05-12-2015
Pese a todo,
en las elecciones parlamentarias venezolanas de este domingo estaré junto a los
trabajadores de Venezuela en la defensa angustiada pero decidida de lo que
queda del proceso chavista y en su lucha contra todos los enemigos mortales
que, desde el exterior y en el país mismo, acechan la revolución bolivariana y
la independencia misma del país.
Desde el
Caracazo, esa explosión de odio popular contra el FMI y sus agentes locales,
los trabajadores y los pobres de Venezuela comenzaron a construir las bases de
una alternativa. Ellos adoptaron al grupo de jóvenes oficiales nacionalistas
que se alzaron contra los gobiernos de la oligarquía, apoyaron y rescataron
después a Hugo Chávez, entonces derrotado, preso y en peligro de muerte,
aplastando el golpe oligárquico-imperialista. Apoyaron posteriormente al
comandante en su evolución desde un humanismo cristiano a una lucha confusa por
la construcción de un socialismo democrático y antiburocrático apoyado en la
movilización de los sectores populares y en la intervención de éstos en la
adopción de las decisiones políticas.
La lucha de
Chávez contra la boliburguesía - ese sector de prevaricadores y corruptos
aprovechadores “bolivarianos” del poder estatal presente en el gobierno
chavista- y contra la burocracia contó también con su apoyo y su entusiasmo.
Los trabajadores y los pobres de Venezuela sentían y comprendían, en efecto,
que Chávez aunque les hacía depender del gobierno estaba con ellos. Por eso
toleraban sus errores al ver sus esfuerzos por vencer los obstáculos
resultantes tanto del atraso y de la dependencia del país como de la ideología
capitalista que permitían a las clases dominantes antichavistas lograr apoyo de
masas, obstáculos que pesan también en las fuerzas armadas y en el gobierno.
La muerte de
Hugo Chávez, que trataba de apoyarse en su base de masas con las Misiones y las
Comunas para derrotar a la oposición de derecha y contrarrestar en el gobierno
mismo a la burocracia y la boliburguesía, fue un duro golpe al proceso
revolucionario democrático. Chávez había cometido errores en su avance a
tientas hacia el socialismo y se había apoyado en muchos asesores funestos
formados en el nacionalismo reaccionario o en el estalinismo. Sobre todo, como
militar, no creía en la independencia política de los trabajadores sino en el
decisionismo y verticalismo paternalista (como la creación desde el Estado del
Partido Socialista Unido –PSUV- sin programa ni preparación ideológica y
teórica previa o la sumisión de los sindicatos a militares o gobernadores).
Pero, desde su poder bonapartista, se apoyaba en los sectores socialmente más
radicales para frenar no sólo a la contrarrevolución y el imperialismo sino
también al ala conservadora de las fuerzas armadas y del gobierno. Las masas
chavistas veían sus errores pero sentían que podían impulsarlo y que él estaba
de su mismo lado, aunque a su modo y con sus límites paternalistas y
decisionistas.
Nicolás
Maduro, elegido sucesor por Chávez debido a su lealtad, no tiene en cambio ni
el prestigio ni la capacidad y tampoco el interés intelectual que tenía su
mentor. También es más conservador y mucho menos flexible. Por eso pasó a
depender rápidamente del apoyo de la burocracia estatal y, sobre todo, de las
Fuerzas Armadas, sectores a los que intentó depurar para que dependiesen más de
la Presidencia.
En su
bonapartismo no se apoya en los trabajadores sino en el nacionalismo y la
subordinación del aparato estatal. Sectores sindicales enteros pasan por eso a
la oposición a la que Maduro acusa de ser toda ella antipatriótica y
proimperialista ignorando que media Venezuela –que vota contra el PSUV- no
puede haber sido comprada por la CIA. En vez de separar el voto democrático o
de protesta por la situación económica de la utilización de esa protesta por
los jefes opositores proimperialistas, une a todos contra el gobierno.
Eso ha hecho
que, desde el punto de vista electoral, Venezuela esté dividida en dos partes
casi iguales y que la mayoría dependa de un puñado de votos. La situación
económica es muy grave debido principalmente a la caída del precio del barril
de petróleo. En efecto, en 2015 el presupuesto oficial se basó en el cálculo
para 2015 de 60 dólares por barril y para 2016, en 40 pero está en 40,53
dólares. Así no hubo ni hay margen para importar alimentos, productos de
primera necesidad e insumos ni para subsidiar a Cuba y a los países del ALBA o
para los planes de UNASUR.
Venezuela
debe vivir de sus recursos. Hay por eso sectores que confían en la inversión
imperialista y del FMI y otros que buscan un cambio de fondo en la economía que
el gobierno no prepara porque se limita a poner parches al funcionamiento del
capitalismo de Estado venezolano y a exigir ingenuamente a la gran burguesía
que se guíe por el interés nacional y no por el afán de lucro.
En esta
situación, en la que el gobierno carece de un plan nacional anticapitalista que
pueda movilizar a los trabajadores y éstos tampoco tienen una alternativa que
proponer ni fuerza independiente, medran los jefes reaccionarios de la
oposición que sí tienen un programa: someterse a Estados Unidos y al capital
financiero internacional. La revolución que no se profundiza se estanca y
retrocede. El aparato del Estado no puede ser nunca el protagonista de un
cambio anticapitalista.
Las
elecciones son parlamentarias. Si el gobierno de Maduro pierde deberá discutir
cada medida con la oposición de derecha. ¿Pesarán en tal caso las fuerzas
armadas creando un bonapartismo militar, por fuerza en crisis permanente? ¿O
habrá en cambio un nuevo salto hacia adelante, la vuelta de timón que reclamaba
Chavez?
Vencer a la
derecha proimperialista y las trabas de la boliburguesía y de la burocracia
conservadora y sin ideas dependerá en gran parte de los sectores más pobres de
Venezuela. A ellos va mi voto y mi esperanza.
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