La
Vanguardia
02-12-2015
La Cumbre del Clima que se abrió ayer en París, con
la participación de 150 jefes de Estado y de gobierno y entre grandes medidas
de seguridad, añade un punto de urgencia y ansiedad sin análogos en anteriores
reuniones globales.
Desde que el consenso científico estableciera hace
unos años que la actividad humana se ha convertido en factor de cambio
geológico, el antropoceno, las cumbres sobre el clima, estrenadas en Río de
Janeiro en 1992, podrían ser reconocidas por un observador marciano como el
evento global humano de mayor importancia. Una especie de clave para medir la
capacidad humana de asumir los retos del siglo. Un siglo que pide una nueva
civilización para ser viable. Desde entonces, las emisiones globales han
aumentado más de un 40% y el consenso científico avisa que la humanidad está en
el umbral de cambios globales irreversibles sin precedentes históricos.
El tope de 2 grados de aumento de la temperatura
media global para fin de siglo, con respecto a la época preindustrial, que debe
situar los riesgos en un nivel teóricamente manejable, tiene que lograrse
después de que el planeta haya batido, en 2014, “todos los récords en materia de
temperaturas registradas, concentración de CO2 y número de fenómenos climáticos
extremos”, dijo el Presidente francés, François Hollande, anfitrión del evento
en una capital traumatizada por un reciente atentado yihadista planeado en
Siria que ha dejado 130 muertos en la ciudad de la luz.
“Somos la primera generación que siente los efectos
del calentamiento global, y la última que puede hacer algo para remediarlo”,
dijo el Presidente Barack Obama, líder de la nación más poderosa y más emisora
(per cápita) del mundo.
Anteriores cumbres alcanzaron acuerdos que no
fueron suscritos (Kioto, 1997), o idearon conceptos cuya principal virtud era
eludir responsabilidades y compromisos claros y concretos. La cumbre de París
es heredera de ambas cosas. Con todos sus problemas cuenta con una mayor
determinación declarativa hacia ese “acuerdo ambicioso” del que hablan EE.UU y
China, los dos principales. Pero esa “estrategia de equilibrios en la cuerda
floja ya no sirve”, dijo el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, en su
solemne discurso inaugural.
Desde principios de los años noventa, cuando
concluyó el mundo bipolar y arrancaron las cumbres de la Tierra, el petróleo
está en el centro de la irracional crematística del beneficio que precisa de
una caótica e irresponsable geopolítica belicista para sobrevivir. Países
enteros han sido, o están siendo, destruidos por el pulso imperial por esos
recursos y sus rutas de transporte, y han sido convertidos en agujeros negros;
Afganistán, Iraq, Libia, Yemen, Siria… Realizada bajo la sombra del Estado
Islámico, la cumbre del clima París tiene que ver con la más básica seguridad y
viabilidad de este mundo petrolero, que a diferencia del anterior en el que se
formaron las actuales mentalidades, está repleto de armas y recursos de
destrucción masiva, lo que convierte sus pulsos y conflictos en algo parecido a
una ruleta rusa.
“El calentamiento anuncia conflictos, como las
nubes traen tormentas”, dijo Hollande en su discurso. “No es una coincidencia
que justo antes de la guerra civil en Siria, el país registrara la peor sequía
jamás vivida en el país”, ha dicho el secretario de Estado John Kerry. Esa
sequía produjo un enorme desplazamiento de población del norte al sur, en un
país multiétnico y multiconfesional en el que la estrategia occidental indujo
un nuevo y fatal proyecto de cambio de régimen, que se suma a los que han
producido más de un millón de muertos en la región desde la primera guerra de
Iraq.
El rápido retroceso de los glaciares del Himalaya
anuncia grandes emergencias. Alimentan los grandes ríos de Asia Oriental
(Ganges, Amarillo, Yangtzé, Brahmaputra, Irrawady, Mekong…) y garantizan su
caudal en época seca. Sin su aporte esos ríos de civilización se convertirían
en estacionales: solo con gran caudal en época de lluvias. Y eso cuando el 80%
de la cosecha china y el 60% de la India dependen de la irrigación. Siendo
China e India los dos primeros productores mundiales de grano, es obvio que las
consecuencias serían globales.
William R. Cline, un especialista en contabilidad
agraria espera bruscas disminuciones “del 20% o 30%” atribuidas al cambio
global en la productividad agrícola de regiones como el Magreb, México, Etiopía
o Paquistán, país éste que es una potencia nuclear en tensión con su vecino. El
actual escenario de Siria, que incluye tensiones y tanteos entre grandes
potencias, puede ser fácilmente superado por otros en el siglo del cambio
global. Se impone, dijo ayer en su discurso el Presidente chino, Xi Jinping,
“reflexionar sobre el futuro de la gobernanza mundial, sobre la construcción de
una comunidad humana con un futuro compartido”. Un acuerdo sobre el clima,
jurídicamente vinculante y mínimamente realista en términos de la diferente
responsabilidad histórica de unos y otros, se inscribiría en eso y sería un óptimo
precedente para los demás retos del siglo, entre ellos la desigualdad global y
la proliferación de recursos de destrucción masiva.
“Desde la cumbre de Copenhague de 2009 el coste de
la energía solar ha disminuido un 50%”, explica Keya Chatterjee, portavoz de
Uscan, una de las muchas organizaciones no gubernamentales que participan en la
cumbre. En su prodigiosa encíclica del 24 de mayo (Laudato si) el papa
Francisco se puso muy por delante de los políticos al reconocer la “deuda
ecológica” entre el Norte y el Sur y relacionar la situación del clima con, “un
sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso”. La
conciencia social y la economía avanzan junto con las emisiones y los riesgos.
¿Botella medio llena, o medio vacía?
“Respecto a Kioto, hemos cambiado de dimensión”,
dice Valérie Masson-Delmotte, coopresidenta del grupo encargado de establecer
los hechos científicos sobre causas y evoluciones del cambio climático
(GIEGC).Mucho depende de si en esta cumbre se alcanza un acuerdo jurídicamente
vinculante que obligue a los contaminadores a realizar profundos recortes en
sus emisiones y en el que los más ricos y responsables financien esa
“responsabilidad común pero diferenciada” que comunica al Norte con el Sur. En
París hay mucho en juego.
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