lunes, 2 de enero de 2017

QUERER Y PODER





Según Feuerbach “La religión tiene su propia condición de dilema o contradicción entre querer y poder, desear y alcanzar, intención y resultado, representación y realidad, pensar y ser”. Si querer fuera poder, como mantienen los idealistas burgueses, nadie creería en Dios. Tú quieres que tu amigo se libre de una enfermedad mortal, pero ese poder no reside en ti, reside en la medicina y en sus avances, en la situación económica del enfermo y en el desarrollo de la Seguridad Social. Pero si estos recursos no son suficientes para liberar a tu amigo de la enfermedad mortal, tú recurres a Dios y a su bondad. Y esto que ocurre con la enfermedad mortal, ocurre con la insatisfacción de las necesidades básicas y con las desgracias. Son ellas las que impulsan a los seres humanos a creer en Dios. Luego querer no es poder.


Por muy pobre que sea una persona, siempre soñará con hacerse rico. Y esta posibilidad existe. Los juegos de azar –la lotería primitiva, el euromillón–  representan esa posibilidad. Siempre hay casos individuales donde esa posibilidad –hacerse rico– se realiza, mientras que para la mayoría no se realiza. Quienes afirman que el dinero no hace la felicidad mienten. En una sociedad donde todo es mercancía, esto es, donde todo se adquiere mediante el dinero, la base de la felicidad es el dinero. La satisfacción de las necesidades básicas, como comer y alojarse bajo un techo, y de las necesidades superiores, tener una buena educación, acceder a la cultura y viajar,  solo son posibles mediante el dinero. El dinero es el poderoso medio que está entre el querer y el poder, entre el deseo y el cumplimiento, entre la representación y la realidad. El dinero es el Dios material de nuestras vidas. Hasta la religión, en tanto institución y actividad, solo son posibles mediante el dinero. Solo donde el dinero, el Dios material,  no llegue, se recurre a la ayuda del Dios espiritual. Ante la llegada en tropel del todo poderoso dinero, el Dios espiritual  se mantiene arrinconado. Y en estos casos la religión se reduce a una costumbre. Por esa razón los pueblos pobres son fervorosamente religiosos y los pueblos ricos son fríamente religiosos; o transforman los actos religiosos, que deberían suponer un recogimiento espiritual, en fiestas, como sucede en España.

Hay otra dimensión donde también se plantea la contradicción entre el querer y el poder: el éxito en la vida. Pero en estos casos la ideología burguesa se instala en el individualismo. En el ámbito futbolístico tenemos el gran ejemplo. Querer ser un gran futbolista, esto es, enriquecerse de manera desproporcionada, solo es posible para los casos aislados, solo es posible para una minoría de individuos privilegiados, para la inmensa mayoría querer ser una gran futbolista no es poder ser un gran futbolista. La ideología burguesa no plantea la contradicción entre el querer y el poder en el ámbito de la colectividad, sino en el ámbito de la individualidad. Porque siendo cierto que en el ámbito de la individualidad y en los casos aislados querer es poder, en el ámbito de la colectividad no lo es. En las sociedades capitalistas la visión colectiva de la felicidad y del éxito no predomina, sólo predomina su visión individualista. Por eso, el individualismo, entendiendo por individualismo la ideología que oculta el lado colectivo del fracaso personal, es un mal social. Un mal social que genera frustración, desesperanza y tristeza. Y es la parte de la  sociedad que vive bajo el azote de esa desesperanza quienes se refugian en el Dios espiritual, y son más proclives a las fantasías religiosas: aquello que yo no puedo, lo puede Dios. Es una pena y una tristeza profunda que uno de los grandes productos sociales de la humanidad, el dinero, se convierta en la fuente principal de las divisiones sociales; y su escasez sea fuente de las fantasías religiosas.



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