Por: Carlos Ayala
Ramírez
Recién acaba de finalizar el Foro Económico
Mundial, que anualmente reúne a jefes de Estado, grandes empresarios y agentes
financieros, y premios Nobel; es decir, personas que tienen poder para incidir
en la conducción política, económica y social del mundo. Este año, el tema
central del encuentro fue la cuarta revolución industrial, que, según Klaus
Schwab, fundador y director del Foro, cambiará fundamentalmente la manera de
trabajar y de comunicarnos. Se trata de la Industria 4.0, en la que la
producción será totalmente automatizada, conectada y coordinada por
computadoras. Como se sabe, el término fue acuñado por el Gobierno alemán
para describir un tipo de fábrica donde todos los procesos están
interconectados por Internet.
Para los organizadores del Foro, los aspectos de
mayor impacto de esta revolución a nivel de logística y de cadena de suministro
serán la impresión en 3D, la robotización de los almacenes y la distribución de
productos mediante drones. En consecuencia, el reto y objetivo del encuentro
fue la búsqueda de soluciones al desequilibrio causado por el avance de las
nuevas tecnologías y por la aparición de nuevos modelos empresariales.
En el Foro se habló también de cinco riesgos mundiales para el próximos año y
medio: (1) falta de mitigación y adaptación al cambio climático; (2) armas de
destrucción masiva; (3) crisis del agua; (4) migraciones involuntarias a gran
escala; y (5) impacto del precio de la energía en los negocios.
Ahora bien, aunque los organizadores del evento
hablaron de plantear respuestas frente a lo que ellos consideran son los
grandes desafíos de la actualidad (léase baja inflación, hundimiento del precio
del petróleo y disminución de la cotización de las materias primas, pasando por
la crisis de refugiados europea y la expansión del terrorismo), las voces
críticas y éticas han señalado otros temas y desafíos que no suelen ser
centrales en la agenda de las élites mundiales, pero que afectan a millones de
seres humanos, especialmente a los que viven en los países denominados “en
desarrollo”, a los cuales se les exige una pronta e ineludible adaptación a las
dinámicas que derivan del mundo rico.
Una de esas voces críticas es la organización
Oxfam, que coincidiendo con el Foro Económico Mundial en Davos presentó su
informe “Una economía al servicio del 1%”. En el documento se denuncia
que los sistemas económicos están beneficiando cada vez más al 1% de la
población más rica. Según Oxfam, la desigualdad extrema en el mundo está
alcanzando cotas insoportables. Actualmente, el 1% más rico de la población
mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del planeta. El
poder y los privilegios se están utilizando para manipular el sistema económico
y así ampliar la brecha, dejando sin esperanza a cientos de millones de
personas. Asimismo, el entramado mundial de paraísos fiscales permite que una
minoría privilegiada oculte en ellos 7,6 billones de dólares.
Oxfam analizó 200 empresas, entre ellas las más
grandes del mundo y las socias estratégicas del Foro Económico Mundial, y
revela que 9 de cada 10 tienen presencia en paraísos fiscales. En 2014, la
inversión dirigida a ellos fue casi cuatro veces mayor que en 2001. Este
sistema mundial de evasión y elusión fiscal está desviando recursos esenciales
para garantizar el estado de bienestar de los países ricos, además de privar al
resto de los recursos imprescindibles para luchar contra la pobreza, asegurar
la escolaridad infantil y evitar que sus habitantes mueran a causa de
enfermedades que pueden curarse con facilidad.
Desde un espíritu ético y profético, el papa se
dirigió a los organizadores del Foro exhortándoles, en primer lugar, a no
olvidarse de los pobres. Este es, según Francisco, el principal desafío de los
líderes del mundo de los negocios. Señaló que “quien tiene los medios para
vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar
de ayudar a los más pobres para que puedan acceder también a una condición de
vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial
humano, cultural, económico y social”. Al referirse a los albores de la cuarta
revolución industrial, manifestó que han sido acompañados por la creciente
sensación de que será inevitable una drástica reducción del número de puestos
de trabajo. La “financialización” y “tecnologización” de las economías,
puntualiza el papa, han producido cambios de gran envergadura en el campo del
trabajo: menos oportunidades para un empleo digno, reducción de la seguridad
social, aumento de desigualdad y pobreza.
Frente a los profundos cambios que marcan época,
Francisco propone a los líderes mundiales un reto y una necesidad. El reto,
garantizar que la futura cuarta revolución industrial, resultado de la robótica
y de las innovaciones científicas y tecnológicas, no conduzca a la destrucción
de la persona humana —remplazada por una máquina sin alma— o a la
transformación del planeta en un jardín vacío para el disfrute de unos pocos
elegidos. Y la necesidad, crear nuevas formas de actividad empresarial que
fomenten el desarrollo de tecnologías avanzadas y sean capaces de utilizarlas
para crear trabajo digno para todos, sostener y consolidar los derechos
sociales y proteger el medioambiente. Finalmente, sentencia el obispo de Roma
—en la más auténtica y genuina tradición cristiana—, es el hombre quien debe
guiar el desarrollo tecnológico, sin dejarse dominar por él. Cuidar la casa
común y la persona es lo primero.
26/01/2016
- Carlos Ayala Ramírez es director de
radio YSUCA, El Salvador.
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