En el volcán
05-11-2012
Desde
la lógica de quienes siendo marxistas, hemos estado acompañando a los pueblos
originarios por los caminos de las autonomías basadas en los principios de la
comunalidad, la democracia participativa y el principio de mandar
obedeciendo, los procesos electorales que tienen lugar en países cuyos
grupos gobernantes y oligárquicos asumen una posición de acatamiento subalterno
al modelo de mundialización capitalista neoliberal, representan mecanismos heterónomos a
través de los cuales las clases dominantes, los aparatos coercitivos e
ideológicos del Estado y los poderes facticos imponen a los candidatos que
garantizan la reproducción de sus sistemas de explotación y dominación. Esta
acción impositiva se lleva a cabo aún a costa de la transgresión de sus propios
marcos jurídicos constitucionales y recurriendo a la dictadura mediática y la
defraudación estructural, tradicional y electrónica para lograr violentar la
voluntad popular.
La
enseñanza reiterada que dejan los frustrados procesos electorales mexicanos presidenciales
es que mientras no exista una correlación de fuerzas políticas y sociales,
movimientos y procesos autónomos que desde abajo impongan nuevas reglas del
juego, resulta desgastante y contraproducente para estos movimientos continuar
participando en el ámbito electoral. No se ha destacado de manera suficiente
que las experiencias latinoamericanas recientes en que las izquierdas han
ganado la presidencia de sus respectivos países, Venezuela, Bolivia, Ecuador,
por ejemplo, se han dado en contextos de franca ruptura del sistema tradicional
de partidos, ya sea por la irrupción de masivos movimientos indígenas,
ciudadanos o de variada naturaleza cívico-militar.
¿Por
qué entonces en México, a los repetidos y monumentales fraudes electorales,
siguen las mismas rutinas de esperar otros seis años más para lograr, ahora sí,
el cambio verdadero, confiando en que la naturaleza autoritaria,
corrupta, impositiva y tramposa del sistema imperante cambie y reconozca el
triunfo de una izquierda moderna y bien portadita? No es posible continuar
delegando nuestra representación y las esperanzas de cambio en el protagonismo
de una izquierda institucionalizada, divorciada de las luchas anti sistémicas y
de las que tienen lugar en contra de la guerra social, por la integridad y
preservación de los territorios y sus recursos, contra el saqueo y la
depredación capitalista.
Tampoco
se trata de renunciar a ninguna forma de lucha social, incluyendo el ámbito
electoral y parlamentario, ni a la forma partido como instrumento organizativo
al servicio de la transformación social, siempre y cuando elecciones y
partido tengan a los trabajadores y a los pueblos su propósito y razón de ser. El
reciente triunfo del comandante Hugo Chávez para un nuevo periodo de su
presidencia en la República Bolivariana de Venezuela, muestra una experiencia
de participación electoral con abiertas posiciones socialistas que es
refrendado por un 55% del electorado, con un 80% de participación ciudadana en
el proceso.
En
el otro polo equidistante, Enrique Peña Nieto ha sido impuesto como nuevo
titular del ejecutivo federal para dar continuidad a las políticas
neoliberales, profundizar las “reformas estructurales”, como la grotesca
reforma laboral que acaban de aprobar, seguir la privatización de PEMEX, los turbios
negocios al amparo del poder público, incluyendo el narcotráfico, y asegurar la
impunidad para los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el gobierno de
Felipe Calderón. El fraude estructural del sistema político mexicano conllevó
el escandaloso sobregiro en los topes económicos de campaña, la coacción de la
ciudadanía por sindicatos oficialistas, patrones y sicarios, la compra de
sufragios con dinero en efectivo, despensas, cemento o tarjetas de prepago, las
encuestas que no miden sino norman intenciones de voto, la dictadura mediática
que construye y destruye candidatos y que, de paso, se embolsa exorbitantes
sumas de dinero; además de las autoridades y tribunales electorales omisos a
sus obligaciones y cómplices de esas prácticas de corrupción extendida y
masiva. Todo ello, más los denunciados actos de defraudación directa en las
casillas, con las múltiples “técnicas” que han ganado fama universal, hicieron
realidad el regreso del Partido Revolucionario Institucional a la presidencia
de la República, a contracorriente de una sociedad civil indignada y un
movimiento de jóvenes que pese a su fecunda toma de conciencia no pudieron
revertir el golpe orquestado por el grupo oligárquico el 1 de julio del 2012.
Por
su parte, las izquierdas electorales mexicanas, pese a las traumáticas
experiencias del 1988 y 2006, y sin que mediara una autocritica sobre su
actuación pasada, no se organizaron ni organizaron a la sociedad para revertir
el fraude que venía preparándose meses antes de las elecciones; entrampadas en
la institucionalidad de la que forman parte, asumieron nuevamente –sin
fundamento alguno-- actitudes triunfalistas, mientras sus intelectuales
perdieron el sentido de la crítica hacia su candidato, sus posiciones equivocas
en temas fundamentales y el contenido ambivalente y gris de una campaña salvada
por la irrupción juvenil que vino a darle una impronta inesperada; sus
organismos partidistas se alejaron de movimientos sociales importantes, como el
de los pueblos indígenas, o el que se pronuncia en contra de la guerra social
encubierta en la “lucha contra el narcotráfico”, o el que denuncia la abierta
injerencia de Estados Unidos en nuestro país; así, firmando “pactos de
civilidad” a sabiendas de que los operativos fraudulentos estaban en marcha, resultaron
amorosamente indulgentes con grupos empresariales, clericales y con priistas
recientemente conversos, entre ellos, quien en 1988 operó la “caída del
sistema” y otro, subsecretario de gobernación, actual gobernador de Tabasco,
dentro del “progresismo”.
Esta
sería la tercera ocasión, en los últimos años, en que el pueblo mexicano
experimenta la derrota en sus esfuerzos por una transición realmente
democrática, de modo que habría que preguntarse por la viabilidad de
procedimientos electorales impuestos por el capitalismo neoliberal y acatados
dócilmente por partidos que en cada una de estas frustraciones estratégicas no
pierden del todo, como pierde la democracia de manera ignominiosa, sino que,
por el contrario, ganan. Ganan gobiernos estatales, municipales,
delegacionales, curules en el Congreso de la Unión y en congresos locales y
reciben cuantiosas prerrogativas económicas para sostener sus aparatos
burocráticos. Estos organismos partidistas, más que interesados en luchar en
contra de la aceitada imposición de Peña Nieto, se apresuraron a reconocerlo,
antes de que cantara el gallo, como presidente “electo”.
Algunos
pueden preguntarse si una eventual incorporación al voto por la izquierda
institucional por parte de aquellos que han cuestionado en estas condiciones la
vía electoral en nuestro país hubiese sido decisoria en los resultados a modo
que nuevamente impuso el sistema. Quizás, un programa de izquierda de otra
índole pudiese haber sumado más votos, pero su monto final nada tiene nada que
ver con la magnitud del tercer mega fraude ni con el aparato estructural que lo
hizo posible. Quienes hemos mantenido una posición crítica frente al régimen de
partidos de Estado, fuimos cautos en expresarnos en contra de la opción de
millones de ciudadanos que confiaron nuevamente en el posibilismo de los
procesos electorales bajo un sistema esencialmente negatorio del ejercicio
efectivo de la democracia representativa.
De
ahí el hartazgo que se expresa en los jóvenes de #YoSoy132 y en quienes por
décadas han tratado de cambiar el rumbo del país, desde muy diversas posiciones
políticas e ideológicas, y algunos de ellos, a partir de todas las formas de
lucha, incluyendo la armada. Es alentador que la continuidad con las luchas
sociales del pueblo mexicano se exprese explícitamente desde el movimiento
juvenil que irrumpió en mayo. La memoria se constituye en acervo que servirá
para paliar los ataques que ya están recibiendo desde el poder.
Asimismo,
desde la lógica del marxismo libertario representado en una gran pensadora y
revolucionaria, como Rosa Luxemburgo, la acción autónoma de las masas es
la clave para entender la lucha por la trasformación radical de la sociedad
capitalista. Por ello, en un debate sobre la democracia, elecciones y
socialismo en América Latina cobra una gran importancia sus planteamientos
sobre la transformación socialista no como un “día decisivo”, sino como un
proceso que puede comenzar aquí y ahora, por el cambio en la correlación de
fuerzas, en las estructuras de poder y de propiedad, en la innovación
institucional, que lleve a una ruptura, en el caso mexicano, del régimen de
partidos de Estado como el que se ha impuesto por tercera ocasión a los afanes
del pueblo mexicano por transitar por la vía electoral hacía una supuesta
transición democrática.
El
socialismo –señalaba Luxemburgo-- no puede ser realizado por decretos ni es un
cambio de gobierno llevada a cabo por una minoría, sino una trasformación
radical de la antigua sociedad, en todos los planos, por la acción
autónoma de los trabajadores. Advirtió y critico los procesos de
burocratización de la socialdemocracia partidaria y los sindicatos. En este
sentido, Rosa Luxemburgo se opone a la idea del socialismo como estatización de
los medios de producción sin control de los trabajadores, camino para una
inevitable burocratización. Con la revolución alemana en marcha, la democracia
socialista pasa a significar concretamente, para Rosa Luxemburgo, un gobierno
consejista, muy similar, guardando las diferencias en tiempo y
condiciones, al que se establece en la Comuna de Paris, en 1871, o en las
actuales Juntas de Buen Gobierno zapatista. Los consejos, organismos de base
electos por los obreros y soldados, de acuerdo al programa de la Liga
Espartaco, serían la nueva forma de poder estatal para sustituir los órganos
heredados de la dominación burguesa; democracia socialista significaba
en aquel contexto el autogobierno de los productores. Isabel Maria
Loureiro, en su libro Rosa Luxemburgo: los dilemas de la acción
revolucionaria[3],identifica una idea
rectora de su pensamiento que es de gran utilidad para el tema que nos ocupa:
“Para Rosa Luxemburgo, así como para los movimientos sociales de nuestra época,
es la participación de los de abajo de la que proviene la esperanza de cambiar
el mundo…No debemos esperar nada de hombres providenciales. Cualquier cambio
radical, en el sentido de un proyecto emancipador, solo puede resultar de la
presión social de abajo a arriba”.[4]
Por
ello, el EZLN en su Sexta Declaración, más vigente que nunca,
estableció con claridad su política de alianzas con organizaciones y
movimientos no electorales que se definan, “en teoría y práctica, como de
izquierda”, de acuerdo a condiciones que evidentemente no reúnen los partidos
de esa izquierda institucionalizada:
“No
hacer acuerdos arriba para imponer abajo, sino hacer acuerdos para ir juntos a
escuchar y a organizar la indignación; no levantar movimientos que sean después
negociados a espaldas de quienes los hacen, sino tomar en cuenta siempre la
opinión de quienes participan; no buscar regalitos, posiciones, ventajas,
puestos públicos, del Poder o de quien aspira a él, sino ir más lejos de los
calendarios electorales; no tratar de resolver desde arriba los problemas de
nuestra Nación, sino construir desde abajo y por abajo una alternativa a la
destrucción neoliberal, una alternativa de izquierda para México.”
Esta
alternativa debe tomar en cuenta para los próximos años y para la elaboración
de un programa de lucha con las características que el zapatismo ha buscado
durante estos años, sin lograrlo, el análisis de la cuestión nacional, en la
actual fase del desarrollo capitalista, la cual se configura a partir de tres
grandes ámbitos de relaciones políticas, sociales, económicas, ideológicas y
culturales estrechamente relacionadas. El primero es la forma en que las clases
y sus distintos sectores conforman un sistema de hegemonía nacional, ya sea
como grupo dominante o subalterno en permanente conflicto. En ese marco, es
importante analizar cómo se lleva a cabo la explotación de la gran mayoría de
trabajadores y la obtención de la plusvalía por un grupo dominante, que en
México no pasa de uno por ciento de la población. Aquí es importante analizar,
por ejemplo, los cambios que tendrán lugar con la reforma laboral en el
carácter de la dominación de la fuerza de trabajo.
También,
dado que la guerra social seguirá con Peña Nieto, es necesario estudiar el
papel del Estado en el ejercicio de la violencia sistémica por la vía directa
de sus fuerzas armadas, o de la disciplinada adopción de estrategias imperiales
que militarizan el país y utilizan sujetos desclasados, como criminales y
paramilitares, todo lo cual ha ocasionado una guerra con cerca de 80 mil
muertos, miles de desaparecidos y desplazados.
Así,
no se trata de adoptar una u otra política de seguridad, combatir la pobreza, o
lograr una educación de calidad, y tantas otros ofertas expuestas en el pasado
proceso electoral, sin tomar en cuenta las realidades de la explotación
capitalista en la transnacionalización neoliberal por la que actualmente atravesamos,
en la que la polarización entre pobres y ricos, hecho inherente al sistema,
alcanza niveles exponenciales, y en la que la violencia estatal-delincuencial
se intensifica y masifica en países como el nuestro, donde sus grupos
dominantes integran gobiernos delincuenciales que declaran una guerra interna y
desmantelan el estado de derecho, colocando a la sociedad en una deriva de
incertidumbre y violencia constantes. Por ello, el concepto de Estados
criminales es de destacarse. El jurista italiano Liugi Ferrajoli
vincula el fracaso de las democracias en todo el mundo con el triunfo de la
ilegalidad, la quiebra del estado de derecho y la violación sistemática de las
Constituciones nacionales, a partir de un concepto que él denomina criminalidad
del poder.
El segundo
ámbito de relaciones es la articulación de la nación con los sistemas mundiales
de control económico, político y militar del bloque imperialista encabezado por
Estados Unidos; el grado de dominio que las grandes corporaciones capitalistas
ejercen sobre nuestra patria y sus recursos estratégicos y naturales; el
control sobre su mano de obra, tanto aquí como del otro lado de la frontera
norte. Aquí corresponde analizar los resultados desastrosos en México del
Tratado de Libre Comercio (TLC), en todas las esferas de la economía, en la
crisis del campo, en el fin de la autosuficiencia alimentaria, en el
desmantelamiento de las pequeñas y medianas industrias, así como en la
creciente pérdida de soberanía en otros rubros estratégicos, como los acuerdos
militares y de seguridad, como ASPAN y la Iniciativa Mérida, que ni siquiera
pasaron por el Congreso para su revisión y aprobación; o en la injerencia cada
vez mayor de organismos de inteligencia estadunidenses en las fuerzas armadas y
aparatos de seguridad mexicanos, con la espléndida justificación de la guerra
contra el narco-terrorismo. Así, demandar tratos equitativos y
relaciones de mutuo respeto, como lo hizo el candidato de la izquierda
institucional, o aprovechar los 3 mil kilómetros de frontera común, sin tomar
en cuenta la dependencia estructural subordinada de México a Estados Unidos,
resulta, por lo menos, una quimera.
El
tercer ámbito remite a la composición étnica y a las relaciones de género al
interior de la nación, manifiesto en la presencia histórica y permanente de
diversos pueblos indígenas, en la subsistencia del racismo, el sexismo y la
discriminación de variados alcances, también intrínsecos al capitalismo; en la
sobrevivencia de estructuras preferentes de explotación y dominación al interior
de las clases, que González Casanova ha denominado colonialismo
interno, que hace posible que los más excluidos y oprimidos sigan
siendo, en pleno siglo XXI, los pueblos originarios, quienes, no obstante,
resisten creativamente las políticas del capitalismo con base en autonomías de
facto, en las que se ejercen formas renovadas de democracia directa
que la clase política desprecia olímpicamente, observando a la alteridad sólo
desde la óptica del paternalismo y los sujetos víctimas.
Estos
diagnósticos de los grandes problemas nacionales que enfrentan millones de
mexicanos, como la guerra y sus secuelas, la pobreza e incluso la miseria de
más de la mitad de la población, en tanto que productos de la sobrexplotación
capitalista, así como la violencia sin límites que pretende causar terror, la
impunidad de los perpetradores de toda clase de crímenes, incluyendo de lesa
humanidad, la injerencia y el dominio imperialistas, etcétera, que son negados,
diluidos, fragmentados, manipulados, aislados desde la distorsión cognitiva de
la izquierda institucionalizada, deben ser la base de conocimiento mínimo de
cualquier programa de lucha por la transformación revolucionaria de nuestra
patria y el establecimiento de un socialismo democrático y libertario.
Con
estas coordenadas sobre la cuestión nacional, la izquierda anticapitalista debe
encontrar los caminos para su unidad en las diferencias. No obstante, la unidad
se construye en el debate de ideas. Los millones de personas que apoyaron a
AMLO y a la izquierda institucionalizada deberán darse cuenta que la
construcción de un nuevo partido, en este caso el Movimiento de Regeneración
Nacional (Morena), siguiendo los mismos pasos que siguió el Partido de la
Revolución Democrática, esto es, integrar estructuras de dirección desde arriba
y con el propósito de nuevamente participar en elecciones, sin mediar un cambio
substancial en la correlación de fuerzas, reglas del juego y una profunda
autocritica sobre su desempeño en los últimos años, llevará a nuevos fracasos y
decepciones. Algunos analistas han referido sobre la ambigüedad en los términos
del retiro de este movimiento de la alianza progresista que
apoyo a su candidato en las elecciones de 2012, nueve largos días después que
el Tribunal Electoral otorgara la constancia de presidente electo a Peña Nieto,
el silencio de AMLO sobre el apresurado reconocimiento al nuevo gobierno de los
gobernadores electos, legisladores y dirigencia partidaria, algunos de ellos en
Morena, el reforzamiento del sistema de partidos de Estado, esto es, la
partidocracia, que implica la creación de uno más.
Por
su parte, el movimiento social deberá pasar de la mera denuncia de las
condiciones por cierto de suma gravedad por las que atraviesa el país, a una
etapa de construcción de alternativas organizativas que otorguen
direccionalidad, centralidad y proyección nacional a estos esfuerzos,
respetando la especificidad y autonomía de cada movimiento y organización. Esto
significa, incidir en la vida política nacional por sobre la dictadura mediática
que tratara de invisibilizar, estigmatizar o criminalizar cualquier movimiento
opositor. La convocatoria de un Congreso Nacional Constituyente, Frente
Patriótico, Junta Patriótica, o alguna otra forma organizativa que agrupe las
manifestaciones aisladas de numerosas organizaciones y que proponga una unidad
de acción bajo consignas en las que todos y todas puedan sentirse
representados, por ejemplo, una variante de la demanda histórica que se exprese
en la consigna: “paz, pan, trabajo y patria”.
La
incorporación de los jóvenes agrupados en el movimiento #YoSoy132 en
iniciativas estratégicas como ésta, con la inventiva y persistencia que han
imprimido a sus acciones contra la imposición y en contra de la reforma
laboral, será fundamental para la creación de un polo opositor anticapitalista
que realmente transforme nuestra realidad nacional. Aquí es importante
reconocer la incapacidad de la izquierda social para encontrar formas que
trasciendan los estrechos márgenes de un activismo defensivo y reactivo, sin perspectivas
estratégicas, a la saga de las luchas espontaneas y sin la suficiente fuerza
para contener agresiones directas como la reforma laboral.
El
movimiento indígena, además de los enormes esfuerzos que dedica a fortalecer
sus procesos autonómicos y a defenderse de la contrainsurgencia, el crimen
organizado, la invasión de las corporaciones mineras, turísticas y de otra
naturaleza, deberá reorganizar el Congreso Nacional Indígena y otras formas
organizativas que permitan su participación activa en un programa nacional de
lucha de los explotados mexicanos. La articulación con luchas nacionales debe
lograrse, si no se corre el riesgo de ser aniquilado por las fuerzas represivas
del Estado, la invasión de las corporaciones, que incluyen el narcotráfico, o el
desgaste del propio movimiento que lleve a contradicciones internas
insuperables.
Asimismo,
el movimiento nacional anticapitalista deberá dar importancia fundamental al
estudio, la preparación, lo que los antropólogos hemos llamado “fortalecimiento
del sujeto autonómico”, a partir de talleres, conversatorios, intercambio de
saberes, círculos de estudio, que desgraciadamente fueron abandonados por
muchos sectores de los movimientos populares que, en su activismo, han
renunciado a la necesaria reflexión permanente, al análisis sistemático, a la
elaboración teórica de sus experiencias. Aquí tienen un papel que jugar ese
sector de la academia y el ámbito de la intelectualidad, que no han sido
cooptados por la zanahoria de la excelencia y el premio al productivismo, que
promueven el individualismo, la competencia y el abandono del compromiso ético
y social.
La
izquierda actual, después de las experiencias traumáticas de la burocratización
del socialismo real, se define en función de que tanto es capaz de mantener una
posición de congruencia ética y coadyuvar a construir poder popular en formas
de democracia participativa que impida precisamente la utilización de aparatos
políticos para el encumbramiento y ascenso social de unos pocos. En cada paso que se dé, es necesario asegurar la
amplia participación de las masas en los procesos políticos y en la toma de
decisiones sobre su direccionalidad. En la medida en que la izquierda lucha por
estos elementos fundamentales, es realmente una izquierda. Si lo que va a desarrollar
son programas sociales y representaciones permanentes en nombre de las masas
populares, entonces, es otra cosa: eso es reformismo en el más estricto sentido
del término.
De
ahí la importancia de la consigna zapatista de “para todos todo, para
nosotros nada”, que no implica en circunstancia alguna una especie
renovada de martirologio, sino que establece un distanciamiento de las formas
de hacer política propias de las concepciones vanguardistas. De aquí la
importancia de la crítica temprana de Rosa Luxemburgo al modelo soviético que
se construía y el planteamiento de Raya Dunayevskaya sobre la suplantación de
la clase por el partido y todas sus críticas al vanguardismo para la
posibilidad de una verdadera revolución socialista, horizontal, participativa y
en la que todos y todas tenemos un papel que jugar.
Catedra
Carlos Marx. Mesa de debate 1. Democracia, elecciones y socialismo
en América. Encuentro 2012,Universidad Autónoma del Estado de
Morelos. Cuernavaca, Morelos, 19 de octubre de 2102.
Gilberto
López y Rivas es Doctor en Antropología. Profesor-Investigador del
Instituto Nacional de Antropología e Historia, delegación Morelos.
[3] Isabel Maria Loureiro. Rosa Luxemburg:
os dilemas da ação revolucionaria. Brasil: Unesp, Fundação Perseu Abramo,
Rls, 2003.
[4] Isabel Maria Loureiro. Ob. cit., p. 37
Fuente
original: http://www.enelvolcan.com/oct2012/182-de-caminos-electorales-y-logicas-marxistas#_ftn1
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