24-12-2015
La amplia victoria de la derecha en las elecciones
parlamentarias venezolanas del 6 de diciembre de 2015 exige abordar tres
asuntos cruciales para comprender el momento presente: por un lado, analizar
con precisión los resultados electorales; por otro lado, identificar con
claridad las razones de la derrota; finalmente, anticipar el escenario a corto
plazo.
Balance de los resultados electorales. En primera instancia es
fundamental analizar con detenimiento los resultados reales, es decir, el
número de votos obtenido por cada movimiento político y compararlos con
comicios anteriores. Si solo reparamos en la cantidad de parlamentarios
obtenidos por cada grupo la impresión más superficial es que la derecha
(agrupada en la MUD) arrasó y duplicó en apoyos al chavismo (109-112 VS 55).
Esto es producto de un sistema electoral que premia excesivamente al ganador en
cada circunscripción.
En las anteriores parlamentarias de 2010, por
ejemplo, la coalición izquierdista nucleada en torno al PSUV consiguió 98
parlamentarios, frente a 65 de la MUD, a pesar de que en número de votos se
produjo casi un empate (5.400.000 VS 5.300.000). Ahora, la derecha obtuvo 7.700.000
sufragios frente a 5.600.000 del chavismo. Sobre un total de 14.300.00 votos,
la MUD consiguió un 53,5% de apoyo frente a un 39% del chavismo. La diferencia
real es, por tanto, de 14 puntos y medio. Otro dato muy relevante es que más de
un millón de sufragios (casi un 7%) no han sido recogidos por ninguna de las
dos partes. Gonzalo Gómez de Marea Socialista (escisión del PSUV a la que se
impidió participar en las elecciones) advierte que hubo un gran volumen de
votos nulos que en gran medida pueden agrupar a chavistas descontentos.
Por otra parte, si comparamos la evolución
electoral de cada sector político es obvio que tenemos que medir el desempeño
de cada uno a lo largo de los 2 últimos años, teniendo como parteaguas la
muerte de Chávez. Esto obliga a comparar los resultados de las presidenciales
de abril de 2013, cuando Maduro obtuvo casi 7.600.000 papeletas, frente a las
recientes parlamentarias de 2015, en las que el chavismo ha reducido su caudal
de voto en 2 millones de sufragios. La derecha, por su parte, consiguió hace 2
años y medio 7.360.000 votos, por lo que su aumento real es de menos de 350.000
papeletas.
Esto indica que no ha habido tanto una
transferencia de voto sino fundamentalmente un incremento sustancial de la
abstención chavista, que refleja un ‘voto castigo’, según Oscar Schemel. De
cualquier manera, la diferencia de 53,5% VS 39% es sumamente relevante y
simboliza la distancia media habitual que durante años tuvo a su favor el
movimiento bolivariano pero que ahora, por primera vez en 17 años, se invierte
en favor de la derecha. En síntesis, de cara a la más que probable cita
electoral de 2016 (el revocatorio contra Maduro), el mapa electoral favorece a
la MUD pero no presupone una derrota inevitable de la izquierda venezolana.
Causas de la derrota. Las razones que explican el
fuerte revés electoral son múltiples, complejas y se retroalimentan cada vez
con más intensidad. Sin embargo, hay un factor que destaca con mucha fuerza: el
deterioro del poder adquisitivo y las consiguientes dificultades, cada vez más
crecientes, para solucionar necesidades básicas de la vida cotidiana. Así lo
perciben diversos analistas, como Eleazar Díaz Rangel.
De hecho, una de las mayores conquistas de la
Revolución Bolivariana fue la mejora progresiva y sustancial de las condiciones
de vida de millones de personas (principalmente de los sectores populares). Así
fue durante por lo menos el primer decenio del proceso (1999-2009). En esa
época, ni los problemas de vieja data (alta inseguridad, corrupción estructural,
etc.) ni los de nuevo tipo (surgimiento de la boliburguesía, ineficiencia…)
afectaron sustancialmente la hegemonía bolivariana.
Por otro lado, hay que subrayar que el deterioro
del poder adquisitivo y el inicio del empeoramiento de las condiciones de vida
se inician durante el mandato de Chávez, hacia los años 2009 y 2010. Esto
significa que no es un fenómeno nuevo vinculado a la etapa de Maduro
(2013-2015), aunque sí es cierto que se agrava en los últimos tiempos. Las
lecturas idealizadas de la etapa de Chávez frente a la de Maduro no se ajustan
a la realidad y además no permiten comprender el deterioro como un proceso de
acumulación en el tiempo. La diferencia trascendental que aportó Chávez en su
última etapa (2010-2013), en el contexto de retroceso paulatino –no lineal pero
sí tendencial- fue su capacidad de sostener la articulación política y
emocional de las bases bolivarianas, gracias a su arrollador liderazgo.
Uno de los factores fundamentales para entender el
deterioro del poder adquisitivo es la desestabilización económica. El aumento
desproporcionado de precios, el desabastecimiento de productos básicos y las
interminables e irritantes colas han configurado una ecuación letal y muy
funcional para las aspiraciones históricas de reconquista oligárquica.
El problema es que los actores que participan de la
desestabilización son múltiples, formalmente antagónicos y con objetivos a
corto plazo disímiles pero paradójicamente complementarios. Por una parte,
están los actores con objetivos políticos expresos de derrocamiento
gubernamental (oposición empresarial). Por otra parte, tenemos a franjas
corruptas de la burocracia chavista con objetivos principalmente lucrativos.
Finalmente, podemos citar a sectores de la sociedad “civil” que abrevan de la “cultura
de la especulación”, y en la que destacan los llamados ‘bachaqueros’,
revendedores de productos básicos que operan en el mercado negro. Nos
encontramos, por tanto, ante un monstruo inorgánico que ha ido creciendo ante
la ineficacia gubernamental y con el impulso de la reacción interna
(político-mediático-patronal) y externa (imperialismo).
En síntesis, la dificultad cada vez mayor para
llegar a fin de mes, no solo de sectores populares sino también de algunos
estratos medios (cargos intermedios de la administración, profesores,
investigadores…) ha sido la pieza clave para desequilibrar la balanza y para
que el resto de problemas y padecimientos (inseguridad, corrupción,
ineficiencia, falta de autocrítica…) se gestionen ahora, subjetivamente, con
mucha menos permisividad y tolerancia.
Escenario a corto plazo. La victoria de la MUD y
fundamentalmente el control de dos tercios de la Asamblea Nacional configura un
nuevo campo de juego ya que por primera vez en muchos años la derecha recupera
un poder del Estado trascendental: el legislativo. A lo largo de la primera
década de Revolución Bolivariana el gobierno de Chávez logró progresivamente
controlar los 3 poderes tradicionales del Estado y crear además dos nuevos, el
Poder Electoral y el Poder Ciudadano (Defensor/a del Pueblo), los cuales
también hegemonizó.
En consecuencia, es evidente que a muy corto plazo
la disputa por los poderes del Estado será un escenario de batalla de primer
orden. Los debates jurídicos que se han activado los primeros días posteriores
a las elecciones así lo confirman, principalmente por la pugna teórica entre
los que consideran que el nuevo parlamento podrá cambiar con facilidad y
rapidez todos los Poderes (excepto el Ejecutivo) y aquellos que advierten que
el procedimiento es complejo y largo. De cualquier manera, el control del Poder
Electoral y del Judicial serán objetivos prioritarios de la nueva asamblea de
mayoría derechista.
Otro asunto clave es descifrar cuál será la hoja de
ruta de la oposición en estos primeros meses. En primer lugar, como acabamos de
señalar, la recolonización de dos poderes estratégicos del Estado será
prioritario: por un lado, la cooptación del Poder Electoral es de suma
importancia para viabilizar con más seguridad el deseado Referéndum Revocatorio
contra Maduro; por otro lado, la toma de los órganos centrales del Poder
Judicial es vital para darle mayor legitimidad a la más que probable
excarcelación (vía Ley de Amnistía) de criminales vinculados al Golpe de
Estado, paros patronales, plan de derrocamiento de 2014 (‘La Salida’) que
provocó más de 40 muertos… La salida de prisión del conocido ultra Leopoldo
López –convertido en demócrata (sic) por la maquinaria mediática transnacional-
podría ser uno de los primeros episodios.
En segundo lugar, la aprobación de nuevas leyes de
contenido social y económico será otro frente de suma importancia. Por un lado,
en el ámbito más específico de la política social, la derogación de la Ley de
Precios Justos y quizás la Ley de Arrendamientos puede ser factible, aunque en
el caso de esta última perjudicarían a una masa de votantes de estratos medios
que han conseguido atraer en los últimos tiempos. Paralelamente, no parece que
vayan a atreverse a tocar, por ahora, las Misiones Sociales, emblema de la
política de inclusión del proceso bolivariano. Eso vendría después del
revocatorio si consiguieran tumbar a Maduro.
Por otro lado, en el terreno económico, la Ley de
Trabajo, una de las más avanzadas del mundo, puede convertirse en objetivo
prioritario. De hecho, la patronal ya ha empezado a presionar con fuerza aunque
diputados recién electos de la derecha, como José Guerra, advierten del riesgo
social de una medida de estas características. Se avecina, en consecuencia, una
disputa muy fuerte al interior de la derecha, entre los sectores más ultras y
empresariales, ávidos de derruir los cimientos de protección social de la
Revolución Bolivariana y otros grupos, no menos reaccionarios pero sí más
pacientes y astutos, proclives a una táctica de desmontaje parcial y progresivo.
De cualquier manera, el horizonte de intentar sacar
a Maduro y reconquistar el Poder Ejecutivo se traduce en un más que probable
Referéndum Revocatorio que en principio, podría ser celebrado a lo largo del
año que viene. A pesar de que el citado Guerra acaba de declarar que "creo
que no debemos precipitarnos, ya que tengo la impresión de que en 2016 la
situación económica va a ser más aguda y, en medio de una crisis tan profunda,
generar un cambio de gobierno puede ser un autogol y un bumerán”, no parece que
la derecha, después de 17 años expulsada del gobierno, vaya a permitir que
Maduro gobierne hasta fines de 2018. Esto no solo por el deseo irrefrenable de
reconquistar el Estado, sino sobre todo para evitar que el chavismo pueda
recuperarse a lo largo de los próximos 3 años.
En cuanto al gobierno bolivariano, lo tiene
sumamente complicado, ya que la estrategia del miedo de regreso al
neoliberalismo no funciona con la misma efectividad, sobre todo entre la gran
masa de votantes jóvenes que han crecido al calor de las políticas sociales. En
los primeros días, el Ejecutivo ha apostado por la confrontación
político-mediática, por la movilización de algunos sectores organizados y por
la puesta en marcha de un proceso de debate con las bases y con los distintos
colectivos que apoyan al gobierno.
De cualquier manera, esto no será suficiente para
abordar el año 2016, probablemente el ‘año’ decisivo y con mayúsculas. Los
discursos grandilocuentes y sobrecargados de retórica socialista quizás haya
que aparcarlos temporalmente (el propio Maduro acaba de reconocer la saturación
existente) y centrarse en asuntos más terrenales pero de vida o muerte, como
lograr pulsar la tecla adecuada que empiece a revertir, por lo menos de manera
leve, el deterioro de las condiciones de vida.
Luismi Uharte. Parte Hartuz Ikerketa Taldea
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