Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez
Según Feuerbach “La
religión tiene su propia condición de dilema o contradicción entre querer y
poder, desear y alcanzar, intención y resultado, representación y realidad,
pensar y ser”. Si querer fuera poder, como mantienen los idealistas burgueses,
nadie creería en Dios. Tú quieres que tu amigo se libre de una enfermedad
mortal, pero ese poder no reside en ti, reside en la medicina y en sus avances,
en la situación económica del enfermo y en el desarrollo de la Seguridad
Social. Pero si estos recursos no son suficientes para liberar a tu amigo de la
enfermedad mortal, tú recurres a Dios y a su bondad. Y esto que ocurre con la
enfermedad mortal, ocurre con la insatisfacción de las necesidades básicas y
con las desgracias. Son ellas las que impulsan a los seres humanos a creer en
Dios. Luego querer no es poder.
Por muy pobre que sea una
persona, siempre soñará con hacerse rico. Y esta posibilidad existe. Los juegos
de azar –la lotería primitiva, el euromillón– representan esa
posibilidad. Siempre hay casos individuales donde esa posibilidad –hacerse
rico– se realiza, mientras que para la mayoría no se realiza. Quienes afirman
que el dinero no hace la felicidad mienten. En una sociedad donde todo es
mercancía, esto es, donde todo se adquiere mediante el dinero, la base de la
felicidad es el dinero. La satisfacción de las necesidades básicas, como comer
y alojarse bajo un techo, y de las necesidades superiores, tener una buena
educación, acceder a la cultura y viajar, solo son posibles mediante el
dinero. El dinero es el poderoso medio que está entre el querer y el poder,
entre el deseo y el cumplimiento, entre la representación y la realidad. El
dinero es el Dios material de nuestras vidas. Hasta la religión, en tanto
institución y actividad, solo son posibles mediante el dinero. Solo donde el
dinero, el Dios material, no llegue, se recurre a la ayuda del Dios
espiritual. Ante la llegada en tropel del todo poderoso dinero, el Dios
espiritual se mantiene arrinconado. Y en estos casos la religión se
reduce a una costumbre. Por esa razón los pueblos pobres son fervorosamente
religiosos y los pueblos ricos son fríamente religiosos; o transforman los
actos religiosos, que deberían suponer un recogimiento espiritual, en fiestas,
como sucede en España.
Hay otra dimensión donde
también se plantea la contradicción entre el querer y el poder: el éxito en la
vida. Pero en estos casos la ideología burguesa se instala en el
individualismo. En el ámbito futbolístico tenemos el gran ejemplo. Querer ser
un gran futbolista, esto es, enriquecerse de manera desproporcionada, solo es
posible para los casos aislados, solo es posible para una minoría de individuos
privilegiados, para la inmensa mayoría querer ser una gran futbolista no es
poder ser un gran futbolista. La ideología burguesa no plantea la contradicción
entre el querer y el poder en el ámbito de la colectividad, sino en el ámbito
de la individualidad. Porque siendo cierto que en el ámbito de la individualidad
y en los casos aislados querer es poder, en el ámbito de la colectividad no lo
es. En las sociedades capitalistas la visión colectiva de la felicidad y del
éxito no predomina, sólo predomina su visión individualista. Por eso, el
individualismo, entendiendo por individualismo la ideología que oculta el lado
colectivo del fracaso personal, es un mal social. Un mal social que genera
frustración, desesperanza y tristeza. Y es la parte de la sociedad que
vive bajo el azote de esa desesperanza quienes se refugian en el Dios
espiritual, y son más proclives a las fantasías religiosas: aquello que yo no
puedo, lo puede Dios. Es una pena y una tristeza profunda que uno de los
grandes productos sociales de la humanidad, el dinero, se convierta en la
fuente principal de las divisiones sociales; y su escasez sea fuente de las
fantasías religiosas.
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