por
Dimitris Konstantakopoulos
Resumen
Latinoamericano
Red
Voltaire
11
de julio 2015
Vista
desde Grecia, lo único que la crisis griega tiene de “griega” es el nombre. Se
trata de una situación en la que se encuentran en juego intereses estratégicos
cuyo alcance va mucho más allá de los Balcanes y que actúa como una trampa en
la que han caído los principales dirigentes de la Unión Europea. Ya que, si en
efecto se trata de un rejuego geopolítico, las reacciones de Alemania y de sus
aliados van a volverse contra ellos mismos y contra todos los europeos.
«No
moriremos por Dantzig», decían los franceses hace 70 años. «No pagaremos por
los griegos», dicen hoy los alemanes. Y si en 70 años la fuerza del dinero
reemplazó, en Europa, la fuerza de las armas, el resultado no es menos mortal
para los pueblos. Tampoco es, a fin de cuentas, menos autodestructiva.
El
ataque contra Grecia iniciado por poderosas fuerzas «geoeconómicas», las del
capital financiero totalmente liberado de toda forma de control, de un Imperio
del Dinero en gestación, reviste a nivel mundial una importancia enorme, que
sobrepasa ampliamente la dimensión de ese pequeño país. Es la primera de una
serie de batallas que decidirán el futuro de los Estados y de los países
europeos, el del ideal de una Europa unida, independiente, social, la de
nuestra democracia y nuestra civilización. La interrogante a la que hoy se
trata de responder, en Grecia, es saber quién va a pagar la deuda acumulada de
la economía mundial, incluyendo la deuda vinculada al salvamento –en 2008– de
los grandes bancos.
¿La
pagarán los pueblos de los países desarrollados, aunque ello implique la
supresión de los derechos sociales y democráticos conquistados a lo largo de 3
siglos de lucha, en otras palabras, sacrificando la civilización europea? ¿La
pagarán otros países? ¿La pagaremos destruyendo el medio ambiente?
¿Prevalecerán los bancos ante los Estados o sucederá lo contrario? ¿Logrará
Europa dominar nuevamente ese monstruo que es el capital financiero totalmente
desregulado, reinstaurando una regulación de los flujos de capitales, en el
marco de un proteccionismo razonable y de una política de crecimiento,
contribuyendo a la construcción de un mundo multipolar, dando así un ejemplo de
envergadura mundial? ¿O bien, sucumbirá Europa en medio de implacables
conflictos internos, consolidando el papel dominante –aunque hoy vacilante– de
Estados Unidos y quizás mañana el de otras potencias, o quizás incluso de
totalitarismos, a nivel mundial o regional?
La
crisis griega
Los
gobiernos europeos y su Unión, que han dedicado sumas colosales al salvamento
de los bancos, imponen a Grecia la adopción de medidas que implican la mayor
regresión de toda la historia de ese país, exceptuando únicamente el paréntesis
de la ocupación alemana, de 1941 a 1944, hundiéndola además en la mayor
recesión que ese país haya conocido en varias décadas, privándola por tiempo
indeterminado de toda perspectiva de crecimiento. Lo cual puede, además, hacer
simplemente imposible el pago de su deuda, o sea corriendo el riesgo de
convertir a Grecia en una especie de Lehman Brothers en la nueva fase de la
crisis mundial iniciada en 2008.
Hemos
llegado a un punto en que el Banco Central Europeo presta a los bancos a una
tasa de interés de 1% para que estos le presten a Grecia a tasas de 6 o 7%. Al
mismo tiempo, los gobiernos europeos se niegan a aceptar la emisión de las
euro-obligaciones que podrían ayudar a normalizar las tasas que paga el Estado
griego.
Alemania
contra Europa
Hace
20 años, el primer acto de la Alemania recientemente reunificada, alcanzando su
plena «mayoría estratégica», fue dar el tiro de gracia a la Yugoslavia
multinacional y federal, imponiendo a sus socios el reconocimiento de las
diferentes Repúblicas que la componían. El resultado fue, en primer lugar, una
serie de guerras que sembraron la ruina y la muerte en los Balcanes, pero sin
resolver ninguno de sus problemas. Otros resultados fueron la temprana muerte
de la balbuceante política exterior y de defensa de la Unión Europea así como
el solemne regreso de Estados Unidos a su papel de amo absoluto del sudeste
europeo.
Pero
todo eso parecerá un simple delito en comparación con lo que puede pasar ahora
por causa de la miopía de Berlín y de la manera dogmática, extremadamente
egoísta, en que defiende las reglas de Maastricht, dispuesto –según parece– a
sacrificar uno o varios de sus socios, incluso pertenecientes al «núcleo duro»
de la Unión Europea, la Eurozona, hundiéndolos en el desastre económico y
social.
Hoy
en día, lo que está en juego con la crisis «griega», con la crisis «española»,
con la crisis «portuguesa» o con cualquier otra crisis que pueda aparecer
mañana, no es solamente la política común europea, ni el destino de los Balcanes.
Es el ideal mismo de la Europa unida lo que está al borde de la desaparición, y
con ello su moneda común, como ya han señalado los políticos y analistas
económicos más brillantes, tanto en Europa como a escala internacional.
Si
bien en 1990-91, la política alemana sentó… el papel de Estados Unidos en el
sudeste de Europa, la política alemana actual conduce a la consolidación de su
papel hegemónico, hoy debilitado no sólo en la escena europea sino a nivel
mundial. Y al mismo tiempo priva a Europa de la posibilidad de desempeñar,
basándose en sus ideas y su civilización, un papel de vanguardia en la tan
necesaria revisión del sistema mundial. Errores históricos de tan enorme
envergadura no carecen de precedentes en la historia de Alemania. Berlín sobrestima
hoy su poderío económico, exactamente de la misma manera como sobrestimó su
poderío militar en los años 1910 y 1930, contribuyendo así a la destrucción de
Europa –y a su propia destrucción– durante las dos Guerras Mundiales.
La
instauración de la moneda única y el modo de funcionamiento de la Unión Europea
han sido provechosos principalmente para Alemania, que sin embargo se niega a
«abrir su cofre» para ayudar a sus socios en dificultades. Alemania no defiende
a Europa, en el plano exterior, de los ataques (de los) bancos internacionales
bajo control de los anglo-estadounidenses, ni de los ataques del capital
financiero, designados eufemísticamente como «los mercados». Tampoco defiende a
Europa en el plano interno, no sólo porque se niega a prestar ayuda a un
supuesto socio, en este caso a Grecia, sino además porque incluso insulta a ese
país, a través de una campaña sádica y racista de los medios de prensa
alemanes, ¡precisamente cuando ese país enfrenta graves dificultades!
Alemania
y Maastricht
Alemania
tiene razón cuando sostiene que, al actuar así, está defendiendo las reglas de
Maastricht, que prohíben todo tipo de solidaridad y de ayuda entre los miembros
de la Unión Europea e imponen, para la eternidad, una política monetaria que no
existe en ninguna otra parte del mundo.
Esas
reglas son las que convienen a los intereses alemanes, al menos tal y como los
conciben los medios dominantes de Berlín, y sobre todo a los intereses de los
bancos y más generalmente de los grandes propietarios del capital financiero.
Las reglas de Maastricht garantizan sus ganancias, como también lo hace el
régimen de liberalización total de los intercambios de capitales y mercancías,
reglas que prohíben explícita o implícitamente a los europeos la práctica de
una política inflacionista, keynesiana, anticíclica, cuando pudiese resultar
necesario, pero que también les prohíbe defenderse contra el antagonismo
económico exterior, venga de Estados Unidos o de China.
Sin
embargo, al afirmar, con toda razón, que su política actual se basa en el
tratado de Maastricht, texto que hay que respetar como si fuese el Evangelio,
Berlín revela, sin querer, el carácter monstruoso del actual edificio europeo.
No hace falta ser economista, basta el simple sentido común, para entender que
ninguna unión entre personas, pueblos, Estados, o lo que sea, puede durar mucho
si se basa en… ¡prohibir la solidaridad entre sus componentes!
Si
los pueblos de Europa aceptaron la idea de la unificación europea no fue para
encaminarse a la ruina. La aceptaron para obtener más garantías de seguridad y
de prosperidad. Al negar a sus socios la ayuda que necesitan, los dirigentes
alemanes deslegitiman, en gran medida, tanto el ideal de la Europa unida como
el de la moneda única, así como su propia ambición de encabezar esa Europa. ¿De
qué sirve una Unión que moviliza todo sus medios para salvar a los bancos que
provocaron la crisis de 2008 pero que se niega a salvar un pueblo europeo
amenazado por esos mismos bancos, anteriormente salvados del naufragio gracias
al dinero de los fondos públicos?
La
única razón que hace que los miembros de la eurozona afectados por la crisis se
mantengan aún en ella es su temor por las consecuencias que podría tener su
salida (y ciertos intereses de sus clases dirigentes). Pero, ¿por cuánto tiempo
bastará esa razón, sobre todo ante una posible agravación de la crisis
económica que transformará amplias zonas de Europa en una especie de
Latinoamérica? Al igual que en el siglo XX, Alemania pagará de nuevo, ella
también, el precio de su egoísmo. Políticamente, porque su propio papel se verá
socavado. Económicamente, porque su actitud ahogará a los compradores de sus
productos. Pero es muy posible que sólo se dé cuenta de ello cuando ya sea
demasiado tarde.
La
crisis griega como crisis de la eurozona
Es
casi evidente que la crisis griega no está relacionada únicamente, ni siquiera
fundamentalmente, con los problemas internos bastante importantes del país, con
la debilidad de su Estado y de su sistema político, fuente de una extensa
corrupción. Esos problemas, así como el hecho que Grecia invierte sumas
colosales para defenderse de una Turquía negacionista, son sin embargo factores
que determinan la forma, el momento de aparición de esta crisis y la capacidad
del país para enfrentarla. Pero no son la causa, como lo prueba la crisis en
España, en Portugal y también en otros países.
En
Grecia puede tomar el aspecto de una crisis de la deuda pública y en España el
de una crisis del endeudamiento privado. El hecho es que la crisis está en
todas partes. Lo que refleja es la incapacidad a largo plazo de los países más
débiles de la Unión para enfrentar, por un lado, una política monetaria
diseñada en función de los intereses de Alemania y de los bancos
internacionales, así como la supresión de toda barrera de protección externa de
la eurozona.
El
funcionamiento «interno» de la moneda única conduce, a falta de mecanismos
compensatorios, a una transferencia permanente de la plusvalía del sur de
Europa hacia el norte. El funcionamiento «externo» de la eurozona, que
voluntariamente se prohíbe a sí misma todo tipo de protección contra la
competencia estadounidense y china, y toda política industrial y social, toda
armonización, conduce a la degradación de la capacidad europea de producción en
el conjunto de la Unión, comenzando por los países más débiles. La industria
griega, por ejemplo, se traslada del norte de Grecia hacia los Balcanes y los
turistas abandonan el país donde impera una moneda cara –el euro– para irse al
litoral turco.
El
problema va a empeorar con el fin, dentro de poco, de las políticas de
cohesión. Es evidente que el problema estructural griego ha acentuado la
situación y puesto a Grecia en medio de la crisis europea, pero ese problema no
creó la crisis de la Unión. El sur de Europa no es la única región que enfrenta
esos problemas. Francia, país central y metropolitano, corazón político de
Europa, si se considera que Alemania es el corazón industrial, también los ha
detectado y tiene que enfrentarlos. Esos problemas dieron origen al rechazo del
pueblo francés a la Constitución europea propuesta en 2005. Desde entonces,
importantes intelectuales franceses han resaltado el callejón sin salida al que
se encamina la eurozona. Por ejemplo, Emmanuel Todd, Jacques Sapir, Bernard
Cassen y ATTAC, así como Maurice Allais, por citar sólo algunos, subrayan que
es imposible que una Europa productiva y social logre sobrevivir sin adoptar
algún tipo de proteccionismo.
La
obstinación en las reglas de la eurozona, bajo su forma actual, conduce al
totalitarismo, estima Emmanuel Todd. Europa va derecho a la catástrofe con el
sistema ultraliberal de intercambio y la supresión, por las autoridades de
Bruselas, de la preferencia comunitaria. Hasta ahora, las ideas de reforma de
la eurozona no se podían aplicar, por falta de voluntad política. Sería una
tragedia para el pueblo griego que, debido, entre otras cosas, a la manera como
el sistema político griego y una élite política en plena degeneración
administran el país, ese pueblo tuviese que vivir una catástrofe como precio de
la energía necesaria para una reforma del euro, que –si finalmente tuviese
lugar–llegaría demasiado tarde para Grecia.
Economía
y geopolítica
En
cuanto a la dimensión geopolítica del problema, los dirigentes alemanes no
parecen haber sacado ninguna enseñanza de su propia historia, o sea recordar
que durante las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial fueron incapaces
de obtener las ganancias esperadas de sus progresos científicos y tecnológicos.
El capitalismo de casino engendrado por la desregulación de estas últimas
décadas, y que ellos mismos aceptaron de manera interesada y caracterizada por
una total ausencia de perspicacia estratégica, es un engendro
anglo-estadounidense. ¡Ningún jugador, por muy bueno que sea, puede ganarle al
dueño del casino! Tenemos derecho a preguntarnos si existe algún plan
estratégico tras la crisis actualmente desatada, no sólo en relación con la
deuda griega sino también contra el euro, precisamente cuando esta moneda
estaba a punto de convertirse en una divisa mundial.
Sobre
todo teniendo en cuenta, como ahora sabemos, que Goldman Sachs estaba detrás
del ataque contra Grecia y contra el euro. Escudándose tras el tratado de
Maastricht, en una Europa-«dictadura de los bancos»- los alemanes se
aprovecharon ciertamente de su supremacía económica, pero a la vez permitieron
la instalación de una enorme trampa potencial, que acaba de ser activada,
contra la Europa unida. Era de esperar, además, que las cosas evolucionaran en
ese sentido cuando vemos, por ejemplo, que el arquitecto de la política
monetaria no es otro que… el hombre de Goldman Sachs, Otmar Issing, otro más
–es justo señalarlo– entre los tantos miembros de la vasta red de influencias
de ese banco en Europa. Es posible, por consiguiente, que hoy estemos siendo
testigos del desarrollo del plan estratégico que integra la geopolítica y la
geoeconomía en la arquitectura del tratado de Maastricht.
La
crisis estaba inscrita en el tratado mismo con dos posibles resultados: la
transformación de Europa en estructura totalitaria y sometida o su disolución
en componentes, con la variante de mantenerla, en todo caso, en un estado de
desgarramiento provocado por sus problemas internos que le impida obtener su
autonomía en relación con Estados Unidos e imponer reglas al capital financiero
mundial. La política de Berlín parece basarse en la esperanza de sacar de la
globalización más provecho que si reclamase, en nombre de una Europa reformada,
un estatus de igualdad con Estados Unidos en el marco de un mundo multipolar
con flujos reglamentados de mercancías y capitales. Y es así precisamente
porque Berlín tiene todavía en mente las derrotas sufridas cuando corrió tras
la hegemonía europea y mundial. Pero, al mismo tiempo, parece olvidar que la
globalización se halla bajo el dominio del sector financiero y del crédito, y
no de la industria, que constituye el punto fuerte de Alemania, país que a fin
de cuentas corre el riesgo de encontrarse nuevamente en la misma situación que
conoció hacia el final del «gran» siglo liberal, justo antes de la Primera
Guerra Mundial.
Los
dirigentes alemanes quizás piensan que una «expulsión» o una salida forzosa de
Grecia de la eurozona sería una solución que, por un lado, «serviría de
escarmiento» a los demás miembros de la Unión y reforzaría, por otro lado, la
homogeneidad de un núcleo duro europeo que parece haberse «ablandado». La idea
de una «Europa desigual» y en círculos homocéntricos, como la que había
formulado Karl Lammers, sigue siendo muy popular en Alemania. El problema es
que los círculos finalmente podrían resultar heterocéntricos.
Es
evidente que para Grecia, pero también para otros miembros de la eurozona, el
problema se planteará por sí solo y todo indica que eso ocurrirá más pronto que
lo previsto. Para Grecia y otros países, mantenerse en la eurozona sólo tendría
sentido si dicha zona se reformara muy rápida y profundamente. Pero no es nada
seguro que la retirada de uno o de varios países reporte a Alemania las
ventajas que esta espera.
Al
perseverar en esa política, Berlín corre el riesgo de provocar una crisis muy
grave, tanto en la eurozona como en la Unión Europea. Y provocará, al mismo
tiempo, una importante derrota estratégica de Europa en el este del
Mediterráneo, contribuyendo así a concretar el objetivo estratégico central de
Estados Unidos en la región, o sea la constitución de una zona de influencia
estadounidense y turca que se extendería desde el Mar Adriático hasta el
Cáucaso y Chipre.
Esa
zona, siguiendo la visión de la «ocupación del centro» del «tablero
estratégico» planteada por [el ex consejero estadounidense de Seguridad
Nacional] Brzezinski, se interpondría entre Europa y los hidrocarburos del
Medio Oriente y también entre Rusia y los «mares cálidos». Sería además parte
de la Unión Europea. En otras palabras, sería uno de los centros de una Eurasia
dominada por Estados Unidos, una herramienta al servicio de la «parálisis
estratégica» de Europa y una base de «contención» contra Rusia.
En
Europa deberíamos saber –pero dudo que alguien quiera saberlo–, desde los famosos
informes de Wolfowitz y de Jeremia que cristalizaron la estrategia post-guerra
fría de Estados Unidos, que el objetivo estratégico de Washington es impedir el
surgimiento de fuerzas que pueden hacerle frente y para evitarlo aplica
políticas destinadas a impedirlo desde ahora, programando cuando es posible la
aparición de crisis o creando obstáculos que impiden colaboraciones o alianzas
entre diversos polos del sistema internacional.
Hay
un caso en el que Alemania entendió esto perfectamente. Fue cuando ella misma
decidió construir el gasoducto North Stream para conectarse directamente con
Rusia. Pero, en general, Alemania sigue siendo estratégicamente ciega.
fuente:
Red Voltaire
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fecha:
12 de julio de 2015, 18:07
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