se habían detenido tras la desaparición del
antiguo Imperio Soviético. Proporcionando además el fundamento para aumentarlos
de modo espectacular, sustituyendo la "guerra contra el comunismo" y
la "Guerra Fría contra la URSS" por una "guerra antiterrorista"
en el Medio Oriente y una "guerra contra las drogas en América
Latina". Dentro de este espectro, las puertas del gasto militar se
abrieron nuevamente. Continuándose el desarrollo del cada vez más sofisticado
armamento, mientras que algunas corporaciones y cientos de distritos políticos
podrían seguir llevándose los beneficios. No importando que los costes sean
asumidos por los contribuyentes, por los hombres y mujeres jóvenes que morirían
en combate y por las remotas poblaciones que yacerían bajo la lluvia de bombas
que caerían sobre ellos y sus hogares [9].
América Latina en la guerra permanente de Europa y
Estados Unidos.
La posición de EEUU y la UE, desde el año 2000 se
encuentra signada por la tendencia a no poder mantener su poder económico como
elemento de dominio sobre los bloques rivales que han emergido en la última
década, especialmente China y Rusia. Por ejemplo, los Estados Unidos y sus
socios de la OTAN han buscando socavar la formación de una alianza militar
cohesionada no solo de India y de China, Rusia, sino también de varias antiguas
repúblicas soviéticas que incluyen Bielorrusia, Armenia, Kazajstan, Tajikistan
Uzbekistán y Kirguistán, que desafía y contiene el expansionismo de la dupla
USA-OTAN en Eurasia.
Esto ha dado lugar a diferentes estrategias de
respuesta por parte de las potencias occidentales. Concretamente los EEUU,
durante el mandato del Presidente George W. Bush, un antiguo petrolero, y el
Vicepresidente Dick Cheney, antiguo presidente y director ejecutivo de la gran
compañía de servicios petrolíferos Halliburton en Houston (Texas), consagraron
el crecimiento y desarrollo del complejo industrial militar. Su administración
ha extendido el sistema militar y adoptó una política exterior militarista a
una escala no vista desde el final de la Guerra Fría e incluso desde el final
de la II Guerra Mundial. Bajo la administración Bush-Cheney, la industria
armamentística se volvió extremadamente rentable. Fluyeron contratos por miles
de millones de dólares para vender aviones y tanques a diversos países. Casi
las dos terceras partes de todas las armas exportadas en el mundo salen de
Norteamérica.
A esta estrategia desgraciadamente le debemos sumar
la declaración del presidente francés, François Hollande, al indicar que se
había producido un acto de guerra al que Francia iba a responder de manera
implacable, tras los terribles atentados de París reivindicados por Daesh.
Actos que resultaron imprescindibles, al igual que los ataques a las torres
gemelas, para legitimar las pretensiones occidentales en un escenario global de
competencia con otras potencias emergentes.
Derivado de la incapacidad de cada uno de los
países de la UE con aspiraciones hegemónicas para jugar por sí sólo un papel a
la altura de los retos que plantean competencias como los acuerdos militares
que tiene China y Rusia. Cooperación de amplio alcance con Irán, que le
permitió a éste último desde 2005 contar con el estatus de miembro observador
en la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO). Además de que dicha organización
a su vez está vinculada con el Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO), un
conjunto de acuerdos militares de cooperación entre Rusia, Armenia,
Bielorrusia, Uzbekistan, Kazajstan, Kirguistán y Tajikistan. Por si esto fuera
poco, desde el 2006 Irán fortaleció sus vínculos energéticos petroleros y
gaseros mediante oleoductos y gasoductos que llegan hasta la India pasando por
Pakistán. Relación entre la India e Irán en el terreno petrolero y gasero que
debilita la influencia de Washington en la región [10].
En esta panorámica, la guerra contra el terrorismo
ahora encabezada por Francia ha ofrecido la oportunidad de aumentar las
implicaciones de algunos de los miembros de la OTAN y avanzar materialmente en
estrategias de cooperación en seguridad y defensa cuyas bases, se encuentran ya
asentadas en el Tratado de Lisboa. Estas iban a un ritmo demasiado lento como
para satisfacer los requerimientos de una UE con aspiraciones a jugar un papel
determinante en el nuevo equilibrio mundial. Además han apuntalado la
disciplina interna, mediante medidas excepcionales con tendencia a convertirse
en permanentes vía reforma de códigos penales, que no sólo afectaran al país
galo. El tratamiento de las protestas ante la Cumbre del Clima de París ha sido
una buena muestra. La configuración del enemigo externo y el enemigo interno
son un par de construcciones imprescindibles en la respuesta autoritaria y
militarista que se extiende como respuesta a la(s) crisis que atraviesan al
orden global.
Todos estos escenarios de guerra asociados a
ultimátums y preparativos militares, además de los miles de millones de
ganancias que generan para Wall Street, para los gigantes petroleros, para el
complejo militar industrial, para los especuladores en monedas, en barriles de
petróleo, y en los mercados de materias primas agrícolas. También sirven para
forzar a otros países a resignar soberanía, a abrir su economía a los
inversores occidentales, a privatizar y vender los mejores activos a las
compañías norteamericanas. El objetivo de la guerra es extender las fronteras
de la economía global capitalista [11].
De tal manera, estos planes de guerra, en paralelo
con un proceso de reestructuración económica y con una bastante bien instalada
depresión económica mundial, colocan a América Latina y a México en particular,
en una encrucijada muy seria. La guerra y la globalización son procesos que
están íntimamente relacionados. Y al igual que la militarización de Medio
Oriente y de Asia Central, en Latinoamérica tienen que ver con el proyecto de
extender el sistema del «libre mercado» hacia nuevas fronteras.
Más aun cuando América latina históricamente ha
sido la región inmediata de interés estadounidense, aun desde antes de que se
independizaran los países latinoamericanos. Principalmente México, “un país
como el que posiblemente no habrá otro en el mundo en el que la naturaleza se
haya mostrado tan pródiga”, con su imponente capital “situada en medio de un
lago, con estupendos palacios adornados con columnas de jade”. Mundo mágico
cuyo destino parecía trazado por la providencia, abierto a la ambición y el
trabajo de quienes prometíanse una vida mejor al lograr “compartir” las
riquezas mineras de México y el Perú. “Si los patriotas coronan con éxito su
lucha de independencia, y creemos que para ese fin harán cuanto de ellos
esperamos, escribía la Arkansas Gazette, se amasarán inmensas fortunas
con sólo invertir un poco de dinero en esas tierras fértiles, productivas en
todo género de mercaderías.” [12]
De forma tal que los intereses de la Casa Blanca
por América Latina se han venido reflejando en truculentas maniobras, con
vistas a tratar de garantizar la total subordinación de nuestras naciones y el
Caribe a sus estrategias y a sus cambiantes tácticas de expansión y dominación
hemisférica y mundial. Así como para destruir a cualquier precio a todas
aquellas fuerzas sociales y políticas que han sido percibidas en cada momento
histórico como obstáculos para la realización de sus afanes expansionistas.
Por ejemplo, Estados Unidos ha participado en varias
guerras después de haber fingido ataques a sus intereses por parte de otras
naciones. En 1898 cuando comienza a desplegar sus fuerzas navales en torno a
las islas del Caribe, se aprovecha de forma oportunista de los inmensos
sacrificios y de la sangre derramada por los luchadores para lograr la
independencia de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, mediante una espléndida guerra
chiquita contra el impotente coloniaje español. Guerra en la cual no existían
razones por parte de la Casa Blanca para interferir, pero se las inventan al
hacer explotar su propia embarcación Maine, hundida en el Caribe y con
tal motivo ataca al aparente culpable, España.
Hoy, quienes están amenazados son países como Irán,
debido a que este cuenta con la tercera reserva mundial de petróleo y en
nuestro continente Venezuela y México. América Latina es una región
absolutamente prioritaria para la Casa Blanca. Por lo que será el área donde su
intransigencia será mayor. Los grandes intereses empresariales de EE.UU pueden
resignarse a perder África, Asia e inclusive Europa, pero jamás Latinoamérica,
por lo cual en países como el nuestro vienen descargando toda la furia de su
destructivo aparato militar, sobre quienes son percibidos como amenazas para
sus intereses.
Y sin lugar a dudas, en este mismo sentido ha
estado orientada la famosa guerra contra el narcotráfico. Así lo refleja el
memorando que la Washington envió al Departamento de Estado de esa nación, que
listo a los países que no cooperan en la lucha antinarco. Al promover una mayor
intervención y ocupación de Centroamérica con el pretexto de que la guerra sin
cuartel de México y Colombia contra el narcotráfico, obligó al narco a
replegarse hacia Honduras, Costa Rica y Nicaragua, por primera vez incluidos en
la lista de grandes productores o plataformas del narcotráfico en el mundo. Más
todavía cuando después de esto, como se esperaba, el gobierno de Laura
Chinchilla, de Costa Rica, autorizó la presencia militar de Estados Unidos en
su territorio, ofreciendo inmunidad a soldados y oficiales de ocupación que
incurrieran en rupturas a la ley penal internacional, además de encabezar una
iniciativa centroamericana para “presionar” a Estados Unidos en pos de más
ayuda contra el narco [13].
Mampara que encubre campañas anti-populares y diseños
de intervención y ocupación policial/militar/empresarial de zonas clave por su
posición geográfica o por sus recursos. Y para lo cual viene utilizando
dinámicas complejas que mezclan a íntimas estructuras criminales y estatales,
donde oficiales uniformados se encuentran completamente integrados en los
niveles operativos de la economía ilegal, que van más allá de la simple imagen
de "un aparato estatal asediado por los criminales en busca de protección
para sus viles actos".
A este respecto podemos observar la relación
histórica entre los golpes militares, las políticas de desestabilización y las
invasiones extranjeras. Donde las políticas de desestabilización han
correspondido a la aplicación sistemática y programada de acciones encubiertas
y abiertas, económicas, sociales, ideológicas y militares contra los gobiernos
populistas, socialdemócratas, y más o menos democráticos para preservar la
hegemonía del imperio y aumentar los procesos de transnacionalización de la
economía y el Estado. Hoy en día se han perfeccionado las intervenciones
imperialistas mediante políticas de desestabilización más novedosas, que no
solo esperan sino que crean las condiciones para asestar golpes militares o
intervenciones. La reformulada desestabilización, no sólo usa las contradicciones
internas de un país, sino que las agrava y las acelera. Usando el poder de las
empresas para hacer más poderosas a las empresas. Con el mercado, los mass
media y los agentes de la CIA arman la desestabilización contrarrevolucionaria
defensiva y ofensiva. Combinando la manipulación del mercado, el consumismo de
los obreros, y de las clases medias, el tribalismo o el indianismo, las sectas
religiosas, la televisión, el rumor, los agentes especiales
ultra-revolucionarios, ingenuos o fingidos, la guerra contra el narcotráfico y
contra el terrorismo. Todas armas sagaces y complejas utilizadas para imponer
sus designios económicos.
Durante el siglo XIX, los gobiernos inestables
fueron el pretexto para las intervenciones en los países dependientes. Tales
fueron los caos de Haití (1844-1847), México (1846-1848), Guatemala
(1840-1844), Colombia (1830-1831) y Argentina (1827-1830). Mientras que en el
siglo XX, la inestabilidad política y social frecuentemente precedió a las
intervenciones norteamericanas de larga duración. Así ocurrió en Haití, en
República Dominicana y en Nicaragua. Después de las intervenciones militares,
Washington pudo controlar los territorios y países latinoamericanos
dependientes a través de sus propios gobiernos y ejércitos nativos a cuyos
funcionarios y cuadros entrenaron previamente para ahondar la dependencia de
dichas naciones [14] .
Conforme a estos lineamientos de desestabilización,
según John Saxe-Fernández, Estados Unidos necesitaba tener en México a unas
Fuerzas Armadas fuera de los cuarteles y entretenida en conflictos internos,
como pieza clave de un diseño global que busca asegurar el control, por las
compañías multinacionales, de los recursos geoestratégicos del país; en
particular sobre el petróleo y el uranio del subsuelo. En este sentido el caso
Gutiérrez Rebollo aceleró la penetración de los organismos de inteligencia
norteamericanos en sus homólogos mexicanos. En el marco de la certificación
unilateral del Capitolio y la Casa Blanca sobre la política antidrogas mexicana,
el balance entre febrero y septiembre de 1997 indica que el general Barry
McCaffrey obtuvo muy buenos dividendos. Ya que días después de la captura de
Gutiérrez Rebollo (febrero de 1997), la administración Clinton pudo impulsar
seis condiciones hacia al presidente Zedillo a cambio de obtener la
certificación: Arresto, en un plazo máximo de seis meses, de los capos Amado
Carrillo (Cártel de Juárez) y los hermanos Arellano Félix (Cártel de Tijuana);
extradición de 12 narcotraficantes mexicanos, algunos en prisión, como Rafael
Caro Quintero; inmunidad diplomática para los 39 agentes de la DEA asignados
oficialmente a México; permiso para que el personal de la DEA pueda portar
armas en territorio mexicano; autorización para que barcos de la Guardia Costera
estadounidense ingresen en aguas mexicanas y cumplan tareas de interdicción;
participación plena de las Fuerzas Armadas mexicanas en una "fuerza
multinacional" americana para combatir el tráfico de drogas (proyecto de
la flota aérea con sede en la Base Howard del Canal de Panamá).
Además, la caída de Gutiérrez Rebollo sirvió
también para desmantelar el Instituto Nacional para el Combate a las Drogas
(INCD) que dirigía el general, y crear una "dirección antidrogas mexicana
que sería "a imagen y semejanza de la DEA" y sus agentes serían
seleccionados y entrenados por el FBI, la CIA y la propia DEA. Por más que un
importante funcionario mexicano dijo garantizar que la nueva dirección sería a
prueba de las balas de la corrupción, la nueva Fiscalía antidrogas, a cuyo
frente se puso a un civil, Mariano Herrán, quedaba bajo el paraguas de los
servicios de inteligencia de Washington.
Por si esto fuera poco, en forma paralela, el
director general de la CIA, John M. Deutch, giró órdenes para aumentar la
presencia de su agencia de espionaje en México. Así, mientras los servicios de
inteligencia mexicanos eran desmantelados, la CIA enviaba 200 agentes,
informantes y analistas para abordar el tema del narcotráfico [15].
Asimismo, en México al igual que el resto de nuestra
región, la industria armamentista de Estados Unidos es beneficiaria de doble
vía en esta guerra sui géneris: Washington es el principal abastecedor
(al 90 por ciento) de armas a los cárteles que operan acá ¡y a los
ejércitos que los combaten! duplicando así exportaciones y beneficios [16]. De
acuerdo con un estudio de la Universidad de San Diego en el periodo 2010-2012
ingresaron ilegalmente al país un cuarto de millón de armas cada año, cifras
que hacen aparecer enano al programa Rápido y furioso de la oficina de
Alcohol, Tabaco y Armas (ATF, por sus siglas en inglés).
En tanto que de manera legal, el 17 de marzo del
año pasado, el Departamento de Estado norteamericano autorizó la venta de
tres helicópteros Blackhawk por 110 millones de dólares para las FFAA
mexicanas. Venta a la cual se le debe sumar otra efectuada el 21 de abril del
2014, cuando se adquirieron 18 Blackhawk UH-60M por 680 millones de dólares.
Dichos helicópteros son producidos por las corporaciones Sikorsky y General
Electric, y los acuerdos incluyen la construcción de un complejo en Querétaro
para facilitar las ventas y el entrenamiento. Además, en febrero de 2015 la
Fuerza Aérea Mexicana cerró un trato por 15 helicópteros Bell para su base en
Zapopan, Jalisco.
Dentro de este mismo espectro, con la finalidad de
expandir la arquitectura militar existente y fortalecer la interoperabilidad
entre México y Estados Unidos, en mayo de 2014 Washington autorizó la venta de
más de 3 mil vehículos militares Humvees multipropósitos a las FFAA mexicanas,
a un costo de 556 millones de dólares. Y en diciembre de ese mismo año autorizó
la venta de otros 2 mil 200 Humvees. Acuerdos que en su mayor parte fueron
facilitados mediante el programa de Ventas Militares al Extranjero (Foreign
Military Sales) del Pentágono, que no están sujetos a restricciones de derechos
humanos como la ley Leahy (introducida por el senador Patrick Leahy en
los años 90, la ley prohíbe al gobierno de Estados Unidos proporcionar
asistencia a cualquier unidad militar o policial extranjera si existe
información creíble de que la misma ha cometido graves violaciones a los
derechos humanos con impunidad).
Además, según el reportaje de la revista
estadunidense NACLA, durante el 2014 las fuerzas armadas (FFAA)
mexicanas gastaron mil 150 millones de dólares en la compra de armamento. Y
dentro de las ventas comerciales directas, México adquirió mediante
autorización de Washington en 2013, más de mil millones de dólares en ventas de
equipo militar, principalmente para sistemas de vehículos espaciales y equipos
asociados; que podrían incluir satélites, sistemas GPS y estaciones de control
terrestre [17].
De manera tal que la guerra de Calderón, y que
continua con Peña Nieto, es un negocio multimillonario derivado de las elevadas
erogaciones del presupuesto público en compras externas al complejo industrial
militar norteamericano, principalmente, donde de la mano de miedo que ha
generado la “lucha entre narcotraficantes”, también la seguridad privada es un
mercado que en América ha crecido rápidamente. En los últimos 23 años, como
sector de la vida económica la seguridad privada ha ganado un lugar de
relevancia tanto en el mundo como en nuestra región. El mercado mundial de la
seguridad privada tuvo en el año 2006 un valor de 85.000 millones de dólares,
con una tasa de crecimiento anual promedio del 7% al 8%. En América Latina se
estima ha tenido un crecimiento del 11%.
Las empresas se seguridad privada durante 2003
tuvieron en Brasil en el sector formal un aproximado de 570.000 guardias,
seguido de México con 450.000 y en tercer lugar Colombia con 190.000
vigilantes, mientras que existían tan solo en ese año, a nivel regional unos
2.000.000 de guardias informales. Lo cual arrojaba una cantidad de 4.000.000 de
personas empleados en esta industria en total [18].
En México durante el 2012, según datos de la
Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública
(Envipe) el 71% de la población reportó pérdidas económicas a consecuencia de
los delitos, lo que llevó a 24.8% a implementar medidas de seguridad, como
cambiar cerraduras y candados, poner puertas y ventanas, o colocar rejas o
bardas y algunos otros dispositivos de seguridad.
En este mismo sentido la industria mexicana del
blindaje se inicio y ha crecido a pasos acelerados en tan sólo veinte años.
Colocándose en América Latina, México en el segundo lugar en el blindaje de
autos; anualmente se blindan 3 mil unidades mediante un registro formal. Cifra
superada por Brasil, con 10 mil 400 unidades al año, en tanto que en Colombia
se blindan mil 800 unidades al año. Partiendo prácticamente de cero hoy en día
en México esta industria se ha convertido en un redituable negocio en el que
compiten varias empresas, al grado de que muchas de ellas operan al margen del
control del gobierno. Para lo cual a coadyuvado sobremanera el miedo a la
delincuencia, tan solo en el 2011 los mexicanos gastaron 52 mil 400 millones de
pesos, según datos del INEGI [19].
Bibliografía
Fitt Yann, Farhi Andre, Virgier Jean-Pierre. “La
guerra económica mundial”. Libros de confrontación, Barcelona, 1978.
Zunzunegui Juan Miguel. “El imperio del terror.
Breve historia del dominio yanqui”. Plaza y Valdés editores, 2004.
Inozémtsev N. “Economía política del capitalismo
contemporáneo”. Tomo II. Editorial progreso Moscú, 1980.
Connell-Smith Gordon. “Los Estados Unidos y la
América Latina”. Fondo de Cultura Económica, 1980.
Borón Atilio. América Latina en la geopolítica
del imperialismo”. Colección Obras de Referencia, UNAM, PPEL, CIICH, 2014.
González Casanova Pablo. “Los militares y la
política en América Latina”. Océano, 1988.
Benítez Manaut Raúl, González Souza Luis, Gutiérrez
Haces María Teresa, Márquez Padilla Paz Consuelo, Verea Campos Mónica
(Compiladores). “Viejos desafíos nuevas perspectivas. México-Estados Unidos
y América Latina.” UNAM, Porrúa. 1988
Hemerografía
Revista Rebelión. “El complejo militar
industrial”. Por, Johnson Chalmers, 05-08-2008.
Revista Rebelión. “Los cinco pilares del
complejo industrial militar de Estados Unidos”. Por, Tremblay Rodrigue,
29-09-2006.
Rebelión. “De como el imperialismo occidental
intenta mantener su hegemonía. La guerra permanente como expresión de la crisis
global”. Sánchez del Pino Francisco, Montejo Lopéz Manuel. 21-12-2015.
“Crimen uniformado” . Trasnational Institute
(TNI)/Acción Andina CEDIB, Bolivia, 1997.
Revista, el Cotidiano. “El ¿saldo? De la guerra
de Calderón contra el narcotráfico”. Por José Luis Piñeyro. UAM, # 173,
mayo-junio 2012.
Revista, Ciudad segura. “La seguridad privada en
América Latina: un mercado en crecimiento”. FLACSO Ecuador. Por Andrea
Betancourt.
La Jornada. “EU narcopotencia”. John
Saxe-Fernández. Jueves 23 de septiembre de 2010
Proceso. 30 de septiembre de 2012. # 1874
Proceso. 30 de junio de 2013. # 1913
Proceso. 26 de mayo de 2013. # 1908
Proceso. 12 de agosto de 2012. # 1867
La Jornada. “Armas para la represión”. Por
Carlos Fazio. 30-03-2015
Notas
[1] Zunzunegui Juan Miguel. “El imperio del terror. Breve historia del dominio yanqui”. Plaza y Janes, 2004. Pp.21-23
[2] Faramazian R., “Los Estados Unidos:
militarismo y economía.” Editorial Progreso 1975, Pág. 16
[3] Ibíd. Pp. 23, 25, 26,27.
[4] Ibíd. Inozémtsev N. Pág. 35
[5] Revista Rebelión. “Los cinco pilares del
complejo industrial militar de Estados Unidos”. Por, Tremblay Rodrigue,
29-09-2006.
[6] Ibíd. Inozémtsev N. Pp. 28-30
[7] Baran Paul A., Sweezy Paul M. “El capital
monopolista”. Siglo Veintiuno 17a edición, 1982. Pág. 167
[8] Revista Rebelión. “El complejo militar
industrial”. Por, Johnson Chalmers, 05-08-2008.
[9] Revista Rebelión. “Los cinco pilares del
complejo industrial militar de Estados Unidos”. Por, Tremblay Rodrigue,
29-09-2006.
[10] Rebelión. Michel Chossudovsky, Russia and
Central Asian Allies Conduct War Games in Response to US Threats, Global
Research, August 2006).
[11] Rebelión. Michel Chossudovsky. “Ataque
planeado USA-Israelí contra Irán: ¿habrá guerra? Red Voltaire.
[12] Fuentes Mares José. “Génesis del
expansionismo norteamericano.” El Colegio de México, 1984. Pág. 6
[13] La Jornada. “EU narcopotencia”. John
Saxe-Fernández. Jueves 23 de septiembre de 2010
[14] González Casanova Pablo. “Los militares y
la política en América Latina”. Océano, 1988. Pp. 12 a 15.
[15] “Crimen uniformado”. Trasnational
Institute (TNI)/Acción Andina CEDIB, Bolivia, 1997. “México: El caso del
narco-general”. Por Carlos Fazio.
[16] La Jornada. “EU narcopotencia”. John
Saxe-Fernández. Jueves 23 de septiembre de 2010
[17] La Jornada. “Armas para la represión”.
Por Carlos Fazio. 30-03-2015
[18] Revista, Ciudad segura. “La seguridad
privada en América Latina: un mercado en crecimiento”. FLACSO Ecuador. Por
Andrea Betancourt.
[19] Proceso. 30 de septiembre de 2012. # 1874
No hay comentarios:
Publicar un comentario