11-12-2015
El hecho
de titular el presente texto como “derrota” ya marca la posición ideológica
desde donde lo hacemos. Para mucha gente, en Venezuela y en el resto del mundo,
esto es un “triunfo”. Pero, ¿qué triunfó en las elecciones parlamentarias del
domingo 6 diciembre? Para esa lógica –que no es la nuestra, que quede claro–
triunfó un discurso conservador, que se resiste a los cambios, que ve en el
pobrerío en la calle y con cuotas crecientes de poder un verdadero problema. Un
discurso, en definitiva, que transpira un profundo odio de clase, no importa si
viene de la alta oligarquía, de la Embajada de Estados Unidos o de la clase
media, eternamente confundida.
Decir que triunfó “la democracia”, que ganó “el
país” o que fue un triunfo “de todos los venezolanos”, no pasa de un barato juego
de palabras insulso, hasta frívolo si se quiere. Quizá a un presidente en
funciones, al menos cuando se mueve en la lógica de elecciones dentro de
esquemas capitalistas como es el caso de Nicolás Maduro, no le queda más
alternativa que repetir esas vacías frases hechas. Lo cual ya da una pista de
lo que queremos decir: las elecciones del domingo no se salieron un milímetro
de un marco capitalista. ¿Y el socialismo del siglo XXI?
No hay dudas que la derecha puede estar de fiesta,
más aún después del triunfo del conservador Mauricio Macri en las elecciones
presidenciales recién pasadas en Argentina. La idea es que “se comienza a
restaurar” la tranquilidad perdida estos años, en los que fuerzas progresistas,
con talantes reformistas marcaron parte del ritmo político de muchos países en
Latinoamérica.
La Revolución Bolivariana no fue derrotada en
Venezuela; pero definitivamente sufrió un revés grande, pues pierde la mayoría
en el Parlamento, con lo que se abre un nuevo escenario político. Está claro
que el discurso de derecha avanzó. Es evidente con los resultados electorales:
si no, dos tercios de los legisladores antichavistas no hubieran sido elegidos
para esta Asamblea.
Quizá la población de a pie no dejó de reconocer y
agradecer los cambios que todo el proceso iniciado por Hugo Chávez puso en
marcha. Lo de esta elección (la primera que pierde estrepitosamente el
movimiento bolivariano) evidencia que existe un gran descontento popular,
producto de una refinada estrategia de la derecha, asistida con muchos dólares
estadounidenses. Luego de un muy bien realizado trabajo contrarrevolucionario
donde se llevó a límites intolerables el desabastecimiento, la inflación, la
escasez energética y la inseguridad ciudadana (guión que ya utilizó la potencia
del Norte en innumerables ocasiones en distintos países del área), los
resultados están a la vista. Sin dudas había montada una perversa guerra
psicológico-política que terminó por quebrar a buena parte de la población.
Pero eso no lo explica todo. Es parte,
importantísima sin dudas, para entender la cachetada del domingo; pero el
análisis no puede quedar ahí. Preguntábamos más arriba: ¿y el socialismo del
siglo XXI?
Más allá de la bronca que puede dar un resultado
como el obtenido en estas elecciones –bronca, claro está, si lo miramos desde
el campo popular–, debe abrirse un balance objetivo de lo sucedido. ¿Perdió la
izquierda? Lo mismo podría preguntarse para Argentina.
Las sangrientas dictaduras que se sucedieron por
toda América Latina entre los 70 y 80 del siglo pasado prepararon el camino
para el capitalismo salvaje (eufemísticamente llamado neoliberalismo) que hoy
día nos agobia. El campo popular perdió décadas de avances, conquistas
históricas, perdió organización. Todo eso no desapareció para siempre, pero no
hay dudas que hoy día está en terapia intensiva. Volver a levantar esos ideales
de lucha antisistémica va a costar mucho todavía. Los tibios, muy tenues
gobiernos con talante socialdemócrata que empezaron a darse últimamente en la
región (con el proceso abierto por Chávez a la cabeza) pudieron despertar
honestas buenas esperanzas.
La Revolución Bolivariana
lleva ya más de década y media, y los cambios profundos y reales en la
estructura del país siguen esperando. Partiendo por la dependencia petrolera
(cáncer que produce muchos de los males que lo siguen aquejando igual que medio
siglo atrás: burocratismo, ineficiencia, cultura rentista, despilfarro), el
preconizado socialismo del siglo XXI nunca parece haber levantado vuelo.
Fuerzas populares progresistas, de izquierda, revolucionarias, vienen pidiendo
ese despertar desde hace tiempo. Pero la profundización real del socialismo
nunca se dio.
Estamos tan golpeados en tanto campo popular, como
izquierda, que un tenue rayo de esperanza como alguno de esos que calentaron
estos últimos años nos moviliza. Pero ¡cuidado!: no hay que hacerse esperanzas
donde no las hay.
Del proceso bolivariano se esperó mucho, pero vemos
que no se afianzó ningún cambio sustancial. ¿Será que este cachetazo sirve para
despertar y, de una buena vez por todas, encamina al socialismo? Pareciera que
eso es imposible.
El margen de maniobra que tendrá ahora el
Ejecutivo, con toda su estructura partidaria, es menor que antes. La derecha
avanza victoriosa, y la población, una vez más, más allá de las monumentales
movilizaciones teñidas de rojo, no es el actor clave en la revolución: sigue
siendo un proceso palaciego.
Quizá todo esto (las derrotas electorales en
Venezuela y en Argentina y lo que ello pueda traer aparejado: retroceso en el
ALBA, en UNASUR, mayor injerencia estadounidense en la región, etc.) sirve para
ver con claridad que los procesos tibios, a medias, las propuestas de
“capitalismo con rostro humano”, a la población de a pie no le sirven de mucho.
Procesos a medias, de aparente transformación social pero que no transforman
nada, basados finalmente en la dádiva, en el populismo clientelar, no son buena
escuela para la izquierda.
La construcción de otro mundo posible es viable
sólo si se tiene claro qué es ese otro mundo al que se aspira. Que la derecha
existe y es conservadora, que hará lo imposible –sin sangre o con profuso
derramamiento de ella si es necesario en su plan– para mantener sus
privilegios, está fuera de discusión. Que el desabastecimiento y la
manipulación de la inseguridad ciudadana creados por ella sirvieron para lograr
el descontento popular, también es más que evidente. Pero que la Revolución
Bolivariana dejó de pensar en el socialismo del siglo XXI (o del socialismo en
general) hace ya largo tiempo, también está fuera de discusión.
Lo del 6 de diciembre fue un reacomodo político,
perjudicial para el partido de gobierno. Lo que sí está claro es que la
izquierda sigue siendo un proyecto pendiente en nuestros países. Y sin marea
humana luchando por sus reivindicaciones (no acarreadas para las elecciones) no
hay cambio posible.
Por tanto: ¡la lucha sigue!
mmcolussi@gmail.com
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