04-06-2015
Días atrás el sacerdote y teólogo Félix Placer
escribió en el periódico Gara un artículo titulado “La Iglesia vasca
a debate” en el que, entre otras cosas decía “creemos que, a pesar de
añoranzas anacrónicas y tendencias conservadoras, la Iglesia vasca puede
contribuir a lograr una sociedad más justa y solidaria, y afirmar los derechos
de un pueblo libre”.
Las
reflexiones, debates y encuentros se han celebrado los días 1 y 2 de junio en Gasteiz
y los organizadores y dinamizadores han sido las comunidades cristianas de base
de Euskal Herria, agrupadas en torno a la revista “Herria Eliza 2000”, y con
una nutrida asistencia.
De entrada y
por mi parte agradecerles la invitación para hablar libremente sobre la Iglesia
y Dios, algo que se agradece también en el 2015, tras 20 siglos de
cristianismo. Y es que, por mucho que se manifieste su actual alcalde, el Sr. Maroto,
en contra, Gasteiz sigue siendo un lugar de encuentro y entendimiento.
Ya a finales
de los años sesenta del pasado siglo decía el entonces cardenal brasileño
Helder Cámara en el circo Krone de la calle Marsstrasse de Munich: “Si doy
de comer a los pobres me dicen que soy un santo, pero si pregunto por qué los
pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista” o, en frase
posterior de un kurdo huido a las montañas tras ser bombardeado su pueblo:
“Quienes nos bombardean dicen que somos terroristas”.
Hoy es
patente y claro que el cristiano obtiene la verdad divina de segunda mano, de
mano extraña, que su verdad es una verdad mediatizada y censurada. El dios, que
el hombre creyente encuentra al final de la cadena distribuidora eclesial, es
un dios censurado. La verdad, o lo que quedó de ella, está terciada,
enturbiada, interpretada, degenerada por la incomprensión teológica de
pastores, tiempos, mediaciones e interpretaciones. Los diez tomos de “Historia
criminal del cristianismo” en alemán de KarlHeinz Deschner
(Kriminalgeschichte des Christentums, publicados en castellano tan sólo los
cinco primeros que hacen nueve) lo muestran de manera rotunda: “Dios camina
sobre abarcas del diablo” o, en palabras del jesuita Volk (a quien la regla
decimotercera de su orden impone creer): “que lo que tengo por blanco no es
tal, sino negro, si lo manda la jerarquía eclesiástica”. En los últimos
años han aparecido diversos libros dentro del cristianismo con títulos como “El
gran fraude” del famoso exegeta Gerd Lüdemann o el “Credo
falsificado” y “Falsificaciones y engaños” del historiador KarlHeinz
Deschner, por citar tan sólo algunos.
Ya Friedrich
Nietzsche se dio cuenta cuando dijo: “Yo condeno el cristianismo, yo
formulo contra la Iglesia cristiana la más formidable acusación que jamás haya
expresado acusador alguno. Ella es para mí la mayor de las corrupciones
imaginables, [...], ha hecho de toda verdad una mentira…”.
Nos hallamos
en la primera mitad del siglo XVIII en Hamburgo, Alemania. Hermann Samuel
Reimarus profesor, filósofo, teólogo, es también un especialista de lenguas
orientales y de la Biblia, en especial del Nuevo Testamento. Escribe, entre
otras, su gran obra “Apologie oder Schutzschrift für die vernünftigen
Verehrer Gottes (apología o escrito en defensa de los adoradores sensatos
de Dios). Pero no se atreve a publicar por temor a represalias eclesiales. Su
libro se publicará por fín en los años setenta del siglo XX. Este hombre es un
pionero de la crítica bíblica. Con él se inicia la búsqueda del Jesús
histórico. Y aunque parezca mentira es verdad, el Jesús histórico de los
cristianos seguía siendo, por entonces, un gran desconocido; se presentaba al
Jesús de los Evangelios, al Jesús de la Iglesia católica, encostrado y
embadurnado con siete capas de huevo, harina y pan rallado, como el Jesús de
Nazaret, el Jesús histórico, el hombre que caminó por las calles y el polvo de
su tiempo, el que bebió agua de sus fuentes.
Reimarus
descubre y afirma que Jesús y sus discípulos persiguieron objetivos distintos,
que Jesús anunció la llegada del reino y fracasó, que los discípulos inventaron
el mensaje de su resurrección y de su segunda venida, que no podemos fiarnos de
lo que los apóstoles nos dicen sobre Jesús porque lo que ellos dicen no
responde a lo que él dijo y enseñó. Luego otros muchos, desde cátedras
universitarias, apoyados en una mayor libertad de pensamiento y crítica y
siendo fieles a las leyes de la ciencia, han certificado que los evangelistas
proyectan en sus escritos, los Evangelios, sus pensamientos e ideas, muy otras
que las de Jesús. El Jesús de los Evangelios, a la vista de la investigación
actual, ha quedado hecho trizas como un Jesús de la reflexión de los cristianos
de su tiempo, y en concreto de aquellos creyentes vencedores en sus discusiones,
convertidas en palabra de dios.
Y a mi modo
de ver aquí está el gran drama del cristianismo, que ya se venía gestando como
digo desde el siglo XVIII: La Biblia ni es palabra de dios, ni Jesús es el hijo
de dios, ni ha resucitado. Lo que se pone en duda y niega es la fundamentación
misma de la Iglesia católica, su teología, su revelación divina.
Muchos
cristianos, desde el inicio de la Iglesia hasta el día de hoy, apelan a Jesús
únicamente para atribuirle y poner en su boca y vida los deseos de cada cual, y
esto ocurre también a los autores de los escritos bíblicos. La Biblia es el
compendio de una serie de libros de estilos diversos, de calidad literaria
desigual, reflejo de la mentalidad de diversos grupos, a veces muy
contradictorios, que se sintieron pueblo especial dentro del mundo que les tocó
vivir, pero que desde un punto de vista científico y de ética y altura humana
nada tienen que enseñar al mundo actual sobre la formulación de su génesis o
sobre derechos humanos. Muy al contrario, sus autores, la Iglesia católica, al
igual que las demás Iglesias, y el mismo dios debieran aprender a respetarlos.
No hay
constancia de ninguna revelación divina, ni buena ni mala. No consta que dios
se haya revelado nunca, por el contrario, dios brilla por su ausencia, y hacer
teología de un dios mudo es harto difícil y mera paja mental. El dios fabricado
por el creyente y la Iglesia es a base de denigrar al hombre, como ladrillo de
su ignorancia y desconocimiento. A medida que avanza el conocimiento humano retrocede
el campo que se ha hecho pisar a dios. El crecimiento del hombre supone la
retirada, el retroceso de dios.
A estas
alturas, confiesa el creyente tenue Manuel Olasagasti en “Otras noticias de
Dios”, el atributo más irrefutable de los dioses es su silencio. Son las
religiones las que han querido que Dios sea locuaz, que hablase. Y ante su
silencio a martillazos ellas han hablado hasta por los codos. Las religiones
siguen sin aprender la lección, su parloteo es desautorizado constantemente por
el silencio de su dios.
El Nuevo
Testamento sabe demasiadas cosas de dios; comenzó a divinizar a aquel hombre
Jesús de Nazaret, levantó y construyó sobre él una teología y una cristología,
un mondongo, que hoy constituye un verdadero drama para la Iglesia: se asienta
en una mentira piadosa, en un vacío deseo.
Dios ha sido
esperanza para el hombre acorralado. Y en esa liberación del hombre de nuestro
tiempo, de sus gobiernos criminales que les roban sus finanzas, su trabajo y
dignidad para exportar y hacer guerras en otras partes, en ese juntar puños y
energías para parar nuevas esclavitudes y fomentar solidaridades entre hombres
y mujeres, para crear una vida más risueña, con más olor y sabor a dignidad
humana, amanece un largo y ancho camino para un proyecto común anclado en
raíces y experiencias vitales distintas.
En abril de
este año fue juzgado en Alemania Oskar Gröning, acusado de haber contribuido al
asesinato de 300.000 personas en Auschwitz. Hoy tiene 94 años. Y no niega que
estuviese al tanto de las matanzas masivas, de su gasificación y cremación.
Pero lo que más indignó en la sala fue que afirmara que “él contribuyó a que la
matanza fuera lo más dignamente posible, se hiciera con limpieza”. Y de haber
matado con limpieza, sin salirse de la fila, él se siente orgulloso. ¡Así de
imbécil puede llegar a ser el hombre!
La
octogenaria Eva Mozes Kor sobrevivió a ese campo de horror y al “limpio”
trabajo de ese hombre, si bien fueron gaseados sus padres y dos de sus
hermanas. Y dice haber sobrevivido porque perdonó a los nazis: “Tomé las
riendas de mi vida, porque con rabia y dolor una no puede vivir largo tiempo.
El perdón es un acto de autoliberación, gratis y sin efectos secundarios”.
Hace poco
Goio Ubierna, en conversación amigable de taberna y con un vaso de vino tinto,
nos dijo que hay que decir desde dónde se habla, determinar la esquina desde la
que se mira. En Gasteiz yo hablé desde la increencia. Gasteiz y las comunidades
cristianas de base de Euskal Herria en torno a la revista “Herria Eliza 2000”
crearon un muy buen espacio de libertad apuntalando un ensudado y comprometido
trabajo en pro de la persona y una sociedad solidaria. Y eso se agradece
también en el 2015.
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