Publicado por Francisco Umpiérrez Sánchez
domingo, 12 de julio de 2015
Antes de celebrarse el
referéndum en Grecia estuve tentado de elaborar un artículo crítico contra
Syriza. Pero me autocensuré. Pensé: dejemos primero que los hechos hablen por
sí mismos y luego formularé mis
conjeturas. Creo que en el seno de la izquierda radical no existe la libertad
de pensamiento o está muy mermada. Parece como si solo estuviera permitido
criticar a la derecha. En su tiempo quien criticaba el socialismo soviético era
tildado de pro imperialista. Hoy día nadie desde la izquierda radical se atreve
a criticar la política y la economía puesta en práctica por el gobierno de
Maduro. Si alguien lo hiciera, le tacharían de antidemocrático y de que está
alineado con EEUU. Criticar al grandísimo Marx es considerado en el seno de la
izquierda radical legítimo, pero criticar a Pablo Iglesias o a Tsipras está mal
visto. Tradicionalmente en los partidos comunistas y por
extensión en los partidos de la izquierda radical se esgrimía como bandera
identitaria la autocrítica, pero en la práctica ha sido pura consigna. En la
actualidad perdura esa circunstancia ideológica. Este es uno de los mayores
defectos de la izquierda radical: no existe la libertad de pensamiento o está
muy mermada. Parece que el posible éxito electoral de Podemos nos obliga a
quienes militamos en la izquierda radical a estar callados y a secundar las
consignas que nos vienen desde arriba. Me siento incómodo con el ambiente
ideológicamente tan enajenado que existe en la actual izquierda radical. Se han
instalado las consignas de la sociología vulgar y parece que todos estemos
obligados a secundarlas. Uno de los participantes en la presentación de la
agrupación electoral Ahora en Común decía que no se trata de la contradicción
entre la izquierda y la derecha sino de la contradicción entre los de arriba y
los de abajo. No soporto la sociología vulgar. Me parece veneno para la
conciencia. ¿No es evidente que el pseudoconcepto de casta ha dejado ya de
tener valor? Es evidente que sí. Pues lo mismo pasará con la totalidad de los
pseudoconceptos de la sociología vulgar de la cual parece alimentarse en la
actualidad gran parte de la izquierda radical. ¿Alguien cree que con este nivel
ideológico tan bajo la izquierda radical puede llegar lejos? Yo creo que no. Y
Syriza es el ejemplo.
¿El hecho de que Podemos pudiera
ganar las elecciones aseguraría un buen futuro para el socialismo en España o
para los intereses de la clase trabajadora? Yo afirmo con rotundidad que no. No
basta con el “sí se puede”. En términos éticos no me fío de Pablo Iglesias. El
modo en que se dirige a IU es inadmisible. La consigna “Yes we can” –en español “si se puede”– viene
de EE.UU. Justamente una nación que no
es ejemplo de democracia ni de socialismo. También es una nación muy afectada
por la religión y la filosofía idealista.
Lo cierto es que aunque se grite “sí se puede”, en la realidad muchas
cosas no se pueden. Ha sucedido con las promesas de Obama –que a fin de cuentas
bajo el punto de vista de las conquistas sociales de la UE no es gran cosa–, y
ha sucedido con las promesas de Syriza.
Tanto Syriza como Podemos deberían distinguir el querer del poder.
Deberían detallar qué es lo que quieren y cuánto de lo que quiere se puede. El
problema de Podemos es que ni tan siquiera quiere definir lo que quiere. Por el
fin, la conquista del poder político, son capaces de sacrificar los más mínimos
principios ideológicos como la diferencia entre izquierda y derecha. Pablo
Iglesias afirma que bajo el predominio de esa contradicción es imposible que Podemos
o cualquier otra formación política popular pueda ganar las elecciones. Quieren
ignorar que la diferencia entre izquierda y derecha es la expresión política de
la diferencia económica entre socialismo y capitalismo, entre trabajo y
capital. Y la diferencia entre socialismo y capitalismo es una diferencia que
atraviesa toda la historia desde el siglo XIX hasta nuestros días. Por el deseo
ciego de conquistar el poder político,
Pablo Iglesias y Monedero son capaces de oponerse a las ciencias
sociales e históricas. Y quieren encima que los intelectuales que hemos
militado desde siempre en la izquierda radical les secundemos. Quieren ponernos
de ejemplo, no al partido bolchevique de los tiempos de Lenin, sino al Partido
Socialista Unido de los tiempos de Chávez y Maduro, quieren que abracemos no el
marxismo sino el populismo.
Grecia está peor que hace cinco
meses: recesión frente a crecimiento, déficit frente a superávit primario y
corralito frente a estabilidad financiera. La actitud de Varufakis como la del
propio Tsipras al frente de Syriza debe ser catalogada de aventurerismo
político. Han perjudicado al pueblo griego. Ninguna de las pretensiones
programáticas de Syriza han podido ser cumplidas. Las condiciones propuestas
por Tsipras después del referéndum a la troika son un 63% más duras que las que
habían antes del referéndum. No ha podido evitar subir el IVA, privatizar
empresas del Estado y recortar las pensiones. Es duro, muy duro. Pero si hubiera
firmado hace cinco meses, las condiciones económicas de Grecia hubiesen sido
mejores. Syriza confundió el querer con el poder. Lo que anunciaba que podía hacerse era en
verdad lo que quería hacer. El problema que tenía que resolver Syriza no era un
problema de soberanía del pueblo griego, sino en todo caso un problema de la
soberanía de todos los pueblos que constituyen la Unión Europea. Algunos dicen
que Tsipras obtuvo una victoria pírrica, yo afirmo que lo que obtuvo fue una
victoria simbólica. A la izquierda radical le encanta los símbolos y se
envuelve tanto en ellos que pierde la cordura y el sentido de la realidad. Me
duele que el aventurerismo político de Syriza lo pague el pueblo trabajador
griego.
Cuando pienso que Krugman
aconsejaba al pueblo griego que votara que
“no” para propiciar la salida de Grecia del euro, comprendo hasta qué
punto el intelectualismo reformista venido de fuera, de EEUU, puede ser nocivo.
Creo que aunque Krugman quiera defender a los pobres, debe saber que él no es
pobre. Lleva una vida muy acomodada. Tiene altos ingresos. Creo igualmente que
el error de muchos voceros de Podemos que hablan siempre en defensa de los
pobres, es el mismo que el de Krugman: ellos no son pobres. Es más: toda la
clase obrera no es pobre. La demagogia actual tiene mucho que ver con el empeño
de algunos políticos populistas de hablar en nombre de los pobres y olvidarse
del pueblo trabajador que no es pobre. Los indignados del 15 M gritaban,
refiriéndose a los partidos de aquel entonces, “ustedes no nos representan”.
Pues yo digo que Podemos y Syriza a mí no me representan. IU sí.
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