El actual
borrador contiene tantas variantes que lo esencial sigue completamente abierto
La
Vanguardia
15-12-2015
“Cuando
se reúnen tantos jefes de Estado y 196 países, el resultado no puede ser más
que un éxito”, dice sin ironía el profesor colombiano Germán Palacios de la
Universidad amazónica de Leticia. Un éxito en el sentido de la crónica oficial,
que nunca admitirá un fracaso, pero también un éxito por las dificultades
objetivas que supone poner de acuerdo tantos intereses contrapuestos. Es tan
difícil que cualquier consenso es meritorio. Aunque sea kafkiano.
Estados Unidos, el mayor emisor per cápita y por
historia, es el gran impedimento. Su Congreso está dominado por negacionistas y
neonegacionistas al servicio de las grandes compañías energéticas.
El negacionismo climático es como el del
holocausto, porque niega hechos probados, explica el climatólogo francés Eric
Guilyardi. Tiene cuatro categorías; 1) No hay calentamiento global; 2)
Hay calentamiento, pero no se debe a la acción humana, 3) Se debe a la acción
humana, pero no es grave; y 4) Es grave, pero hay soluciones tecnológicas. En
los últimos años, los negacionistas del Congreso de Estados Unidos, han pasado
de las ya insostenibles categorías 1 y 2 a las 3 y 4.
Como el Congreso de Estados Unidos nunca va a
aprobar un acuerdo con obligaciones de reducir emisiones, uno de los éxitos de
esta conferencia ha sido “lograr” que el acuerdo no vaya a ser “jurídicamente
vinculante”. Esto ya lo adelantó el 11 de noviembre el Secretario de Estado de
Estados Unidos, John Kerry. Entonces, el Presidente francés, François Hollande,
le respondió que “si no es jurídicamente vinculante, no habrá acuerdo”. Ahora
Francia ha vendido como un éxito que no lo sea. La Conferencia rebosa este tipo
de pragmatismos realistas con aspecto de absurdo.
En términos geopolíticos el tema climático reposa
sobre dos potencias, Estados Unidos y China, que ya es el primer emisor en
términos absolutos. A diferencia de sus homólogos norteamericanos, los
políticos chinos no son negacionistas, conocen perfectamente la realidad, y su
población sufre la contaminación de forma mucho más cruda que la
norteamericana. Además, sus grandes corporaciones –las energéticas suelen ser
estatales en China– no mandan a los políticos, como ocurre en Estados Unidos,
sino al revés: son las chicas de los recados del Comité Central del Partido de
Estado. El problema es que China quiere seguir contaminando para
“desarrollarse”, por más que ese desarrollo signifique pérdidas materiales –que
no se contabilizan oficialmente– pero que superan con creces los índices de
crecimiento, como la Academia de Ciencias china ha establecido en diversos
estudios.
Sea como sea, el caso es que, por distintos motivos,
los dos países están interesados en mantener la situación, poniendo algunos
parches. Eso quiere decir un acuerdo que, esencialmente, incrementará las
emisiones en el futuro inmediato y cuyo texto se concretará en los próximos
días.
De momento el texto borrador del acuerdo ha sufrido
una cura de adelgazamiento: solo tiene 29 páginas, pero mantiene 350 corchetes,
que definen las diferentes propuestas en suspenso cuya redacción definitiva
debe aclararse. En su actual estado es muy difícil pronosticar por dónde irán
los tiros.
Por ejemplo, en el artículo tercero que se refiere
a la atenuación de emisiones, una opción contempla objetivos cifrados y
fechados de reducción de emisiones. Una de ellas habla de una reducción del 70
al 95% para 2050, en relación con el año 2020. Otra variante no contempla ni
objetivo ni fecha y prefiere fórmulas vagas.
En el aspecto financiación también se encuentra de
todo; desde “superar” los 100.000 millones de dólares anuales (la promesa de
dinero “movilizado” que el Norte hizo al Sur en 2009), hasta una fórmula con
cantidades que solo apunta que “se tendría” que hacer algo… En el artículo
segundo, referido a “propósitos”, dos de las tres opciones del actual borrador
mencionan un límite de calentamiento de 1,5 ºC en lugar de los 2 ºC, tal como
piden los Estados más expuestos. Es una buena señal, pero habrá que ver en qué
queda.
El presidente Obama marcó el “liderazgo” de la
cumbre en su primera jornada, nos dijo la crónica oficial (siempre condenada al
“éxito), simplemente porque Obama pronunció un discurso cuyo mérito era
reconocer el título de primer contaminador. Obama reconoció la existencia de
unos “daños y perjuicios” que la emisión de los desarrollados ha creado y sigue
creando, pero no admite que de ello se desprenda ninguna obligación o pasivo
concreto (liability), como el papa Francisco establece con toda claridad
en los artículos 51 y 52 de su encíclica Laudatio si.
El 4 de diciembre el embajador de Estados Unidos
para el cambio climático, Todd Stern, dejó las cosas claras cuando dijo en
conferencia de prensa que la cuestión de los daños y perjuicios de los
desarrollados a los demás era “importante para muchos países”. Y a continuación
añadió:
“Solo hay una cosa que no aceptamos y no vamos a
aceptar en este acuerdo y es la noción de que debería haber obligación y
compensación por daños y perjuicios”. “Esa es la línea roja que no vamos a
cruzar, y esa es la línea de casi todos, sino todos, los países desarrollados”.
Respecto al tope de 1,5 ºC, Todd ya aclaró entonces que habría “algún
reconocimiento, porque es importante para muchos países. Alguna referencia en
algún sitio”, dijo.
“Lo único que espero es que no la pifien,
necesitamos un acuerdo revisable que incluya el objetivo de 1,5 ºC y que
resuelva la financiación para el Sur global. No espero que cambien el sistema,
pero que hagan algo contra el cambio climático”, dice Eros Sana, portavoz de la
organización 350.0org.
¿Es realista pensar que se cumplan esos tres
puntos? “De alguna manera”, responde Sana.”Si no se adopta un calendario de
revisión para antes de 2020 será un fracaso. Si no se toma el objetivo de 1,5
ºC, será una catástrofe para los países insulares, y si no ayudan a los países
del sur poniendo 100.000 millones sobre la mesa, entonces India y África dirán,
“tenemos razón en no querer participar en esto”.
Respecto a los daños y perjuicios, “el punto
central no es tanto el cálculo y el pago de la deuda ecológica, sino la
petición de que se reconozca el pasivo (liability) ambiental y, sobre
todo, que esa deuda no debería seguir aumentando”, dice Joan Martínez Alier,
uno de los patriarcas de la economía ecológica en España.
El reconocimiento de ese pasivo, “es la cuestión
central de este acuerdo”, dice Sana. “Antes teníamos a Bush que decía “no”, y
ahora tenemos a Obama que dice cosas, pide disculpas, reconoce que hay “algo”,
pero se niega a reconocer la existencia de un pasivo. Por eso no espero nada en
esto de esta cumbre”, dice. El “éxito” está servido.
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pecto a los daños y perjuicios, “el punto central no es tanto el cálculo y el pago de la deuda ecológica, sino la petición de que se reconozca el pasivo (liability) ambiental y, sobre todo, que esa deuda no debería seguir aumentando”, dice Joan Martínez Alier, uno de los patriarcas de la economía ecológica en España.
El reconocimiento de ese pasivo, “es la cuestión central de este acuerdo”, dice Sana. “Antes teníamos a Bush que decía “no”, y ahora tenemos a Ob https://tercerefecto.com/biografia-de-luis-sanchez-cerro/
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