lunes, 28 de diciembre de 2015

"LO QUE COMENZÓ EN TUNEZ EL 17 DE DICIEMBRE DE 2010 FUE UN PROCESO REVOLUCIONARIO PROLONGADO QUE CONTINÚA"





Entrevista a Gilbert Achcar

Nada Matta
Viernes 25 de diciembre de 2015

[Se celebra, estos días, el quinto aniversario del comienzo de la revuelta árabe. La chispa saltó en Túnez el 17 de diciembre de 2010, desencadenando una ola de contagio revolucionario que se extendió por el mundo árabe. Millones de personas tomaron las calles exigiendo dignidad, democracia y justicia social. Hubo movilizaciones masivas sin precedentes en la historia reciente en Túnez, Egipto, Libia, Bahréin, Yemen ySiria, que transformaron la dinámica social y política en el conjunto de la región.Cinco años después de las revueltas, sin embargo, fuerzas contrarrevolucionarias formadas por los antiguos regímenes y los fundamentalistas islámicos han recuperado la iniciativa política y ahora están pugnando violentamente por el control. Egipto está sometido a una dictadura peor que la que había antes de la revuelta, y en Siria, Libia y Yemen han estallado sendas guerras civiles. Cientos de miles de personas han muerto y muchos millones han sido desplazadas.

¿Cómo tomarle el pulso a esta coyuntura? ¿Cuáles son sus principales rasgos y posibilidades? Nada Matta ha entrevistado para Jacobina Gilbert Achcar, uno de los principales analistas de la región árabe, en busca de respuestas a estas preguntas.]

Cuando comenzó la revuelta árabe, usted señaló desde el principio que sería un proceso de lucha prolongado que incluiría avances y retrocesos. Cinco años después, ¿cómo evalúa la situación en general?

Para aclarar los términos del debate, al principio, la visión dominante, especialmente en los medios de comunicación occidentales, era que la región árabe estaba entrando en un periodo de transiciones democráticas, que durarían semanas o meses en cada país y serían relativamente pacíficas, abriendo las puertas a una nueva era regional de democracia electoral.Según este punto de vista, la transición se había consumado básicamente en Túnezcon la caída de Ben Alí y en Egiptocon la de Mubarak. Se creyó que este mismo modelo se extendería a la mayoría de los países de la región por el efecto dominó, similar al que ocurrió en Europa Oriental en 1989-1991. Esta visión estaba implícita en el término “primavera árabe”, que se propagó rápidamente. Se basaba en la opinión de que esta “primavera” era el resultado de un cambio cultural y político traído por una nueva generación conectada con la cultura mundial gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Según esta idea, las revueltas fueron esencialmente, por no decir exclusivamente, una lucha por la libertad política y la democracia.

Esta interpretación, desde luego, no está del todo descaminada. Dichas dimensiones constituyeron sin duda un rasgo destacado de la revuelta. Sin embargo, la cuestión clave en que yo insistí desde el comienzo era que las raíces profundas de la revuelta regional eran más sociales y económicas que políticas. Lo que ocurrió fue antes que nada una explosión social, aunque adquiriera un carácter político como ocurre con toda explosión social masiva. Su origen social se puso de manifiesto por el hecho de que se produjera en primer lugar en los dos países durante los años precedentes: Túnezy Egipto. Las mismas consignas de la revuelta no solo eran políticas, no se referían únicamente a la democracia y la libertad, sino que también, y en buena medida, eran reivindicaciones sociales.

Desde este punto de vista, la revuelta regional podía contemplarse, con lentes marxistas, como un caso clásico de revolución social derivada del estancamiento prolongado del desarrollo que ha sufrido la región de lengua árabe durante tres décadas, con unas tasas de crecimiento históricamente bajas y unas tasas de desempleo históricamente altas, especialmente entre la juventud. Yo estaba particularmente predispuesto para ver las cosas de este modo, porque había estado dando un curso titulado “Problemas de desarrollo en Oriente Medio y África del Norte” durante varios años antes de la revuelta. Yo tenía claro que el estancamiento del desarrollo en la región provocaría pronto o tarde una explosión social importante.

Este es el motivo por el que califiqué muy pronto lo que había comenzado en Túnez el 17 de diciembre de 2010 –y que luego se extendió al resto de la región- de proceso revolucionario prolongado. Con esto me refiero a procesos revolucionarios históricos que no duran semanas o meses, sino años o décadas. Las revueltas inauguraron un largo periodo de inestabilidad regional que necesariamente conocería avances y retrocesos, levantamientos revolucionarios y golpes contrarrevolucionarios, y que implicaría asimismo mucha violencia. Al principio, esto sonaba a pesimista, porque yo estaba diciendo a la gente que se calmara y no se dejara arrastrar por la euforia que la embargaba, insistiendo en que aquello no era ni mucho menos el fin de la historia, que lo que estaba en juego era sumamente complejo y difícil, que el proceso llevaría mucho tiempo y que no sería pacífico. Destaqué, así mismo y desde el comienzo, que las experiencias tunecina y egipcia de derrocamiento relativamente pacífico de los gobernantes no podía repetirse en países como Libia y Siria, o en las monarquías del Golfo; lo dije antes de que la revuelta comenzara en alguno de estos países.

Hoy en día pueden tacharme de optimista porque afirmo que el proceso revolucionario está lejos de haber concluido e invito a la gente a librarse del decaimiento general que le está embargando. La situación parece desastrosa y catastrófica en varios países, sobre todo, por supuesto, en Siria, donde asistimos a una enorme tragedia, pero también en Yemen, Libia y Egipto. No obstante, esto no es el final. A la larga no habrá estabilidad en la región a menos que se produzca un cambio social y político radical. Está claro que no es inevitable que ocurra ese cambio. Mi actitud no es optimista, sino consciente de la dinámica de la crisis desde una perspectiva histórica, que me permite afirmar que todavía hay esperanza. Lo único que se puede predecir con seguridad es que, si no se dan las condiciones políticas subjetivas para el cambio social y político, es decir, si no surgen fuerzas políticas organizadas que levanten la bandera del cambio progresista, la región está condenada a sufrir más desastres como los que hemos visto sobre todo en los últimos dos años.

¿Podría describir las causas económicas y sociales que subyacen a las revueltas? ¿Qué es ese estancamiento prolongado del desarrollo que dio pie a las revueltas?

Esto se analiza en detalle en los dos primeros capítulos de mi libro The People Want. Por decirlo brevemente, si observamos las tasas de crecimiento económico de la región de habla árabe en comparación con todas las demás regiones de África y Asia, se ve claramente que han sido muy bajas. Las tasas de crecimiento del PIB, especialmente del PIB per cápita, fueron ínfimas. Esto significa que estas economías fueron incapaces de crear puestos de trabajo al mismo ritmo que el crecimiento demográfico, generando por tanto un paro masivo, sobre todo un paro juvenil y femenino. La región de habla árabe viene mostrando las mayores tasas de desempleo del mundo durante las décadas recientes.

Este estancamiento económico prolongado ha tenido consecuencias sociales explosivas: no solo un desempleo masivo, sino también un montón de problemas sociales como las enormes desigualdades locales y regionales. La coexistencia de una riqueza ostentosa con una pobreza extrema genera una enorme frustración. Este problema se agravó notablemente desde el auge petrolero de la década de 1970. Como suelo decir, lo que había que preguntarse en 2011 no era tanto por qué se había producido el estallido, sino por qué había tardado tanto en producirse dada la sobreacumulación de potencial explosivo.

La causa de este estancamiento económico radica en los efectos del neoliberalismo en el contexto árabe. Como la mayoría de países del mundo, los Estados árabes comenzaron a hacer suyo el paradigma neoliberal en la década de 1970. Esto llevó a una retirada gradual del Estado de la economía. De acuerdo con el credo neoliberal, la función cada vez menor de la inversión pública debía compensarla el sector privado, al que se ofrecieron numerosos incentivos. Este modelo de crecimiento protagonizado por el sector privado funcionó en algunos países cuyas condiciones eran propicias, como Chile o Turquía o India, claro que con un elevado coste social. En la región árabe, sin embargo, simplemente no podía funcionar, y esto debido al carácter del Estado.

La gran mayoría de Estados árabes combinan dos rasgos: son Estados rentistas, es decir, países en los que las rentas (de recursos naturales o funciones estratégicas) constituyen una parte notable de los ingresos del Estado y son Estados que se sitúan en una escala que va de “patrimonial” a “neopatrimonial”, siendo la mayor peculiaridad la existencia de un núcleo de Estados plenamente patrimoniales, es decir, Estados que son propiedad de los grupos dirigentes a todos los efectos, a diferencia del “Estado moderno”, en que el personal gobernante está formado exclusivamente por funcionarios.

Estas características llevaron a lo que llamé “determinación política dominante de la orientación de la actividad económica”. Si añadimos a esto las condiciones políticas generales de fuerte inestabilidad y conflictividad en la región, se comprende que no había manera de que el sector privado se convirtiera en el motor de algún milagro económico, como querían creer los neoliberales. La inversión privada, que fue muy limitada, era en gran parte especulativa y estaba orientada al beneficio rápido. El declive y el estancamiento de la inversión pública no se vieron compensados por el sector privado. El modelo neoliberal fracasó estrepitosamente en la región árabe.

Todo esto apunta al hecho de que la revuelta fue el resultado de una crisis estructural, no episódica o cíclica. Y no fue un proceso de democratización iniciado tras un largo periodo de desarrollo, como ocurrió en algunos países “emergentes”, sino el resultado de un estancamiento prolongado. La conclusión lógica, por tanto, es que los países de la región necesitan un cambio radical de su estructura sociopolítica a fin de superar la parálisis. Eliminar la punta del iceberg, es decir, derrocar a Ben Alí o a Mubarak y su entorno, no bastaba para poner fin a la agitación. Por eso insistí desde el principio en el largo plazo y en la noción de “proceso revolucionario”, distinto de “revolución” a secas, que se consideraba concluida con la caída de los autócratas.

¿Cómo dieron pie la penuria económica y los problemas de desarrollo a movimientos masivos a favor del cambio como fueron las revueltas? ¿Es el grado de penuria, como el desempleo, el que hizo la diferencia? Un argumentoen sentido contrario podría ser que la penuria económica y los problemas de desarrollo ya existían en el mundo árabe y otros países desde hacía tiempo, pero no dieron pie a ninguna revuelta.

En realidad,no es un argumento en sentido contrario, pues estamos describiendo un estancamiento que ha ido agravándose durante tres decenios. Esto tiene efectos acumulativos. Uno de ellos es el aumento del número de parados. La tasa de paro no ha sido contante durante este periodo, sino que fue aumentando y alcanzó un nivel altísimo al cabo de algunos años. En un momento dado, el efecto social acumulativo del estancamiento económico suele provocar un estallido en los regímenes herméticamente cerrados. Esto por un lado. Por otro, también concurrieron una serie de factores políticos que contribuyeron al estallido. Tomo prestado de Althusser el concepto de sobredeterminación aplicado a acontecimientos históricos. El estallido estuvo sobredeterminado en el sentido de que, además de los factores sociales y económicos estructurales, también intervinieron una serie de factores políticos.

Uno de ellos, por ejemplo, fue el efecto desestabilizador de las guerras imperialistas en la región, especialmente la ocupación de Iraq. Estos factores diversos concurrieron en el estallido de una gran revuelta. Pero no todo ellos tienen el mismo peso: los factores sociales y económicos son los principales, aunque la combinación de todos ellos resultó particularmente explosiva.

¿Qué grupos sociales participaron en la organización de esas revueltas? ¿Procedían los organizadores de alguna clase concreta y por qué? ¿Hubo diferencias entre países árabes?

Hubo diferencias, por supuesto, pero también algunas características comunes. Empecemos con esto último. Los medios dieron a entender que el movimiento lo dirigieron jóvenes internautas que se interconectaron a través de las redes sociales. Incluso calificaron las revueltas de “revoluciones Facebook”. Una vez más, esto no es del todo falso, pero no es más que una parte de la verdad. Entre los organizadores de las revueltas había, en efecto, jóvenes interconectados a través de las redes sociales. Desempeñaron un papel clave en la organización de manifestaciones y concentraciones de un extremo a otro del mundo de habla árabe, desde Marruecos hasta Siria. Pero también hubo otras fuerzas, a las que los medios prestaron mucha menos atención. Salen a relucir claramente cuando uno se pregunta: ¿por qué la revuelta obtuvo su primera victoria en Túnez, por qué fue Egipto el siguiente país y por qué estos dos países mostraron el camino? Si examinamos la cuestión de cerca, veremos que un rasgo común de ambos países es el peso del movimiento obrero.

Túnez tiene el único movimiento obrero organizado poderoso que goza de cierta autonomía con respecto al Estado, lo que le permite contar con una base y unos cuadros intermedios combativos. La UGTT (Unión General de Trabajadores Tunecinos) es una organización notable que ha desempeñado un papel clave en la historia social y política de Túnez. Entre sus cuadros intermedios hay muchas personas que son de izquierda. La UGTT fue la verdadera organizadora de la revuelta en Túnez cuando se desencadenó. Sin ella, el movimiento nunca habría obtenido la victoria que logró en tan poco tiempo, o sea, en menos de un mes. Bajo la presión de sus secciones, como el sindicato de maestros, la UGTT se implicó en la organización de la movilización y le propinó un fuerte impulso. Sus agrupaciones locales fueron claves en las regiones en que empezó a expandirse la revuelta, y después empujaron a la dirección de la UGTT a unirse a la refriega. La UGTT comenzó organizando huelgas generales itinerantes, en una región después de otra. El día después de que Ben Alí huyera de Túnez, el 14 de enero de 2011, fue la jornada en que la huelga general alcanzó la capital, de modo que la UGTT fue de hecho la verdadera organizadora de la revuelta tunecina.

En Egipto no existe por desgracia nada equivalente a la UGTT: el movimiento obrero organizado está controlado por el Estado, salvo en el caso de los contados sindicatos independientes, que todavía eran nuevos cuando estalló la revuelta. En su lugar, el movimiento estuvo encabezado por una coordinación de diversas fuerzas políticas. Los activistas internautas desempeñaron sin duda un papel, pero reducir la revuelta egipcia a la figura de Wael Ghonim, el jefe de marketing de la sucursal regional de Google que creó una famosa página de Facebook y que ni siquiera residía en Egipto, sino en Dubái, y presentarlo como el protagonista crucial de la revuelta, como hicieron durante un tiempo los medios de comunicación de todo el mundo, es del todo ridículo.

No fue únicamente una red virtual la que convocó la manifestación masiva del 25 de enero, sino una coordinadora de 17 formaciones políticas reales. En esto se implicaron redes políticas reales y activas en la base. En la preparación del terreno para la revuelta, y esto es un dato decisivo, el movimiento obrero desempeñó un papel crucial. El estallido en Egiptofue la culminación de cinco años de intensas luchas de los trabajadores, el periodo de huelgas más importante de la historia del país. La oleada alcanzó su cénit en 2007-2008, pero se mantuvo activa hasta 2011. Durante la propia revuelta, a comienzos de febrero, la clase obrera entró en acción: cientos de miles de trabajadores se declararon en huelga tan pronto como el gobierno llamó a la vuelta al trabajo. Esta oleada de huelgas contribuyó a precipitar la caída de Mubarak.

Estas fueron las fuerzas reales que desempeñaron un papel clave en Egiptoy Túnez. En Bahréintambién fueron cruciales los trabajadores, cosa que se pasó completamente por alto. Allí, como enTúnez, existía un movimiento obrero organizado independiente, aunque era menos poderoso que el tunecino, desempeñando así y todo un papel crucial en la fase inicial de la revuelta, cuando organizó una huelga general. El movimiento obrero bahreiní fue ferozmente reprimido, no solo políticamente, sino también mediante el despido masivo de trabajadores. Incluso en Yemen la revuelta vino precedida de una oleada de huelgas obreras.

En países como Siria o Libia,por otro lado, debido a la existencia en ellos de gobiernos dictatoriales extremamente represivos, no había grupos organizados autónomos, ni políticos ni sociales, antes de las revueltas. La mayor parte de la oposición política estaba en el exilio, después de sufrir una terrible represión en el país; algunos oponentes incluso fueron asesinados en el extranjero. Los contrarios al régimen que quedaban en Siriaeran estrechamente vigilados y no podían desempeñar ninguna actividad de cierto alcance.Por eso, en estos países las redes sociales de internet tuvieron una función crucial. En Siria, durante su fase inicial, que duró unos pocos meses, la revuelta la organizaron unos comités de coordinación (tansiqiyyat)compuestos en su mayoría por jóvenes que utilizaban las redes sociales. Así, en función de las condiciones sociales y políticas de cada país, fueron diferentes factores sociales y políticos los que intervinieron en la organización de la revuelta.
[…]

Si observamos la situación actual en Siria, los críticos señalan que todas las fuerzas que combaten sobre el terreno en este país son contrarrevolucionarias. ¿Es cierto eso? ¿Acaso no son en su gran mayoría combatientes sirios que luchan contra la dictadura?

Lo son, en efecto, pero una de las complejidades de la situación en la región es que no estamos ante una dualidad clásica de revolución y contrarrevolución, sino ante un triángulo de fuerzas. Por un lado, un polo revolucionario compuesto por un bloque de fuerzas sociales y políticas que representan las aspiraciones de los trabajadores, la juventud y las mujeres que se alzaron contra el antiguo régimen y aspiran a una sociedad progresista diferente. Por otro lado, sin embargo, no hay uno, sino dos bandos contrarrevolucionarios. Uno es el bando del antiguo régimen, la contrarrevolución clásica. Y después, por las razones históricas que ya he mencionado, existen fuerzas reaccionarias de carácter religioso, que inicialmente fueron impulsadas por los antiguos regímenes como contrapeso a la izquierda, pero que evolucionaron y se volvieron contra esos mismos regímenes. Se trata en ambos casos de fuerzas contrarrevolucionarias en el sentido de que su interés fundamental y su programa chocan directamente con las aspiraciones del polo revolucionario que lucha por el cambio social, económico y democrático.

Cuando llegaron al poder en 2011, los Hermanos Musulmanes en Egipto y En Nahda en Túnez representaron otro tipo de contrarrevolución, una que Washington creía que funcionaría mejor que el antiguo régimen. Mantuvieron las políticas sociales y económicas de los antiguos regímenes. El único cambio que intentaron introducir fue la islamización de las instituciones, o más bien, en el caso de Egipto, donde ya se había avanzado bastante en este sentido bajo Sadat y Mubarak, una mayor islamización de las instituciones. Surgieron tensiones entre ellos y el antiguo régimen cuando trataron de hacerse con el control de los aparatos de Estado. Este es el trasfondo del golpe de 2013 en Egipto. Así que tenemos en toda la región dos bandos contrarrevolucionarios rivales y un polo revolucionario. La debilidad práctica y/o política de este último ha permitido que la situación condujera a un choque entre los dos bandos contrarrevolucionarios, mientras que él mismo quedó marginado.

Siriaes el ejemplo más extremo. La revuelta de 2011 encerraba un enorme potencial progresista, igual o incluso mayor que en otros países gracias a la mayor difusión de ideas progresistas y de izquierdas entre la población siria, más amplia que en Egipto, aunque menos que en Túnez. Sin embargo, este potencial no se materializó de forma organizada. Las redes sociales virtuales sirven muy bien para organizar manifestaciones y concentraciones, pero no sustituyen a las redes organizativas reales. Añádase a esto la implicación muy activa del bastión contrarrevolucionario regional representado por las monarquías petroleras del Golfo, que hicieron todo lo posible por reforzar el componente fundamentalista islámico de la oposición siria a expensas de cualquier otro. Está claro que una revuelta democrática real constituye la peor amenaza para ellas, como lo es también para Asad. En cierto modo, coincidieron con el régimen de Asad en la promoción del componente fundamentalista islámico de la oposición en detrimento del componente laico democrático.

El resultado final en Siria, de hecho, es que la situación está dominada por el choque entre las dos fuerzas contrarrevolucionarias: por un lado, el régimen y sus aliados y, por otro, una oposición armada en la que las fuerzas dominantes sostienen perspectivas políticas que son profundamente contradictorias con las aspiraciones progresistas iniciales de la revuelta tal como se expresaron en 2011. Es cierto que también hay fuerzas de oposición armadas que son menos reaccionarias, aunque difícilmente se las puede calificar de progresistas. Más importante que esto es el hecho de que una parte importante de quienes se unieron a los grupos armados fundamentalistas islámicos no lo hicieron por razones ideológicas, sino porque era ahí donde podían conseguir un salario en un contexto de rápido deterioro de las condiciones de vida a causa de la guerra. Este es un factor crucial incluso en el desarrollo del Estado Islámico (EI), ya que le permitió reclutar a miles de combatientes.

Dicho esto, el potencial que estalló en 2011 no ha sido aplastado, sino que ha quedado marginado políticamente. Muchos de quienes representaban este potencial han abandonado el país porque se oponen radicalmente al régimen y están amenazados por él, de una parte, y asisten a la proliferación de fuerzas reaccionarias que son igualmente peligrosas para ellos, de otra. Muchos de los que han sobrevivido y no han acabado en la cárcel se han ido al exilio. Estos miles de activistas que encarnaron el potencial democrático progresista de la revuelta de 2011 y que se hallan ahora en el extranjero son un motivo para mantener la esperanza de cara al futuro. De momento, sin embargo, lo que más cabe esperar es el cese de esta terrible dinámica de “choque de barbaries”, como lo califiqué inmediatamente después del 11 de Septiembre, con el bárbaro régimen de Asad en un extremo y el bárbaro EI en el otro, siendo este último, en su origen, un producto de la barbarie principal de la ocupación de Iraq por Estados Unidos. La guerra civil, la destrucción de Siria y la masacre de su población por parte del régimen deben terminar en condiciones que permitan a los refugiados volver a sus hogares. Esto es hoy por hoy lo más urgente.

En estos momentos no hay ninguna perspectiva de una salida progresista. Creer lo contrario es soñar. En ausencia de esta perspectiva, lo mejor que puede ocurrir es el fin del continuo deterioro que comporta la guerra. Para poner fin a la guerra hace falta algún tipo de pacto entre el régimen y la oposición. Y para que esto sea posible, Asad tiene que irse, pues no puede haber ningún acuerdo viable ni fin del conflicto que valgan con Asad en el cargo. Al apoyarle, Rusia e Irán están bloqueando la posibilidad de un acuerdo. Desde 2012, el gobierno de Obama viene diciendo que “no abogamos por un cambio de régimen en Siria,pero creemos que Asad debería irse para que pueda ver la luz un acuerdo entre el régimen y la oposición”.

Obama defendía lo que llamaba “la solución yemení”. En Yemen, el presidente aceptó dimitir y entregar el poder al vicepresidente y no hubo cambio de régimen, sino que se formó un gobierno de coalición entre la oposición y el régimen, excepto el clan del presidente. No duró mucho, como sabemos, pero en 2012 Obama consideraba, y hoy sigue pensando lo mismo, que ese es el modelo que hay que seguir en Siria. Irán y Rusia, no obstante, temen que si el clan de Asad cede, se hundirá todo el régimen, que ya está tambaleándose, y que con ello perderían a Siria como uno de sus aliados fundamentales en la región. Por eso evita el avance hacia un acuerdo negociado. Tal acuerdo, sin duda alguna, estaría muy lejos de lo que podemos considerar ideal,pero a menos que se acabe la guerra no podrá revitalizarse el potencial democrático progresista de la revuelta siria que se puso de manifiesto en 2011. Este potencial todavía existe: si se pone fin a la guerra y vuelven a primer plano las cuestiones sociales y económicas, la gente verá la vacuidad de los dos bandos, que no tienen soluciones que ofrecer a los problemas del país.

Hay quien dice que si Asad deja el poder, el EI y Al Nusra se harían con las riendas del país, pero usted afirma que la salida de Asad acelerará la lucha por la liberación.

En efecto. El motivo principal que hace que Al Nusra y el EI crezcan es la continuidad del régimen de Asad. Es la barbarie del régimen de Asad en la represión de la revuelta la que creó el terreno abonado para el desarrollo de Al Qaeda y del EI en Siria. No había muchedumbres esperando a unirse a estos grupos insensatos. La gente encontró en ellos una respuesta apropiada a las atrocidades cometidas por el régimen y al caos que se instaló en el país. El EI se aprovechó de esto, imponiendo un orden totalitario religioso y prestando al mismo tiempo servicios sociales propios de un Estado. De ahí que se autodenominara Estado Islámico.

La única vía posible para acabar con el EI y AlQaeda pasa por eliminar las causas que llevaron a la gente a unirse a esos grupos. Cuando EE UU trató de aplastar a AlQaeda por la fuerza bruta durante la batalla y la masacre de Faluya en Iraq, fracasó estrepitosamente. Fue cuando cambió de estrategia y suministró fondos y armas a las tribus árabes suníes que logró marginar a Al Qaeda. Esta última, convertida en EI, logró recuperar más tarde el control de buena parte de Iraq, en el verano de 2014, porque el gobierno sectario de Nuri al Maliki, respaldado por Irán, volvió a provocar el resentimiento de los árabes suníes de Iraq que había favorecido inicialmente el desarrollo de Al Qaeda bajo la ocupación de EE UU. De ahí que la mayoría de árabes suníes de Iraq temieran paradójicamente la salida de las tropas estadounidenses de Iraq en 2011. Por una ironía de la historia, habían llegado a considerar las tropas de EE UU como una protección frente al gobierno sectario chií de Al Maliki.

En Siria es preciso eliminar los factores que favorecen el resentimiento de los árabes suníes para anular la capacidad de atracción sectaria de AlNusra, el EI y otros fundamentalistas. La primera condición para hacerlo es el abandono del poder por parte del clan de Asad, rechazado por amplios sectores de la sociedad siria.

Hablemos ahora de geopolítica y de EE UU. ¿Cómo describiría usted la respuesta estadounidense a las revueltas?

Esto es, de nuevo, algo en que mucha gente de izquierda piensa por inercia. Muchos no se han dado cuenta de que la experiencia de Iraq fue un desastre decisivo. De hecho, es el mayor desastre de la historia imperial de EE UU. Desde un punto de vista estratégico, es peor que Vietnam. Hay que entender que después de Bush, el gobierno de Obama ya no estaba por la labor de cambiar regímenes. El lema de Barack Obama ante la revuelta árabe de 2011 fue “transición ordenada”, no “cambio de régimen”.Quería preservar los regímenes mediante cambios limitados desde arriba que permitieran una transición sin sobresaltos y sin daños fundamentales para los regímenes.

Esto se aplica incluso a Libia. La intervención en Libia, dirigida por EE UU, fue un intento de integrar la revuelta libia y conducirla a una transición negociada con el hijo de Gadafi, bien visto por las potencias occidentales. Lo intentaron hasta el último minuto, pero el proyecto fracasó estrepitosamente porque la insurrección en Trípoli provocó el colapso del régimen. Esta es la razón por la que Libia se convirtió en un desastre más para el proyecto imperialista estadounidense y en un nuevo argumento contra cualquier “cambio de régimen” que incluya el desmantelamiento radical del Estado, como ya había ocurrido en Iraq. De ahí que el gobierno de EE UU nunca haya dicho que desea derribar el régimen de Siria. Lo único que ha dicho es que Bachar el Asad debe cesar para que pueda haber una transición negociada. Quiere que se vaya el hombre, pero que se mantenga el régimen. EE UU afrontó la revuelta árabe de 2011 cuando se encontraba de hecho en el punto más bajo de su hegemonía regional desde 1990. En el mismo año de 2011, evacuó las tropas de Iraq sin conseguir ninguno de los principales objetivos imperialistas de la invasión.

La intervención en Libia también se produjo gracias a la luz verde dada por Rusia. Tanto China como Rusia se abstuvieron en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Podrían haber vetado la intervención, pero no lo hicieron. Sin embargo, a diferencia de Gadafi, para Rusia el régimen sirio es un aliado importante, mientras que Gadafi había cambiado de bando en sus últimos años, convirtiéndose en un buen amigo de Washington, Londres, París y la Italia de Berlusconi. Con respecto de Siria, Washington nunca barajó seriamente la posibilidad de intervenir militarmente de forma directa. En un momento de 2013, Obama se enredó con su propia “línea roja” sobre la cuestión de las armas químicas y sintió un gran alivio cuando Rusia le ofreció el acuerdo con Asad. En conjunto, la situación es mucho más compleja que la lógica simplista de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, que inspira a buena parte de la izquierda “antiimperialista”propensa a los actos reflejos.

Si tanto Rusia como EE UU están de acuerdo con mantener el régimen sirio, ¿cuál es la principal discrepancia entre ellos?

La discrepancia, por supuesto, está en la cuestión de Asad. Hasta ahora, Rusia se aferra a su persona porque ve en el clan de Asad la única garantía de su dominio sobre Siria. Rusia no es menos imperialista que EE UU y es incluso más brutal si se observa lo que ha hecho en Chechenia pese a que esta forma parte de la Federación Rusa (el equivalente de uno de los Estados de EE UU). Desde el punto de vista de la política social, el régimen ruso es todavía más neoliberal y derechista que el régimen estadounidense. En Rusia se aplica un tipo único del impuesto sobre la renta de las personas físicas del 13 %, mientras que en EE UU hay un tipo máximo del 40 % del impuesto federal, sin contar los impuestos locales adicionales. El impuesto de sociedades en Rusia es del 20 %, frente al 35 % del impuesto federal de EE UU, de nuevo sin contar los impuestos locales. Hasta el republicano más recalcitrante de EE UU estaría encantado de implementar algo parecido en su país.

Putin también juega la carta religiosa al hacer que la iglesia ortodoxa rusa bendiga su intervención en Siria como una “guerra santa”. El punto de vista de algunos elementos de izquierda que se han detenido en el tiempo y creen que Rusia es de alguna manera la continuación de la Unión Soviética y que Vladímir Putin es el sucesor de Vladímir Lenin, es bastante absurda.

Pero ¿cuál es el interés imperialista de Rusia en Siria?

Siria es un país en el que Rusia tiene bases aéreas y navales y por tanto Moscú reacciona del mismo modo que reaccionaría Washington en relación con cualquier país en que contara con bases militares. El régimen de Asad es el principal aliado estratégico de Rusia en la región. También es una manera que tiene Putin de decir a todos los dictadores: “Podéis contar conmigo para defenderos frente a las revueltas populares y confiar en mí mucho más que en Washington. Comparad mi apoyo a Asad con el modo en que EE UU dejó tirado a Mubarak.” De ahí que Putin sea ahora tan buen amigo del nuevo dictador de Egipto, Al Sisi.

¿Así que Putin quiere potenciar su presencia imperialista en el mundo árabe?

Las acciones de Moscú se basan en la misma lógica que las de Washington. Rusia considera que Siria es una baza estratégica del mismo modo que EE UU consideraba a Vietnam en el pasado o cualquier régimen que Washington estaba dispuesto a apoyar mediante una intervención militar directa. Hoy, sin embargo, Putin es más propenso a la intervención militar directa que Obama. El imperialismo estadounidense está todavía afectado por la herencia del “síndrome de Vietnam”, que de hecho se ha revitalizado con el terrible fracaso en Iraq, pese a que tanto Bush padre como Bush hijo habían pensado que podrían superarlo.Putin está sacando partido de esto mostrándose más enérgico que Washington en Siriaal apoyar sin reservas del régimen de Asad, mientras que EE UU no apoya a la oposición siria de una manera similar. El apoyo de Washingtona la oposición es más objeto de bromas que un planteamiento serio. Mientras, Moscú y Teherán prestan al régimen sirio toda clase de ayudas, inclusive el envío de combatientes en el caso de Irán.

El reino saudí y otras monarquías del Golfo se apresuraron a aplastar las revueltas. El golpe de Al Sisi en Egiptono habría sido posible sin el pleno apoyo de Arabia Saudí. ¿Serán capaces los saudíes de desempeñar esta función durante mucho tiempo? ¿Qué perspectivas de cambio piensa usted que existen en los países del Golfo?

Este es un problema gordo, desde luego. El reino saudí siempre ha sido un elemento clave de la reacción en la región. Este es el papel que ha desempeñado desde que existe, pues ha sido siempre el Estado más reaccionario del mundo. Si se piensa que el EI es un Estado, se puede decir que compite con los saudíes en este terreno. Tienen muchos rasgos en común y comparten una historia similar, salvo que uno se fundó a comienzos del siglo XX y el otro un siglo más tarde con medios muy distintos. Arabia Saudí es un importante bastión reaccionario en la región, pero su capacidad de intervención militar directa se limita más a su entorno inmediato en el Golfo. Su ayuda fue determinante cuando la monarquía de Bahréin logró aplastar la revuelta en ese país. En Yemen, los saudíes intervienen al lado del gobierno de coalición formado tras el compromiso yemení de noviembre de 2011, opuesto al depuesto presidente Ali Abdullah Saleh, quien ahora se ha aliado con los hutíes. Se trata básicamente de otro choque entre dos bandos contrarrevolucionarios, como ya hemos comentado.

En Siria, el régimen saudí desempeña un papel, pero principalmente mediante la financiación, no a través de una intervención directa. Tenemos la mala suerte de que los saudíes se hicieron con un país que resultó tener las mayores reservas de petróleo del mundo. Esto les dota de enormes medios, que han estado utilizando durante décadas para ayudar a su padrino estadounidense y difundir su ideología fundamentalista profundamente reaccionaria. En muchos sentidos, no se puede comprender la fuerza del fundamentalismo en el mundo islámico contemporáneo si se pasa por alto el factor determinante de su propagación, que es el reino saudí. A la larga, este escollo ultrarreaccionario debe desaparecer si queremos que el proceso revolucionario regional llegue a un resultado progresista. Los dos polos de la contrarrevolución en la región árabe reciben el apoyo de dos fuerzas rivales: EE UU y Rusia, las monarquías del Golfo e Irán. No olvidemos que Irán también es un régimen fundamentalista islámico, aunque de distinto tipo. El proceso revolucionario árabe se enfrenta a todas esas fuerzas.

Con el montón de dinero del que disponen, parece imposible que Arabia Saudí cambie. Me pregunto qué piensa usted de las perspectivas de cambio en este país.

Bueno, tienen un montón de dinero, pero también hay mucha pobreza en el reino saudí a pesar de todo. La paradoja de que un Estado tan rico tenga tanta pobreza –entre los nativos, por no hablar de los inmigrantes– genera un profundo resentimiento contra la monarquía. Las expresiones más crudas de la oposición a la monarquía hasta ahora han consistido en competir con ella en su propio terreno del ultrafundamentalismo islámico, que se conoce por el nombre de wahabismo. Este fue el caso de la insurrección de La Meca en 1979, y más recientemente el de Al Qaeda. Todo el mundo sabe que 15 de los 19 autores de los atentados del 11 de Septiembre eran ciudadanos saudíes. AlQaeda contaba y sigue contando con un gran número de miembros que tienen la ciudadanía saudí.

Esta oposición es la única que ha logrado desarrollarse en Arabia Saudí justamente porque ha sido capaz de obrar desde dentro de la ideología del régimen, mientras que es mucho más difícil que se desarrolle allí una oposición progresista, por no hablar ya de oposición feminista o siquiera chií. No obstante, sí que existe un potencial progresista en el país, que estallará pronto o tarde. Estallará de la misma manera que lo ha hecho en otros países de la región. Después de todo, el sha de Irán encabezaba un régimen muy represivo y en su tiempo había mucha gente que pensaba que era imposible que se colapsara.Sin embargo, cuando se desató la ola revolucionaria en Irán a finales de la década de 1970, vimos con qué rapidez logró derribar el régimen del sha. No existen regímenes eternos, y sin duda no lo es el saudí, que se basa en una terrible opresión, una enorme desigualdad y un trato vergonzoso de las mujeres.

Teniendo en cuenta su conocimiento de la izquierda radical en el mundo árabe, ¿es usted optimista con respecto a las perspectivas de la revolución árabe? ¿Es cierto que el éxito de la revolución árabe está ligado en última instancia al avance de la movilización de los trabajadores?

Para resumir lo que hemos estado comentando desde el comienzo de nuestra entrevista, todavía tengo esperanza, aunque no me calificaría de optimista. Hay una diferencia cualitativa en esto: la esperanza es la convicción de que existe aún un potencial progresista; el optimismo es la convicción de que este potencial ganará. No apuesto por su victoria porque sé lo difícil que es, máxime cuando la construcción de organizaciones alternativas progresistas ha de partir prácticamente de cero en muchos países. La tarea es abrumadora, es colosal, pero no imposible. Nadie se esperaba una revuelta progresista tan impresionante como la de 2011.

El largo proceso revolucionario en la región se medirá por décadas y no por años. Desde una perspectiva histórica, todavía nos hallamos en sus fases iniciales. Esto debería animar a construir movimientos progresistas capaces de abrir camino. La alternativa es seguir descendiendo a la barbarie y un colapso general del orden regional para dar paso al terrible caos que vemos que se apodera en algunos pocos países. En cuanto a los trabajadores, cuando hablo de organizaciones progresistas, ni que decir tiene que me refiero a que el movimiento obrero deberá formar parte del mismo como componente fundamental. De ahí que los países en que existe un mayor potencial en este sentido, como Túnezy Egipto, deberían mostrar el camino. Entonces podríamos asistir a un efecto de bola de nieve.

Tampoco hemos de olvidar que la región árabe no se encuentra en otro planeta. Forma parte del entorno global y se halla muy cerca de Europa. Por eso, el desarrollo de la izquierda radical en Europatambién puede ejercer una gran influencia en el desarrollo de sus equivalentes en la región árabe.

17/12/2015
Gilbert Achcar es profesor en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. Nada Matta es estudiante de sociología en la Universidad de Nueva York.
Traducción: VIENTO SUR

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