Alain Bihr
Lunes 6 de julio de 2015
En su obra más destacada, El capitalismo tardío,
cuya edición original data de 1972/1, Ernest Mandel desarrolla un
análisis magistral de la fase de desarrollo del capitalismo que siguió a la
gran crisis estructural de los años treinta del siglo pasado. En su conjunto,
la obra muestra la riqueza de la tradición marxista clásica en la que se sitúa,
pero también algunas de sus limitaciones. Estas aparecen en particular en el
capítulo XV del libro, titulado El Estado en la era del capitalismo tardío/2.
En él se plantea, en efecto, un análisis del Estado de carácter básicamente
funcionalista en su enfoque tanto del Estado capitalista en general como de las
diferentes formas que adopta en el curso de las sucesivas fases de desarrollo
del modo de producción capitalista.
Introducción
Mi intervención en este foro, organizado con motivo
del vigésimo aniversario de la muerte de Ernest Mandel, tiene por objeto poner
de manifiesto tanto las limitaciones generales de dicho análisis funcionalista
como las omisiones a que conduce en la presentación de El Estado en la era
del capitalismo tardío y más allá, en la fase actual de su desarrollo. Las
restricciones impuestas a esta intervención, sin embargo, me obligan a formular
unas tesis cuyo desarrollo argumentativo únicamente podré esbozar en esta ocasión.
1. Un análisis básicamente funcionalista del Estado
capitalista
El capítulo que dedica Mandel a El Estado en la
era del capitalismo tardío, relativamente corto (de tan solo una veintena
de páginas), se estructura del modo siguiente. Tras un breve análisis de lo que
es el Estado en general, la exposición avanza de manera cronológica, pasando
revista a las características del Estado capitalista durante las fases
sucesivas de desarrollo del capitalismo: el periodo de nacimiento del
capitalismo (el Estado absolutista), el periodo del capitalismo de la
competencia (el Estado liberal), el periodo del llamado capitalismo
monopolista, antes de detenerse más en las especificidades del Estado del
capitalismo tardío.
1.1. Lo que me llamó la atención de inmediato al
leer este capítulo es el carácter estricta, exclusiva y casi obsesivamente funcionalista
del mismo. Este aparece en primer lugar en el breve análisis que desarrolla
Mandel del Estado en general. En las dos páginas que ocupa (375 a 377), el
término “función” se repite veinte veces. Este tic de escritura no se debe en
absoluto al azar, sino que obedece a la definición que propone Mandel del
Estado en general con que comienza el capítulo: “El Estado es un producto de
la división social del trabajo. Surgió como un resultado de la creciente
autonomía de ciertas actividades superestructurales, mediadas con la producción
material, cuyo papel era sostener una estructura de clases y unas relaciones de
producción” (página 461).
Así, para Mandel, el Estado se define en su
conjunto por su función en el seno de una sociedad dividida en clases
(mantener las condiciones de dominación), función que determina la
autonomización de determinadas estructuras superestructurales y su mediación
con la producción material. Es más, la especificidad de la teoría marxista del
Estado consiste para Mandel en su comprensión específica de las funciones del
Estado en general, y más concretamente en el hecho de que explica por qué estas
funciones se ejercen en forma de separación entre sociedad y Estado: “El
punto de partida de la teoría del Estado de Marx es su distinción fundamental
entre el Estado y la sociedad; en otras palabras, el discernimiento de que las
funciones realizadas por el Estado no tienen que ser necesariamente
transferidas a un aparato separado de la masa de los miembros de la sociedad,
salvo en condiciones históricamente determinadas y específicas. Es esta tesis
la que la separa de todas las demás teorías sobre el origen, la función y el
futuro del Estado” (página 461). Estas líneas indican hasta qué punto el
Estado se reduce para Mandel a sus funciones y la originalidad de la teoría
marxista del Estado consiste, para él, en sus funciones en las condiciones de
una sociedad dividida en clases.
Para completar su análisis del Estado en general,
Mandel no tiene más que detallar sus principales funciones constitutivas, que
según él son las tres siguientes:
· “Proveer aquellas condiciones generales de
producción que no pueden asegurarse por medio de las actividades privadas de
los miembros de la clase dominante” (página 461);
· “Reprimir cualquier amenaza al modo de
producción prevaleciente por parte de las clases dominadas y de algunos
sectores particulares de las clases dominantes […]” (página 462);
· “Integrar a las clases dominadas para asegurar
que la ideología dominante de la sociedad siga siendo la de la clase gobernante
y que en consecuencia las clases explotadas acepten su propia explotación sin
el ejercicio inmediato de la represión contra ellas […]” (página 462).
De este modo, Mandel relaciona toda la actividad
del Estado y todo su aparato con sus funciones principales.
1.2. En segundo lugar, el carácter funcionalista
del análisis del Estado propuesto por Mandel se pone de manifiesto asimismo en
el resto del capítulo. No solo consiste básicamente en mostrar cómo se han
presentado las funciones generales del Estado (transformadas, modificadas) en
las distintas épocas o fases del devenir histórico del capitalismo; o cómo se
han complementado con funciones específicas, propias del Estado capitalista o
de una fase histórica de su desarrollo. No obstante, el funcionalismo se
traduce también y sobre todo en el hecho de que Mandel pasa del análisis de las
funciones del Estado en general a las del Estado capitalista en particular, a
las diferentes fases de su desarrollo, sin ninguna solución de continuidad.
En efecto, según Mandel, para definir y analizar el
Estado capitalista es condición necesaria y suficiente demostrar cómo declina
éste, de alguna manera, las funciones del Estado en general antes
señaladas; y esto es lo que hace él por su parte. Con ello pasa por alto
completamente las marcadas peculiaridades que imprimen las relaciones de
producción capitalistas en la forma del Estado (como Estado de derecho)
y en su estructura (como sistema de Estados rivales y desiguales), que
constituyen factores de discontinuidad entre los distintos Estados
precapitalistas y el Estado capitalista. En suma, debido a su enfoque
funcionalista, Mandel explica de hecho por qué existe un Estado en el
capitalismo: por las funciones que desempeña en el mismo y por ser el único que
puede cumplirlas. Sin embargo, no nos explica para nada cómo existe un
Estado en el capitalismo: los rasgos específicos del Estado bajo el capitalismo
o los rasgos específicamente capitalistas del Estado, presentes como veremos
tanto en su forma como en su estructura.
1.3. Antes de esto, preguntémonos por las razones
fundamentales de este enfoque estrechamente funcionalista del Estado que
caracteriza este capítulo de El capitalismo tardío. Me contentaré con
dos observaciones al respecto. Por un lado, este funcionalismo no es exclusivo
de Mandel, sino que impregna la mayor parte de la tradición marxista (aunque
con algunas felices excepciones, como veremos) y, más en general, por cierto,
todas las ciencias sociales, empezando por la sociología y las ciencias
políticas (pagando estas últimas también un oneroso tributo al juridicismo). El
hecho de que el marxismo no haya logrado romper con este modelo dominante nos
conduce a una de sus lagunas fundamentales: precisamente la ausencia de una
teoría del Estado. No encontramos tal teoría ni en Marx ni en ninguno de sus
principales epígonos, pese a que la tradición marxista ha hecho muchas
aportaciones en la materia. Por otro lado, sin duda como causa secundaria, es
preciso mencionar el tributo que rinde Mandel a una tradición anglosajona de la
que el funcionalismo es la matriz exclusiva. En efecto, cuando a partir de la
página 469 emprende el análisis del Estado en la era del capitalismo tardío,
las referencias a esta tradición adquieren una presencia aplastante.
2. Primera omisión: la forma general del Estado
capitalista
Por su enfoque funcionalista del Estado en general
y del Estado capitalista en particular, Mandel deja totalmente de lado la
cuestión de la forma específica de este último. Es a otro marxista,
desgraciadamente menos conocido que Mandel, a quien debemos el mérito de haber
delineado la forma general específica del Estado capitalista. Me refiero a
Evgueny Bronislavovic Pashukanis, autor de La teoría general del derecho y
el marxismo/3.
2.1. La cuestión general que se plantea Pashukanis
en este libro es la siguiente: ¿qué forma general adoptan las relaciones entre
las personas en una sociedad como la capitalista, en cuyo seno las relaciones
entre las cosas, que son producto del trabajo de aquellas, adoptan la forma
general del intercambio mercantil? O dicho de otra manera: ¿qué forma general
adoptan las relaciones entre las personas en una sociedad en que las cosas que
producen y por las cuales aseguran su existencia material y social adoptan la
forma general de mercancía? Es una pregunta a todas luces inspirada por una
lectura atenta y reflexiva del Capital y, en particular, de los pasajes
que Marx consagra a la preeminencia y la imposición de la forma de mercancía y
de su naturaleza de fetiche en el capitalismo.
Así, partiendo de algunas indicaciones formuladas
por Marx, Pashukanis elabora el contenido de su respuesta a la doble pregunta
anterior: en una sociedad en que las relaciones entre las cosas suelen ser
relaciones mercantiles, las relaciones entre las personas suelen ser relaciones
contractuales, es decir, relaciones regidas por la reciprocidad de las
obligaciones y el respeto de la subjetividad jurídica de los individuos. O
dicho de otro modo: en una sociedad en la que la mercancía es la forma general
de las cosas, las personas adoptan la forma general de sujetos de derecho
(personas consideradas provistas de una autonomía de su voluntad y de un
conjunto de derechos inalienables: seguridad de su persona, propiedad y
seguridad de sus bienes, etc.) Y Pashukanis demuestra que como forma general de
las personas, la subjetividad jurídica no se fetichiza menos que la mercancía:
de forma social, es decir, de forma otorgada a las personas por unas relaciones
sociales (y por tanto históricas) determinadas, se percibe comúnmente como una
determinación humana universal, natural en definitiva, por ejemplo con la
atribución de derechos naturales inalienables de la persona humana, que se
considera que existen y operan a todo tiempo y lugar.
Sobre esta base, Pashukanis se pregunta qué forma
puede y debe adoptar el poder político (el Estado) en este tipo de sociedad
para seguir conformándose a las determinaciones y exigencias del orden civil
(el tejido de relaciones contractuales) y de la subjetividad jurídica (la
condición de sujeto de derechos de los individuos). Y demuestra que el Estado
no puede revestir en estas circunstancias más que la forma de un poder público
impersonal, es decir:
· un poder que no pertenece a nadie, ni siquiera a
quienes se encargan de ejercerlo, cualquiera que sea el nivel en que lo haga;
· un poder que por tanto se distingue formalmente
de los múltiples poderes privados que siguen ejerciéndose, al margen de aquel y
bajo su control, en el marco de la sociedad civil: poderes asociados al
nacimiento, al dinero y al capital, a la competencia, etc.;
· un poder cuyos actos no deben ser la expresión de
intereses particulares, sino exclusivamente la del interés general, en este
caso asimilable al mantenimiento del orden civil (el orden contractual),
garantizando a cada uno el respeto de su subjetividad jurídica y la posibilidad
de contratar libremente;
· un poder que respeta por consiguiente todas las
prerrogativas de los individuos como sujetos de derecho (de ahí la necesidad de
limitar estrictamente el ámbito de actuación del Estado y de separar sus
poderes legislativo, ejecutivo y judicial);
· un poder que se dirige a todos en pie de igualdad,
sometiendo a todos a las mismas obligaciones y garantizando a todos los mismos
derechos; en definitiva, un poder que no aparece como el poder de un hombre o
de un grupo de hombres sobre otros hombres, sino el poder de una norma
impersonal e imparcial que se aplica a todas las personas y que debe ser
respetada por todo el mundo: la ley.
En el seno de la sociedad civil, el poder político,
por tanto, no puede ni debe presentarse de otra forma que la de una autoridad
pública impersonal: la de la ley, supuesta expresión del interés general de los
sujetos de derecho (confundido con el mantenimiento del orden civil y la
garantía de la posibilidad de los individuos de contratar) y de la voluntad
general (la voluntad común de todos los sujetos de derecho). Y lo que suele
denominarse Estado de derecho no es más que la organización institucional (el
aparato) de ese poder público impersonal, de ese poder de la ley, de la norma
abstracta a impersonal garante de la existencia y del mantenimiento del orden
civil.
2.2. Mandel no ignora la existencia de esta
importante obra de Pashukanis, pues la menciona en una nota de este capítulo
(página 463, nota 8), aunque por lo poco que dice no parece haber comprendido
ni el sentido ni la importancia de aquella. Juzgue el lector: “[Pashukanis]
desarrolla la tesis de que el derecho es meramente la forma mistificada de los
conflictos entre los propietarios privados de mercancías y que, por tanto, sin
la propiedad privada y sus contratos, en otras palabras, sin la simple
producción de mercancías, no hay derecho.” Llama la atención que un
conocedor tan agudo de la estructura del capital como Mandel no comprenda que
la división mercantil del trabajo, es decir, el estallido del trabajo social en
una miríada de trabajos privados y la consiguiente necesidad de los productores
de proceder al intercambio mercantil de sus productos a fin de confirmar su
carácter social, todo ello sobre la base de la propiedad privada de los medios
de producción sociales, no es una característica de la producción mercantil
simple (que solo la realiza muy imperfectamente, tanto intensiva como
extensivamente), sino, por el contrario, un importante rasgo distintivo del
modo de producción capitalista, el único que la realiza por completo.
Por consiguiente, Mandel pasa por alto asimismo
todos los planteamientos que dedica Pashukanis a la forma general del Estado
capitalista como poder público impersonal. Es una lástima desde su propio punto
de vista, ya que este desconocimiento debilita, por ejemplo, su análisis de la autonomía
(relativa) del Estado, que no deja de ser el instrumento de dominación de la
clase capitalista, con respecto a esta última. Para explicar esta autonomía, de
la que destaca con razón que es la característica específica del Estado
capitalista, Mandel moviliza la noción de “capitalista total ideal”,
refiriéndose a un pasaje del Anti-Dühring de Engels que habla del
“capitalista total ideal”: “La competencia capitalista determina así,
inevitablemente, una tendencia a la autonomización del aparato estatal, de
suerte que este pueda funcionar como un ‘capitalista total ideal’ que sirva a
los intereses del modo de producción capitalista en su conjunto, protegiéndolo,
consolidándolo y sentando las bases de su expansión por encima y contra los
intereses en conflicto del ‘capitalista total real’ que en el mundo concreto se
compone de ‘muchos capitales’.” (páginas 465-466)
Me parece que las tesis de Pashukanis proporcionan
una explicación más completa de la autonomía relativa del Estado capitalista.
Sin excluir para nada esta función de síntesis institucional de los intereses
colectivos de la clase capitalista como tal, más allá de las divergencias entre
sus miembros en la competencia que les enfrenta, estas tesis muestran en efecto
que dicha autonomía se basa más fundamentalmente en la relación social (el
capital) a través de la que esta clase logra apropiarse de la fuerza de trabajo
social, de los medios de producción y, por tanto, de la riqueza social, que
supone una serie de actos de intercambio mercantil y de relaciones
contractuales, mediatizando tanto las relaciones entre sus propios miembros
como las relaciones entre estos últimos y los miembros de las clases dominadas
(trabajadores).
Sobre todo, contrariamente a la oposición un tanto
escolástica entre “capitalista total ideal” y “capitalista total real”, las
tesis desarrolladas por Pashukanis permiten comprender qué forma adopta esta
autonomía (relativa) del Estado capitalista con respecto a la clase
capitalista: precisamente la de un poder público impersonal, formalmente
distinto no solo de la clase capitalista, sino de todas las clases sociales y
más en general de todos los sujetos privados, individuales o colectivos.
Pashukanis aclara de este modo una paradoja sorprendente de la sociedad
capitalista: el Estado adopta en ella una forma –la de poder público
impersonal– que contradice directamente su contenido de clase, es decir, su
función general de aparato al servicio de la clase dominante, encargada siempre
y en todas partes de asegurar la perennidad de las condiciones generales
(materiales, institucionales, ideológicas) de su dominación. Paradoja que a su
vez el análisis de Mandel no explica y ni siquiera menciona.
3. Segunda omisión: la estructura general del
Estado capitalista
El enfoque funcionalista del Estado adoptado por
Mandel le lleva asimismo, en segundo lugar, a pasar por alto otra especificidad
fundamental de este Estado: su estructura general. Son los trabajos de Henri
Lefebvre e Immanuel Wallerstein los que han dado pistas para el estudio de esta
estructura general al aportar uno y otro los primeros elementos de análisis,
aunque no los desarrollaran completamente.
3.1. Observando el capital desde sus orígenes hasta
nuestros días se constata que nunca ha prosperado en un único y en el mismo
Estado, englobando en él todo el espacio de su reproducción; al contrario,
siempre y en todas partes se ha desarrollado en el marco de una pluralidad
de Estados más o menos abiertos a su circulación. Una segunda constatación
es que estos Estados múltiples han sido siempre y fundamentalmente Estados
rivales, Estados que cuando menos competían entre sí y que a menudo se
confrontaban (en correlaciones de fuerzas) e incluso se enfrentaban (en
conflictos armados), dando lugar así a la eventual formación de alianzas más o
menos duraderas entre ellos. El motor y al mismo tiempo el motivo de esta
rivalidad no era otro, en definitiva, que la inversión de capital en su
territorio, garantizado por sus recursos.
La última constatación es que de estas relaciones
de rivalidad entre estos Estados se deriva permanentemente una jerarquía (de
riqueza, de poder y de influencia) entre ellos, jerarquía que sin embargo varía
continuamente. La universalidad de esta triple constatación indica que la
estructura específicamente capitalista del Estado es la de un sistema de
Estados, en la que el Estado solo se realiza en cierto modo fragmentándose
y oponiéndose a sí mismo. El término sistema debe entenderse en este
contexto en el sentido que le da la teoría de sistemas. Designa una unidad resultante
de la organización de las interacciones entre un conjunto de elementos que
presenta características y cualidades irreductibles a las de estos últimos, que
no pueden explicarse más que por sus interacciones, su regulación y la
retroacción de la unidad global sobre los elementos que la componen.
El sistema de Estados que constituye la estructura
propia del Estado capitalista reviste sin duda alguna estas características.
Por conflictivas que sean en lo fundamental, las relaciones entre los múltiples
Estados que lo componen no dejan de responder a unas normas reguladoras, que
incluyen, entre otras, el reconocimiento recíproco de su soberanía, es decir,
de la legitimidad del ejercicio de su poder en su territorio y su población
respectiva; el principio de equilibrio de poder, que prohíbe al más poderoso
ser suficientemente poderoso para poder dominar a todos los demás al mismo
tiempo (en otras palabras, la coalición de los más débiles sigue siendo siempre
suficientemente fuerte para vencer eventualmente al más fuerte); esto hace que
el predominio de un Estado dentro de este sistema adopte una forma
característica, la de la hegemonía: la constitución bajo su liderazgo de una
alianza o coalición de los principales Estados, lo que le permite sin duda
realizar sus propios intereses al tiempo que tiene que gestionar más o menos
los de los demás miembros de la coalición.
En cuanto a las razones fundamentales de esta
singular estructura, hace falta de nuevo analizar las características del
capital como relación de producción y de su proceso global de reproducción,
análisis que aquí solamente puedo esbozar. La fórmula que he utilizado antes
–el Estado capitalista se realiza fragmentándose y oponiéndose a sí mismo en un
sistema de Estados– sugiere por sí misma una profunda analogía entre el espacio
geopolítico del capitalismo (el espacio conformado por este sistema, que le
sirve de marco y de soporte) y el mercado capitalista. En este último,
múltiples capitales se atraen (se entrelazan mediante intercambios en el curso
de sus respectivos procesos reproductivos, se fusionan y se absorben) y a la
vez se repelen (debido a la competencia) hasta la aniquilación. A través de
esta atracción y repulsión recíproca de los distintos capitales, que determinan
su concentración y centralización (y por tanto la eventual formación de
oligopolios e incluso monopolios), se constituye una jerarquía entre ellos, y
los más poderosos (en virtud de la superior productividad del trabajo que
utilizan, de las cuotas de mercado que se aseguran, de sus apoyos políticos,
etc.) acaban imponiéndose sobre los menos poderosos e incluso viviendo a sus
expensas (mediante la perecuación de la plusvalía que se realiza en forma de
tasa media de beneficio). En suma, el mercado capitalista es un espacio tanto fragmentado
(por la acción de múltiples capitales singulares, que constituyen otros tantos
fragmentos privados del trabajo social) como homogeneizado (unificado y
uniformizado por las interacciones entre estos múltiples capitales) y jerarquizado
(por esas mismas interacciones, como por las retroacciones de los resultantes
globales sobre los diferentes capitales). Y es esta estructura misma, hecha de
fragmentación, homogeneización y jerarquización al mismo tiempo, la que la
reproducción global del capital imprime al espacio geopolítico en el que se
despliega.
3.2. En el curso de la historia del capitalismo,
esta estructura específica del espacio geopolítico solidario del sistema
capitalista de Estados no ha dejado de extenderse (a medida que el capitalismo
se expandía territorialmente) y sobre todo de transformarse. La forma clásica
que ha acabado adoptando en Europa occidental al término de su larga gestación
durante la era moderna (del siglo xvi al siglo xviii) y que posteriormente se
consolidará y se universalizará (globalizará) en el curso de la época
contemporánea, es la de un espacio internacional. En otras palabras,
durante un largo periodo de la historia del capitalismo, el sistema de Estados
ha adoptado la forma de un sistema de Estados-nación, su unidad básica, siendo
el componente elemental, en suma, la forma nacional del Estado. Esta
permanencia durante mucho tiempo del sistema de Estados-nación y de la
formación nacional de los Estados ha podido dar a entender que era en resumidas
cuentas la forma natural y por consiguiente inalterable de la estructura
general del Estado capitalista. De este modo habrá contribuido al
desconocimiento de esta última como tal, al igual que la de sus formas
prenacional y posnacional. Prenacional: el sistema de ciudades-Estado de Italia
del norte y central, de Alemania meridional, de los antiguos Países Bajos, que
fueron le cuna histórica del capitalismo europeo. Posnacional: el surgimiento
actual de un sistema de Estados continentales, por la vía de la asociación
(confederación o federación) y tal vez, en el futuro, de la fusión de Estados
nacionales a escala continental, fruto de la transnacionalización del proceso
global de reproducción del capital en curso desde la segunda mitad del siglo
xx.
El propio Mandel ofrece un ejemplo de esta
reducción de la estructura general del Estado capitalista al sistema de
Estados-nación, que ha constituido su forma clásica en Europa durante un largo
periodo histórico, en el siguiente pasaje del capítulo que comentamos: “Las
funciones económicas aseguradas por esta ‘preservación de la existencia social
del capital’ incluyen el mantenimiento de relaciones legales de validez
universal, la emisión de moneda fiduciaria, la expansión de un mercado de
magnitud superior a la local o regional y la creación de un instrumento de
defensa de los intereses competitivos específicos del capital autóctono contra
los capitalistas extranjeros; en otras palabras, el establecimiento de un orden
jurídico nacional, de un sistema monetario y aduanal, de un mercado y de un
ejército.” (página 466)
Es curioso constatar que Mandel introduce aquí de
pasada, sin ninguna explicación, examen ni argumentación, como si fueran
“naturales”, las divisiones y rivalidades constitutivas del espacio geopolítico
generado por el capitalismo en forma de sistema de Estados-nación. Se echa de
menos por tanto no solo la comprensión de la estructura general del Estado
capitalista, sino también de su forma histórica singular que ha constituido el
sistema de Estados-nación. Debido a ello, por cierto, Mandel también ha
empobrecido su análisis del Estado en la era del capitalismo tardío, ya que le
ha impedido comprender que esta era tardía se ha caracterizado precisamente por
el apogeo del sistema de Estados-nación. En efecto, en el transcurso de esta
fase del devenir-mundo del capitalismo, este no solo se habrá globalizado, en
particular al amparo de la descomposición de los imperios coloniales
constituidos por las principales potencias centrales a finales del siglo xix y
comienzos del siglo xx; sin embargo, al menos en los Estados centrales habremos
asistido a la culminación de la “nacionalización” de las formaciones sociales,
es decir, de su encierro en el Estado-nación y su valimiento por parte de este,
que se ha convertido en el piloto del proceso global de reproducción del
capital y al mismo tiempo en maestro de obras de algunos de sus momentos
fundamentales, como veremos de inmediato. Pese a su importancia, este doble
aspecto del Estado en la era del capitalismo tardíono se menciona para nada en
el libro de Mandel.
4. Por un enfoque alternativo de las funciones del
Estado capitalista
Por todas estas razones señaladas, no ha lugar a
reprochar a Mandel haber dejado de lado el análisis de las funciones del Estado
capitalista. En cambio, sí cabe discutir el marco en el que lleva a cabo este
análisis, que me parece en parte inadecuado y que le lleva a empobrecer su
enfoque del Estado en la era del capitalismo tardío.
4.1. Como hemos visto, en este capítulo Mandel
añade su análisis de las funciones del Estado capitalista a las que desempeña
el Estado en general en toda sociedad dividida en clases, división de la que
siempre es a su vez producto e “instrumento”. Simplemente se contenta con
señalar las inflexiones (de intensidad o de forma) de esas funciones generales
del Estado en el caso particular del Estado capitalista o en la situación
específica de las distintas épocas o fases de su evolución histórica. Considero
que, sin ignorar en absoluto las que necesariamente son las funciones del
Estado en cualquier modo de producción caracterizado por la división, la
jerarquización y la lucha de clases, es más idóneo desarrollar el análisis de
las funciones del Estado capitalista partiendo –como hemos hecho con respecto a
su forma y su estructura generales– de la relación de producción capitalista. O
más exactamente, de lo que ya he llamado en repetidas ocasiones su proceso de
reproducción global.
La reproducción de esta relación de producción
social que constituye el capital es un proceso complejo, que comprende
múltiples momentos (elementos constitutivos) diferentes. Por mi parte, distingo
básicamente tres momentos fundamentales, evidentemente articulados entre sí,
pero dotados cada uno de una autonomía relativa con respecto a los otros dos.
Algunas de las condiciones de reproducción del capital vienen aseguradas por su
propio movimiento cíclico de valor en proceso, de valor que se conserva y
aumenta en un incesante proceso cíclico que reúne procesos de producción y
procesos de circulación. Esto se produce a condición de que los resultados de
este proceso reproduzcan (repitan) los supuestos del mismo. En la medida en que
esto suceda, califico este movimiento de proceso de reproducción inmediata
del capital: el capital produce en él determinadas condiciones de su
reproducción por sí mismo, sin más mediación que él mismo. Esto es lo que
demostró Marx en El Capital, señalando al mismo tiempo que esta
reproducción inmediata no ocurre ni sin desequilibrios ni sin contradicciones,
que hacen que periódicamente entre en crisis.
Sin embargo, a estas condiciones inmediatas de la
reproducción del capital, que se deriva de su propio movimiento de valor en
proceso, se añaden otras que el movimiento del capital como valor en proceso no
puede precisamente engendrar por sí mismo. Para diferenciarlas de las
anteriores, las denomino “condiciones generales exteriores de la producción
capitalista”. Estas condiciones son generales en un doble sentido: por
un lado, afectan básicamente a la reproducción del capital social en su
conjunto, tal como se forma mediante el entrelazamiento de los movimientos de
los múltiples capitales singulares, y no la reproducción inmediata de estos
últimos: son los presupuestos generales de la valorización de los capitales
singulares los que deben estar garantizados en el nivel del conjunto del
capital social. Por otro lado y sobre todo, estas condiciones contemplan la
totalidad de los aspectos y elementos de la realidad social y no ya solamente
aquellos de los que se apropia el capital inmediatamente en y a través de su
movimiento de valor en proceso.
En cuanto a su exterioridad con respecto a
este último, no significa que este movimiento no pueda participar directamente
en su producción, sino que ninguna de estas condiciones generales es ni un dato
inmediato ni el resultado global del movimiento del capital como valor en
proceso. Dicho de otro modo, su producción recurre necesariamente a otras
mediaciones que las implicadas en y por el proceso de reproducción inmediata
del capital. Y son estas mediaciones las que aseguran la apropiación y la
integración de los elementos de la realidad social a modo de condiciones de la
reproducción del conjunto del capital social. Por ejemplo, el capital no
consigue asegurar, únicamente con su movimiento de valor en proceso, la
(re)producción de determinadas condiciones de su proceso de producción
inmediato, tanto si se trata de los medios de producción socializados
(infraestructuras colectivas, producción y difusión de los resultados de la
investigación científica, etc.) como de los aspectos de la reproducción de la
fuerza de trabajo no asegurados directamente por la circulación mercantil de
esta (las relaciones familiares, la producción y la gestión del espacio-tiempo
doméstico, las prácticas educativas, el sistema de enseñanza, etc.). Asimismo,
el movimiento del capital como valor en proceso no es capaz de producir y
reproducir por sí solo el espacio social que requiere la circulación del capital:
las redes de transporte y de comunicación, las concentraciones urbanas, la
ordenación del territorio, etc.
La producción y reproducción de las condiciones
generales exteriores de la producción capitalista constituyen por tanto
momentos específicos del proceso global de reproducción del capital, distintos
de su proceso de reproducción inmediata. Y a estos dos primeros momentos
conviene añadir finalmente un tercero, el proceso de producción y
reproducción de las relaciones de clase. Porque la reproducción del capital
como relación social se efectúa todavía dentro de y por medio de la división de
la sociedad en clases, de las luchas entre ellas en sus múltiples formas y sus
constantes peripecias, y finalmente de las propias clases como sujetos
colectivos que se afirman tratando de influir en los dos momentos precedentes
del proceso global de reproducción. Y este tercer proceso también tiene su
especificidad, en la medida en que hace que intervengan elementos, factores y
procesos desconocidos en los dos momentos precedentes. Así, para ceñirnos a un
ejemplo, únicamente el análisis de las luchas de clases permite comprender las
relaciones de fuerzas, los compromisos, los fenómenos de composición y
descomposición de las clases sociales en el plano social y político, que dan
lugar en particular a la formación de los bloques sociales (sistemas complejos
de alianzas entre clases, fracciones, capas y categorías) que se encarnan y se
representan en las organizaciones asociativas, sindicales, partidarias, como
también en los aparatos de Estado.
En cuanto al Estado, para volver a nuestro tema, no
constituye un cuarto momento del proceso global de reproducción del capital,
complementario a los tres procesos parciales que acabamos de diferenciar. Con
respecto a estos tres procesos, el Estado se sitúa de hecho transversalmente,
atravesando los tres y enlazándolos entre sí, con lo que contribuye a su
articulación y su unidad. Este es el marco en que conviene proceder al análisis
de las funciones del Estado, es decir, mostrar que el Estado es necesario
(presupuesto o producido) como una mediación necesaria en la producción y la
reproducción del capital como relación de producción social dentro de los
distintos momentos particulares que componen este proceso global, y determinar
las funciones concretas que cumple cada vez, particularmente desde el punto de
vista del dominio (regulación) de las contradicciones internas del proceso.
4.2. De esta manera no solo es posible enriquecer
el análisis de las funciones del Estado, ampliando el terreno y haciéndolo más
complejo. También permite periodificarlo de manera más precisa, pues las
funciones del Estado en los distintos momentos del proceso global de
reproducción no pueden dejar de cambiar en función de los periodos y fases del
desarrollo histórico mundial del proceso global de reproducción del capital.
Desde este punto de vista, la comparación con el análisis de las funciones
delEstado en la era del capitalismo tardío desarrollado por Mandel resulta
instructiva. Este último peca, en efecto, por la omisión o subestimación de los
distintos aspectos de las funciones del Estado en dicha época, que sin embargo
son importantes y que el esquema de análisis que acabo de proponer lleva por el
contrario a destacar con fuerza. Retomo en este punto dicho esquema en el orden
inverso de su presentación anterior.
Desde el punto de vista del proceso de reproducción
de las relaciones de clase, el “capitalismo tardío” se caracteriza en
particular por el establecimiento y el mantenimiento de un compromiso entre el
capital y el trabajo asalariado, el famoso “compromiso fordista”, basado en
definitiva en un reparto de las ganancias de productividad entre aumento de los
salarios reales (directos e indirectos) y aumento de los beneficios, que
permite la generalización de la taylorización y de la mecanización del proceso
de trabajo. En este plano, la principal función del Estado consiste en
encuadrar y garantizar este compromiso mediante la institucionalización y
la animación de un diálogo permanente entre las diferentes clases sociales (o
más exactamente, entre sus organización representativas: profesionales,
sindicales, partidarias, etc.) y desarrollar con este fin estructuras de
negociación entre los distintos “interlocutores sociales” (expresión que nace
entonces para designar la pacificación de la lucha de clases gracias al
compromiso fordista), desde los comités de administración o los comités de
empresa hasta el parlamento, pasando por las negociaciones en los distintos
sectores profesionales, los órganos de gestión paritaria de la seguridad
social, los eventuales organismos de planificación. etc.
Sin embargo, Mandel no menciona nada de esto en
todo el capítulo, sino que se contenta con explayarse sobre las relaciones
entre el Estado y la burguesía en la era del capitalismo tardío, sobre
la articulación entre grupos de presión, asociaciones profesionales, monopolios
y altos funcionarios. Apenas menciona de pasada la creciente integración de los
sindicatos y partidos “obreros” en el aparato de Estado, que para él es un
indicio del potencial de la ideología burguesa, pero no un elemento clave de la
configuración de las relaciones de clase propia de esta “era tardía” ni una
función esencial del Estado en esta era. Asimismo, llama la atención que en
este capítulo Mandel casi ni mencione la importancia adquirida por el Estado,
durante esta época, en el proceso de producción-reproducción de las condiciones
generales exteriores de la producción capitalista. Sin embargo, a una escala
variable y de acuerdo con modalidades diferentes de un Estado-nación a otro,
hemos asistido a la transformación del Estado en un verdadero maestro de obra
de algunas de esas condiciones, y no de las menores.
Por un lado, y llegando incluso a convertirse en
empresario (lo que comporta la acumulación de un capital de Estado, procedente
o no de la nacionalización de empresas privadas), el Estado se habrá hecho
cargo de la producción de materiales de trabajo industriales de suma
importancia (carbón, petróleo, gas, electricidad, etc.) y de medios de
producción socializados (carreteras, autopistas, puertos, aeropuertos, medios
de transporte, medios de comunicación, etc.). Por otro lado, el Estado se habrá
convertido en el gestor global de la reproducción de la fuerza social de
trabajo en virtud de su política salarial, de la institución del salario
indirecto (la institución de un sistema de cotizaciones obligatorias que se
redistribuyen en forma de prestaciones sociales) y de la creación de un
conjunto de equipamientos colectivos y de servicios públicos (construcción de
viviendas sociales, desarrollo de la medicina hospitalaria, democratización de
la enseñanza secundaria y superior, construcción de equipamientos culturales y
deportivos de masas, etc.). Nada de esto se menciona en la obra de Mandel, cosa
que resulta tano más sorprendente cuanto que señala explícitamente, al comienzo
de su capítulo, entre las tres funciones principales del Estado en toda
sociedad dividida en clases sociales, la creación de “aquellas condiciones
generales de producción que no pueden asegurarse por medio de las actividades
privadas de los miembros de la clase dominante”(página 461).
En fin, y esto es todavía más sorprendente
tratándose del proceso inmediato de reproducción del capital, no se encuentra
ninguna mención de la función reguladora de este proceso que el Estado ha
desempeñado en la era del capitalismo tardío y que sin embargo ha constituido
uno de sus rasgos más característicos. Esta regulación consiste en
sobredeterminar el reparto entre salarios y beneficios con vistas a equilibrar
la oferta y la demanda en el mercado nacional, tanto velando por la dinámica de
la negociación colectiva entre “interlocutores sociales” como aplicando un
conjunto de políticas económicas específicas (política salarial, política
presupuestaria, política monetaria) que constituyen los distintos instrumentos
del keynesianismo ordinario. Mandel pasa totalmente por alto esta determinación
keyneso-fordista del Estado en la era del capitalismo tardío en el capítulo que
tratamos, si bien es cierto que sí se plantea y en parte se comenta en los dos
capítulos precedentes de su obra.
Conclusión
Quisiera terminar atenuando un poco la severidad de
mi juicio sobre esta obra de Mandel y relativizando su alcance. Por un lado,
Mandel me ha servido de ejemplo de toda una tradición marxista caracterizada
por un enfoque funcionalista del Estado claramente insuficiente y
empobrecedora: mis críticas se dirigen por tanto más a esta tradición que él
representa que a su persona. Y añadiré que estas críticas se formulan desde un
punto de vista marxista, es decir, a partir de las aportaciones de otros
autores marxistas y dentro del marco general de una conceptualidad que no deja
de ser marxista. Qui bene amat bene castigat: mi severidad está a la
altura de mi querencia con respecto a un autor que sigue siendo de la familia.
Por otro lado, mi apreciación severa es sobre todo
parcialmente injusta, a contrapelo de la fórmula consagrada (“severa pero
justa”). Ocurre que algunas de mis críticas se benefician de mi posición
cronológica: el mochuelo de Minerva no emprende el vuelo hasta que oscurece y
es hacia el final de un periodo histórico o, mejor todavía, cuando el mismo ha
concluido y ha quedado atrás, cuando se vislumbra la verdad sobre el mismo.
Tanto si se trata de las funciones del Estado en la era del capitalismo
tardío, de su estructura y (aunque en menor medida) de su forma, hoy
podemos juzgarlas mejor, al haber abandonado ya aquel periodo, que cuando nos
hallábamos en su pleno apogeo, como era el caso de Mandel cuando escribió El
capitalismo tardío. En este sentido, mis críticas a Mandel pecan, al menos
en parte, de ese anacronismo del que Lucien Febvre dijo que constituye, en
materia histórica, “el pecado de los pecados, el pecado entre todos
irremisible/4”. Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa!
[Alain Bihr es profesor honorario de sociología de
la Universidad de Franche-Comté. Conferencia pronunciada en el Foro
Internacional El capitalismo tardío, su fisionomía sociopolítica en los
albores del siglo xxi, 20-22 de mayo de 2015, Lausana (Suiza)].
Notas:
1/ Der Spätkapitalismus, Suhrkamp Verlag,
Fráncfort, 1972. Me referiré a la traducción francesa efectuada por Bernard
Keiser y reeditada y corregida en 1997 en Paris por Éditions de la Passion.
[Las citas en la traducción castellana están tomadas de El capitalismo
tardío, Ediciones Era, México, 1979, traducción de Miguel Aguilar Mora.]
2/ El capítulo ocupa las páginas 461 a 484 de la
traducción castellana.
3/ La edición original rusa de la obra data de 1924.
En 1926 apareció una segunda edición y en 1929 una traducción al alemán. La
traducción al castellano de la obra fue publicada por Labor y Grijalbo en 1976.
4/ Lucien Febvre, Le problème de l’incroyance au
XVIe siècle. La religion de Rabelais, Paris, Albin Michel, 1947,
página 6.
Traducción: VIENTO SUR
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