27-07-2015
Lo que sucede en Grecia es ejemplar. Un partido
–Syriza- gana la mayoría agitando su programa de Salónica que se oponía al
ajuste, a la llamada austeridad (léase superexplotación) y a la corrupción de
los otros partidos y del Estado. Lejos de aplicar una serie de medidas
radicales, deja en sus puestos en el Banco Central y en la banca en general a
los culpables del desastre, reconoce y paga la deuda y sus intereses hasta el
último euro disponible y sólo deja de pagarlos porque no tiene ya con qué y
adopta algunas medidas sociales muy limitadas (reabre la TV pública, retoma
funcionarios estatales, no cobra la luz a los más pobres, por ejemplo) sin ir a
la raíz de los problemas. Después, ante el chantaje del FMI, el Banco Central
Europeo y la Comisión Europea, convoca un referéndum sobre la aceptación de la
llamada austeridad que gana con una enorme mayoría (61 contra 38). Sin embargo,
a pesar de la actuación muy limitada de Syriza y de la aceptación del marco del
gran capital europeo por el primer ministro Alexis Tsipras y la mayoría de su
partido, los representantes de ese gran capital desconocen dos elecciones de un
país soberano, la democracia formal y la independencia de un Estado y hacen de
todo para humillar y destituir a un gobierno legal en Europa misma, como si
fuese una ex colonia africana.
El gran capital entiende la superación de la crisis
que provocaron los grandes bancos internacionales como una reducción brutal de
los salarios reales de los trabajadores, la liquidación de las viejas
salvaguardias y conquistas de civilización que equivalían a ingresos indirectos
(medicinas para las enfermedades graves o crónicas en los hospitales, reducción
de la jornada laboral, prohibición del trabajo dominical, del trabajo femenino
en las labores insalubres, derechos de los inmigrantes atraídos a Europa en los
60 para suplir la carencia de mano de obra). Para eso elaboró una serie de
leyes que fueron restringiendo incluso la posibilidad de los Estados de
mantener una política monetaria, fiscal, diplomática, militar o laboral propia
y últimamente, para salvar a los grandes bancos que provocaron la crisis con
sus aventuras como prestamistas, llegan al extremo de obligar a Grecia a vender
todos los bienes públicos, a colocarlos bajo el control extranjero, a anular las
leyes sociales mínimas aprobadas por Syriza y someter a aprobación de la Troika
cualquier nueva legislación.
Al mismo tiempo, en Bolivia, en Ecuador, en
Venezuela, en Brasil hay claros intentos ilegales desestabilizadores de
gobiernos que cuentan con mayorías y han sido elegidos constitucionalmente
pues, ante la crisis, al capital financiero internacional no le basta con las
concesiones de los gobiernos asistencialistas y distribucionistas llamados
“progresistas” y, al no poder lograr victorias electorales, quiere imponer por
la fuerza un cambio de políticas y de gobiernos para rebajar los ingresos de
trabajadores y jubilados y seguir privatizando los recursos públicos. En
México, las autoridades espúreas reprimen sangrienta e incesantemente, venden
por nada los recursos públicos, quieren aplastar a las autodefensas michoacanas
o guerrerenses y a los maestros oaxaqueños de la CNTE mientras permiten “la
fuga” de los capos del narcotráfico.
Después de estas experiencias ¿puede alguien en su
sano juicio creer que el gran capital realizará elecciones limpias, aceptará
que gobierne quien no sea su siervo incondicional? ¿Son realistas López Obrador
y su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) cuando, ante la defensa de la
Sección XXII de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Educación
(CNTE), en vez de organizar una gran movilización nacional solidaria en defensa
de los derechos sociales y de la educación se limitan a darles solidaridad
verbal y a proponerles un pacto electoral para elecciones futuras que están
apenas en veremos?
Los derechos y las conquistas sociales son el
subproducto de las luchas políticas heroicas en el pasado que atemorizaron al
capital y obligaron al Estado a ceder reformas. Hoy el capital financiero
internacional y sus agentes nacionales intentan anular esos derechos, junto con
la soberanía y la democracia formal; por eso hay que defenderlos a toda costa.
Pero, cuando anula las soberanías -e incluso las
elecciones formales como forma de resolver las disputas entre los diversos
grupos capitalistas- ¿quién es utópico? ¿el que apunta a la organización
popular, en un proceso largo, duro tortuoso de acumulación de fuerzas y de
conciencia, de construcción de la unidad de los oprimidos en la lucha por
defender los bienes comunes, los derechos humanos y democráticos, de las
conquistas civilizatorias en peligro para cambiar este régimen inhumano?, ¿el
que cree que el capitalismo es inaceptable, insoportable, como dice el mismo
Papa? ¿o quien, como Tsipras, Podemos y tantos otros no creen que sea posible
hacer política fuera del marco fijado por el gran capital financiero y
custodiado por el Estado opresor y esperan que les permitan llegar al gobierno
para iniciar desde él un cambio gradual?
Realismo es luchar por lo que es necesario pero hoy
es transitoriamente imposible dada una relación de fuerzas y un escaso nivel de
conciencia popular que hay que modificar. Utópico es desconocer la realidad,
esperar que el capitalismo cambie su naturaleza, que desaparezca la dictadura
de unos pocos, que los detentores del poder represivo estatal, criminales y
aliados del crimen organizado, entreguen ese poder avergonzados por el repudio
popular.
Si se quieren derechos democráticos, hay que estar
dispuestos a un duro combate para conseguirlos. Si se quiere eliminar la
pobreza y la opresión, hay que eliminar el sistema que las origina. Si se
quiere defender la soberanía, hay que imponer el poder popular. La defensa de
la Sección XXII de la CNTE en Oaxaca y de las autodefensas en Michoacán y
Guerrero es urgente para posibilitar la autoorganización democrática, la
autogestión, la autonomía de los movimientos sociales en esta nueva fase en que
el capitalismo va por todo, como en Grecia.
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