Autor(es): Trenkle, Norbert
Trenkle, Norbert . Miembro de la redacción de la revista alemana krisis,
publicación de teoría crítica que existe desde 1986. Tuvo una activa
participación en las jornadas del Tercer Coloquio Internacional Teoría Crítica
y Marxismo Occidental “La crisis del trabajo abstracto”, realizado en Buenos
Aires los días 5 a 7 de noviembre de 2007, organizado por Herramienta en
colaboración con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires y el IADE.
De la lucha
de clases al desclasamiento
I. Mientras avanza la precarización de la vida
junto con las condiciones de trabajo y son perjudicados sectores cada vez
mayores de la población, retorna con fuerza el discurso sobre la lucha de
clases, el que en las últimas dos décadas casi había desaparecido. En un primer
momento esto puede parecer plausible, dada la creciente polarización social.
Sin embargo, como suele suceder cuando se recurre a modelos interpretativos y
explicativos del pasado, éstos no sirven para esclarecer el presente. Al
contrario de lo que parecería a primera vista, las categorías del antagonismo
de clase no explican adecuadamente la creciente desigualdad social. Tampoco los
conflictos de intereses resultantes de esa desigualdad coinciden con lo que,
históricamente, se designó como lucha de clases.
II. El gran conflicto social que moldeó la sociedad
capitalista de manera decisiva durante todo el período histórico de su
conformación y establecimiento fue, como se sabe, el conflicto entre capital y
trabajo. En este conflicto se expresa la oposición de intereses entre dos
categorías inmanentes a la sociedad productora de mercancías: < entre los
representantes del capital que comandan y organizan el proceso de producción
con el objeto de lograr la valorización del capital y los asalariados que con su
trabajo “generan” el plusvalor necesario para eso. Como tal se trata de un
conflicto interno al sistema capitalista en torno a las condiciones de cómo el
valor es producido (condiciones de trabajo, horas de trabajo, etc.) y el modo
de su distribución (salarios, ganancias, prestaciones sociales, etc.). Este
conflicto de intereses se expresó históricamente como lucha de clases debido a
que, en base a determinadas condiciones históricas, los asalariados se
constituyeron como un sujeto colectivo. En la defensa de sus intereses
desarrollaron una identidad y subjetividad colectiva de “clase obrera” y, como
tal, lograron ser reconocidos como ciudadanos y sujetos de mercado, a saber:
como propietarios y vendedores de una mercancía muy específica, la mercancía fuerza
de trabajo.
III. Ahora bien, si en la segunda mitad del siglo
XX la lucha de clases fue perdiendo cada vez más su dinámica, esto no fue,
obviamente, porque la sociedad capitalista prescindiera de la producción de
plusvalor. La contradicción objetiva entre las categorías funcionales de
capital y trabajo sigue vigente, aún cuando haya cambiado su fisonomía
concreta en el curso del desarrollo capitalista. Sin embargo los asalariados
perdieron su carácter de clase, en la medida en que fueron integrados al universo
de la sociedad capitalista como ciudadanos y sujetos de mercado. Es decir: a
medida que la existencia social basada en el trabajo abstracto se generalizaba
y prácticamente todos los miembros de la sociedad se convirtieron en
propietarios y vendedores de fuerza de trabajo, se diluyó la idea de que
los asalariados representaran un sujeto revolucionario.
IV.Esta transformación del conflicto entre capital
y trabajo, que alguna vez pareciera ser un antagonismo irreductible, se refleja
en el hecho, de que hoy en día los conflictos laborales mayormente ya no se
llevan a cabo bajo la premisa de una confrontación fundamental, de una
incompatibilidad objetiva entre los intereses del vendedor de la fuerza de
trabajo con los del capital. Más bien se enfatiza, en general, la base común de
intereses opuestos tales como el reforzar la demanda interna en el mercado
nacional o elevar la productividad empresarial por medio de mejores condiciones
de trabajo. No se critica el lucro como tal, sino más bien las “ganancias
exorbitantes”, la “innecesaria relocalización fabril” o lo que se designa como
“los buitres del capital financiero”. Esto no es de sorprender, porque los
sujetos modernos saben que su bienestar en la sociedad productora de
mercancías, aunque sea precario, depende de que sigan en marcha los procesos de
valorizar el capital, incrementar la productividad y crecimiento forzado.
V. Esta percepción se debe por cierto al hecho de
que la sociedad productora de mercancías se ha impuesto de una forma casi
total, ganando la apariencia de una ley natural irrevocable. A la vez, las
modificaciones en la relación capital-trabajo introducidas en la época
post-fordista contribuyeron a establecer una extrema polarización social, que
sin embargo no forma la base para una nueva constitución de clases sino más
bien para un proceso general de “desclasamiento” que se expresa por lo menos en
cuatro tendencias.
VI. En primer lugar, ya en la fase final del
fordismo, el trabajo directo sobre el producto cedió lugar a las funciones de supervisión
y control así como a las tareas de la pre y la postproducción. En. Esto implicó
no sólo que la mano de obra industrial productora de valor, que siempre se
había considerado como el núcleo de la clase obrera, perdiera en importancia
frente a las otras categorías de asalariados, como los trabajadores ocupados en
la circulación, en el aparato estatal y en los diversos “sectores de
servicios”. A la vez, una parte significativa de las funciones directivas y de
control a bajo y mediano nivel fueron integradas en las actividades laborales;
de este modo la contradicción entre trabajo y capital fue transferida
directamente al interior de los individuos (que eufemísticamente se designó
como “responsabilidad personal”, “enriquecimiento del trabajo”, “horizontalidad
jerárquica”, etc.). Esta tendencia se vio agravada por la presión creciente de
la competencia y por la precarización generalizada de las condiciones de
trabajo. El caso más obvio es el de los “cuentapropistas”, que están obligados
a realizar el mismo trabajo que un empleado a cuenta y riesgo propio. Pero
incluso dentro de las empresas mismas se agudiza la tendencia de organizar las
tareas de tal manera que los empleados sean “gestores” de sí mismos y de su
área de trabajo (por ejemplo con la instalación de los llamados “centros de
utilidades”). Y por último, la administración estatal del desempleo elogia a la
“autogestión” y a la “responsabilidad personal” tanto más que queda en
evidencia la incapacidad del mercado de trabajo para reabsorber a todos los
expulsados.
VII. En segundo lugar, se suma la
flexibilización forzada en el mercado de trabajo. Como es bien sabido,
hoy día el peor pecado contra la ley capitalista es seguir adherido a una
determinada función o actividad laboral. Para sobrevivir uno debe estar
dispuesto a alterar constantemente entre diferentes actividades y categorías de
trabajo asalariado y autónomo (e incluso formas de trabajo no remuneradas como
las pasantías o el “trabajo a prueba”) sin identificarse con ninguna de ellas,
según el vaivén de oferta y demanda. Esto claramente fomenta una competitividad
generalizada y socava las bases para una solidaridad laboral.
VIII. Tercero, las nuevas jerarquías y
divisiones sociales no son marcadas por las delimitaciones entre las categorías
capital y trabajo, sino que se superponen con ellas. Dicho más específicamente:
entre los mismos asalariados las diferencias sociales son tan abismales como en
el conjunto de la sociedad. Esto ya se puede observar al interior de las
propias empresas, donde el personal de planta estable (en disminución) incluso
asegurado por convenio colectivo de trabajo, realiza las mismas tareas junto a
un creciente número de trabajadores contratados, temporales y cuentapropistas
en condiciones laborales precarizadas. Aun mayores son las diferencias entre
los distintos rubros industriales, segmentos de producción y sedes regionales.
Y por último las discrepancias en términos de ingresos y condiciones de trabajo
entre los diferentes países y regiones que compiten en el mercado
global, son enormes.
IX. En cuarto y último lugar, el
desclasamiento significa que a nivel mundial un número creciente de personas
son excluidas en el sentido de que no hay más lugar para ellas en el sistema
productor de mercancías que cada vez tiene menos capacidad para integrar fuerza
de trabajo productiva. Deben confrontarse con la situación de ser no sólo
sustituibles en cualquier momento, sino también “superfluos” en grado creciente
en el capitalismo. Los “privilegiados” hoy en día son aquellos que aún son
requeridos para cumplir alguna función sistémica. Pero desde que estas mismas
funciones se han tornado precarias, mantenerse incluido es un equilibro sobre
la cuerda floja y cada vez más difícil. A medida que las estructuras
funcionales se desintegran, también se incrementa el número de individuos
excluidos. La cantidad de ellos difiere según el lugar que ocupa un país o una
región en la escala de la competencia global pero, sobre todos cierne la
amenaza de caer en la nada social. La tendencia es clara e inequívoca: a
nivel mundial se ha ido conformando un segmento creciente de nuevas clases
bajas sin tener algo en común con el viejo proletariado, porque ni
objetivamente (por su función o posición en el proceso de producción) ni en lo
subjetivo (por su conciencia) forman un nuevo sujeto social. En relación a la
valorización del capital este segmento social es netamente negativo, porque
como fuerza de trabajo es superflua. Esto impone reformular la cuestión de un
posible movimiento emancipatorio de manera totalmente nueva.
Las tentativas de rescatar el sujeto muerto
X. El discurso resucitado sobre la lucha de clases
poco aporta al esclarecimiento de esta cuestión. A pesar de que este discurso,
de algún modo, tiene en cuenta las transformaciones sociales que tuvieron
lugar, finalmente no consigue romper con los patrones metafísicos del
concepto de lucha de clases del marxismo tradicional. Estos patrones se
reproducen constantemente a pesar de que el sujeto evocado ya no existe. En
otro texto traté de demostrar, que tanto Hardt/Negri como John Holloway
reproducen aquellos patrones metafísicos en sus teorías.[3] Aquí quiero
dirigir la mirada hacia otros enfoques cuya inclinación metafísica no es tan
obvia ya que argumentan de modo más sociológico y empírico. Quiero demostrar
que son precisamente los resultados empíricos de sus investigaciones los que
desmienten el paradigma de lucha de clases. En el intento de preservar este
paradigma mediante todo tipo de agregados, los autores a discutir se enredan en
contradicciones insolubles que evidencian el fracaso de esta operación de
rescate. Por lo tanto sólo una demolición del edificio tradicional-marxista de
pensamiento puede abrir paso a una renovada perspectiva del accionar
emancipatorio.
XI. Para comenzar, escuchemos al teórico gramsciano
Frank Deppe: “La clase obrera”, escribe en la revista Fantômas[4], “de ningún
modo desapareció, el capitalismo se basa todavía en la explotación del trabajo
asalariado, los recursos naturales y las condiciones, sociales y políticas de
producción y apropiación de plusvalor. El número de trabajadores en relación de
dependencia laboral casi se ha duplicado entre 1970 y 2000 y comprende cerca de
la mitad de la población mundial. Esto se debe principalmente al desarrollo en
China y otras partes de Asia, donde a resultas de la industrialización grandes
partes de la población rural ingresaron al mercado laboral. En los países
capitalistas desarrollados, la proporción de trabajadores asalariados es ahora
del 90 % y más” (Deppe, 2003, p. 11). Lo que a primera vista llama la atención
en este argumento es que opera al menos entre dos significados fluctuantes del
concepto de clase trabajadora. Primero Deppe parece identificar a la clase
trabajadora, de modo bastante tradicional, con los trabajadores asalariados
que, en sentido estricto producen plusvalor y de cuyo plustrabajo se extrae
directamente para la valorización del capital. Sin embargo, este concepto de
clase desemboca en otro mucho más amplio, el de todos los “trabajadores en
relación de dependencia laboral”, con lo que así abarca la “mitad de la
población mundial” y en las metrópolis capitalistas incluso casi la totalidad
de la población (es decir, más del 90%).
XII. En esta oscilación argumentativa se expresa ya
el dilema de los teóricos de las clases. Si la categoría de clase trabajadora
es interpretada en el primer significado (conforme a la teoría marxista tal como
lo señala explícitamente Deppe), entonces hay que reconocer que se trata de una
minoría global que pierde cada vez más importancia a medida que, en los
sectores de producción de valor avanzan los procesos de racionalización y hacen
superfluo el trabajo en la producción inmediata. En el segundo significado
aludido, cabe decir que la ampliación de la categoría de clase obrera a todos
los “trabajadores en relación de dependencia” se convierte en un no-concepto
pues carece en absoluto de poder de discriminación. Es simplemente otra palabra
para el modo de existencia generalizado en la sociedad capitalista, donde las
condiciones de vida están mediadas por el trabajo y la producción de
mercancías. Para la gran mayoría de la población esto significa estar obligada
a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Sin duda, esto representa
un aspecto clave de la sociedad capitalista, pero justamente por eso, no
proporciona la base conceptual para determinar una división de clases; porque
el hecho de poseer solamente una mercancía que ofrecer en el mercado, la
mercancía fuerza de trabajo, no es el rasgo distintivo de una parte determinada
de la población (la “clase trabajadora”), sino una compulsión generalizada, a
la que básicamente todas las personas se encuentran sometidas,
independientemente de su lugar social como también de sus circunstancias
concretas de vida.
XIII. Las aporías de la teoría de clases también
son evidentes en el caso del historiador Marcel van der Linden, cuyo concepto
de clase es aún más amplio que el de Deppe. Según van der Linden: “pertenece a
la clase de trabajadores subalternos todo/a portador/a de fuerza de trabajo
cuya fuerza está siendo vendida o alquilada a otra persona bajo presión
económica o no. Es irrelevante si esta fuerza es ofrecida por el portador o la
portadora mismos o si los medios de producción les pertenecen” (van der Linden,
2003, p. 34). Con esta definición, van der Linden quiere dar cuenta del hecho
de que en la sociedad productora de mercancías globalizada ha surgido una
enorme variedad de situaciones laborales diferenciadas y jerarquizadas que no
encajan (más) en el clásico esquema de trabajo asalariado, tal como las formas
de trabajo esclavo y semi-esclavo, el trabajo autónomo y subcontratado
extremamente precario, pero también el trabajo de subsistencia y reproductivo
no remunerado de las mujeres. En consecuencia, van der Linden no habla ya de la
clase de “trabajadores asalariados libres”, sino que opta por el concepto más
amplio de “trabajadores subalternos” (cf. van der Linden, 2003, pp. 31-33). Sin
embargo, esto no resuelve el problema; antes bien lo lleva más lejos que Deppe
elevando el concepto de clase a una metacategoría que, en principio abarca casi
la totalidad de la personas que viven en la sociedad capitalista y esto es: a
casi toda la humanidad.
XIV. Es lógico que un concepto de clase como tal
metacategoría generalizada pierde todo poder de determinación. Representa la
paradoja de un concepto de la totalidad capitalista que no logra captar esta
totalidad adecuadamente, puesto que por un lado, refleja indirectamente el
hecho de que el trabajo representa el principio universal de mediación
social en el capitalismo; por el otro lado, van der Linden no llega a analizar
este principio en lo que es, porque lo identifica desde ya con una categoría
social particular, la categoría de clase.
El marxismo tradicional ha considerado siempre la
mediación social a través del trabajo como una constante transhistórica de todas
las sociedades, mientras que veía la característica específica del capitalismo
en el dominio de clase, basado en la extracción del plusvalor y la propiedad
privada de los medios de producción. Si reconocemos, sin embargo, que el
capitalismo en esencia es una sociedad productora de mercancías y, por lo tanto,
una sociedad en la cual los seres humanos establecen sus relaciones sociales a
través de la forma de mercancía y dinero, su característica
histórica-específica que lo diferencia de todas las otras formaciones sociales
previas, consiste en el hecho de que el trabajo (abstracto), es decir la
actividad que produce las mercancías y el valor de cambio, constituye y
confiere la síntesis de la sociedad.[5]
Desde este punto de vista, el conflicto entre
capital y trabajo no representa un antagonismo fundamental, sino un conflicto
inmanente entre diferentes categorías sociales correspondientes al sistema de
la producción generalizada de mercancías. Y cuanto más formas diferenciadas de
vender su fuerza de trabajo se establecen, tanto menos se puede hablar de un
conflicto, sino que este se diluye en una multiplicidad de conflictos cuyo
único denominador común es el de estar localizados dentro de una totalidad
social constituida por el principio universalista del trabajo abstracto.
XV. La idea, sin embargo, de que el antagonismo de
clase es la esencia del capitalismo, está tan arraigada que, incluso se sostiene
allí donde demuestra ser completamente inadecuada para el análisis. Esto queda
en evidencia justamente en los intentos de recuperar el concepto de la lucha de
clases frente a la situación global actual. Un ejemplo de esto lo proporciona
el mismo van der Linden cuando trata de delimitar y precisar su concepto de
clase, que obviamente a él mismo le parece insuficiente, y se plantea el
interrogante: “Qué tienen realmente en común toda la diversidad de subalternos”
(van der Linden, 2003, p. 33) y responde “que todos los trabajadores
subalternos viven enajenados”, es decir en un “estado de heteronomía
institucionalizada” (ibíd.). Para explicar este concepto se refiere a Cornelius
Castoriadis: “heteronomía institucionalizada significa una división antagónica de
la sociedad, es decir, la dominación de una determinada categoría social sobre
el conjunto. (...) por lo tanto, la economía capitalista nos aliena porque
coincide con la división de clase entre proletarios y capitalistas” (ibíd.).
XVI. Llama la atención enseguida que Castoriadis
deriva la “heteronomía institucionalizada” inmediatamente de la relación de
clases. Esta definición, tan simplificante como es, tenía un cierto sentido en
el contexto de la teoría de las clases del marxismo tradicional, con su consabida
fijación en el proletariado. Pero pierde toda fuerza explicativa si, como lo
hace van der Linden, se extiende el concepto de clase hasta el infinito y
termina subsumiendo en él a toda la humanidad en mayor o menor medida.
Implícitamente, van der Linden no dice sino que la alienación es un rasgo
básico universal de la sociedad capitalista. Pero no llega a analizar esta
característica en forma coherente porque no se desprende del paradigma del
marxismo tradicional. Una vez más, el intento de salvar este paradigma mediante
su ampliación revela sus contradicciones y limitaciones. Ya Marx demostró que
la alienación y el fetichismo de la mercancía no se pueden deducir de la
dominación de clase, sino que constituyen los rasgos esenciales de una sociedad
basada en la producción de mercancías y el trabajo abstracto. Para el
movimiento obrero tradicional, en su lucha por conseguir el reconocimiento
dentro de la sociedad capitalista, esto puede haber aparecido como un problema
secundario. Hoy en día sin embargo, éste tiene que ser el enfoque principal de
una crítica del capitalismo a la altura del tiempo; es la adhesión anacrónica
al paradigma de la lucha de clase, que obstaculiza comprender esto.
La “clase” como totalidad positiva
XVII. Como ya
he tratado de demostrar, los mismos defensores de aquel paradigma tienen que
conceder implícitamente, que el concepto de clase está vaciado. Sin embargo
esto no los induce a cambiar de perspectiva, sino a efectuar todo tipo de
evasivas y a borrar sus propias huellas. Como consecuencia se abre un abismo
insalvable entre el enfoque teórico y el análisis empírico. Por un lado,
mantienen el concepto de clase, ampliándolo hasta ser una metacategoría
abstracta vacía de contenido que, precisamente por esto, queda inmunizada
contra toda crítica. Por otro lado, eliminan furtivamente este mismo concepto
porque ya no desempeña ningún rol real en los análisis empíricos, salvo como
una difusa instancia de evocación que impregna la perspectiva de investigación
y tiñe los resultados de determinada manera.
XVIII. Suena un tanto a una ironía inconsciente
cuando van der Linden concluye su ensayo con el siguiente comentario: “Cabe
advertir sobre toda gran teoría empíricamente vacía” (ibíd., p. 34), porque
esto es exactamente lo que caracteriza su enfoque y el de todos los nuevos
protagonistas del discurso de clases: empíricamente su teoría yace vacía cuando
al mismo tiempo su análisis empírico no tiene sustento teórico; se aferra al
mito de la lucha de clases pese a que en la realidad social no encuentra ni
sujeto ni movimiento para vindicar esto, sin hacer grandes acrobacias
argumentativas. Autores como Deppe y van der Linden describen de manera
empíricamente correcta las jerarquías y desigualdades sociales que se conforman
y agudizan en el contexto del capitalismo global en crisis; pero resumir estos
resultados bajo el título “Fragmentación de la clase trabajadora” implica una
perspectiva forzada, totalmente extrínseca a su análisis. Es asumida aquí una
unidad fundamental, presupuesta previa a todas esas “fragmentaciones”,
incluso cuando no es posible explicar en qué consiste ella. Porque el hecho de
que todos los grupos y todas las personas a las que se refiere el análisis de
alguna forma estén obligados a vender su fuerza de trabajo no constituye
ninguna base común más allá de que todos participan en la competencia del
mercado laboral. Deppe y van der Linden, sin embargo, implícitamente presuponen
un sujeto colectivo, que posteriormente ha sido “fragmentado”; es decir, según
ellos existe algo así como una unidad substancial de clase, esencialmente
anticapitalista, que aunque actualmente no aparece a nivel empírico, puede y
debe ser reconstituida.
XIX. Deppe incluso extiende este constructo
esencialista, cuando, en referencia a Gramsci, habla de un “nuevo bloque de
subalternos”, que junto con la “clase trabajadora”, incluye a todos los
movimientos sociales de los últimos años (“las protestas de campesinos sin
tierra en Brasil, el levantamiento en Chiapas, las manifestaciones masivas que
a nivel mundial se pronunciaron contra la guerra o su amenaza”). Este bloque
sin embargo no se halla articulado “todavía políticamente, por ausencia de un
programa y un accionar apropiado para enfrentar al neoliberalismo de manera
tal, que pudiese hacer confluir a las diferentes fracciones (pág. 11). Es
decir, este bloque ya existe “en sí” pero aún no se expresa políticamente como
tal.
No es casual que esto evoque a la forzada
construcción de la “conciencia de clase atribuida”, inventada por el filósofo
leninista Georg Lukács en los años 1920 para explicar por qué la mayoría de los
obreros europeos no disponía de una conciencia revolucionaria, en contraste con
lo que la teoría marxista predicaba. De ahí surgió la idea metafísica de una
“clase en sí” que debe ser concientizada para llegar a ser “clase para sí”, lo
que a la vez justificaba todas las medidas “educativas” por parte de los
partidos comunistas definidos como representantes de una “conciencia avanzada
de clase” y por lo tanto como “vanguardia del proletariado”.[6]
Deppe no se eleva a las alturas de tales especulaciones metafísicas (y a la vez
autoritarias), pero no por haberlas superado, sino por arrastrarlas
implícitamente sin ponerlas en discusión. Sólo por eso puede reducir el
problema de cómo superar la “fragmentación” a la pregunta superficial por un
“programa alternativo, que podría soldar las diferentes “fracciones” de aquel
“bloque” presupuesto ya esencialmente.
XX. De tal modo, Deppe a la vez, sin reflexionar
sobre ello, reproduce otra de las figuras argumentativas clásicas del marxismo
tradicional. De acuerdo a ella, la clase trabajadora representaba, en esencia,
la universalidad social, la cual, según el marxismo tradicional, era
constituida por el trabajo. Por lo tanto la clase trabajadora había heredado el
legado de la burguesía, la que en sus tiempos revolucionarios reclamaba
representar la sociedad entera, para luego traicionar este punto de vista ante
sus intereses particulares de clase.[7]
En consecuencia, el objetivo revolucionario de la clase trabajadora debía
consistir en realizar finalmente aquella meta de la revolución francesa y
generar una totalidad social, mediada de modo “consciente” por el trabajo. Como
Moishe Postone lo ha demostrado exhaustivamente en su libro Tiempo, trabajo
y dominación social, esta idea equivale en un doble sentido a una
proyección deformada de las relaciones capitalistas. En primer lugar, es una
contradicción en sí misma, querer configurar como “consciente” la mediación a
través del trabajo, porque ésta de por sí es idéntica a la mediación a través
de la producción de mercancías, la cual obedece a sus propias leyes
cosificadas, que se imponen a la sociedad tal como si fueran leyes naturales;
todo intento de “manejar” esta dinámica cosificada en forma consciente está
condenada al fracaso. Más bien se deben crear nuevas formas de mediación
directa más allá de la forma mercancía-dinero.
En segundo lugar, la constitución del conjunto
social como totalidad es también una característica histórica muy
específica de la sociedad capitalista, que, a diferencia de cualquier
otra configuración social que jamás existió, es mediada por un principio único.
Por esto la emancipación social no puede consistir en realizar la
totalidad social (supuestamente mediada de modo consciente) sino en superarla,
para abrir paso a una sociedad de individuos libremente asociados. Moishe
Postone ha explicado muy claramente, porqué y en qué manera la sociedad
capitalista puede ser considerada como totalidad en un sentido
histórico-específico: “La formación social capitalista, de acuerdo a Marx, es
única en tanto es constituida por una ‘sustancia’ social cualitativamente
homogénea, por lo tanto, existe como totalidad social. Otras formaciones
sociales no son totalizadas de tal forma, sus relaciones sociales fundamentales
no son cualitativamente homogéneas. No pueden ser concebidas según el concepto
de ‘substancia’ ni desarrollarse a partir de un único principio estructurante.
Tampoco presentan una lógica histórica inmanente y necesaria que le sea propia”
(Postone 2003, p. 133 [trad. cast., pp. 132-133]). La consecuencia lógica de
esta determinación es “que la negación histórica del capitalismo no implicaría
la realización, sino la abolición de la totalidad” (ibíd. [trad. cast., p.
133]; cf. también pp. 156-157 [trad. cast., p. 157]).
XXI. Aunque el nuevo discurso clasista pretende
criticar a su vez las unificaciones falsas por parte marxismo tradicional,
sin embargo se contradice debido a la persistente fijación a la categoría de
“la clase”. Es más: la tendencia a sobredimensionar esta categoría particular
hasta hacer de ella una metacategoría de la sociedad como un todo, exagera la
afirmación de la totalidad hasta un punto tal, que ya cae en el absurdo. Porque
si una mayoría casi absoluta de la humanidad perteneciera a “la clase” (o al
“bloque de subalternos”), la totalidad social que el marxismo tradicional
dibujaba en el horizonte del futuro, estaría ya potencialmente realizada. Pero
así, se pierde la base para una crítica adecuada del capitalismo. La totalidad
constituida por medio de la mercancía y el trabajo abstracto no tendría que ser
superada, sino que debería tan sólo tomar conciencia de sí misma. Sólo unos
pocos dicen esto tan explícitamente como Hardt y Negri, que ya ven al comunismo
asomándose por todas partes bajo la fina manta del capitalismo, pero esto no es
de ningún modo un capricho individual, sino una consecuencia lógica del enfoque
teórico, que ellos comparten en lo fundamental con todo el nuevo discurso sobre
las clases.
XXII. Este discurso pretende estar más allá del
marxismo tradicional, porque rompe con la idea de unidad del sujeto y en su
lugar evoca permanentemente la heterogeneidad de la supuesta clase trabajadora.
Pero efectivamente con esto sólo se refiere el desgarramiento interno de la
sociedad productora de mercancías, que por causa de sus contradicciones
internas, se desintegra, en innumerables sujetos particulares, que compiten
entre sí.Si esta totalidad fragmentada se identifica con “la clase trabajadora”
definida como sujeto colectivo esencialmente anticapitalista, resulta casi
imposible criticar las dinámicas regresivas y destructivas desencadenadas por
la competencia generalizada y los efectos de la crisis global, se manifieste
esto en las formas de violencia racista y sexista, en los delirios antisemitas,
en los etnicismos agresivos o los fundamentalismos religiosos. Desde la
perspectiva de clase estas dinámicas no pueden ser descifradas como un accionar
inherente a la subjetividad moderna, es decir, la forma de subjetividad propia
de todos los individuos miembros de la sociedad capitalista, sea cual
fuera su posición social. Como esa crítica no concordaría con la referencia
positiva al supuesto sujeto de clase, todo aquello que perturba esta
perspectiva, es tratado como una suerte de factor externo que de alguna forma u
otra puede fraccionar aquel sujeto pero nada tiene que ver con lo que
encubiertamente es supuesto como “ser esencial de clase”.
Por lo tanto, en última instancia quedaría como una
cuestión más o menos de gusto personal, si movimientos etnicistas como el
separatismo catalán u organizaciones fundamentalistas como Hamas se incluyen o
no en el gran consenso de la lucha anticapitalista.
No more Making of the Working Class
XXIII. En contraste con los intentos de salvar a la
clase trabajadora mediante la extensión excesiva de sus determinaciones
objetivas, están aquellos que argumentan fundamentalmente desde el lado
subjetivo. De acuerdo con estos planteamientos, la clase no se define por su
lugar en el proceso de producción y valorización, sino que se constituye
constantemente de nuevo y atraviesa permanentes cambios, que están sujetos,
esencialmente, a la dinámica de la lucha de clases. Esta perspectiva es mucho
más abierta, porque enfoca en primer lugar los conflictos, su carácter de
proceso y las posibilidades de desarrollo subjetivo contenidas en ellos. Sin
embargo aun así se basa en un axioma apriorístico, que precede todos los
análisis específicos y restringe su perspectiva: como algo autoevidente, la
lucha de clases es presupuesta como un principio transhistórico válido, del que
a su vez puede derivarse la clase. “Siempre ya presente en todas las relaciones
sociales, la lucha de clases precede a las clases históricas”, escribe la
redacción de la revista Fantômas en la editorial de una edición ya citada
varias veces aquí (Nº4, 2003, p. 4, énfasis añadido). Sin embargo, este
argumento se vuelve circular. Tanto el concepto de clase como el de lucha de
clases son definidos de manera arbitraria. Según este enfoque todos los
conflictos sociales, serían susceptibles, en principio, de ser declarados como
lucha de clases, y todos los que luchan de alguna forma como sujetos de clase,
sin haber aclarado, cuáles son los criterios para diferenciar entre los
diferentes tipos de luchas y de subjetividades.
De esta manera, el paradigma subjetivista de clase
llega, en principio, a resultados iguales que su contraparte objetivista.
Porque como obviamente tienen lugar luchas de todo tipo en cada momento en
alguna parte del mundo, según esta perspectiva, existe una dinámica permanente
de “lucha de clases” y, por lo tanto, de “formación de clase”. El concepto
aplicado es tan amplio, que de alguna u otra forma siempre puede ser
supuestamente verificado. Pero esta “verificación empírica” está desde siempre
determinado por el axioma que lo precede. El resultado se conoce de antemano:
el conjunto social no es otra cosa que una totalidad de luchas de clases. No
sorprende entonces que los antiguos contrincantes teóricos, “objetivistas” y
“subjetivistas”, vayan reconciliándose cada vez más y coexistan en paz (como,
por ejemplo, en la edición de Fantômas). Pues cuando se pierde toda precisión
conceptual y la “clase” puede ser esto o aquello y desde luego está en todas
partes, las antiguas diferencias teóricas ya no desempeñan un papel
significativo.
XXIV. Básicamente el problema consiste en que el
concepto de lucha de clases aquí es desprendido de su contexto histórico
específico, donde tenía sentido: las luchas del movimiento obrero en los siglos
XIX y XX. Con esta descontextualización se pierde no sólo el vigor conceptual
sino con él la capacidad de diferenciar entre luchas anticapitalistas o
emancipatorias en un sentido más amplio, por un lado, y enfrentamientos que más
bien corresponden con lo que Hobbes llamó la “guerra de todos contra todos”.
Esto es, una vez más, especialmente evidente en Hardt y Negri, que glorifican
la lucha diaria por la existencia individual como una forma de expresión de la
lucha de clases y carecen de cualquier criterio para diferenciar la violencia
puramente regresiva, la competencia generalizada o los movimientos
fundamentalistas. El concepto de la “lucha de clases” se torna así una fórmula
abstracta y, en última instancia afirmativa, que abarca tanto el estado de
guerra permanente de la sociedad capitalista y su desintegración provocada por
la crisis global, como los esfuerzos para oponérsele.
Desde luego, muchos representantes de la
perspectiva subjetivista de clase tratan de distinguir entre diferentes tipos
de lucha en sus análisis empíricos; sin embargo estos esfuerzos flotan en el
aire porque no coinciden con la propia base teórica. El paradigma de la lucha
de clases descontextualizado no proporciona ningún instrumento conceptual para
realizar estas distinciones. Por eso para rescatar aquel paradigma deben
recurrir a toda clase de argumentos adicionales, provenientes de otros contextos
teóricos, como por ejemplo teorías postmodernistas. Esto explica el carácter
totalmente ecléctico de los conceptos postoperaístas en especial, pero a
la vez demuestra que ellos poco pueden contribuir para esclarecer las dinámicas
sociales desencadenadas por la crisis global del sistema productor de
mercancías.
XXV. Uno de los testimonios clave de la teoría de
clases subjetivista es el historiador social inglés E. P. Thompson, que siempre
enfatizó el aspecto activo en el origen de la clase obrera. En el prólogo a su
estudio histórico más importante, que en el original tiene el título
programático de The Making of the English Working Class [La formación de la
clase obrera en Inglaterra], escribe: “Formación porque es el estudio de
un proceso activo, que debe tanto a la acción como al condicionamiento. La
clase obrera no surgió como el sol, a una hora determinada. Estuvo presente en
su propia formación” (Thompson, 1989, vol. 1, p. 13). Pero desde luego los
análisis de Thompson se refieren a procesos enmarcados en una situación
histórica muy específica: el desarrollo de la sociedad capitalista entre el
último tercio del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XIX en Inglaterra.
Es obvio que aquella situación difiere de manera fundamental de la situación
actual. Estaba caracterizada por una dinámica de marginación y destrucción de
condiciones de vida y trabajo relativamente heterogéneas pre y
protocapitalistas. Esto se dio bajo la presión unificadora cada vez mayor de la
formas de producción y vida capitalista; lo que implicó la generación masiva de
“trabajadores doblemente libres”, obligados a vender su fuerza de trabajo si
querían sobrevivir. En sus investigaciones, Thompson se concentró en las
revueltas y luchas defensivas, provocadas por este proceso, y mostró cómo, a
partir de ellas (y también por la experiencia de las derrotas) pudo empezar a
conformarse algo así como una conciencia de clase.
XXVI. Fue, sin duda alguna, un aporte muy
importante hacer hincapié en estos procesos subjetivos descuidados por el marxismo
ortodoxo. Tanto más hay que evitar el extraer los conocimientos adquiridos por
Thompson de su contexto histórico, porque lo único que se obtiene de esta
manera son abstracciones ahistóricas que no hacen ningún sentido. Si bien la
constitución de una conciencia de clase no surgió de modo automático del
proceso de valorización del capital que logró imponerse, no obstante este
proceso marca el contexto objetivo para esta constitución. Fue la subordinación
de todas las relaciones sociales bajo el principio universalista del trabajo
abstracto y la producción de mercancías, que provocó aquellas luchas sociales,
las cuales contribuyeron a la formación de la clase obrera como sujeto
colectivo, en defensa de sus intereses, para un período histórico de más o menos
150 años. Los momentos objetivos y subjetivos de esta constitución de clase se
entrelazan estrechamente con efectos recíprocos. Thompson mismo señala:
“La experiencia de clase está determinada en gran medida por las relaciones de
producción en las que uno nace -o en las que ingresa en contra de su voluntad.
La conciencia de clase es la forma como esta experiencia es interpretada y
mediatizada culturalmente: encarnada en tradiciones, sistemas de valores, ideas
y formas institucionales. En contraste con la conciencia de clase, la
experiencia de clase está determinada” (Thompson, 1989, p. 8).
XXVII. Si aplicamos esta afirmación a la situación
actual, lo primero que llama la atención, es que el marco objetivo dentro del
cual las experiencias y los conflictos sociales tienen lugar es
fundamentalmente diferente al contexto histórico analizado por Thompson. Hoy no
nos encontramos en una situación donde el modo de producción y de vida
capitalista recién comienza a imponerse violentamente en la sociedad, destruyendo
todo un tejido heterogéneo de formas de vida tradicionales, regidas por normas
totalmente diferentes (Thompson habla de la “economía moral”). Más bien: el
sistema productor de mercancías se ha generalizado en el mundo y subsumido a
todas las relaciones sociales bajo sus principios universalistas; pero a la vez
entró en un proceso de crisis global, una crisis, que no solamente es de
carácter económico, sino que socava los fundamentos de la sociedad basada en la
valorización del capital y pone en marcha una enorme dinámica de desintegración
social.
Esta tendencia es exactamente opuesta a los
procesos en el siglo XIX que desembocarían en la formación de la sociedad
capitalista. La creciente precarización de las condiciones de trabajo y de vida
no indica la existencia de un ejército industrial de reserva que más adelante
será integrado en la producción masiva en función de la acumulación de capital;
al contrario en ella se refleja el hecho de que cada vez más personas a lo
largo del mundo se vuelven superfluas para la producción de valor y por lo
tanto son excluidas en sentido económico, social y político. Por lo tanto no
presenciamos la reconstitución de una nueva clase trabajadora global, sino la
creciente descomposición de una sociedad basada en el trabajo abstracto. No se
está imponiendo una forma social universalista frente a una pluralidad de modos
de vida precapitalistas; más bien esta forma universalista se desintegra por
medio de una multiplicidad de conflictos y enfrentamientos muchas veces violentos
y hace que los individuos atomizados pierdan todo base sólida bajo los pies.
Esta tendencia es universal solo en el sentido de que equivale a un
desclasamiento general; pero esto, de por sí es un proceso meramente negativo
que no genera una nueva síntesis social de luchas solidarias.
XXVIII. Los movimientos sociales en la primera
mitad del siglo XIX en Inglaterra analizados por Thompson surgieron a partir de
la experiencia de verse confrontados con la marginación de las
condiciones de vida no capitalistas y protocapitalisas, incompatibles con el
modo de producción del capitalismo industrial. Frente a esta experiencia
colectiva y ante la tremenda imposición del trabajo en las fábricas, se
desarrollaron formas de solidaridad práctica y patrones culturales comunes, y
al mismo tiempo se constituyó una identidad colectiva de clase trabajadora. Sin
embargo, un proceso tal ya no puede tener lugar, porque falta el centro de
gravitación para focalizar y unificar las luchas heterogéneas. Pero esta
descentralización del campo social no solo abrió paso para una pluralidad de
movimientos emancipatorios más allá del tema del trabajo, como movimientos
feministas y ecologistas, sino también fomentó la masiva proliferación de
corrientes sectarias, fundamentalistas y reaccionarias de todo tipo. Son
justamente estas corrientes las que, a nivel global, han ganado una atracción
enorme, porque ofrecen no solo apoyo material para su clientela sino sobre todo
un sustento subjetivo para los individuos expuestos a la compentencia total o,
marginados como superfluos para el capitalismo.
Pero este sustento no es para nada emacipatorio.
Más bien reproduce y refuerza los momentos más regresivos y represivos de la
subjetividad moderna en vez de superarlos. Aquí no surge una nueva Working
Class, sino que se forman colectivos sociales que ofrecen un marco dentro
del cual los individuos son formateados, según las condiciones de la sociedad
capitalista, para que puedan seguir funcionando a nivel precario, sin
autoreflexión crítica alguna.
XXIX. Sin embargo, la fragmentación social causada
por la crisis capitalista no sólo desencadena los momentos regresivos de la
subjetividad moderna, sino activa también una multiplicidad de impulsos y
aspiraciones emancipatorios. Pero como éstos han perdido su centro de gravedad,
históricamente constituido por la lucha de clases, se ven continuamente
expuestos al peligro de reproducir por sí mismos las tendencias centrífugas del
proceso de crisis capitalista. Por lo tanto se da el desafío de reformular una
perspectiva de lucha anticapitalista global, que sea capaz de vincular todas
las diferentes luchas de carácter emancipatorio sin falsas unificaciones ni
jerarquizaciones. Un punto de enfoque común sin duda tiene que ser el enfrentar
las tendencias de desintegración social a causa de la crisis y a los
movimientos y las corrientes regresivas, que se generan a partir de estos
procesos. Pero esta vinculación no se deduce a partir de presupuestas
determinaciones objetivas o subjetivas (como el punto de vista de clase o la
lucha de clases). Sólo puede emerger de la cooperación consciente de
movimientos sociales que aspiran a la abolición de la dominación en todas sus
manifestaciones, y no sólo como una meta abstracta y distante, sino también
dentro de sus propias estructuras y relaciones internas.
XL. Lo que puede contribuir a la teoría crítica y
el análisis de la crisis global es nombrar posibles puntos de partida para
realizar estas vinculaciones. Si algo podemos aprender de las investigaciones
de Thompson, es la importancia de la experiencia práctica/concreta para la
constitución de los movimientos sociales. Por eso son de especial importancia
aquellos procesos en los cuales tiene lugar la resistencia a las imposiciones
del capitalismo, sustrayéndose a los intentos jerárquicos, populistas y
autoritarios de integración, así como las luchas reivindicativas que aspiran a
generar estructuras auto-organizadas. Tales movimientos (como los zapatistas,
la corriente autónoma de los piqueteros y otros movimientos de base) obviamente
son minoritarios a nivel mundial y constantemente están amenazados por la
marginación y la cooptación. Sin embargo, aunque sean contradictorios en muchos
aspectos, en ellos se encuentran los momentos embrionarios que apuntan a la
perspectiva de una liberación de la totalidad capitalista. El futuro no
pertenece a la lucha de clases, sino a una lucha emancipatoria sin clases.
Bibliografía
Deppe, Frank (2003): “Der postmoderne Fürst.
Arbeiterklasse und Arbeiterbewegung im 21. Jahrhundert”, en Fantômas, Nº
4, 2003, pp. 7-12.
Lohoff, Ernst (2005): “Die Verzauberung der Welt”,
en Krisis, Nº 29, 2005, pp. 13-60. www.krisis.org/2005/die-verzauberung-der-welt
Postone, Moishe (2003): Zeit, Arbeit und
gesellschaftliche Herrschaft, Friburgo: ça-ira-Verlag, 2003. Edición en
castellano Tiempo, trabajo y dominación social”, trad. María Serrano,
Madrid: Marcial Pons, 2006.
Schandl, Franz (2002): “Kommunismus oder
Klassenkampf”, en Streifzüge, Nº 3, 2002, pp. 5-11. www.krisis.org/1997/kommunismus-oder-klassenkampf
Thompson, Edward P. (1989): La formación de la
clase obrera en Inglaterra, trad. Elena Grau, Barcelona: Crítica, 1989.
Trenkle, Norbert (2005): “Die metaphysischen Mucken
des Klassenkampfs”, en Krisis, Nº 29, 2005, pp. 143-159. www.krisis.org/2005/die-metaphysischen-mucken-des-klassenkampfs
Trenkle, Norbert (2007): “La crisis del trabajo
abstracto es la crisis del capitalismo”. Ponencia para el coloquio “La crisis
del trabajo abstracto”, Buenos Aires, del 5 al 7 de noviembre 2007 www.krisis.org/2007/la-crisis-del-trabajo-abstracto-es-la-crisis-del-capitalismo
van der Linden, Marcel (2003): “Das vielköpfige
Ungeheuer. Zum Begriff der WeltarbeiterInnenklasse”, en Fantômas, Nº 4,
2003, pp. 30-34.
El presente trabajo es la traducción de un artículo
publicado en el número 30 de la revista Krisis en el año 2006 (www.krisis.org/2006/kampf-ohne-klassen).
Para esta traducción destinada a Herramienta, aquél artículo ha sido
repasado y modificado parcialmente por el autor. Es de recalcar, que el texto
se refiere al discurso marxista en Alemania y en Europa, donde el concepto de
la lucha de clases había perdido importancia por casi veinte años, para luego
resurgir parcialmente en la primera década del nuevo siglo. El texto se
enfrenta a esta tendencia y aboga por una redefinición de la crítica
anticapitalista más allá de aquel enfoque tradicional. [Traducción al
castellano: Mariano Campos, Facundo Martín, Dora de la Vega y Norbert Trenkle].
[3] Véase Trenkle (2005). Hablo de una especie de metafísica, porque el
concepto de la lucha de clases desde siempre se funda en la construcción
teórica esencialista (y en cierto modo idealista) de una unidad sustancial de
clase, antepuesta a todo análisis empírico. La expresión filosófica más
elaborada de esta construcción se encuentra en el famoso texto de Georg Lukács
“La cosificación y la conciencia del proletariado” (1922), donde inventa el
concepto de la “clase en sí” y la “clase para sí” para explicar por qué no tuvo
lugar la revolución mundial. Más abajo retomaré esta crítica. Por el momento
quiero recalcar solamente que los teóricos de clase modernos como Holloway o
Hardt/Negri, que aunque en muchos aspectos se hayan desprendido del
marxismo tradicional y sobre todo del marxismo ortodoxo leninista, arrastran
consigo inconscientemente aquel concepto de clase metafísico.
[5] En otro texto expliqué este aspecto más detalladamente: “El trabajo
abstracto es el principio central de organización y dominación de la sociedad
capitalista. Lo afirmamos no sólo por el hecho de que la realización del
capital depende de la aplicación de la fuerza de trabajo vivo en el proceso de
producción, sino por una razón más fundamental: el trabajo abstracto constituye
y confiere la síntesis de la sociedad capitalista. Puesto que ésta, en esencia,
es una sociedad productora de mercancías y, por lo tanto, una sociedad en
la cual los seres humanos establecen sus relaciones sociales a través de la
forma de mercancías y dinero. Pero dado que una mercancía, considerada desde su
aspecto de valor de cambio, no es otra cosa que portadora de valor -o sea de
“trabajo muerto”- la mediación o transmisión social conferida a través de
mercancías es idéntica a la mediación o transmisión a través del trabajo
abstracto. La expresión más directa y evidente de esto es la obligatoriedad
generalizada de tener que vender la propia fuerza de trabajo para poder
sobrevivir. Por lo tanto uno mismo debe convertirse en mercancía para, a través
de la compra de los bienes de consumo, tener acceso a la riqueza de la sociedad
. La síntesis o mediación social a través de mercancías y trabajo es, en
esencia, mediación cosificada. Es decir: las relaciones sociales (relaciones
entre seres humanos) se establecen por medio de las cosas (mercancías) y
asumen de esta manera una forma totalmente demencial. En cierta forma, las
cosas comunican sobre cómo deben vivir los seres humanos. O dicho de otro modo:
en la sociedad capitalista, los productos del trabajo humano adquieren
vida propia y se presentan ante las personas como configuración de coacciones
aparentemente ajenas. Para este estado de cosas, Marx acuñó la famosa expresión
de fetichismo de la mercancía” (Trenkle, 2007, p. 1) Véase también al
respecto Postone (2003, en especial pp. 229-245 [trad. cast., pp. 233-247]).
[7] El abate Emmanuel Joseph Sieyés (1748-1836), en las vísperas de la
Revolución Francesa, escribió un folleto titulado”¿Qué es el Tercer Estado?”,
que alcanzó una gran resonancia. En las primeras líneas, al explicar su
contenido, expresó: “El plan de este escrito es bastante simple. Tenemos que
hacernos tres preguntas: 1º) ¿Qué es el tercer estado? Todo. 2º) Qué ha sido
hasta ahora en el orden político? Nada. 3º) ¿Qué pide? Llegar a ser algo”. http://www.enciclopediadelapolitica.org/Default.aspx?i=&por=e&idind=623&termino=
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