25-07-2015
De la época de los interrogatorios y las
detenciones con el senador McCarthy y su caza de brujas, Ruth Berlau recordaba
las conversaciones entre Bertolt Brecht y Charles Chaplin. En el momento más
duro de las persecuciones contra todas las personas sospechosas de comunismo, ambos
encontraron motivos para reírse de ello.
Un día se inventaron una historia donde Chaplin
abandonaba América. Aparecía sentado en un barco e irrumpían los funcionarios
de inmigración-emigración, sometiéndolo a inspección, como si fuera un peligro
para la seguridad. Sin embargo, nadie comprendía el idioma en el que respondía
Chaplin. Primero recurrían a un traductor chino, luego a uno japonés, después a
otro coreano y seguían intentándolo con varios traductores más, sin resultado
alguno.
Todos fracasaban forzosamente porque Chaplin
hablaba en una lengua inventada por él mismo. Al final, según lo imaginaba
Chaplin, los agentes y los funcionarios se daban por vencidos, mientras el
barco se alejaba del puerto y el actor contemplaba a través de un tragaluz cómo
la diosa de la libertad le guiñaba un ojo.
Berlau, Brecht y Chaplin se rieron hasta dolerles
el estómago, cuando este último escenificó toda esta historia, a pesar de
encontrarse en medio de las traiciones y las delaciones del macartismo. Ahora
que vuelven tiempos sombríos donde una conversación sobre árboles puede ser
delito, tendremos que encontrar de nuevo esa risa. Quizá tengamos que
inventarnos un lenguaje en el que no se nos entienda para entendernos mejor.
Ruth Berlau lo entendería.
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