Contralínea
16-12-2015
A lo largo de 2015, las pérdidas de los mercados
bursátiles sumaron cientos de miles de millones de dólares. El mundo de los
negocios se puso a temblar cuando a inicios de agosto la bolsa de
valores de Shanghái cayó durante varias jornadas consecutivas. Solamente
entonces se puso en evidencia que las vulnerabilidades de la economía mundial
no se restringían a Estados Unidos y la Unión Europea.
Aunque ya pasaron más de 7 años desde la quiebra de
Lehman Brothers, todo apunta a que la crisis global todavía no toca fondo,
pues conforme pasan las semanas cobra nuevas víctimas, de un sector a otro, de
una región geográfica a otra. Como consecuencia de la creciente desaceleración
de Asia-Pacífico, los países emergentes cuyos ingresos dependen de la
exportación de materias primas (commodities) se encuentran hoy en un
serio predicamento.
El canal de contagio (de la crisis) de los países
industrializados hacia los emergentes ya no es únicamente por la vía comercial
–si bien cabe destacar que el Baltic Dry Index (BDI), uno de los
principales indicadores del transporte marítimo y un dato fundamental para
medir la actividad comercial en términos reales, registra su peor desempeño de
las últimas 3 décadas–, sino sobre todo a través de las finanzas.
De acuerdo con una investigación publicada en
octubre por el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por su sigla en
inglés), que analiza los datos de 30 países, este año las salidas de capitales
de los residentes en los países emergentes alcanzarán más de 1 billón de
dólares. Es el monto más dramático desde la crisis asiática de 1998. No hay
duda de que la euforia bursátil del Sur global no será más.
Es que los inversionistas que venían comprando
bonos de deuda soberana de los países de América Latina y Asia-Pacífico, así
como títulos respaldados en commodities, en la actualidad están llenos
de miedo e incertidumbre. Ya no consideran seguro obtener elevados dividendos
apostando en activos financieros de alto riesgo.
Ahora nada les resulta más seguro que volcar sus
inversiones hacia los bonos del Tesoro de Estados Unidos. A pesar de su enorme
deuda pública, nadie cree que Washington vaya a declararse en bancarrota en el
corto plazo, eso llevaría a que el dólar viera debilitado su estatus de moneda
de reserva, y con ello, la hegemonía de Estados Unidos sería herida de
muerte. Resulta una contradicción que aún con los graves problemas de la
economía estadounidense, la confianza en el dólar apenas se haya visto mermada
desde la crisis de 2008, si bien es cierto que hay otras monedas, como el yuan,
que han visto incrementada su influencia de modo considerable.
En estos momentos el dinero nuevamente está
regresando a casa, a sus verdaderos dueños, a los bolsillos de los magnates de
Wall Street. Eso explica la caída de los tipos de cambio y los mercados de
valores de los países emergentes. Sin embargo, ese dinero o bien se va a
atesorar, o bien se va a utilizar para llevar a cabo fusiones y adquisiciones (mergers
& acquisitions) de empresas, mas no se invertirá de forma masiva
en las actividades productivas y, por lo tanto, el mercado laboral de Estados
Unidos estará aún muy lejos de superar su degradación estructural.
Ante el pánico cada vez más generalizado, el Fondo
Monetario Internacional (FMI) insiste en que las autoridades monetarias de
Estados Unidos deben actuar con cautela. Ante los altos niveles de deuda en escala
mundial, que está denominada fundamentalmente en dólares, la directora
ejecutiva del FMI, Christine Lagarde, ha sugerido en varias ocasiones que
Estados Unidos debe postergar hasta por lo menos 2016 el incremento de la tasa
de interés de los fondos federales (federal funds rate).
Si bien los datos más recientes del mercado laboral
de Estados Unidos parecen mejores que antes, eso no implica de ningún modo que
la economía de aquel país goce de una recuperación sostenida. La deuda privada
se mantiene muy elevada en Estados Unidos, lo mismo la de las empresas que la
de las familias. Miles de estadounidenses no encuentran empleos de tiempo
completo, únicamente a tiempo parcial, la mayoría de las ocasiones muy mal
pagados y sin prestaciones sociales de calidad. Los más desafortunados
sobreviven a expensas de los seguros de desempleo y los cupones de alimentos.
En contraste, gracias a las políticas del gobierno,
los bancos estadounidenses han logrado incrementar sus niveles de
capitalización. Asimismo, aumentaron su apalancamiento financiero (es la
relación entre crédito y capital propio invertido en una operación financiera),
con lo cual, está claro que más que proveer recursos crediticios a las pequeñas
y medianas empresas, se han dedicado a realizar apuestas especulativas en el
mercado bursátil. Con todo, tal como lo apunté en mi entrega anterior, ese auge
también se ha venido agotando a gran velocidad. Según los datos de los propios
bancos de Estados Unidos, sus niveles de ganancias apuntan a la baja.
Visto desde una perspectiva global, el gran riesgo
está en que cualquier decisión precipitada puede apuntalar las tendencias
recesivas (depresivas) en otros países. Paul Mason, editorialista del diario
británico de The Guardian, cita a los economistas del Banco de Pagos
Internacionales (BIS, por su sigla en inglés), para quienes es este “un mundo
en el que los niveles de deuda son demasiado elevados, el crecimiento de la
productividad es demasiado débil y los riesgos financieros son demasiado
amenazadores”.
En el caso del Continente Europeo, por ejemplo,
ante la extrema debilidad del crecimiento y la inflación negativa (deflación)
que ha golpeado a varias naciones de la periferia, el banco central de la unión
monetaria se ha declarado dispuesto a llevar a cabo medidas extraordinarias si
la situación económica continúa su deterioro.
Lo mismo sucede con Japón, después de que el primer
ministro, Shinzo Abe, puso en marcha un ambicioso programa de recuperación, que
incluyó tanto estímulos monetarios como fiscales, y un conjunto de “reformas
estructurales” a fin de incrementar la productividad, la segunda economía más
importante de la región asiática cayó en recesión técnica el tercer trimestre
de este año.
Es así como tres de los bancos centrales más
poderosos del mundo divergen en sus planes de política monetaria, mientras que
por un lado en Estados Unidos se están preparando para elevar el costo del
crédito, por otro lado en Europa y Japón se alistan a lanzar programas de
inyección de liquidez mucho más agresivos. Con ello, es evidente que la
volatilidad de los mercados financieros no disminuirá, sino que tenderá a
aumentar durante los próximos meses.
En definitiva, no existe consenso entre las grandes
potencias sobre el tipo de políticas monetarias que deben ponerse en marcha
para combatir la recesión mundial. Así se puso de manifiesto en la cumbre del
Grupo de los 20 (G20, integrado por las 20 economías más poderosas del mundo)
llevada a cabo a mediados de noviembre en la ciudad de Antalya, Turquía.
No obstante, en lo que sí hay acuerdo entre los
principales líderes mundiales es en seguir agudizando las condiciones de
explotación de la clase trabajadora mediante nuevas “reformas estructurales”.
En cambio, las reformas orientadas a regular las actividades financieras
globales carecen de dientes afilados y su ejecución progresa muy
lentamente. Los fondos depositados en los paraísos fiscales siempre son
intocables. Es el reflejo que muestra la misma imagen desde París, Berlín,
Londres, Bruselas, Washington, Tokio y el grueso de los países emergentes: los
amos del dinero imponen su ley.
Ariel Noyola Rodríguez es economista,
egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Twitter: @noyola_ariel.
Fuente: Contralínea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario