No hay palabra mal dicha, sino mal interpretrada
Jairo Restrepo es un agrónomo muy peculiar o como ya se le conoce en
Asturias y en Colombia como “el agrónomo de mierda”. Su organización se llama La Mierda de Vaca, desde donde dicta
curso de “agricultura regenerativa”. Jairo es el autor de frases como:
“Con agua y mierda no hay cosecha que se pierda”
“El constante estudio del suelo y la consigna de que la vida es ‘una
eterna reciclada de una cagada’ como motivación permanente.”
“La ciencia es una débil interpretación de lo poco que conocemos”
“porque la vida depende del campo y no al revés”
Sus enseñanzas atacan con firmeza la llamada “revolución verde”. Léalo,
pudiera ser una alternativa viable para la producción de alimentos sanos.
Jairo Restrepo: “Escuche al ingeniero agrónomo y después haga lo
contrario”
Publicado el octubre 13, 2015
Jairo Restrepo impartiendo un curso en la Fundación Edes, de Tapia de
Casariego. Foto / Jaime Santos/Periodista.
Jairo Restrepo se enamora en un instante de ese refrán asturiano que
dice “Dios y el cucho pueden mucho, pero sobre todo el cucho”, y lo repite en
voz alta para tratar de memorizarlo mientras come con el grupo de personas que
desde varios lugares de España se acercaron recientemente a Tapia de Casariego
para seguir sus enseñanzas de agricultura respetuosa. En el marco de la
Fundación Edes, cerca de Salave, rodeado de huertas e invernados, Restrepo
imparte su renombrado curso “El ABC de la agricultura regenerativa” ante un
nutrido grupo de productores, neorrurales y agricultores ecológicos que siguen
con pasión sus revolucionarias enseñanzas, las mismas que imparte con enorme
éxito en varios países del mundo aunque él prefiera denominarlo “otro curso de
mierda”.
“Dios y el cucho pueden mucho, pero sobre todo el cucho”, se maravilla
una y otra vez. No en vano su organización se llama “La mierda de vaca” y el eslogan que lo acompaña “Con agua y mierda
no hay cosecha que se pierda”. Y con ese punto de partida Restrepo carga sin
compasión contra la mal llamada “revolución verde”, esa moda para urbanitas que
llena nuestros supermercados de productos etiquetados como bio o eco,
que son a su modo de ver “prácticas corruptas” de la industria para robar a los
campesinos su verdadera soberanía alimentaria. “Los certificadores son
corruptos porque trabajan para las grandes multinacionales, inventando cada año
nuevos productos para saquear el bolsillo del agricultor”.
“Cuando se hacen cálculos sobre cuánto nos ahorran los productos
industriales que salvan cosechas, son cálculos hipócritas, cálculos en los que
no se asumen los costes que causa la degradación del medio”, explica el
agrónomo colombiano a sus alumnos. “No se calculan los seis años que como media
se tarda en desarrollar un nuevo principio activo ni las más 9.000 sustancias
necesarias. Para purificar un metro cúbico de agua (1.000 litros) en los que se
haya vertido un litro de veneno es necesario invertir 800 dólares. ¿Quién va a
asumir ese coste, la industria, el Gobierno? La contaminación la asumimos todos
subsidiariamente, pero los beneficios se los lleva la gran industria”.
El fraude bio
Hoy en día, en el campo, se sustituyen productos y herbicidas
convencionales por otros supuestamente “verdes”. Nuevos insumos que una vez más
el agricultor debe comprar a la gran industria. Frente a estos productos
industriales, por muy bio que sean, Restrepo recorre el mundo
participando en cursos, proyectos y asesorías que tienen como finalidad enseñar
a los agricultores a producir sus propios fertilizantes, fermentaciones, trucos
y remedios, con elementos propios de la hacienda, como el calcio, el abono bocashi
y un arsenal de productos “caseros” que se utilizan hoy en día en miles de
hectáreas repartidas en una creciente y activa red de agricultores respetuosos,
un movimiento casi cultural que poco a poco, y especialmente en Europa, está
creando una nueva conciencia frente a la producción de alimentos.
Restrepo enseña a cultivar plantas fuertes, capaces de resistir plagas y
enfermedades de un modo natural. “La biología me interesa poco”, afirma
Restrepo, “prefiero fijarme en la geología porque las plantas son minerales
animados”, y por eso afirma que en el equilibrio mineral de la tierra está la
respuesta a todas las plagas y enfermedades que aquejan a los cultivos. “Todo
ser vivo está conectado con los minerales”. En este sentido van enfocados
algunos de sus experimentos, como el de inocular carbón con microorganismos.
“Hice una prueba, planté bananas, puse a un lado carbón inoculado con
microorganismos y a otro un fertilizante industrial. A los pocos meses las
raíces del banano se alejaron del industrial y se agarraron al carbón como
quien se agarra a la vida”. Rodeado de los alumnos convocados en la Fundación Edes por el nodo asturiano de
Agricultura Regenerativa, Restrepo
lleva a cabo algunas de sus prácticas. La primera consiste en calcinar huesos
de vaca en un bidón. El resultado será calcio puro, un abono espectacular sin
apenas coste económico que se aplica directamente a la tierra. Después llega la
hora de fabricar su biofertilizante estrella, el bocashi, una mezcla
compuesta por elementos asequibles, cuando no gratuitos: capas de gallinaza,
levadura, melaza, cascarilla de arroz, carbón vegetal, harina de basalto, más
mierda (de caballo), tierra tamizada y de bosque. Un compuesto con el que
Restrepo certifica haber revitalizado millones de hectáreas de terreno yermo
por todo el mundo. El constante estudio del suelo y la consigna de que la vida
es “una eterna reciclada de una cagada” como motivación permanente.
Soja invasiva y sinvergüenza
Para Restrepo el futuro del mundo está en el renacer del campo “porque
la vida depende del campo y no al revés”, pero para ello es necesario que los
agricultores tomen el control mediante la economía local, la diversificación de
la granjas y la transmisión de la cultura ancestral. Cosas que hoy buscan
nombres sofisticados como permacultura, el manejo holístico del
pastoreo o las granjas multifuncionales (polymarketing), que no son más
que nuevas adaptaciones a los usos tradicionales -la casería asturiana que
producía un poco de todo, que todo lo aprovechaba y que gestionaba el
territorio en su conjunto-. Cosas como la biofertilidad (Dios y el cucho pueden
mucho) frente a la proliferación de insumos comerciales, la trampa de las
subvenciones y los créditos agrícolas que hacen del campo (también del campo
asturiano) un negocio suicida incapaz de sostenerse a sí mismo, cargado de
incertidumbres y de agonía.
Viejos conceptos con nuevas ideas, aplicando elementos como el marketing
y la investigación basada en la observación y el experimento reposado. “Llegué
a un pueblo del Perú -cuenta Restrepo- y vi un montón de remolachas que un
campesino tenía apiladas para desechar porque no eran perfectas o no tenían el
calibre exigido por el mayorista. Se las comerán los cerdos, me dijo resignado.
Estuve unos días allí enseñándole a desecar y triturar estas remolachas y
después le dije: Ahora solo necesita hacerles un bonito empaquetado y venderlas
como remolachas orgánicas de los Andes, fáciles de preparar en sopa o en
ensalada para personas que no tienen tiempo para cocinar, con siete minerales
esenciales para salud… esto le sacará de pobre. Con ese concepto sacamos muchas
granjas adelante, hoy la venta del producto primario no da beneficio, el beneficio
está en la transformación in situ, así daremos trabajo además a un
mecánico y a un repartidor local, trabajando en pequeños círculos sociales y
aprovechando al máximo todos los recursos de la zona”.
Restrepo es escéptico cuando oye hablar del PH de la tierra y otras
medidas científicas. “La ciencia es una débil interpretación de lo poco que
conocemos”. Este ingeniero agrónomo con tres cursos de postgrado (Ecología y
Recursos Naturales; Ingeniería de Seguridad Ocupacional Agrícola y
Agroecología) siempre reparte el mismo consejo: “Escuche lo que le dice un
ingeniero agrónomo y después haga todo lo contrario”. Para Restrepo todas las
claves están en el bosque: “La agricultura es una forma ordenada de violar la
naturaleza, pero cuanto más nos alejamos del bosque más nos acercamos a la
industria. Hoy se hace compostaje en cajoneras de plástico pero el bosque nunca
descompone en montones, siempre lo hace en capas esparcidas. Hoy la agricultura
y la ganadería funcionan al ritmo de la industria. Criar un pollo en veinte días,
crear comida masiva de pésima calidad que nos hace enfermar cerrando el círculo
perverso de industria alimentaria y farmacéutica, creando imperios malignos
como el imperio de la soja, la planta más sinvergüenza e invasiva que existe”.
Es lo que el maestro colombiano llama la cultura de la agonía “porque
los bancos producen agonía y la agricultura que tratan de imponer hoy nos aleja
de la observación y del reposo necesario”.
Jairo Restrepo tiene sesenta años, una espalda de toro y tiene toda la
pinta de llegar a ser tan longevo como su padre, que sobrepasó los cien. “Al
final todos necesitamos hacer la reflexión de cuántas cosas necesitamos para
ser felices y cuál es verdadero valor de las cosas. En una ocasión le
preguntaban a un técnico forestal cuánto cuesta un ejemplar de árbol de 150
años, tras cálculos y medidas el técnico responde machaconamente dando la cifra
del valor de la madera en el mercado, pero no entiende la pregunta: un árbol de
150 años cuesta 150 años”.
Jairo Restrepo ante el cartel del pueblo del que es oriundo su apellido.
Foto / Carlos Pons. Restrepo en Restrepo
En su primera visita a Asturias, Jairo Restrepo llega con una misión.
Sabe que el pueblo que le da nombre a su familia, y uno de los apellidos más
populosos en su Colombia natal, está en Asturias. Así es que cuando le informan
que Restrepo está en Vegadeo, apenas a veinte minutos de donde ahora se
encuentra, una sonrisa ilumina su cara: “Tengo que ir a hacerme esa foto”.
Viene con la lección aprendida, sabe que Restrepo es un topónimo que hace
alusión a riestra, en línea, ordenado y, efectivamente, Restrepo en Vegadeo es
un pequeño pueblo conformado por dos barrios que dibujan dos pequeñas líneas
sobre el monte occidental asturiano. Para un hombre que admira los
conocimientos ancestrales del campo, el lenguaje de la agricultura, la
tradición del campo, esto es otro motivo de felicidad, lo que él llama
“pequeñas cosechas internas” que nos unen a la tierra. Tres días después se
cumple su pequeño sueño: Restrepo está en Restrepo.
Decepcionantes revoluciones campesinas
Nacido en Colombia y con nacionalidad brasileña, Restrepo vive a caballo
entre estos dos países y México, donde gestiona proyectos de agricultura y
asesorías campesinas. Esta condición panamericana le lleva a hablar de lo que
conoce bien, Latinoamérica y su agricultura, y a hablar con dureza y decepción
de las “revoluciones campesinas” que encabezaron los llamados Gobiernos
populistas latinoamericanos. “La mayor decepción fue sin duda Lula en Brasil.
Lula se abrió de piernas a la gran industria. Bajo su mandato se fumigaron los
bosques y los campos de Brasil con más venenos y pesticidas que con todos los
generales anteriores juntos”.
Continente arriba, en Bolivia, “Evo Morales sustituyó los pesticidas de
las multinacionales por otros ‘patrios’ y ahora el mensaje es ‘no compre sus
venenos, compre los nuestros’. De Correa en Ecuador, solo puedo decir que es un
hombre al que siempre le entrevistan con una Coca-Cola encima de la mesa, es un
presidente Coca-Cola y al que se deben proyectos de desertización masivos en
Ecuador”. Por último, recalando en Venezuela, “de Chaves debo criticar su falta
de visión para crear un modelo político que le sobreviviera, pero al menos se
puede decir que su revolución campesina fue más respetuosa con el medio
ambiente”.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015
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fecha: 22 de octubre
de 2015, 21:07
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COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
11 de diciembre de 2015
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